AGUA VIVA

Embalse de La BoleraEn las vivas aguas de la vida… Miro una foto aérea del embalse de la Bolera, muy cerca de El Hornico, maravilloso lugar en el que hemos compartido y celebrado la pascua. Y es una metáfora de lo que ha supuesto para mí la pascua. Un aumento de la perspectiva. Un “alejarme de mi realidad cotidiana” para ver la Realidad en toda su dimensión, no sólo mi orillita, desde la cual el embalse no se parece en nada a lo que realmente es.

Pienso que la vida es difícil. Quiero decir, la Vida, con mayúsculas. Porque en el entorno en el que vivo lo que la gran mayoría buscamos es el “estado de bienestar”. Lo que casi sin darme ni cuenta ando buscando son comodidades, seguridades económicas y laborales, tener absolutamente controlados todos los aspectos de mi vida, optimizar al máximo el tiempo de forma que soy un perfecto ejecutor de actividades. De manera que, en las pocas ocasiones en las que consigo estar satisfecho con todo esto, una vez logrado, no me encuentro con la paz, ni con la felicidad, me encuentro otra cosa: tedio, vacío, color gris. Viviendo así no necesito a nada ni a nadie, no necesito la ayuda de los demás, no necesito mirar al cielo para buscar aliento, no veo lo que hay a mi alrededor porque no observo, para qué si lo tengo todo… pero en realidad, en la Realidad, no tengo nada.  Tedio, vacío, color gris…

Porque estoy dentro del embalse, estoy en mi orillita, y no miro hacia arriba, tampoco me doy una vuelta por el embalse a ver como se ve mi orillita desde otro lado. Y menos aún veo el embalse desde lejos, desde lo alto.

“Si no tengo amor, de nada me sirve” (1 Cor 13, 3). Lo importante no es las estupendas cosas que hagamos, loables proyectos, impecable trabajo… nada de lo que haga en todo el día tiene sentido si no le pongo amor, si no tengo conciencia de que el Espíritu de Dios puede impregnarlo todo. Pero para que la fragancia del Espíritu se expanda hay que abrir el frasco. Si no dejamos que la fragancia salga nadie a nuestro alrededor olerá el perfume.

Y para poder oler el perfume, tenemos que aguzar el olfato. Yo lo tenía bastante atrofiado. Esta pascua me ha servido para cerrar los ojos, respirar hondo, despacio… y haber olido un poquito esa fragancia. Y así, ser consciente de que puedo oler, que es cuestión de poner los sentidos alerta y de ir aguzando el olfato otra vez. 

Desde arriba, se ve todo mucho más claro.

Veo cuándo el eje de mis movimientos ha sido mi propio ombligo. Lo único que he conseguido entonces es dar vueltas en círculo sobre mi mismo, de forma que mientras yo creía avanzar, en realidad me encontraba pasando una y otra vez por el mismo sitio.

Veo los bandazos de un lado a otro, las idas y vueltas por el mismo camino. Mi anhelo de buscar y de avanzar me ha llevado a dar estos tumbos. Lo que ocurre es que al no separarme y mirar desde arriba, como ahora, he perdido la orientación.

Al ver el embalse desde arriba, veo donde estoy localizado con respecto al resto del embalse. Y así veo a donde puedo llegar dando un paseo, dónde puedo llegar nadando, cuándo es necesario coger un barco para poder llegar hasta otro lugar…

¿Y cómo es que estoy aquí arriba, pudiendo ver el embalse en toda su plenitud? Porque un día me senté en mi orillita y me puse a mirar lo más lejos que me alcanza la vista, y vi a otra persona que estaba igual que yo, mirando a su alrededor, tratando de ver lo más lejos que le alcanzaba la vista. Y al poco, un poco más a la derecha, y también un poco más a la izquierda, vi a otras personas oteando el horizonte. Y según pasaba más tiempo y seguía observando, fui encontrando que por toda la orilla había gente mirando, buscando. Ciento treinta y tantos llegué a contar. Fue así como salí de mi orillita para encontrarme con esas personas, y como nos contamos como era nuestra orilla, como se veía el embalse desde nuestra orilla, como veíamos su orilla desde la nuestra. Y ayudándonos mutuamente, subimos todos hasta la colina desde la que se ve todo el embalse.

Hemos visto que el embalse se extiende aún más allá de donde nos alcanza la vista desde nuestras orillas. Hemos visto que hay una gran extensión de zonas pantanosas, y que entre todos podemos intentar limpiarlas y que las plantas vuelvan a crecer, y los peces vuelvan a nadar libremente por ellas, sin tener que arrastrarse pesadamente por el fango, sin que muchos de ellos mueran atrapados y asfixiados en ese medio inhabitable.

Ahora se que la Realidad no es mi orilla. He vuelto a recordar que la Realidad sólo puedo verla desde arriba, Contigo. Y quiero hacerme cargo de la Realidad tal y como Tú lo hiciste y me pides a mí que lo haga:

Saliendo de mi mismo y yendo al encuentro del otro.
Sabiendo que esto puede doler y que ese dolor no es vano, que el Espíritu puede impregnarlo todo, también estas situaciones difíciles.
Recorriendo este camino con amor, tratando de comprender a las personas con sus virtudes y sus miserias, tendiéndonos la mano mutuamente.  

Con el don de la fe que Tú nos has dado, y con tu aliento y nuestra voluntad se que puedo hacerlo.

“ - Entonces ¿Quién podrá salvarse?
   - Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios” (Lc 18, 26-27)

 

         Tony

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