Pascua 2008: Domingo de Resurrección

DESPLEGARNOS DESDE LA REALIDAD:
Como agua que brota para la vida (Jn 4,14)

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Cristo Resucitado es el Cristo que sale del reino de los muertos, del estado asignado a los muertos. “Yo soy el que vive. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo en mi poder las llaves de la muerte y del abismo” (Ap. 1,18). El Señor pasa de los infiernos al cielo. Eso es resucitar. La resurrección es un acto de Dios que arranca a Cristo de la muerte “total”, no sólo de la muerte biológica. La vida toma su total dimensión. La creación se completa. Es la sobreabundancia de la Redención en la que estamos inmersos.

El profeta Ezequiel escribe: “… Las aguas fluían del lado sur. Cuando el hombre salió hacia el oriente con un cordel en la mano, midió mil codos, y me hizo pasar por las aguas, con el agua hasta los tobillos. Midió otros mil, y me hizo pasar por las aguas, con el agua hasta las rodillas. De nuevo midió otros mil y me hizo pasar por las aguas, con el agua hasta la cintura. Y midió otros mil: y ya era un río que no se podía vadear, porque las aguas habían crecido, aguas que tenían que pasarse a nado, un río que no se podía vadear. Entonces me dijo, ¿Has visto, hijo de hombre? Me llevó y me hizo volver a la orilla del río. Y cuando volví, he aquí, en la orilla del río había muchísimos árboles a uno y otro lado. Y me dijo: Esta agua salen hacia la región oriental y descienden al Arabá; luego siguen hasta el mar y desembocan en el mar; entonces las aguas del mar quedan purificadas. Y sucederá que dondequiera que pase el río, todo ser viviente que en él se mueve, vivirá. Y habrá muchísimos peces, porque esta agua van allá, y las otras son purificadas; así vivirá todo por donde pase el río.” (47,1-9)

La resurrección es un despliegue de vida. Los que resucitan con Cristo llevan, a veces sin saberlo, esa vida en su total dimensión. No es promesa, sino actualidad nueva que se despliega “como agua que brota para la vida” (Jn 4,14). Así es desde los inicios del cristianismo.

El milagro de la resurrección consiste en que un hombre que estaba realmente muerto (en el lugar de la muerte) pueda estar ya en el cielo (en el reino de Dios y de la vida). La resurrección es el triunfo de una víctima contra la muerte, que ha sido vencida en su propio seno.

La muerte, y no simplemente su muerte (la de Jesús), ha sido vencida. La noticia formidable de la resurrección consiste en decir que el hombre ha sido salvado, esto es, que ya no vivirá separado de Dios. Es posible desplegarse como un río que ensancha su caudal y a su paso silencioso lo fecunda  todo. Dios es ahora así y quiere contar con nosotros.

Este deseo del Resurrección está en las mujeres y hombres de nuestro tiempo que buscan una nueva espiritualidad, una realidad nueva que nos dé fuerza interior para afrontar la vida; paz de espíritu y libertad frente a los sentimientos de miedo y angustia. Algo mayor que nosotros mismos que nos dé unidad; una posibilidad de sanación; una posibilidad de entrar en contacto con el misterio que está más allá de lo que podemos ver, oír, oler, gustar, tocar o pensar…

Hay personas que cuando la misteriosa presencia de Dios llena su conciencia en formas imposibles de describir, sus vidas quedan transformadas. Se vuelven felices, alegres, confiados, humildes, amables, libres y seguros. Son la vida de la resurrección actuando en el presente.

Estas mujeres y hombres místicos nos dicen que es posible no seguir por más tiempo en un estado de “desesperación reprimida”. Ahora podemos experimentar la palabra nueva y definitiva del resucitado: “Hay paz para ti, no temas”.

 “Se ha dicho muchas veces que el egoísmo es natural, y en cierto sentido así es. Pero la naturaleza no es estática, sino que evoluciona. El ego ha evolucionado a lo largo de muchos miles de años. Hoy, frente a los que dicen que ha encontrado un punto tan crítico que puede ser destructor, también está la posibilidad de un salto por el que superáramos las limitaciones del ego y desarrolláramos un sentido mayor del yo, más universal y más evolucionado, desarrollando ese gran anhelo que es el deseo natural de unidad, de comunidad y amor”. Es el desplegarnos que brota para la vida.

En esta mañana de resurrección en que somos invitados a desplegarnos desde la realidad como agua que brota para la vida (Jn 4,14), es bueno que tomemos conciencia de que  “en la base del universo hierve la creatividad”… Sabemos que la materia y la energía son “dos formas de una misma cosa: la energía es materia liberada; la materia es energía que espera ser liberada”. Por eso este “desplegarnos desde la realidad” requiere de nosotros una profunda conversión espiritual. Algo parecido a los tres días vividos por el Resucitado.

Cuando no estamos dispuestos a abandonar nuestro ego, estamos muertos; cuando estamos dispuestos a desprendernos de él, empezamos a vivir con abundancia de vida. Fue la experiencia de los apóstoles en Pascua.

El Resucitado nos lleva hasta un mundo sin las distorsiones y engaños del ego: orgullo, envidia, celos, egocentrismo, arrogancia, falta de amor y aislamiento de los otros seres humanos como individuos y como grupos. Hay un individualismo narcisista que es psicológica, social, política, económica, espiritual y ecológicamente destructivo. El despliegue de la vida resucitada lo quiere trascender a través de cada humano.

Todos los textos nos dicen que lo sucedido a Jesús no afecta únicamente a su destino personal, sino que resucitó “para nuestra salvación” (Rom 4,25; 1 Tes 4,14). En Jesús se han realizado las palabras de Isaías: “Se anulará vuestro pacto con la muerte, vuestra alianza con el abismo quedará sin valor” (Is 28,18)

La resurrección de Jesús y la de aquellos a quienes él aporta la salvación coinciden. Jesús no es solo el resucitado, sino también y al mismo tiempo el resucitador. Al fin y al cabo, ¿qué es el ser humano según la fe cristiana? Un ser destinado a compartir plenamente la vida de Dios. 

“No soy un Dios de muertos, sino de vivos (Mt 22,32). El Hijo de ese Dios de vivos es el que viene a realizar esta afirmación: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25). Y desde entonces, todo ser humano es como la zarza ardiendo,  permite a Dios manifestarse