Acoger y Compartir | La vida y el cosmos |
Desde
pequeños nos vamos haciendo preguntas sobre todo lo que nos rodea.
El porqué de las cosas (¡qué época tan estupenda
para los padres cuando los niños empiezan con sus “por qué”!).
Así, poco a poco nos vamos construyendo una imagen de nuestro mundo,
tenemos un pequeño mapa de lo cotidiano, de lo más cercano.
Después uno crece y en el colegio te lo van dando todo explicado,
ya no tienes que pararte a preguntar, vas perdiendo esa curiosidad (por
no decir que nos la van matando). Llega una edad en que lo que nos van enseñando
lo vamos asumiendo sin preguntárnoslo por venir de quien viene y
nos fiamos. También desde pequeños vamos aprendiendo a rezar, a tener a Dios presente en nuestra vida, nos hablan de la Biblia, ese libro tan importante como grande y poco atractivo para niños. Nos cuentan cómo todos descendemos de Adán y Eva, cómo todo lo que vemos lo creó Dios en 6 días y al 7º descansó, y muchas cosas más. Y así, poco a poco, vamos haciéndonos nuestra imagen del mundo. Y luego llega un día en el que empezamos a oír cosas que no nos cuadran con esa imagen. Nos hablan de fósiles de homínidos, de la edad de la Tierra y de la edad del Universo… Y ante eso caben dos actitudes. O nos quedamos con nuestra imagen infantil del mundo para que no se tambalee aquello en lo que creemos, lo cual es muy cómodo pero peligroso, o nos dejamos zarandear y nos paramos a ver qué falla. A separar lo real de lo falso, y a buscar cómo afianzar nuestra fe quitándole todo aquello superfluo e innecesario que se le había ido quedando pegando. Queramos o no, la ciencia va a seguir su curso y seguirá estando
presente en nuestras vidas. No podemos vivir de espaldas a ella. Por eso
lo responsable es estar al día dentro de nuestras posibilidades.
Conocer qué sabe la ciencia del Universo y de la vida. Lejos de
ser un riesgo es algo maravilloso. Dios nos ha hecho seres racionales,
y hacer uso de la razón no puede ir en contra de lo que El quiere.
Todo lo contrario. Y si recordamos lo que Jesús nos dijo, “Conoceréis
la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8,32), no podemos
tener ninguna duda de que conocer lo que la Ciencia nos ha desvelado de
la Creación nos acerca a Dios. No se trata de dar una clase de ciencia. Yo me conformaría con que entendieseis cómo funciona la ciencia, y con que os hicierais una idea de cómo es el mundo en el que vivimos. Si conseguimos que os pique el gusanillo, entonces seguro que sereis capaces de por vuestra cuenta ir buscando información y siguiendo la pista a todo lo que los medios de comunicación vayan contando en los próximos años, que promete ser mucho y muy interesante. Nos ha tocado vivir una época apasionante. Si conseguimos que esta charla sirva para establecer un marco para que sepamos de qué hablamos cuando hablamos de ciencia, me daría por más que satisfecho. La parte que yo os quiero contar es la de la física. Desde las partículas a los cúmulos de galaxias. ¡Casi nada! Nuestro mundo tiene dos fronteras que van retrocediendo a medida que
nos acercamos a ellas. Podemos mirar en dos direcciones, hacia dentro
de nosotros o hacia fuera. Aquí me gustaría detenerme ante dos hechos que me fascinan. Los átomos que forman nuestro cuerpo están vacíos. Entre los electrones y el núcleo hay una distancia enorme (en proporción con sus tamaños). Dicho de otra forma, si pudiéramos quitar todo el espacio vacío, nos podríamos comprimir y cabríamos en un dedal (?). Pero más me fascina que hayamos podido conocer cómo es
el Universo e imaginar su posible origen, porque vivimos atrapados en
el espacio y en el tiempo. Para entender cómo fue posible medir la distancia de los astros más cercanos podemos hacer un experimento poniendo un dedo delante de nuestros ojos y probando a cerrar uno y después probar con el otro. Vemos como el dedo parece moverse respecto al fondo. Midiendo ángulos es posible saber distancias. Y al medir distancias en el Universo se vio que los Km no sirven, hay que utilizar otras unidades. Se utiliza el año luz (en un segundo la luz recorre 300.000 Km). El Sol está a 8 minutos luz. Y la siguiente estrella más cercana a 4,3 años luz. Y esto me lleva a otra de las cosas que más me fascinan del Universo. A medida que miramos más lejos miramos atrás en el tiempo. Igual que un arqueólogo o paleontólogo se remonta atrás en el tiempo a medida que va excavando a más profundidad. La diferencia es que en el cielo no vemos fósiles, vemos las estrellas tal como eran cuando salió la luz de ellas. Para entenderlo mejor, si una carta tardara en llegarnos desde Níger un año, cuando la leyéramos sabríamos cómo estaban allí hace un año, pero no sabemos cómo están ahora. La carta que cuenta cómo están ahora acaba de salir de allí y la recibiremos dentro de un año. Igual sucede con las estrellas. Como ejemplo podemos pensar en Sirio, que está a 9 años luz. Al observarla la estamos viendo cómo era hace 9 años. Conforme los instrumentos de observación vayan mejorando, podremos ir alcanzando a ver cómo era el Universo en sus comienzos. En la actualidad la física ha sido capaz de explicar qué paso hasta 10-43 s (cero coma 42 ceros y un uno). Más allá de eso no puede ver con los medios actuales. Para nosotros esa fracción de tiempo es insignificante. Para la física es un verdadero quebradero de cabeza. En la actualidad se está construyendo un acelerador de partículas que podrá ayudar a que la ciencia se acerque a ese momento en que ocurrió el Big Bang, pero una vez que corra ese velo encontrará otro, y así sucesivamente. Pero eso no desanima a los que dedican su vida a ello. Es un verdadero reto y dejarán un legado muy importante a los que vengan detrás. Y como este año estamos celebrando la publicación de la teoría de la relatividad no estaría mal que recordemos que gracias a Einstein fue posible entender cómo funciona el Sol y todas las estrellas: en su interior el hidrógeno se fusiona produciendo helio y liberando la energía que llega hasta nosotros en forma de luz. Cada día el Sol consume unos 700.000.000.000 toneladas de su hidrógeno. Ha sido posible estimar que el Sol tiene la friolera de 4.500 millones de años, y que está en la mitad de su vida. Eso quiere decir que nuestro planeta tiene fecha de caducidad. Llegará un día en que el Sol empezará a morir, aumentará su tamaño, crecerá hasta dejar a la Tierra dentro de él, y cualquier resto de vida desaparecerá. Siento ser tan agorero. A mi me resultó muy desagradable saber que el Sol no va a durar siempre, pero luego hice cuentas y pensé que no era para tanto. Ni mis nietos (si es que los tengo), ni los nietos de los nietos de mis nietos verán eso. Estamos hablando de miles de millones de años. No es que me de igual dejar el problema a otros… es que no sé si para entonces habrá alguien sobre la Tierra. También la ciencia nos ha enseñado que el Universo se mueve, se expande. Descubrir eso y medir esa velocidad ha sido clave para plantear la existencia de un comienzo. Si todo se mueve y se separa, podemos retroceder atrás en el tiempo y suponer que todo comenzó en un punto y en un momento dado. Esta teoría, que no fue tomada en serio cuando se formuló y que contó con la oposición de científicos tan importantes como Einstein, ha acabado por imponerse. Fue formulada por el jesuita L’Amaitre y su nombre Big Bang fue puesto por sus detractores. Se podría traducir como “el gran pun”, al final el nombre se ha impuesto. La teoría fue aceptada finalmente cuando los astrónomos Penzias y Wilson descubrieron por casualidad un ruido de fondo que procedía de todos los rincones del Universo (la radiación de fondo) y que no era otra cosa que el resto de esa gran explosión. Por ese descubrimiento recibieron el Nobel. Hoy sabemos que nuestro Universo comenzó a existir hace unos 15.000 millones de años. Mientras no aparezca otra teoría o alguna comprobación experimental que contradiga lo anterior, podemos dar por buena esa edad. La ciencia es un edificio en permanente construcción. Cada descubrimiento se basa en los anteriores, y cada teoría aprovecha teorías anteriores. Si en un momento dado se descubre un error, no hay problema en demoler las últimas plantas construidas y en volver a construir otras nuevas. Y si es necesario, se derriba todo el edificio y se hace uno desde cero. Todo esto era para contar que también estamos atrapados en el tiempo. Me explico. Si comparamos la edad de la Tierra con un año (podemos coger un calendario) las primeras formas de vida aparecieron en abril(?), los dinosaurios el 24 de diciembre, y nuestra especie habría aparecido en el último segundo del 31 de diciembre. Con la ayuda de dos calendarios más tendríamos la edad del Universo: tres años. Habiendo llegado en el último segundo hemos sido capaces de imaginar qué ha pasado en los tres años viendo sólo una foto del último instante. No está nada mal. Hace mucho que dejamos de ser el centro del Universo: ¿Por qué el Universo es tan grande y tan inaccesible para nosotros?¿Qué sentido tiene?¿Hay vida en algún otro lugar? (Entiéndase por vida bacterias, plantas, animales… nada de hombrecitos verdes). Los átomos de calcio que forman nuestros huesos, el hierro que circula por nuestras venas, el carbono de nuestro cerebro, fueron fabricados en estrellas gigantes rojas a una distancia de miles de años luz en el espacio y hace miles de millones de años en el tiempo. Es más fácil explicar así la evolución del Universo. Inicialmente los electrones, protones y neutrones formaban átomos de Hidrógeno. Y poco a poco el Universo ha ido “cocinando” todo el material necesario para que existiera nuestro planeta y la vida. Para mi eso es más hermoso que el ingenuo relato del génesis, sin menospreciarlo pues tiene su valor, pero hay que interpretarlo correctamente. No se trata de negar la necesidad de la intervención de Dios en la creación. Pero me gusta más pensar en un Dios legislador o, mejor, un Dios matemático en lugar de un Dios relojero. Prefiero imaginarme a Dios estableciendo unos principios que rigen el mundo, las leyes, las condiciones iniciales que han hecho que el Universo y la vida lleguen a ser lo que hoy son. Y llegados a este punto ¿qué hacemos con el relato del Génesis? A la Biblia tenemos que acercarnos sabiendo que es un libro escrito en una época concreta, por unas personas concretas y con una forma de ver el mundo concreta. No podemos leerlo literalmente. Si no, nos puede pasar como al Arzobispo de Usher, que con la ayuda de la Biblia calculó que el sexto día del Génesis se situaba en el año 4004 a.C. a las nueve de la mañana. ¡Menudo disparate perder el tiempo en esos cálculos! Todavía a principios del siglo XX, algunos decretos de la Comisión bíblica recomendaban una lectura muy literal de los primeros capítulos del Génesis. Podemos poner dos ejemplos de lo que puede ocurrir si interpretamos literalmente la Biblia: A todos el sentido común nos dice que la Tierra no se mueve y que es el Sol el que sube y baja por el cielo, Galileo fue capaz de entender lo que realmente sucedía: es la Tierra la que se mueve. El buscó la verdad, y eso le costó muchos quebraderos de cabeza. Y todo porque alguien se empeñó en interpretar literalmente el texto de Josué: Entonces habló Josué a Yahvé, el día que
Yahvé entregó al amorreo en manos de los israelitas, a los
ojos de Israel y dijo: "Detente, sol, en Gabaón, y tú,
luna, en el valle de Ayalón." Y el sol se detuvo y la luna
se paró hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos. Interpretando literalmente la Biblia no llegaremos muy lejos. Podemos citar un ejemplo más, tomado del libro del génesis. Para nosotros un día es algo muy sencillo: el tiempo que tarda la Tierra en girar sobre sí misma. Y la forma de medirlo es utilizando el Sol o alguna estrella. Resulta curioso ver cómo el relato del Génesis habla de primer día, segundo día... y Dios no crea ni al Sol ni a las estrellas hasta el cuarto día: Dijo Dios: "Haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de la noche, y valgan de señales para solemnidades, días y años; y valgan de luceros en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra." Y así fue. Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche, y las estrellas; y púsolos Dios en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra, y para dominar en el día y en la noche, y para apartar la luz de la oscuridad; y vio Dios que estaba bien. Y atardeció y amaneció: día cuarto. (Gn. 1 14-19) Hacia finales del siglo XVI el cardenal Baronius precisaba que la Biblia no nos dice cómo va el cielo, sino cómo se va al cielo; no de qué está hecha la Tierra, sino cómo vivir en ella; no de dónde viene el hombre, sino más bien adónde va. Creo que aquí tenemos la clave. Lástima que habiéndola tenido ya en el siglo XVI no se haya sabido aprovechar. Me gustaría terminar recomendando que no perdamos nunca esa curiosidad que a los niños les hace preguntar el por qué de las cosas y curiosearlo todo. Y que tampoco desaprovechemos esa capacidad para razonar que tan lejos ha permitido llegar a la humanidad. Aplicando la razón a conocer el mundo y a entender la Biblia seremos capaces de vivir en un Universo en el que, si bien no somos el centro, somos los únicos (que sepamos) capaces de comprenderlo y de maravillarnos con su contemplación. En el Powerpoint que pondremos esta tarde podreis contemplar muchas |
Copyleft. Acoger y Compartir. 16 Enero, 2006 |