Lo abierto mana: hacia la experiencia de sí

Hacia las fuentes de la vida interior

En todo ser humano, hay una sed que no se sacia jamás. Un deseo de felicidad, de plenitud que nos excede, ... ¿Me refiero a la sed de Dios?

La sed toma diversas formas y adquiere diversos objetivos. El objeto del deseo puede ser algo tan material como un coche, un electrodoméstico o el último gadget tecnológico. La estrategia de un anuncio comercial no es tanto presentar de modo objetivo las ventajas de un producto sino convertirlos en objetos soñados de nuestro deseo.

Más allá de lo meramente material, el objeto de nuestro deseo puede ser una meta profesional o el afecto de la persona amada. Pero incluso en el caso del deseo humano más noble, el que busca el amor de otro, siempre es mayor el deseo que la satisfacción.

Es este deseo insaciable lo que nos hace seres espirituales. Conocemos la ansiedad, la energía del deseo, la fruición de conseguir lo anhelado y, ... la insatisfacción porque nada, ni siquiera el amor humano, puede saciar esta hambre.

Ya lo dijo S. Agustín, cuatro siglos después de Cristo: Fecisti nos ad Te ipsum et inquietum est cor nostrum donec requiescat in Te

Cuando hablamos de espiritualidad, hablamos de este deseo que habita todo ser humano -creyente o no-. La vida interior supone una cierta inteligencia de este deseo, un trabajo con esta sed, y la búsqueda de la Fuente.

Vivimos agitados por una multiplicidad de deseos, algunos repentinos (caprichos, antojos, veleidades), algunos de mayor raigambre (proyectos, vocaciones, amores). Casi nunca, los deseos que más ruido arman, los que más agitan la superficie, son los más profundos. Y descubrimos que en el ser humano hay capas.

El personaje de Henoc (Gn 5,21-24; Lc 3,37; Heb 11,5; Jud 1,14) era un personaje muy popular en tiempo de Jesús, y el protagonista de una serie de libros judíos de espiritualidad, muy difundidos en aquel tiempo. Conservamos algunos de estos libros, la mayor parte de ellos gracias a traducciones a otras lenguas (paleoeslavo, copto, etiópico, arameo).

En el libro de los secretos de Henoc, éste realiza un viaje celeste a través de los siete cielos: atraviesa el primer cielo, que es la atmósfera, y penetra más allá, en el segundo cielo. Allí se encuentra con los ángeles rebeldes, allí encarcelados. El tercer cielo es el paraíso terrenal, de donde fueron expulsados Adán y Eva (a este cielo hace referencia San Pablo en 2 Cor 12,2); por encima de éste, en el cuarto cielo están las estrellas y el sol. El quinto está habitado por los ángeles tristes, llamados grigori, hermanos de los ángeles rebeldes encarcelados en el segundo cielo y que se lamentan por ellos. En el sexto, hay ángeles responsables del buen funcionamiento del mundo y en séptimo, sobre un “altísimo trono” rodeado de “ángeles, principados, dominaciones y potestades” que lo alaban en una eterna liturgia celeste, Dios.

Esta descripción, además de un ejercicio de imaginación prodigiosa, nos da cuenta de la conciencia de que tenían en aquella época sobre la complejidad del universo y del mundo espiritual. A finales del s. II d.C., San Ireneo de Lyon en un libro llamado Demostración de la Predicación Apostólica (conservado sólo en traducción al armenio) nos habla de las siete capas de la interioridad humana.

Esta idea de los siete niveles en el mundo interior es un tema retomado una y otra vez en la espiritualidad cristiana: Santa Teresa habla de las siete moradas en su Castillo Interior, y, -en el s. XX-, Thomas Merton escribe “La Montaña de los Siete Círculos”.

Lo de menos es el número (Siete en el lenguaje bíblico transmite más un sentido de plenitud que su valor cuantitativo) Estos maestros de la vida interior nos hablan de la complejidad de los deseos y también de la necesidad de prioridades
Nuestros deseos nos pueden zarandear hasta la locura, o nos pueden conducir a la fuente

“De noche iremos, de noche, / sin luna iremos sin luna,
que para encontrar la fuente / sólo la sed nos alumbra” (Luis Rosales)

El tema escogido por Acoger y Compartir para este año “Hacia las fuentes de la vida interior”, nos habla de este viaje. Y el primer paso de cualquier viaje es romper con la inmovilidad. El inmovilismo espiritual viene en dos especies distintas
La primera es la falta de trascendencia. Vivir a merced de nuestros deseos más superficiales, agitado como un barco sobre un mar tempestuoso, o en la calma más o menos resignada en las “pequeñas satisfacciones de esta vida”.

La otra es la religión sin espiritualidad, es decir, la religión que ofrece todas las respuestas y nos dice que no hay nada que buscar. Que reduce la vida interior a un cumplimiento de normas y a la aceptación pasiva de ciertas creencias.
El viaje hacia las fuentes de la vida interior se inicia cuando rompemos la cáscara de esta superficie. El monje tibetano Chögyam Trungpa lo describe así

"Si nos fijamos en nuestro miedo, si miramos bajo su superficie, la primera cosa que descubrimos es tristeza, debajo de la ansiedad. La ansiedad está agitándose y vibrando todo el tiempo. Cuando nos ralentizamos, cuando nos relajamos con nuestro miedo, nos encontramos con la tristeza, que es calma y suavidad. La tristeza te golpea en el corazón y tu cuerpo produce una lágrima".

En la tradición bíblica, la alabanza nos introduce en el mundo interior partiendo de la realidad en la que estamos inmersos. La gratitud brota del reconocimiento de que los dones existen porque hay un dador. La alabanza pone música a este reconocimiento, como sucede en muchos salmos. Esta música nos transporta desde la superficie a la interioridad, e incluso, nos hace intuir el final del viaje.

El viaje a través de los distintos niveles de la vida interior, nos hace atravesar, como a Henoc, cielos habitados por ángeles y demonios, allí nos podemos encontrar con nuestros aburrimientos, nuestro cansancio, los complejos, ... San Juan de la Cruz hablaba de las noches oscuras del alma, esas zonas de aridez por la que se atraviesa en el itinerario interior.

Pero si estamos de viaje es para llegar, buscamos para encontrar. Y como en el viaje de Henoc, Dios es quien mora en el abismo sin fin del alma humana. Allí nos descubrimos deseados por Dios, era Él quien nos buscaba desde el principio. Es la contemplación:

“[La contemplación] es una comprensión profunda del hecho de que, en nosotros, la vida y el ser proceden de una Fuente invisible, trascendente e infinitamente abundante. La contemplación es, por encima de todo, la conciencia de la realidad de esa Fuente. [...] es ser tocado por Aquel que no tiene manos, pero es Realidad pura y fuente de todo lo que es real” (Thomas Merton)

Es el Espíritu en nuestros corazones, que grita: ¡Abba! ¡Padre! (Cf. Gal 4,6)

Equipaje para un viaje

No hay un mapa para este viaje hacia las fuentes de la vida interior. Pero podemos recomendar algunas cosas que llevar en la maleta

Honradez

Empieza por no pretender ser lo que no somos. Lo honesto es vivir siendo uno mismo, y no seducido por los títulos y los “pedigrees”, por las máscaras destinadas a protegernos de la verdad acerca de nosotros mismos, a apartarnos de nuestros orígenes, a salvarnos de las consecuencias de nuestra humanidad.

Consiste en el cumplimiento de los mandamientos más simples: “no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio” (Cf. Mc 10,19), pero sobre todo de no estafar, de no engañar a nadie, ser capaz de reconocer la propia verdad, incluido el error y la humildad de pedir perdón.

Simplicidad

El viaje hacia las fuentes requiere ir ligero de equipaje: “simplicidad para vivir intensamente, al instante: hallarás en ello el sabor de la vida, tan ligado al gusto del Dios vivo” (Roger de Taizé)

La simplicidad es una virtud que se presta mucho a una fantasía bucólica y algo “camp”. Como si estuviera a nuestro alcance vivir frugalmente en el desierto apartado de las complicaciones de nuestro mundo tecnológico, algo tan inasequible para la mayoría de nosotros como las cumbres del Himalaya.

Abrir la puerta del coche, enviar por correo una carta o prepararse el desayuno son hoy procesos altamente complejos que requieren la puesta en marcha de dispositivos muchos de los cuales han sido producidos al otro lado del planeta, utilizando tecnologías cuya comprensión está sólo al alcance de los expertos ¿es posible la sencillez en un mundo globalizado?

En nuestras vidas, los horarios se cruzan, los viajes y las comunicaciones nos ponen en contacto con personas de las antípodas, las relaciones, los estímulos, las cosas se amontonan en una complejidad creciente ¿es posible la sencillez en vidas tan complejas como las nuestras?

Hay ya una Asociación para recuperarse de un desorden llamado Cluttering Behavior (Comportamiento Abarrotador), personas que no pueden dejar de acumular cosas en sus casas, oficinas, vidas, ... el abarrotamiento es tal que llegan a un punto en que no pueden seguir trabajando ni viviendo.

Necesitamos aprender a renunciar para mantenernos en la salud mental

Es verdad que la sobrecarga de cosas, de horarios nos aparta de las relaciones humanas y de lo que da sentido a la vida, pero lo esencial de la sencillez no es tener más o menos cosas, es una actitud.

El desprendimiento -distacco, en el lenguaje de S. Alfonso- es la actitud que conduce a la sencillez, la falta de apego a las cosas y a todo aquello que nos distrae del presente.

Desprendimiento y compartir se reclaman el uno al otro “Lejos de acumular, simplifica continuamente tu manera de vivir. Comparte”, “El compartir hace de tu hogar un lugar de paz, un lugar de bondad” (Roger de Taizé)

Oración

Tan simple como fuerte es ponerse a orar. No se trata de hablar sobre ello, sino de hacerlo, de dedicar un tiempo. Tiempo ante Dios.

No es necesario que sea un tiempo de profunda concentración, o de sentimientos encendidos

“[El tiempo que dedico a la oración] no es un tiempo en el que experimento una cercanía especial a Dios; ni es un periodo de seria atención a los misterios divinos. ¡Ojalá lo fuera! Por el contrario, está lleno de distracciones, inquietud interior, sueño, confusión, y aburrimiento. Rara vez, si es que alguna, gratifica mis sentidos. Pero el simple hecho de estar una hora en la presencia del Señor y de mostrarle todo lo que siento, pienso, percibo y experimento, sin tratar de esconder nada, debe agradarle. De algún modo, en algún lugar, sé que me ama, incluso cuando no siento ese amor como siento un abrazo humano, incluso cuando no oigo su voz como una voz humana” (Henri Nouwen).

Prácticamente todos los autores espirituales, en casi todas las tradiciones religiosas de la tierra, señalan la oración como esencial en el caminar de la vida interior

Inteligencia Emocional

Se trata de la capacidad de “permanecer sereno en medio de un impulso irreflexivo que raya en lo caótico” (J. Chittister).

El desarrollo de los media nos ha sumergido en una cultura en el que el bombardeo de impulsos y provocaciones a nuestros sentidos es constante. Pero quizás más grave es la ingenuidad con que trata el deseo, la inconsciencia ante su poder. Ciertos deseos pueden ser más fuertes que nosotros, y como un caballo desbocado arrojarnos al vacío.

Se habla hoy tanto de inteligencia emocional quizás porque nos sentimos más carentes. Pero hablar aquí de inteligencia puede llevar a equívoco, pues ante lo emocional no funciona el tipo de control instrumental propio de nuestra racionalidad. Se trata más de finura y paciencia, de sensatez.

Cualquier aprendizaje de inteligencia emocional pasa por el aprecio del pudor. El pudor consiste en tratar con respeto y cuidado esa energía sagrada que es el deseo

Compasión

La vida interior, si es auténtica, no es huida del mundo. Vida interior y solidaridades humanas nacen la una de la otra.

“Bienaventurados los misericordiosos porque alcanzarán misericordia” (Mt 5,7)

La misericordia es la capacidad de sentir con el otro, de trascender mi subjetividad abriéndome a otras subjetividades. Quien es capaz de sentir el dolor del otro, se encontrará con Dios en el corazón de su propio dolor, la soledad aparecerá entonces habitada por una presencia inesperada “florecerán tus desiertos”.

Algunos libros

· JOAN CHITTISTER, Odres nuevos, Sal Terrae, Santander 2003
· THOMAS MERTON, Nuevas Semillas de Contemplación, Sal Terrae, Santander 2003
· JOSÉ MIGUEL DE HARO, En el deseo y la sed de Dios, PPC, Madrid 2003
· CHÖGYAM TRUNGPA, Shambhala : la senda sagrada del guerrero, RBA, Barcelona 2002
· AA. VV., Apócrifos del Antiguo Testamento, tomo IV (Ciclo de Henoc), Cristiandad, Madrid 1984
· SAN IRENEO DE LYON, Demostración de la predicación apostólica, Ciudad Nueva, Madrid 1992

Preguntas

· ¿Qué es lo que te lleva a romper la superficialidad? ¿Qué provoca en ti el inicio de un viaje hacia las fuentes de la vida interior?

· ¿Cómo puedes simplificar tu vida?, ¿cómo poner en ella esa belleza sencilla que invita al compartir?

· ¿Cómo crees que puedes tener durante este curso una vida de oración?

· ¿Qué es lo que el Espíritu dice en tus profundidades?, ¿cuáles son tus deseos más profundos?

· ¿Qué sacudidas en la vida te han llevado a pensar que necesitas una mayor inteligencia de tu vida emocional?

· ¿Cómo crees que las iniciativas de solidaridad de Acoger y Compartir inciden en tu vida espiritual y en la de otras personas que participan en la plataforma?