Acoger y Compartir Una fe que alienta a saltar muros,
una meditación de Adviento
 

Una fe que alienta a saltar muros,
una meditación de Adviento

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I. ¿QUÉ ES LA FE?

Dice el Concilio Vaticano II de la fe: “Cuando Dios revela hay que prestarle ‘la obediencia de la fe’, por la que el hombre se entrega libre y totalmente a Dios” (Constitución Dei Verbum, 5). Fe y revelación forman un binomio inseparable: Dios revela y el hombre acoge esta revelación en fe.

Todo dependerá, pues, de qué entendamos por revelación. A un cierto modelo de revelación, corresponderá un cierto modelo de fe.

El Concilio Vaticano I (1869-1870) fue el primer concilio que habló explícitamente de la Revelación como tal. Para este concilio, revelación designa al conjunto de misterios contenidos en la Palabra de Dios y en la Tradición y propuestos por el Magisterio de la Iglesia Católica. Identifica la revelación con doctrinas y normas morales que el creyente debe acatar. El ejercicio de esta obediencia es la fe.

El Concilio Vaticano II (1961-1965) dedica uno de sus cuatro grandes documentos a la Revelación: la Constitución Dogmática Dei Verbum. Este texto cambia radicalmente el concepto de revelación que había caracterizado el Vaticano I.

El Vaticano II entiende la revelación como la automanifestación de Dios en la historia cuya cima es Jesucristo (DV 5-6). Dios no revela doctrinas o normas, se revela a sí mismo.

Revelación quiere decir etimológicamente “levantar el velo”, la imagen presupone un Dios escondido que, sin embargo, descorre el velo que lo esconde, manifestándose a sí mismo. Y esto a través de una historia de salvación.

La historia de salvación narrada en la Sagrada Escritura es el canon, el modelo en el que todos podemos mirar y aprender cómo una historia de salvación acontece también en cada una de nuestras vidas. En el culmen de esta historia descubrimos a Dios mismo en el rostro humano de Jesús

Entendida así la revelación, la fe es la confianza que marca una relación personal entre Dios y yo. Por la fe, y en palabras de la Dei Verbum “nos entregamos total y libremente a Dios” (se totum libere Deo committit).

¿No es este el deseo que mora en lo más íntimo del corazón humano? “abandonarse sin reserva a otro para siempre porque se le da credibilidad, porque se confía en él cuando dice amar con un amor inalterable” (Hno. Françoise de Taizé).

II. EL ANTIGUO TESTAMENTO: LA FE COMO FIDELIDAD DE DIOS EN LA HISTORIA

Como sucede con sus mejores intuiciones, el Concilio Vaticano II bebe directamente de la Biblia cuando propone su “nueva” forma de entender la revelación y la fe.

“Fe” es una palabra propia de la Biblia. Fuera de las religiones abrahámicas (las que reclaman como padre en la fe a Abrahán: Judaísmo, Cristianismo e Islam), la categoría fe o no existe o es una cuestión muy secundaria.

En la Biblia Hebrea, las palabras fe y creer se derivan del verbo ??? (’Aman), que quiere decir, “sostener, apoyar, llevar” y de ahí “estar firme, seguro”. ’Aman indica el gesto de apoyar algo en lugar firme y seguro (cfr. Is 22,23).

En varios lugares, este verbo se usa para indicar el gesto de una madre de sostener a un hijo en brazos: “tus hijas serán llevadas en brazos” (Is 60,4), o en el seno (Nm 11,12). De Noemí se dice que fue la sostenedora (nodriza) de su nieto (Rut 4,16).

La expresión litúrgica “Amén” viene, por supuesto, de esta raíz, y expresa que la asamblea orante encuentra apoyo en Dios.

El creyente por excelencia en la Biblia Hebrea es Abrahán. “Y Abram creyó en YHWH, y Él se lo reconoció por justicia” (Gn 15,6). Abrahán y Sara son nuestros padres en la fe, porque apoyados en la Palabra de Dios, salieron de su tierra y se adentraron en lo desconocido, se convirtieron en emigrantes. En el inicio de este camino, el Invisible le dice: “cuenta las estrellas del cielo”, le conducirá a donde no puede ni imaginar.
Un cristiano de final del siglo I, escribió este homenaje a Abrahán en la Carta a los Hebreos

“Por la fe Abraham, al ser llamado, obedeció, saliendo para un lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber adónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra de la promesa como en tierra extraña, viviendo en tiendas como Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa” (11,8-9)

Abrahán nos enseña que la fe es un bastón, un instrumento para caminar, no una seguridad que nos deja donde estamos

III. EL NUEVO TESTAMENTO: EL DINAMISMO DEL ESPÍRITU

La gran novedad del NT es que Dios se revela en el rostro humano de Jesús: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9).

Creer que Dios ha descendido a nuestro encuentro en la humanidad del Niño de Belén no es un logro de nuestra voluntad, que consigue someter nuestra inteligencia al consentimiento de lo increíble. Ni menos es el punto de llegada de una reflexión puramente intelectual. Es más bien un descubrimiento, una experiencia del Espíritu.
Pablo escribe: “Ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de dynamis” (1Cor 2,4).

El Espíritu Santo desencadena en nosotros un dinamismo. Es Pablo de nuevo::
“Y porque sois hijos, Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, clamando: ¡Abba! ¡Padre! Por tanto, ya no eres siervo, sino hijo; y si hijo, también heredero por medio de Dios” (Gal 4,6).

“Un atisbo, una mínima consciencia de esta Presencia es indispensable en la vida de todo creyente. Y esta consciencia no puede ser auténtica sino es un don que Dios mismo nos da” (Hermano Françoise de Taizé)

La fe no es un esfuerzo de la voluntad o un acatamiento servil. Es permitir que se desarrolle en nosotros el dinamismo del don de una presencia.

San Pablo sabe que este camino de fe es también un camino de salvación, pues salvación y revelación acontecen en la práctica de forma paralela.

“Dios es la salvación del hombre. El hombre es salvo cuando se encuentra así mismo afirmado absolutamente como ser personal y libre, naciendo del amor y destinado al amor” (Olegario González de Cardenal)

IV. FE Y DUDAS

Pero ¿cómo vivir de fe en estos tiempos inciertos en lo que la duda parece haberse instalado en los cimientos de nuestra civilización?

Y no es una frase grandilocuente. La Modernidad comenzó el día en que Galileo (1564-1642) decidió dudar de lo que habían dicho los antiguos maestros y parecía dictar el mismo “sentido común”: Que un objeto pesado debe caer más rápidamente que uno ligero.
Armado con dos piedras, una grande y otra más pequeña, Galileo subió a la torre de Pisa y las arrojó al mismo tiempo,... y al mismo tiempo llegaron al suelo. Demostrado: La velocidad de caída de los objetos no depende de su peso. Siglos de tradición (falsa) quedaron pulverizados de dos pedradas.

Décadas más tarde, Descartes (1596-1650) formuló su principio de la duda metódica. Para acceder a la verdad, hay que empezar por dudar de todo, por método. Kant (1724-1804) llamará a los europeos a “despertar del sueño dogmático”.

A esta capacidad de cuestionar las verdades establecidazas debemos los europeos los dos grandes logros de la Modernidad: la ciencia y la democracia. Como afirmó el teólogo de Lovaina Adolphe Gesché: “este dubio hace al hombre tanto como el cogito”.

Sólo los tontos y los fanáticos no dudan. La duda, así entendida, no sólo no es enemiga de la fe, sino su aliada, pues la purifica de adherencias que no son fe.

Pero la duda de Galileo y de Descartes, la sospecha justa, no tiene nada que ver con el escepticismo, que es una duda tan indeterminada y general que se elimina a sí misma. La duda justa no conduce hacia sí misma, sino al establecimiento del camino de la verdad. La duda escéptica nos atrae hacia sí y nos atrapa como en arenas movedizas.

Podemos distinguirlas: el escepticismo es una duda morbosa que nos paraliza y nos detiene en un terreno pantanoso. La fe entonces aparece como un punto de apoyo que nos permite recuperar la confianza para seguir caminando.

Pero el escepticismo no lo único que puede paralizarnos. Nos dice Gesché: Hay también “ciertas búsquedas de garantías que paralizan y condenan de antemano toda experiencia”. La fe entonces sale a nuestro encuentro para sacarnos de las prisiones que en las que a menudo nos encierran el deseo de seguridad y la exigencia de garantías: “La fe podría entenderse entonces como una seguridad de naturaleza bien diferente: aquella que abre al descubrimiento (y a su deseo). A un descubrimiento que, de otro modo, no podría llevarse a cabo”.

V. CRISTIANOS CON ESCALERAS

Protestantes y católicos han disputado durante siglos sobre el tema de la fe y las obras. Lutero, un ávido lector de San Pablo, reivindicó la prioridad de la fe: lo primero es la fe, Dios nos salva (nos justifica) no por nuestras obras, sino cuando acogemos en fe su gracia “el hombre es justificado por la fe aparte de las obras de la ley” (Rom 3,28). Frente a Lutero, la Iglesia católica, al igual que hiciera Santiago en el Nuevo Testamento, reclamaba que “la fe por sí misma, si no tiene obras, está muerta” (St 2,17)

En 1999, ambas iglesias firmaron un documento, llamado el Acuerdo de Augsburgo, en la que manifestaban que las dos tenían razón: “la doctrina de la justificación expuesta en la presente declaración demuestra que entre luteranos y católicos hay un consenso respecto a los postulados fundamentales de dicha doctrina”.

“Con mi Dios asaltaré las murallas” (Sl 18,30). El hermano Roger de Taizé, un hombre que reconcilió en su persona la tradición protestante de sus orígenes con la fe católica, muerto este verano de forma violenta, se refería con frecuencia a este versículo de los Salmos. Una marca de la fe verdadera es que nos alienta a saltar muros.

Desde que Abrahán salió de su tierra, los hombres y mujeres de fe se caracterizan por su capacidad de ir más allá, de adentrarse en lo inexplorado. La fe es para ellos un bastón, o mejor una pértiga con la que saltar los muros, una escalera para asaltar las vallas.

El impulso de la fe se apoya en la paz. El Niño al que esperamos en Belén es Dios mismo entre nosotros que viene para asegurarnos su amor por cada ser humano sin excepción. Dice San Alfonso: “Dios se hizo pequeño para que le amásemos con un amor de ternura”.
Por eso, no actuamos para ganarnos el cielo, o el amor de Dios ¡si ya lo tenemos! Sino desde la abundancia del corazón y la paz interior. Purificar nuestros miedos, incluida la mala conciencia, es también una tarea de la fe.

La fe es un dinamismo que nos deja nunca donde estábamos, nos transforma, nos empuja, nos incita siempre a empezar de nuevo. Apoyados en la fe, podemos ir adonde dejados a nosotros mismo no iríamos nunca.

• Saltar los muros que dividen a la familia humana. Apoyar a aquellos que trabajan en otros continentes por la promoción de la dignidad humana.

• Saltar los muros del anonimato, la pereza y la timidez para ir a aliviar la soledad de los que se sienten abandonados.

• Saltar los muros interiores de la desesperanza. Acallar las voces que nos repiten que no podemos cambiar, que no hay nada que hacer... (*)

El autor de la carta a los Hebreos, en una fina intuición, empareja fe y la paciencia (6,12). En una imagen una tanto paradójica habla de la vida creyente como “una carrera que hay que correr con paciencia” (12,1)

En este momento de la Historia esta paciencia es necesaria para permanecer en la Iglesia. Todos sabemos que hoy estar activamente en la Iglesia no prestigia socialmente en casi ningún ámbito. Mantener la esperanza encendida dentro de la Iglesia es difícil. ¿Cómo permancecer creativamente, críticamente, pero sin la crítica nos haga perder la alegría?

Orar es como la respiración del creyente. Una oración perseverante nos sostiene en la fe.

Espíritu Santo, Espíritu consolador,
mantenernos en tu presencia en un silencio apacible, es ya orar.
Tú comprendes todo de nosotros,
y a veces, un simple suspiro puede ser oración.
(Hno. Roger de Taizé)

ALGUNAS PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN

  • (*) ¿Qué otros muros puedes enumerar? ¿Qué vallas estás llamado a asaltar?
  • Al preparar la navidad, –desde la paz, la libertad y la alegría, no desde la mala conciencia?, ¿qué gestos encontrar para expresar que estamos celebrando un Dios que se ha hecho pequeño para poder estar con los humanos sin intimidarnos?
  • ¿Con qué iniciativas podemos animar nuestra Iglesia, para que pueda manifestar mejor lo que ella es: espacio de acogida y compartir, Misterio de comunión con el Invisible?


 
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16 Enero, 2006
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