Encuentro Comienzo de Curso 2010-11 en La Yedra -Jaén-

Tema: "Bendecidos en la prueba"

Jesús no se ha avergonzado de su fragilidad humana.

Así nos ha abierto un camino en el que somos bendecidos y amados.

El combate de la fe no tiene como meta alzarnos por encima de nuestra condición humana,
sino sostenernos firmemente en la confianza de que Dios nos ama
incluso cuando somos frágiles y necesitados.

Programa

Viernes, 29 de octubre

Sábado, 30 de octubre

Domingo, 31 de octubre

Lunes, 1 de noviembre

 

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El lento "sí" de una bendición

Con algunos textos tomados del libro “El enigma del mal”, de Marcel Neusch, publicado por Sal Terrae

Nuestra propuesta para este encuentro, como reflexión de lo que estamos viviendo en este año es una invitación a intuir, a buscar juntos, la bendición que aporta pasar, soportar, superar la prueba a la que nos somete la vida.

Cada uno sabe cuál es el eslabón más débil de su cadena. Lo contemplamos como creyentes en Jesucristo Resucitado. Esas fragilidades están ahí. Pasamos por ellas. Apelamos a la fe para buscar la bendición que nos aportan y que llamamos “SABIDURÍA”. Con frecuencia esas fragilidades nos vencen; pero a la vez, desde nuestro interior,  nos llega un susurro que dice “LEVÁNTATE”.

Posemos la mirada a nuestro alrededor, en torno a los compromisos que vivimos desde Acoger y Compartir a modo de ejemplo. Pero queriendo abarcar el ancho, lo alto y lo profundo de nuestra existencia. Pequeñas acciones que nos ayudan a buscar un sentido, una dirección, desde las mismas presencias dolorosas que reclaman nuestra ayuda: Haití, Níger, Etiopía, Bangladesh… nuestra vida personal, nuestras opciones, la canalización de nuestras energías, nuestros agotamientos, el sentido de nuestra existencia. También nuestras preguntas: ¿Por qué hacemos lo que estamos haciendo? ¿Por qué resistir, sostener un humilde trabajo a favor de la esperanza? ¿Por qué hemos puesto nuestros ojos en los países a los que ayudamos? ¿Cuál es el don que ellos nos aportan, la bendición que nos llega desde la solidaridad con ellos? ¿Cómo vivo la bendición que es Jesucristo para mi vida? ¿Qué me hace creer que no soy sólo naturaleza?

n escaparnos de la realidad doliente, ponemos nuestros ojos en la esperanza que aparece a través de ella. Constatamos la dureza de la realidad. ¿Cómo no quedar paralizados por la sola rebeldía o la sola resignación? Estos días un periodista en Haití ha escrito desde St. Marc, esta crónica:

“Cuando el niño se murió, el padre no se dio cuenta, estaba convenciendo a una enfermera de que lo ingresase en el hospital para que le dieran tratamiento. Pero la madre se dio cuenta al instante y reaccionó de la forma en que reaccionan los haitianos cuando sufren un gran disgusto: comenzó a llorar muy bajito. Fue cuando el padre supo que estaba cargando un muerto. Su hijo.
Lo que sucedió después fue una de las mayores manifestaciones de duelo privado, que un reportero extranjero haya presenciado. Las otras mujeres que cuidaban a sus hijos y familiares al aire libre en el patio del abarrotado hospital Desalines, de St. Marc, rodearon a la pareja y comenzaron a rezar. También bajito. Las lágrimas corrían por el rostro del padre que, compungido por el dolor, apenas murmuraba: "¿Por qué?".

Nadie sabría explicarle, antes que nada, porque muchos haitianos no entienden que el agua de los ríos que han consumido por generaciones, ahora se ha vuelto un mensajero de la muerte.

Las enfermeras intentaron retirar al niño de los brazos de su padre, pero este se agarraba con tanta fuerza al cuerpo inerte, que los tendones de las manos sobresalían a flor de piel.

Mientras, el llanto de la madre comenzó a atraer más gente que la rodearon y comenzaron a entonar plegarias religiosas, que helaron la sangre a algunos de los médicos extranjeros que presenciaron la escena. Por unos cinco minutos, decenas de desconocidos se unieron en un cántico por un niño que no conocían pero que lloraban como suyo.

Lentamente, a medida que interiorizaba que ya no podrá jugar más con su hijo, el padre le fue cerrando los ojos en una suave despedida.

Cuando los cánticos terminaron, el grupo se deshizo, cada uno fue por su lado y finalmente las enfermeras se hicieron cargo del cuerpo.

Los padres, con un paso lento, la mirada perdida y los rostros bañados en lágrimas regresaron a la calle. Y la vida siguió su curso. Un muerto haitiano más, en la mayor epidemia de cólera que ha afectado a Latinoamérica”.  (Rui Ferreira, Enviado Especial El Mundo a St. Marc –Haití–  26/10/10)
Alguien ha dicho que el sufrimiento es “ese seísmo que sacude los fundamentos del ser arrebatándole todos los apoyos”. Tanto nuestras ideas sobre Dios como sobre el ser humano vacilan.

A nadie se nos ahorra el encuentro con el mal. ¿Cuál es el sentido de esta existencia mía en la que el mal tiene tanto poder? Al ser humano no puede impedírsele interpretar. Es así que la realidad aparece en toda su riqueza y en su hondura. Las cosas son lo que son, pero también lo que significan.

Nuestros contemporáneos han redescubierto que la libertad del hombre es capaz de actuar no sólo por un mal que está fuera de ella, sino por un mal que afecta a su interior. Pero no estamos determinados.
El personaje tipo en el AT es Job y sus amigos. Job es el hombre que dice no y sí a Dios. Dice no a las teorías que tratan de explicar la desgracia de la que es víctima inocente. Su sí llega más lentamente… es un sí en la fe, un acto de fidelidad al Dios Vivo, que aunque no dice nada, no ha abandonado a su servidor.

Por su “no”, Job es la prefiguración del hombre moderno, puesto que el sufrimiento no puede sino apartar de Dios.

El “sí” de Job anticipa el de Cristo que, a pesar del silencio de Dios, se abandona a su voluntad sin escatimarle su confianza. La bendición está en este lento descubrimiento.

Job es el libro del proceso a Dios, pero el drama termina sin que se dé una respuesta decisiva. El enigma del mal sigue en pie.

Job intenta romper el silencio de Dios con la violencia de sus palabras, pero el Dios de Job calla. Habla en la SABIDURÍA adquirida por la activa y pacífica confianza de la fe, por el lento acceso a un sí existencial adquirido en la fe.

Frente al mal, el cristiano no está condenado a la resignación, que traiciona la esperanza, sino que lo combate hasta el final, como Cristo, sin dejarse desarmar y con la convicción de que Dios es más fuerte que el mal. Somos bendecidos con esa serena convicción.

Aunque ateos y creyentes solemos tener las mismas reacciones prácticas ante el sufrimiento, la divergencia aparece cuando se trata de interpretar su sentido. Esta posibilidad pone luz en nuestras pruebas.

Las personas que se rebelan hacen resaltar la contradicción que existe entre Dios y el mal. Pero dedicarse a acusar a Dios es una actitud estéril, es una manera de perder las energías que se emplean.
Sólo es digna del ser humano la lucha sin cuartel contra el mal. Su primer deber es poner todo en marcha para aliviar el sufrimiento sin regatear el precio. El combate contra el mal enfrenta a las fuerzas de desarrollo contra las fuerzas que menoscaban la vida, teniendo en cuenta no sólo la dimensión física, sino igualmente la dimensión social y espiritual del mal. Nos transformamos en bendición cuando las fuerzas que desarrollan la vida encuentran en nosotros un aliado.

De las tres palabras mediante las cuales el ateo caracteriza su actitud ante el mal, sólo una es común con el cristiano: la lucha. En cuanto a las otras dos, la rebelión y la resignación, tienen su contrapartida cristiana, pero el contenido es diferente.

La “rebelión” del cristiano, que hemos encontrado en Job, tiene una tonalidad distinta a la del ateo: no ataca la existencia de Dios, sino que se centra en el “permiso divino al mal”. ¿Por qué permites que el mal me golpee? Es la pregunta que nos abre.

La “resignación” no es desconocida para el cristiano; pero, se llama “abandono”, y no excluye una actitud filial.

Si bien el mal puede engendrar la sensación de ausencia de Dios, también puede suscitar, como en Cristo o en Job, “a pesar del mal”, una fe renovada en Dios.
Hay “justificaciones” que hoy resultan inaceptables, por irrespetuosas para con Dios y con el ser humano. Algunas de esas justificaciones podrían ser formuladas diciendo que:

Pero Dios no puede encontrar su gloria en algo que menoscabe al ser humano.

Lo que nos permite siempre optar por la vida es el hecho de que la muerte de Jesús no es un final, sino un principio. Este principio se llama resurrección y trastorna nuestra visión del ser humano.

Somos bendecidos en la prueba cuando no renunciamos a ver, intuir, descubrir el camino oferente de salud que se abre en el corazón mismo del mal, aunque éste sea ineludible.

Entendemos por salud “un dinamismo de vida, la fuerza de vivir humanamente las diferentes situaciones de la existencia, incluidos el sufrimiento y la muerte”. El teólogo Karl Barth ha dicho que “la salud no es la ausencia de problemas, sino la fuerza de vivir con ellos”.

La fe abre una dimensión de futuro a la vida precisamente cuando todo futuro parece destruido.

reviene, no contra la tristeza, sino contra la desesperación. La fe nos hace entender la totalidad de la existencia a la luz de la existencia consumada de Cristo, muerto y resucitado.

A pesar de su finitud, a pesar del pecado que hay en él, el hombre puede esperar un futuro distinto del que está inscrito en su temporalidad humana, en su naturaleza.

Para Albert Camus, es imposible admitir que este mundo en el que los niños mueren sea obra de Dios, pero es también totalmente imposible que el hombre se resigne a ello.

El ateo considera el sufrimiento como parte integrante de la condición humana y lo afronta concretamente, no en los “confines de lo absoluto”, donde todo se resuelve como por ensalmo, sino cada vez que el sufrimiento hiere y quebranta la existencia humana.

Los cristianos nos hemos dado cuenta que lo que hace significativa la cruz es la vida. No consideramos tanto la cruz, sino al Crucificado y su manera de afrontar concretamente el mal. Su vida adquirió valor a ojos de Dios, no por sus sufrimientos, sino por su fidelidad.

Cristo vivió el sufrimiento y la muerte física sin sustraerse a su escándalo. Pero cambió su sentido. Y por eso nos enseña a vivirlo de otra manera. Para aquel que cree, el sufrimiento y la muerte pueden dejar de ser un obstáculo para convertirse en un camino. Entrar por ese sendero es abrirse a la bendición.

Cristo dice: “Yo soy la luz del mundo” (Jn8,12), pero también: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,14). En los momentos más sombríos de nuestra existencia no estamos privados de luz. Y esa luz puede brotar no sólo de la fe en Cristo, sino de cualquier encuentro humano. Cuando esa luz, incierta, vacilante, llega a un ser, a través de un diálogo y en el amor, se le ofrece una oportunidad de vivir de nuevo su humanidad, aun cuando en el sufrimiento y la muerte, esa humanidad se desfigure.

Lo que vemos es que hay dos órdenes no reconciliados: el de “la naturaleza” y el de “la creación”.
La existencia de Cristo desvela, con respecto a la fe cristiana, que el “objetivo final de la creación” no es la muerte, sino el amor. Con Cristo es posible considerar las cosas a partir del “objetivo final de la creación”, (Rom 8,18-24).

muerte es indistintamente para todos “el fin último de la naturaleza”; la existencia de Cristo testimonia el “objetivo final de la creación”, cuyo nombre es Amor y todo lo que esta realidad significa.

La promesa de la resurrección invita a superar las apariencias para acoger de Cristo la realidad profunda de nuestro destino.

La resurrección nos propone trabajar al servicio de la vida y contra todas las fuerzas de la muerte (cansancios, conflictos, corrupciones). Es en la opciones existenciales de aquí abajo, por o contra el hombre, donde se vive la resurrección y se decide la existencia en el más allá, con o sin Dios (Mt.25,31).
“¿Por qué permanecéis mirando al cielo?” (Hch 1,11). Es en el escenario del mundo, donde el mal está aún en acción, donde hemos de hacer eficaces las fuerzas de vida.

Con Jesucristo, el mal produce un desgarro en Dios mismo, pero también es el ámbito donde triunfan por la entrega personal el amor y la salvación.

Vivir de este amor en la prueba es permitir a Dios que actúe  en nuestras vidas, en la oculta levadura de la historia. El creyente vive sumergido en este lento proceso que alumbra, como en dolores de parto, un sí que es bendición.

Para la reflexión y el diálogo: