Acoger y Compartir | Asamblea ecuménica de Sibiu |
Mensaje del Papa a los participantes en la Tercera Asamblea Ecuménica Europea SIBIU (RUMANIA), DEL 4 al 9 de SeptiembreTema: “LA LUZ DE CRISTO RESPLANDECE SOBRE TODOS LOS HOMBRES. LA ESPERANZA DE LA RENOVACIÓN Y DE LA UNIDAD EN EUROPA”.
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Con alegría dirijo mi saludo a todos los delegados y participantes en la Tercera Asamblea Ecuménica Europea en Sibiu, que reflexiona sobre un importante tema para la nueva evangelización de Europa, «La luz de Cristo resplandece sobre todos los hombres. La esperanza de la renovación y de la unidad en Europa» y que se plantea la tarea de «reconocer una nueva luz en Cristo crucificado y resucitado par favorecer el camino de la reconciliación entre los cristianos en Europa». Os saludo a cada uno de vosotros y por vuestra mediación al Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa y a la Conferencia de las Iglesias de Europa. Dirijo mi mirada a este importante encuentro con la profunda esperanza de que ayude a avanzar en el camino ecuménico hacia la recomposición de la unidad plena y visible de todos los cristianos. Ésta, de hecho, es una prioridad pastoral que he querido subrayar desde el inicio de mi pontificado. El compromiso en la búsqueda de la unidad visible de todos los cristianos es esencial para que la luz de Cristo pueda resplandecer sobre todos los hombres. Con el Concilio Vaticano II, como observó mi venerador predecesor, el Papa Juan Pablo II, «la Iglesia católica se ha comprometido de modo irreversible a recorrer el camino de la acción ecuménica, poniéndose a la escucha del Espíritu del Señor, que enseña a leer atentamente los signos de los tiempos» (Ut unum sint, 3). «Creer en Cristo significa querer la unidad; querer la unidad significa querer la Iglesia» (ibídem, 9). Consciente de esto, la Iglesia católica continuará con confianza por el camino de la comunión y de la unidad de los cristianos, un camino seguramente difícil, pero abre camino a una gran alegría (Cf. ibídem, 2). ¡Cuántos «signos de los tiempos» nos han apoyado y alentado a continuar por este camino, a través de las décadas y durante las precedentes Asambleas Ecuménicas Europeas de Basilea (1989) y de Graz (1997), hasta la firma de la Carta Ecuménica en Estrasburgo, en 2001! Los numerosos encuentros y celebraciones ecuménicas, junto al trabajo paciente del diálogo teológico a nivel local e internacional nos han ofrecido también signos alentadores y nos han hecho «tomar una conciencia más viva de la Iglesia como misterio de unidad» (Novo millennio ineunte, 48). El verdadero diálogo se entreteje allí donde no hay sólo palabras sino también escucha, y donde en la escucha tiene lugar el encuentro, la relación y en la relación la comprensión intensa como profundización y transformación de nuestro ser cristiano. El diálogo, por tanto, no sólo afecta al campo del saber y a aquello de lo que somos capaces de hacer. Más bien hace hablar al creyente, es más, al mismo Señor en medio de nosotros. Hay dos elementos que deben orientarnos en nuestro compromiso: el diálogo de la verdad y el encuentro en el signo de la fraternidad. Ambos tienen necesidad del ecumenismo espiritual como fundamento. Ya el Concilio Vaticano II había constatado: «Esta conversión del corazón y santidad de vida, juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico» ( Unitatis redintegratio, 8). La oración por la unidad representa el camino regio hacia el ecumenismo. Permite a los cristianos de Europa mirar con nuevos ojos a Cristo y a la unidad de su Iglesia. Además, permite afrontar con valentía tanto los recuerdos dolorosos que no faltan en la historia europea, como los problemas sociales en la era del relativismo hoy ampliamente dominante. En toda época, hombres y mujeres de oración, entre quienes se encuentran los numerosos testigos de la fe de todas las confesiones, han sido los principales constructores de reconciliación y de unidad. Han inspirado a los cristianos divididos a buscar el camino de la reconciliación y de la unidad. Nosotros, los cristianos, tenemos que ser conscientes de la tarea que se nos ha confiado: llevar a Europa y al mundo la voz de quien dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8, 12). Nuestra tarea consiste en hacer resplandecer la luz de Cristo ante los hombres y las mujeres de hoy: no nuestra luz; sino la de Cristo. Pidamos, entonces, a Dios la unidad y la paz para los europeos y mostrémonos disponibles a contribuir en un auténtico progreso de la sociedad en Europa, en oriente y en occidente. Estoy convencido de que el encuentro de Sibiu ofrecerá propuestas preciosas para continuar e intensificar la vocación específica de Europa, propuestas que tienen que ayudar después a construir un futuro mejor para su población. Deseo que la Tercera Asamblea Ecuménica Europea en Sibiu logre crear espacios de encuentro para la unidad en la legítima diversidad. En un ambiente de confianza recíproca y con la conciencia de que nuestras raíces comunes son más profundas que nuestras divisiones, será posible romper una falsa autosuficiencia y superar la lejanía, experimentando espiritualmente el fundamento común de nuestra fe. Europa tiene necesidad de lugares de encuentro y de experiencias de unidad en la fue guiadas por el Espíritu. Invoco a Dios para que haga de vuestra asamblea un lugar así a través de su Espíritu. ¡Que la luz de Cristo ilumine el camino del continente europeo! Que el Señor bendiga a vuestras familias, a vuestras comunidades, a las Iglesias y a todos los que, en toda región de Europa, se profesan discípulos de Cristo. Castel Gandolfo, 20 de agosto de 2007 |
Copyleft. Acoger y Compartir. 6 Septiembre, 2007 |