Pascua 2008: Viernes Santo
Cargar con la realidad:
El agua que brota del costado abierto (Jn 19,34)
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Contemplamos hoy a Jesús bajo el peso de la cruz y expuesto en ella. El que en el evangelio de Juan dice que quien crea en Él “de lo más profundo de su ser manarán ríos de agua viva” (Jn 7,38), deja que uno de los soldados le traspase el costado con una lanza, y de su herida brote sangre y agua (Jn 19,34). Esta herida abierta es hoy para nosotros una imagen que nos ayuda a profundizar nuestra personalización de la fe.
Cargar con la realidad siempre tiene un precio. Ante su peso podemos replegarnos, endurecernos, amargarnos, negarla; pero también, aprender a vivir entrando en el desierto de la sed, abriéndonos a la vida de tal manera que experimentemos algo esencial: “lo abierto mana”.
Cuando parecía que el crucificado lo había dado todo, aún había en su cuerpo lugar para una herida más, y más profunda, a través de la cual seguiría “dando su vida”. ¿No ocurre algo así en la vida de algunas personas que conocemos?
Cargar con la realidad en ocasiones es estar abiertos a los que soportan pesos destructivos. Lo fácil sería quedarnos en el hecho histórico de un Jesús de Nazaret aplastado por el peso de la cruz. Fijar la mirada sólo en Él, o negarnos a mirarle. Pero Jesús sigue entre nosotros en “sus hermanos más pequeños”. Ellos son una parte esencial de la realidad.
Quien ha dicho a las mujeres de Jerusalén “No lloréis por mi” (Lc 22,28). “Le dijo a Simón, ¿Ves esta mujer? Yo entré en tu casa y no me diste agua para los pies, pero ella ha regado mis pies con sus lágrimas” (Lc 7,44). Cargar con la realidad dejándonos acompañar por el Espíritu de Jesús amplía nuestra mirada. Claro que cuando uno ve la realidad sufriente y entra en ese lugar personal en el que se nos ha prometido que “brotarán ríos de agua viva”, se hace imposible no conmoverse hasta las lágrimas. Como lloró Jesús ante Jerusalén (Mt 23,37). ¿Cargar con la realidad? No es solo una carga. Es posible que descubra en mí ese manantial cuando otros vengan a él para apagar su sed. Entonces mi vida toma un sentido más profundo, se hace más viva.
Por momentos el peso de la realidad es tal que de nuestro costado abierto manan lágrimas. Llorar nos transforma y pacifica. Llorar por amor y para amar, jamás para quedarse en las lágrimas. Llorar para pasar a la etapa siguiente. Para experimentar otras lágrimas, las de una clara alegría. El costado abierto, mana. El ser humano que se abre a la realidad, crea. No se detiene en un lamento victimista ni siquiera ante el mismo Cristo: “No lloréis por mi”. Se abre a la compasión creativa. Sabe que un día «Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos, ni fatigas porque todo este mundo viejo habrá pasado» (Ap 21,4).
Tómate un tiempo para contemplar la foto de la niña de Chateau (Haití), subiendo la cuesta que la lleva a casa, oprimida bajo el peso del enorme cubo que le han obligado a llenar de agua. ¿Por qué los niños? No te niegues a fijarte en la tristeza de sus ojos. Cuesta arriba, cargada, y aún fue capaz de concedernos posar para la foto. La fuerte opresión, que tuerce su tierno cuello, no le impidió ser amable. Deja que la imagen te hable. Haz tuyo ese peso por un instante. Ya sé que aparentemente aporta más consuelo fijarse en Jesús vencido por el peso de la cruz, pero descubramos que Jesús hoy transporta agua por empinadas cuestas.
Nuestro Proyecto del Canal Isabel II, podría ser como un pequeño Simón de Cirene que evitará cargar con ese peso a unos cuantos pequeños. Por eso el compromiso continúa.
Quizás tu soportas pesos semejantes o mayores y durante más tiempo. ¿Descubrirás en este vienes santo que hay pesos que se aligeran si se comparten? Cuando nos abrimos de corazón al peso de los otros el nuestro se hace llevadero. ¡Ábrete y que mane la vida, la fuerza, el espíritu amable que llevas dentro y quiere crear!
Que cargar con la realidad no me encierre ni me amargue. Mi realidad y la de los otros. La de hoy y la que venga. Abiertos, asumir el sufrimiento como una etapa, como un instante en la cuesta que nos lleva a la cima. En la semana de nuestra vida no podemos pasar del jueves al domingo si queremos que la semana sea santa.
La realidad del dolor, de la injusticia, de mi ego egoísta, de la violencia impuesta a los pequeños, la muerte inevitable… están ahí. Negarla nos aliena. Nos hacemos cuando nos abrimos a ella y dejamos que el Espíritu mane, brote creativamente en nosotros, implicándonos serenamente en su transformación. Acogiendo las preguntas que nos descolocan porque nos llevan a otro lugar: el del compartir, el de la justicia, el de la fraternidad que pasa por pequeños proyectos concretos, el del gusto de vivir con otros. A la esperanza.
Dice el poeta, “vengo con tres heridas”… las vivas aguas de la vida pasan a través de ellas, para irrigarlas y que germine la belleza de la esperanza. No estamos solos. Jesús cruza ese río con nosotros. Él nos precede. “Éste es el que vino mediante agua y sangre, Jesucristo; no sólo con agua, sino con agua y con sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio” (1 Jn 5,6).
Para la reflexión personal
- Con frecuencia, Señor, dudo que haya un manantial en mi. Con frecuencia, tengo miedo de que se haya secado o se haya llenado de arena… Dame la alegría de reencontrarme con él al cargar con la realidad.
- Cargar con la realidad hasta compartir con Jesús la resurrección es, en definitiva, aprender a «dar la vida», el tiempo, nuestras fuerzas y tal vez nuestra salud por amor... ¡Pon paz en mi corazón, Señor, para que yo no huya de ti!.