Pascua 2008: Sábado Santo
Encargarse de la realidad con misericordia:
...Si no nacéis del agua y del Espíritu (Jn 3,5)
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En el evangelio según San Marcos, todo comienza con el bautismo. Jesús se acerca a Juan y es bautizado por él. En cuanto sale del agua, “vio rasgarse los cielos y al Espíritu descender sobre él como una paloma. Se oyó entonces una voz desde el cielo: ‘Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco’” (Mc 1,10-11).
Esta es también la palabra de Dios sobre cada bautizado o bautizada y sobre todo ser humano sin excepción: “Tú eres mi hijo amado, Tú eres mi hija amada. En ti encuentro mi delicia”. Cada uno de nosotros somos hijos e hijas preferidos de Dios.
El mismo Bautista deja claro cuál es la diferencia entre su bautismo y el de Jesús: “Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo” (Mc 1,8).
no fue el inventor del bautismo. Distintas formas de bautismo se practicaban entre los judíos en aquella época. Jesús toma este ritual ancestral de purificación, expresión de arrepentimiento, y lo trasforma volcando en ella Espíritu Santo.
El agua simboliza ese elemento primigenio del ser humano y de la naturaleza. “La tierra era una soledad caótica, y las tinieblas cubrían el abismo, y el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1,2).
Esta imagen bíblica de las aguas turbulentas puede leerse como símbolo del caos que hay también en cada ser humano. Cada uno de nosotros tiene sus “zonas erróneas”. En nosotros hay un espacio de opacidad en el que se esconden monstruos.
En el bautismo, el Espíritu desciende y toca el agua. Así, Dios transfigura la naturaleza humana para posibilitar un nuevo nacimiento. Por eso, “el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (Jn 3,5). Orar, aún muy sencillamente, en el día a día, permite al Espíritu adquirir un mayor espacio en nuestra persona.
Encargarse de la realidad con misericordia no es algo que nos salga espontáneamente. Ciertamente, no siempre. El signo de una oración profunda no es “sentirnos a gusto” cuando rezamos, sino esa lenta pero apreciable transformación de nuestro interior y nuestros comportamientos. También una lucidez que nos permite discernir la verdad de las cosas de esas otras voces que minan nuestra alegría y consumen inútilmente nuestras energías: “Cristo Jesús, mi luz interior, no dejes que mis tinieblas tengan voz”
El sábado santo es un tiempo de meseta, un espacio gris entre la extrema pena y la alegría inimaginable: como la vida misma. Por eso tiene sentido hoy plantearnos con todo realismo cómo sostenernos a través del tiempo en una opción por la misericordia.
Al reflexionar sobre nuestras actividades durante el 2007, decíamos: “Con el fin de reconciliar la búsqueda personal y el empeño por reducir el sufrimiento en nuestro mundo, AyC no hace solo propuestas como si fuera una ONG, sino que abre periódicamente espacios de espiritualidad para promocionar los valores que renuevan el sentido de lo que propone”.
Sostenernos en un compromiso por la misericordia supone también “cuidarse”, no de un modo narcisista, sino para poder estar ahí, sirviendo, poniendo al servicio de otros el agua de esa fuente que brota en nosotros.
Para el próximo verano AyC ha planeado diversas actividades. El encuentro fin de curso en Zaragoza, el encuentro intercultural en Israel y Jordania y la peregrinación de confianza a Taizé serán viajes de aprendizaje en lo espiritual y en lo cultural.
Es una búsqueda que compartimos con creyentes y no creyentes. Son multitud los que a través de la tierra buscan un mundo más fraterno. Con ellos compartimos además de nuestro compromiso por un mundo más justo, y también reflexión, lectura, música, cine,… que nos ayudan a sostenernos en una vida fundada en valores.
El agua del bautismo y la sangre de la muerte en cruz marcan respectivamente el comienzo y el final de la vida pública de Jesús. El bautismo lleva a una vida de entrega. “Éste es el que vino mediante agua y sangre, Jesucristo; no sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el Espíritu es el que da testimonio. Porque el Espíritu es la verdad” (1 Jn 5,6).
La comunidad cristiana (la esposa) y el Espíritu llaman a Cristo con una sola voz: “El Espíritu y la esposa dicen, Ven. Y el que oye, diga, Ven. Y el que tenga sed, que venga; y el que lo desee, beba gratis del agua de la vida” (Ap 22,17).
Preguntas para la reflexión personal
- Déjate acoger por Dios que dice sobre ti: “Tú eres mi hija amado. Tú eres mi hija amada. En ti tengo mi delicia”
- ¿De qué modos concretos puedes “cuidarte” para “mantenerte en forma” en la práctica de la misericordia?
- ¿Cómo vivir a través del año una fidelidad en la oración?