Carta de las Fuentes
para una vida interior
ondequiera que estés, sea cual sea tu continente, tú que quisieras percibir el misterio que está en el corazón de tu propio corazón, ¿presientes en ti, fugazmente, una presencia?
Has descubierto, tal vez con asombro, que el Resucitado da un sentido a la vida? No una existencia resuelta y sin riesgos, sino una plenitud. Percibiendo un vacío en tu vida interior, buscas unas fuentes.
No ignoras la fragilidad de tu confianza en Dios, pero llegarán días en que dirás: “Tú, el Cristo, estabas en mí, y yo, estaba ausente. Estabas siempre en mí, y sin embargo no te buscaba. Habiéndote hallado, tan a menudo te olvido. Pero tú, el Cristo, continúas amándome. Y allí entonces, creciendo desde el abismo de mi ser, un fuego me abrasaba. Yo ardía queriendo que fueras el todo de mi vida. Te llamaba y te preguntaba: Tú bien ves qué soy y donde me encuentro, ¿cómo puedes todavía amarme y poner en mí tu confianza? [1]
Y sin embargo lo sabía: “Tú, el Cristo, tú eres el único camino, no tengo otro.” [2]
Frente a lo absoluto del Evangelio, ¿serás tomado desprevenido, como si Dios te pidiera demasiado? [3] Lo que Dios pide, te lo da.
Atraído por distintas opciones a la vez, lo que importa es reemprender el camino sin dejarlo para más tarde. Atrévete en aquel instante, a darle tu confianza, sin retrasarte en los terrenos pantanosos de tus indecisiones. [4]
Uno de los primeros creyentes decía ya a Cristo: “Yo creo, ven en ayuda de mi incredulidad”. [5] Estas dos palabras son en nosotros como lo ascendente y descendente de la ola de los acéanos.
Recuérdalo para siempre: ni la duda, ni la impresión de un silencio de Dios, no retiran de ti su Espíritu Santo. [6]
Piensas no tener nada o casi nada. “Conozco tus pruebas y tu pobreza, sin embargo, eres valioso”. [7] Por el Espíritu Santo que habita siempre en tu corazón, tienes todo para avanzar, todo para que nazca en ti una libertad interior, alentada por la confianza en Dios. [8]
Por eso, Cristo podría decirte: “Compartí todo. Conocí la bondad y la generosidad del corazón humano. Encontré más de una vez al tentador. También conocí el abandono de los míos. Después de haberme acompañado, algunos me dejaron. Y a uno de ellos le dije: ¿…también tú quieres dejarme?
Alegría
Acoger el nuevo día como un día único, irreemplazable, un hoy de Dios. [9] Para este día, esperar la confianza del corazón. El pasado está oculto en Dios, y del futuro, él ya se ocupa. [10]
En los momentos de las pruebas, tenazmente intenta descubrir, todo lo que puede iluminar nuestra noche: captar los acontecimientos, incluso mínimos, que hacen nacer una gratitud, una alegría.
Recuerda que la presencia del Resucitado viene para rasgar la oscuridad: “La tiniebla ya no es tiniebla para ti, la noche es clara como el día”. [11]
Cuando tú no comprendas lo que te está sucediendo y tengas que atravesar pruebas, ¿olvidarás esa alegría interior ofrecida por Cristo, él que nueve veces declara: “Dichosos…”? [12]
Así, Dios te ofrece el optar por la subida hacia la alegría serena, y tú colocarás tu tienda en las tierras de la exaltación. “Jesús, mi alegría, eres tú quien me das donde descansar mi corazón”.
La alegría perfecta es transparencia. No te basta con todo tu ser para que esta alegría estalle. Ella te orienta hacia Dios, ante todo a través de lo que tú eres. Deja que Cristo cante en ti el don radiante de la vida, de tal manera que la fuentes del júbilo nunca se agoten.
La alegría perfecta está en el entusiasmo de quien acude apresuradamente a Cristo Jesús.
Un día, al ver a Zaqueo subido en un árbol para verlo pasar, Jesús lo llama: Baja enseguida, Zaqueo, hoy tengo que alojarme en tu casa. Zaqueo se apresura a bajar y lo acoge con mucha alegría. [13]
Sencillez
¡Que se regocije el corazón sencillo! ¡Dichoso quien tenga un corazón de niño! Todas las realidades de Dios están en él. [14]
El Resucitado sopla sobre ti su Espíritu Santo y en ti revela dones esenciales: su perdón, [15] su presencia, su confianza. [16]
¡Dichoso el limpio de corazón, pues verá a Dios! “Más que a un tesoro, guarda tu corazón, porque de él brota la vida” [17]
La sencillez sin una caridad ardiente es sombra sin claridad. La sencillez de corazón abre nuestros ojos a lo que urge para la familia humana. Aviva en ti la atención hacia aquellos que están en una pobreza angustiosa, víctimas de rupturas familiares, en una gran marginación, desgarrados por las humillaciones y la violencia. [18]
Responder a tales urgencias supone un compartir a través de la tierra. [19] ¿Tienes la impresión de estar desprovisto, sin solución?. Escoger la sencillez de medios, te lleva a ponerlo todo en marcha y a descubrir tus dones de inventiva. Cuando esos dones en primer lugar se concreticen en tu propia existencia, poco a poco servirán a la familia humana. [20]
Cuando acoges, la abundancia de bienes frena, en vez de estimular la hospitalidad. [21] En tu mesa, el espíritu de fiesta trasluce la sencillez. El compartir hace de tu hogar un lugar de paz, un lugar de bondad. [22] El espíritu de pobreza del Evangelio consiste también en disponerlo todo con imaginación según la belleza simple de la creación. El Espíritu de pobreza del Evangelio no soporta el rigorismo. [23]
Cuando la sencillez va de par con el espíritu de infancia, tu corazón se humaniza. Brecha luminosa en tu camino, tu canto se eleva a Dios: “Tú que das de comer a los pájaros y haces crecer los lirios del campo, concédenos alegrarnos con lo que tú nos colmas, y que esto nos baste”.
Misericordia
En las Bienaventuranzas del Evangelio, Cristo Jesús te revela una felicidad: Dichosos los misericordiosos, sí, que se alegren. Esta bondad de corazón, la misericordia, hace resplandecer a Cristo en ti. Nada aproxima más a la misteriosa presencia del Resucitado, “Cristo de comunión” que está plenamente en ese misterio de comunión que es su Cuerpo, su Iglesia.
Ahí, te unes a las multitudes de mujeres, hombres, jóvenes, niños que, a través de la tierra, tratan de ser portadores de Cristo, sus testigos. Si pudieras rezar con muchos de ellos: “Oh Dios, que día tras día, siguiendo a los testigos de Cristo de todos los tiempos, desde María y los apóstoles, me prepare interiormente a poner mi confianza en el Misterio de la Fe”. [24]
Las conmociones provocadas por los cambios se intensifican a través de la tierra. La familia humana está todavía en pleno alumbramiento. Los cristianos no son una excepción. Y ya a través de todos los continentes se anuncia una nueva primavera para la Iglesia, con las heladas y las borrascas, que preceden siempre toda primavera. [25]
Esta primavera es ya visible donde el espíritu de misericordia aparece para humanizar nuestro corazón por la claridad de un amor fraterno. [26] Y allí se enciende una hoguera. Incluso bajo las cenizas, una brasa continuará ardiendo.
La misericordia, ese amor que perdona es presencia del Resucitado, una pequeña senda, senda de plenitud.
Te sorprenderás al decirle: A ti, Cristo, quisiera darte mucho, sí, todo, pero me parece darte muy poco. Sin embargo, sabes que te amo, no como quisiera, pero te amo.
[1] Dios dice a cada uno: “Tú eres de gran precio a mis ojos, eres valioso y yo te amo” (Is 43,4)
[2] Hay días en que rezamos con casi nada. Al aceptar este poco, Cristo nos apacigua: mantenerse en silencio, ya es rezar. Cristo no nos pide que forcemos los labios
[3] Algunos son sorprendidos por la indecisión cuando comprenden que Dios espera de ellos un sí que compromete toda la vida. El sí que decimos a Dios, el Espíritu Santo lo ha depositado ya en nosotros. Y Dios ya se ha encargado de la parte errónea que este sí pueda comportar. Lo esencial es el tener la consciencia clara de que hemos dado respuesta a una llamada de Cristo.
[4] Para algunos, la angustia de un futuro sin trabajo paraliza cualquier forma de confianza en sus capacidades, e incluso en Dios.
[5] Mc 9,24
[6] No somos nosotros quienes creamos la invisible comunión con Dios, es Dios quien entra en comunión con nosotros. El ofrece a todas las criaturas humanas el estar reunidas en él, en la vida o en la muerte.
[7] Ap 2,9
[8] Por la fe, la libertad interior es tener inventiva. Supone estar atento para realizar todo por la libertad de los pueblos y de las personas.
[9] San Gregorio de Niza escribía: estamos “de comienzo en comienzo, por comienzos que nunca acaban”.
[10] Dios nunca pone en nadie el tormento, sino la paz interior. ¡Qué vértigo si Dios atormentara el corazón humano, llevando la cuenta de lo que cada uno es o no es! Cargaríamos a Dios con un proyecto calculador como si hubiera en él una voluntad de culpabilizar el ser humano, cuando en realidad Dios sufre con aquel que es atormentado.
[11] Sal 139,12
[12] Mateo 5,1-12
[13] Lucas 19,1-10
[14] Un extracto del mensaje del papa Juan Pablo II a la comunidad de Taizé, en su visita a Taizé el 5 de octubre de 1986: “Mi deseo es que el Señor os conserve como una primavera que irrumpe y que os guarde pequeños, en la alegría evangélica y en la transparencia del amor fraterno. Cada uno de vosotros ha venido aquí para vivir en la misericordia de Dios y en la comunidad de sus hermanos. Consagrándoos a Cristo con todo vuestro ser por amor a él, habéis encontrado lo uno y lo otro. Pero además, sin que lo hayáis buscado, habéis visto venir hacia vosotros, por millares, jóvenes de todas las partes, atraídos por vuestra oración y vuestra vida comunitaria. ¿Cómo no pensar que esos jóvenes son el regalo y el medio que el Señor os da para estimularos a permanecer juntos, en la alegría y en la frescura de vuestro don, como una primavera para todos los que buscan la verdadera vida? En vuestras jornadas, la labor, el descanso, la oración, todo está vivificado por la Palabra de Dios que os impregna, os guarda pequeños, es decir, hijos del Padre celestial, hermanos y servidores de todos en la alegría de las Bienaventuranzas… Cristo da un corazón universal de artesano de justicia y de paz, capaz de unir a la contemplación una lucha evangélica para la liberación integral del hombre, de todo hombree y de todo el hombre”.
[15] Para descubrir el perdón, algunas religiones proponen largos caminos de expiación, en vistas de ponerse en regla con Dios. El cambio radical del Evangelio está en el anunciar que es Dios quien ama primero. Es él quien pone en el ser humano el arrepentimiento de corazón y a la vez, el perdón. Algunos cristianos, que por el hecho de serlo conocen el Evangelio, vuelven a veces a una actitud natural para el corazón humano y caen en la tentación de tomar de nuevo el camino de los actos expiatorios. Por el contrario, para muchos, el sacramento de la reconciliación ofrece una respuesta: recibido con arrepentimiento de corazón, libera de una duda y da la certeza personal del perdón de Dios.
[16] Algunas realidades fundamentales del Evangelio pueden penetrar en nosotros a menudo a través de cantos sencillos, constituidos por una frase breve, repetida largamente. Estos dicen lo esencial, rápidamente captado por la inteligencia y poco a poco interiorizado por el ser. Uno de estos cantos: “Dios que nos amas, tu perdón y tu presencia son en nosotros una fuente de alabanza”.
[17] Prov 4,23
[18] En esta segunda mitad del siglo XX, quizás como nunca antes, los cristianos toman iniciativas de solidaridad y de desarrollo en la familia humana. “La Iglesia debe denunciar proféticamente toda forma de pobreza y de opresión, defender y promover en todo lugar los derechos fundamentales e inalienables de la persona humana”. (Sínodo 1985)
[19] Para estimular un compartir, habíamos pensado indicar algunas colectas más seguras. Hemos comprobado que habrá que renunciar a esto, por ser irrealizables, pero podríamos proponer a las colectas proyectos muy sencillos.
[20] Para buscar ser portadores de paz, de reconciliación, del compartir, en las situaciones de nuestro tiempo, desde hace varios años continuamos con jóvenes a través de todos los continentes una “peregrinación de confianza a través de la tierra”.
[21] Ya en el siglo IV, un obispo de Milán, Ambrosio, estaba preocupado hasta el extremo al ver algunos cristianos acumulando bienes. Les escribía:”Ha sido en común y para todos que la tierra fue creada. La naturaleza no tiene nada que ver con los ricos, sólo engendra pobres.” Las fronteras de injusticia no pasan solamente entre naciones, entre continentes, sino también a veces muy cerca de cada uno. Entre vecinos muy próximos, ya se pueden encontrar grandes marginaciones y una repartición de bienes muy desequilibrada.
[22] Dios confía a todos una o varias personas. En mayor o menor grado, muchos bautizados poseen un don de apostolado. Algunos tienen el don para comprender del otro aquello que le hace daño en lo profundo de sí mismo. Muchos hombres y mujeres necesitan salir de su soledad interior y ser acompañados y escuchados. El ministerio de los laicos, tan necesario hoy, ¿permitirá a muchos saber acompañar a otros? Escuchar, no para expresarse categóricamente con el “tienes que”, sino para ayudar a cada uno a descubrir lo que Dios ha preparado en él. Cuanto más la edad avanza, más puede afinarse la intuición, desarrollarse e incluso llegar a comprender casi sin palabras a quienes se confían.
[23] Simplificar y compartir, no es optar por un rigorismo que juzga sin bondad, y menos aún justificar la angustiosa pobreza. Tampoco debe conducir a que se exija dar el mismo paso a personas mayores que no pueden modificar sus costumbres de vida y cuyas viviendas están llenas de recuerdos. En las personas mayores, aparecen intuiciones de Dios que hacen avanzar a quienes las escuchan, y que son preciosísimas para la vida de la Iglesia.
[24] Si, bautizado, has sido indiferente a Cristo y a su Iglesia, y que desde ahora quieres seguirle, recuérdalo: está ya en comunión con Cristo y su Iglesia todo bautizado que quiera realizar en si vida tal intención: “Oh Dios, que día tras día, siguiendo a los testigos de Cristo de todos los tiempos, desde María y los apóstoles, me prepare interiormente a poner mi confianza en el Misterio de la Fe.” (Y claro, no solamente lo que comprendemos, sino a todo el Misterio de la Fe, sin nivelación de valores. Lo que no comprendemos, otros lo comprenden y lo viven, y viceversa)
[25] “Quizás no estamos libres de toda responsabilidad ante el hecho de que, sobre todo los jóvenes, miren críticamente a la Iglesia como una mera institución. ¿No hemos dado ocasión para ello, hablando demasiado de renovar las estructuras eclesiásticas externas y poco de Dios y de Cristo? La Iglesia se hace más creíble, si hablando menos de sí misma predica cada vez más a Cristo crucificado y lo testifica con su vida… (Sínodo 1985)
[26] … Toda realidad, por bella que sea, como una medalla tiene su otra cara. La otra cara de una pequeña comunidad es que, si sus miembros se han escogido mutuamente, ésta podría fácilmente perder el sentido evangélico de la catolicidad, de la universalidad. La “carta a una pequeña comunidad” continúa: “Para dejar entrever la universalidad de la comunión, ¿se integrarán las pequeñas comunidades provisionales, por lo menos una vez a la semana en la oración de la comunidad local, para vivir allí una celebración que reúna a todas las generaciones, desde los niños hasta las personas de edad?