Acoger y Compartir | Bucando las fuentes de la vida interior |
AyC: Encuentro de Apertura de Curso
BUSCANDO LAS FUENTES DE LA VIDA INTERIOR
1. El año pasado hemos reflexionado y hecho una búsqueda en la medida de nuestras posibilidades sobre “el hecho eclesial”. De distintas maneras nos adentramos en la realidad de la Iglesia desde diferentes ángulos. Y nos dimos cuenta que desde el principio existe en ella una tensión creativa que saca a la luz las miserias y pecados de los hombres y mujeres que la componemos. Ninguna miseria o mezquindad humana nos sorprende, pero no por eso deja de escandalizarnos lo lento que camina aparentemente el desarrollo integral del ser humano. En lenguaje radical diríamos que “el mal” también pasa por la Iglesia, la amenaza, la cerca, la amordaza, la hiere… y a la vez esto la desafía y la despierta a los dones más genuinos que ella contiene: la buena noticia de Jesucristo, la vida nueva que genera, la salvación que Él trae. Desde la voluntad de estar en la Iglesia con lucidez, conociendo su tejido y sus matices, este curso nos preguntamos por nuestra propia vida interior. Quizá por aquello de “el que esté sin pecado que tire la primera piedra..”. También porque “la interioridad del hombre ya no se ve ni apoyada ni alentada por la sociedad” Nos hacemos la pregunta ¿qué es la vida espiritual?, pero contando con la materia. No lo hacemos para teorizar sino para dejar que el Espíritu genere vida en nosotros, es decir, para relacionarnos con Dios. Y lo hacemos porque nos damos cuenta que hay tantas interferencias, tantos mensajes cruzados, que nos cuesta ir a las fuentes. Somos testigos y agentes de un “pasaje cultural”, de un “cambio de valores”, junto a la certeza de la posibilidad de una plenitud. Algo nos enreda por dentro y por fuera. Y aunque nos parezca una respuesta simplista, tratándose de una búsqueda espiritual, hay que decir que “el mal está ahí y hace su trabajo”. El marco en el que nos movemos son las experiencias que dificultan y quitan credibilidad a esta búsqueda. Por eso, emprender un camino hacia nuestro interior supone aceptar que podemos encontrarnos con la acción del mal en nosotros. Y eso, que es lo normal, no tienen por qué desviarnos de nuestro objetivo: reforzar nuestro ser desde la vida interior descubriendo sus relaciones con el exterior. Somos un todo. Y pensar en una vida espiritual sin considerar que somos confrontados con el mal es una fuga más que un reforzamiento del ser. “Hoy nos parece difícil considerar pertinente una visión del mundo que no se confronte con el mal”. El mal puede ser muchas cosas… “cuando la gente pierde su empleo, cuando se produce un genocidio o una limpieza étnica…cuando los cuerpos son torturados o violados, cuando es condenado un inocente… cuando las personas son mal amadas… cuando se destruye el planeta… cuando alguien tiene que dejar todo y exilarse… cuando incomprensiblemente multiplicamos el sufrimiento incluso de los que amamos…” Esto es algo que existe como tal y lo sacan a la luz tanto la pena silenciosa como los gritos de las víctimas. Timothy Radcliffe, anterior superior general de los dominicos, decía al Capítulo General de los Franciscanos: “hay una red todavía más amplia de la cual nadie escapa, mayormente invisible, y es la comunidad global de la violencia. La red criminal es mucho más amplia que la del legítimo comercio y está creciendo. Tres de las mayores industrias hoy son la exportación de drogas, armas y prostitutas”. No podemos salir a buscar las Fuentes de la Vida Interior desde actitudes de fuga o alienación. Este comienzo del siglo XXI viene marcado por un “dolor de ausencia” generador de muchas crisis. La tierra existencial que pisan muchos seres humanos son verdaderas arenas movedizas sobre las que es difícil construir, pero no imposible. Es uno de los logros de la ingeniería. En el conflicto del AVE a Lérida, bromas aparte, le escuché decir a uno del equipo de ingenieros que tuvieron que hacer un tratamiento especial en cada tramo del terreno dada la situación del valle del Ebro. No era posible “hacer un traje a medida” como si todo el subsuelo fuese igual; pero una vez tratada convenientemente esa zona del terreno que no se ve, pero que se puede conocer, la parte externa puede aparecer como “un traje a medida”. La vida interior nos sitúa en nuestro subsuelo y nos ofrece conocimientos sobre lo que es crisis en nosotros y fuera de nosotros. En “el centro del cristianismo histórico se encuentra una imagen característica del mal: un justo crucificado por el mundo al que pertenecía”. Esto nos ayuda a comprender que el mal no es simplemente una “falta subjetiva”: es algo mucho más amplio y supera la responsabilidad individual”. El Papa habla de una “estructura de pecado”. Hemos de abandonar una visión exclusivamente individualista del mal. Contando con esto, buscamos las fuentes de la vida interior, por los campos en que se ve arrojada nuestra frágil libertad. Ese mal no es únicamente exterior a nosotros, también “lo que tenemos de más íntimo está tocado”. Evitando dualismos nos damos cuenta que “es en lo más profundo de nosotros mismos donde somos un poco parte integrante del mal”… “Sabemos también que lo reproducimos de un modo u otro”. Asumir e integrar ese conflicto sin dramatizar, nos permite construir en nosotros sobre roca. Dejar que el Espíritu de Jesús llegue hasta ahí y nos trabaje pone paz en nuestras vidas. No hacemos solos este camino. El Espíritu está siempre ahí. Jesús nos lo dice claro: “Yo he vencido al mundo”. Entonces, esta búsqueda la hacemos en paz y sin voluntarismos. Libres de una mentalidad de méritos y sin dualismos. La búsqueda interior no teme al mal pero tampoco lo ignora. Nos hace humildes, nos humaniza saber que “estamos sumidos en una historia que arrastra el mal, un mal que nos afecta en lo más profundo de nosotros mismos y del que prácticamente siempre somos un poco cómplices”. Saber esto nos impide jugar a “buenos y malos”, a identificar la santidad que Cristo desarrolla en nosotros con “cualquier fórmula de piedad religiosa”. Nos hace inteligentes porque nos pone ante la complejidad de nuestro mundo, de nuestra propia persona y ante la comunidad humana real a la que pertenecemos, sin cargarnos de culpabilidad ni superficialidades. La vida es honda y preciosa. La realidad es más rica que el mal. Por eso lo verdaderamente importante es “remangarse” y echar a andar conociendo el terreno que se pisa. Que el mal esté ahí no ha de impedirnos confiar. Jesús nos enseña que al rezar digamos “líbranos del mal”, es decir, de todo lo que me aplasta, de lo que me quita las energías y me hace tirar la toalla, de lo que me roba la confianza en mi propia valía, en mis humildes habilidades, de lo que me descorazona ante las historias de mis compañeros, las noticias del telediario, la prensa o los acontecimientos de menos resonancia social en los que me veo implicado, o de mi propia historia personal y mis salidas fáciles desde los fatalismos deterministas o los fundamentalismos,… ¡Señor, líbrame de lo que no humaniza por impedir el desarrollo de una vida dentro de mi!. ¡Hazme lúcido ante el mal que hay en mí y a mi alrededor, a la vez que haces que me sienta válido, aceptado por el Padre Dios tal como soy, y caminando humildemente junto a ti! 2. Lo que buscamos es poder llegar hasta las profundidades del Ser, el lugar donde la vida se renueva en nosotros, ese lugar donde la libertad reina. Espacio en el que asistimos a un nuevo nacimiento en cada etapa de nuestra vida. Nunca estamos definitivamente hechos. Sabemos que lo mismo que es posible una transformación social lo es también de la persona, como lo es de las sociedades y los pueblos. ¿Por qué le gusta tanto a la gente el programa CUENTAME?. Entre otras cosas, porque pone ante nuestros ojos una etapa superada. ¿Superada? Una de las fuentes de la “Vida Interior” es la ESPIRITUALIDAD. Este es un tema de moda, pero tan viejo como el ser humano. En el contexto de secularización en que estamos insertos nos hacemos más conscientes de que sin espiritualidad no habrá verdadera transformación sea social o personal. Esta espiritualidad será religiosa o laica, pero de una u otra manera vendrá a ser una apertura al misterio, abarcando a Dios o limitándose solo a lo secular. Pero en ambos casos poniendo de manifiesto que “la acción humana no es una acción vana: es una acción que transforma el mundo”. “La mayoría de las personas admite con facilidad que vivimos en relación con todo lo que existe. Pero una de las cuestiones que se plantean es saber qué es esa totalidad de lo que existe. ¿Es, como estiman los materialistas, simplemente la materia, o hay algo más? ¿Qué es, en última instancia, nuestra historia? Muchos de los hombres y mujeres de nuestro tiempo ven a Dios como lo más interior de nosotros mismos”. Hay un giro, una transformación en la manera de comprender y relacionarse con Dios. Espiritualidades nuevas nos ayudan a darnos cuenta que en el Jesús del Evangelio lo primero que salta a la vista es una profunda preocupación por todos y cada uno. “La ley es para los seres humanos, y no éstos para la ley. La ley es un medio, y de ninguna manera puede convertirse en un fin. Cuando los discípulos, hambrientos, arrancaron espigas un sábado en el campo, Jesús les dio la razón, y le pareció que habían actuado con sentido común. Aprobó asimismo a los que no dudaban en sacar al buey que había caído en el pozo, aunque fuera sábado. Lo que prima es el corazón y no la ley. La bondad de Jesús –su compasión, es decir, su atención al sufrimiento que pueda padecer la gente- es lo que sirve de guía a su acción. La buena noticia que anuncia en nombre de Dios gira en torno a esta bondad y a esta compasión que deben manifestarse en todo y que conduce, por lo general, a hacer cosas que no se esperan.”. Por esa espiritualidad nos adentramos en nuestra búsqueda. “Nuestro Dios es un Dios que acepta al hombre más allá de los límites de su capacidad ética y su acción y prescindiendo del estado de deficiencia de su concreta humanidad.” Nos hace saber que es posible ser persona a pesar de todas las miserias humanas. 3. La espiritualidad nos lleva a la búsqueda del sentido de la vida. La vida interior es una fuente de sentido viendo que los horizontes son reales pese a parecer inalcanzables. La línea que oculta lo nuevo nos recuerda que estamos vivos, que siempre es posible un paso más. Si vivimos, tenemos (hay) una historia. Y esta es una realidad más real, más completa, cuando está fecundada por la fe. Mucha de la “indignación” que nos rodea nace de una insatisfacción profunda y quizá de la falta de fe en las aventuras. Los que conocemos el resultado de “algunos sueños del siglo XX” comprendemos que tantas personas desconfíen, a la vez que sentimos la necesidad de una nueva confianza. Así nos ponemos a buscar fuentes de espiritualidad, de vida interior, generadoras de integración y sanadoras de lo que hace sufrir o genera injusticia a la vez que aporta desarrollo, crecimiento personal. En torno a nosotros, en este momento en que vivimos hay quienes hacen intentos para redefinir al ser humano “como un ser en busca de un sentido plenificador y de unos valores capaces de inspirar profundamente su vida”. El primer mundo, al que nosotros pertenecemos, vive una crisis de insatisfacción que con frecuencia aparece de modo agresivo. Nos damos cuenta que no es suficiente para saciarnos todo lo que retenemos. El despertar de una nueva conciencia nos pone ante vacíos que cada vez más generan abismos vitales. Y quizás, como Dios también es un abismo, se despierta una sed de espiritualidad, de integración, de vida en la justicia y la paz. Alguien ha escrito que “no debemos olvidar nunca que los portadores permanentes de la espiritualidad son las personas consideradas corrientes y vulgares, que viven la rectitud de la vida y el sentido de la solidaridad y que cultivan el espacio sagrado del Espíritu, ya sea en sus religiones e iglesias, ya sea en su modo de pensar, de obrar y de interpretar la vida”. La respuesta a esa insatisfacción, a la sensación de hundimiento, a la agresividad, al vacío e incluso las experiencias de abismo, la respuesta cada vez es más claro que está en DIOS. No sólo hay que redefinir al ser humano sino también su comprensión de Dios. Y esto no es posible sin abrirse al mundo del Espíritu con el sentido común y la inteligencia propias de personas del siglo XXI. Juan Pablo II ha dicho a los misioneros redentoristas a principios de este mes de octubre: “Encerrarse en formas pastorales que ya no proporcionan respuestas adecuadas a la necesidad de redención de los hombres de hoy podría frenar el anhelado despertar misionero de toda vuestra familia religiosa”. Me gusta ese “ya no proporcionan respuestas adecuadas a la necesidad de redención de los hombres de hoy”, por lo que supone que hay un aporte de la redención que va con el dinamismo del ser humano. Las respuestas no son definitivas, ni siquiera en la vivencia de la redención de Cristo. Tampoco la espiritualidad que la enmarca. Hay quien dice que “la singularidad de nuestro tiempo reside en el hecho de que la espiritualidad está siendo descubierta como una dimensión profunda del ser humano, como el momento necesario para la plena eclosión de nuestra individuación y como espacio de paz en medio de conflictos y desolaciones sociales y existenciales”. Dos novelas que he leído últimamente y que son tan recientes como duras inciden en esta profunda aunque invisible necesidad: Expiación, de Ian Mcewan (Ed. Anagrama,2002) y El libro de las ilusiones, de Paul Auster (Ed. Anagrama, 2003). Ir a las Fuentes de la Vida Interior supone dejar que el Espíritu abra los poros de nuestra existencia y nos permita transpirar todo lo que de quedarse dentro de nosotros nos convertiría en seres enfermos, es decir, sin respuestas para nuestro sufrimiento o mejores interrogantes. Para los cristianos el fondo de nuestra espiritualidad es Jesucristo. Nuestra vida interior cristiana es “Cristo que vive en nosotros”. “Lo propio del cristianismo es que encuentra la vida y la esencia de Dios precisamente en la particularidad histórica – y, por tanto, limitada- que es Jesús de Nazaret, confesado como manifestación personal humana de Dios.” “El cristianismo es una religión que enlaza la relación con Dios a una particularidad histórica –y, por ello, muy localizada y, así, limitada-: Jesús de Nazaret.” Para ir a las fuentes de la vida interior es bueno saber que “lo que redime, lo que procura liberación y redención, no es el hecho de la interpretación teórica, sino el medio redentor mismo”. Dios que “se da a conocer a sí mismo, en y a través de experiencias humanas, como aquel que trasciende todas las experiencias.”… Pero “las experiencias tienen que ser también elaboradas racionalmente”. Con frecuencia “las experiencias que auténticamente nos ayudan a avanzar a los seres humanos son aquellas que imponen su vigencia contra el sujeto que las tiene y, si llega el caso, contra todo su entorno y toda su vida social.” “Las experiencias más profundas, las que dan su dirección a la vida y la soportan sobre sí, son experiencias de conversión, experiencias de crucifixión, que fuerzan al cambio de la mente, la acción y el ser.” “No podemos experimentar a Dios de repente en la liturgia de la Iglesia si no lo vemos en ningún lugar fuera de la Iglesia, en nuestras cotidianas experiencias con los demás y el mundo”. Para nosotros “espiritualidad es una perspectiva creyente hacia Dios” que nos ayuda a no reducir el individuo a una suma de relaciones sociales, ni tampoco reducir la sociedad al total de las acciones individuales. Sí, “todo en el ser humano, incluida su interioridad, es social; pero eso no significa que lo social sea la totalidad del hombre” Algunas cuestiones:
Inspirado en: Gérard Fourez: La fe como confianza, Ed. Sal Terrea Edward Schillebeeckx: Los hombres relato de Dios. Ed. Sígueme Leonardo Boff: Espiritualidad. Ed. Sal Terrea |
Copyleft. Acoger y Compartir. 16 Enero, 2006 |