Felicitación de Ernesto A. Holgado

Había pensado enviar este año la típica felicitación de Navidad de siempre, con los habituales buenos deseos de Paz, Prosperidad, etc. No es que no desee eso, obviamente, pero tengo la sensación de que precisamente hacer de eso lo “habitual” de estas fechas, convierte a la Navidad en una celebración exenta de sentido, si no conseguimos yuxtaponer la realidad al mensaje del Evangelio de Jesucristo y darnos cuenta de que Su nacimiento, en estos días, es, este año más que ningún otro, un aldabonazo a las consciencias dormidas, relativistas, laicistas, sincretistas, consumistas… que convergen más que nunca ahora en estas mal llamadas “fiestas”.

 

La Navidad no es exactamente una “fiesta”, sino una celebración. Concelebramos, los cristianos, el Nacimiento de Jesús. Para concelebrar la Navidad no hace falta mentirse, como hacen algunos, maquillando las fechas con solsticios de invierno o duendes de verde que te venden humo. Para concelebrar este nacimiento, desde hace 2007 años, no hacen falta mesas llenas de langostinos y jamón serrano, ni viejos gordos vestidos de colorado, no hacen falta luces en las calles más comerciales de la ciudad, ni tan siquiera hacen falta las muñecas de Famosa. Parte de todo eso está bien, alegra e ilusiona, desde luego, y para los niños convierte estas fechas en unos días especialmente significativos. Pero quedarnos en eso es vaciar de contenido algo bastante más importante, e impedir que sea el corazón el que cambie por obra del mensaje que Jesús vino a traer con su nacimiento.

 

A nuestra sociedad le da miedo enfrentar la realidad. En Occidente nos hemos dejado llevar en los últimos veinte años, aproximadamente tras el final de la Guerra Fría, por un falso período de estabilidad, una falsa realidad donde por el hecho de no mirar a quienes sufren, nos hemos creído que el sufrimiento no existe; una época de falso equilibrio donde pensamos que todo desarrollo es sostenible y ello a costa de tergiversar el sentido de las cosas. Nos engañamos a nosotros mismos poniendo falsos nombres a todas las cosas, desde llamar I.V.E. al aborto y clínica ginecológica al Castillo de Herodes, hasta N.B.Q. a la Apocalipsis; desde igualar proselitismo y evangelización, o creer que toda religión es fundamentalista; desde mezclar libertad con libertinaje, o creer que la mera formulación de un derecho lleva emparejado el derecho a exigir su cumplimiento por cualquier medio. Nos hemos acostumbrado de tal manera a la mentira y a falsear nuestra realidad, que ahora somos incapaces de recuperar el verdadero sentido de las cosas, dígase de la Navidad que convivimos estos días, dígase de los fundamentos generales del sistema en que nos movemos, el cual, exento de tales fundamentos, se vuelve cada día más débil y vulnerable, la sociedad es cada día más endeble y frágil, vive con más miedo y resulta por ello aún más manipulable por quienes ostentan el poder y la gloria de los medios. Para superar el miedo, dicen los psicólogos, no hay mejor medio que aferrar a la persona a cualquier objeto material, como deidad fetiche que alivia los sufrimientos y los temores, aunque no los palíe: compra y respira hondo, es le mensaje de estos días, de esa forma podrás ser feliz porque tener es ser feliz, aferrarse es ser feliz, manejar dinero es ser feliz, comprar es ser feliz, gastar es ser feliz, consumir es ser feliz, y quien no disfruta de estas fechas con cientos de regalos, no es feliz y es posible que descubra, por obra de su infelicidad, que está sólo y rodeado, indefenso, preparado para salir con las manos en alto ante los enemigos de su ajenidad, desnudo ante los demás y sobre todo, ante Dios. Una sociedad así esclava y acongojada es incapaz de vivir el verdadero misterio de la Navidad, se aferra al consumismo, se atraganta de turrón en estos días y no tiene voz para denunciar la barbarie que la mantiene “rodeada y con las manos en alto”. La televisión nos ayuda a pasar el mal trago, por suerte, con mensajes de consumo, relativismo mediático con viejos pascuelos o Papanoeles cursis y ñoños, inventados por la Coca-Cola, convergencia de la Navidad con las uvas del fin de año y políticos de toda índole que, durante un par de semanas, nos dejan tranquilos porque se toman unas vacaciones para disfrutar de sus números de lotería ganados a costa de todos los contribuyentes.

 

    Con semejante perspectiva, es lógico que muchas personas acaben diciendo aquello de qué triste es la Navidad, vaya por Dios: ¿cómo no va a ser triste, si la hemos convertido en un erial donde lo que menos importa es lo principal de estos días, sin embargo, que es Dios renaciendo una vez más en el corazón de cada uno de nosotros? Poquito espacio le hemos dejado al Niño Jesús, todo hay que decirlo, y en la inmensidad infinita de nuestros corazones acongojados, Jesús nace cada año nuevamente en un nuevo y minúsculo pesebre porque, a pesar de que a todos nos ha dado Dios un inmenso corazón, lo hemos llenado con tanto materialismo, con tanto ruido, con tanta vacuidad, con tantas “otras cosas no menos importantes”, que en nuestro corazón casi no queda sitio para un chiquillo tan recién bebé como el Jesús que renace el próximo día de Nochebuena. Y no nos damos cuenta que este recién bebé viene, sin embargo, a liberar, a desamarrarnos de ataduras y esclavitudes, a decir, sencillamente, que vivir es otra cosa, donde poner amor, poner simplemente un poco de coherencia, un poco de equilibrio, superar nuestros miedos, sin necesidades fatuas, falsas, sin gastos desproporcionados y sin langostinos, sencillamente haciendo de la Navidad una verdadera celebración del corazón, no una fiesta vacía.

 

    Tenía pensado felicitaros la Navidad como cualquier otro año. Hasta ayer mismo por la mañana pensaba hacer la habitual felicitación navideña con hojas de tejo y bolitas coloradas, con guirnaldas y con estrellas brillantes. A la mañana me comentaron una escena, al parecer habitual en estos días: dos padres en la tienda de Toys-R-Us pegándose por un juguete, no sé si un muñeco Heman o cualquier otra chuminada, tenían que ser separados por los empleados de seguridad de la tienda, cosa que al parecer iban a llegar a algo más que mayores por conseguir el último ejemplar del muñeco. Me pregunto qué Navidad vamos a celebrar cuando se llega a lo violento de esa forma y se olvida el fondo real de una celebración como ésta.

 

    En fin, os felicito la Navidad, de corazón, pero sobre todo os deseo que podáis llegar a vaciar vuestros corazones de tanto materialismo idiota, de tanto relativismo ambiental, de tanta confusión comercial, tanto todo innecesario, para que el Niño Jesús pueda llegar a renacer en algo más que un pesebre baldío adentro de vuestro corazón.

 

Feliz Navidad y Próspero Año 2007,

 

espiritualmente hablando, claro…

 

    Un fuerte abrazo!

 

    Ernesto A. Holgado Ramos. Abogado.

    Sevilla, diciembre de 2007.-