La primavera árabe y la situación política en Níger
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La Primavera árabe
Los últimos meses hemos visto en los medios de comunicación un aluvión de informaciones que recorriendo los país árabes recogían un clamor democrático. Las causas se han descrito ampliamente, aunque también es verdad que muchos medios y políticos han acudido a lugares comunes. Hemos leído muchas generalidades y discursos idealizantes de la situación.
Lo cierto es que la cadena de acontecimientos nuestros televisores comenzó con la inmolación del joven estudiante tunecino Mohamed Bouazizi el 17 de diciembre de 2010. En unos días vimos cómo crecían las manifestaciones de protesta en las calles de la capital y que se extendían por toda la nación. Casi inmediatamente hubo ataques a las oficinas del partido en el gobierno y también en algunas comisarías de policía. En un mes el partido del Presidente Ben Ali se había disuelto, él y su familia huidos del país y un gobierno completamente renovado estaba al frente. También se narró el efecto dominó que se desencadeno en los países limítrofes, primero en Argelia (28 de diciembre) y poco después ya no había fronteras para las demandas de la población. En enero de 2011 se supo que en Bengasi, Libia, se protestaba contra la oligarquía y la corrupción (día 13 de enero) y luego fue en Jordania (14), Mauritania, Sudán y Omán (el día 17), Yemen (el 18), Arabia Saudí (el 21) y finalmente Egipto (día 25) y Siria (el 26). En ese momento fue cuando la comunidad internacional presenció que el gran socio estabilizador de la zona, con más de 80 millones de habitantes, se tambaleaba desde la plaza Tahrir, simultáneamente agitado en el Día de la Ira desde las principales ciudades. El atentado de año nuevo en una iglesia de Alejandría con 23 muertos y casi 100 heridos parecía ya un incidente lejano y no aislado.
Los días siguientes cada alzamiento, aún con elementos comunes, tomó un cariz propio, alcanzando pequeñas reformas (Argelia y Mauritania) o rápidas transformaciones (Túnez y Egipto) o derivando en conflicto armado (Libia y Siria). Tampoco se paró en estas fronteras: Líbano y Marruecos (30 de enero), Yibuti (1 de febrero), Iraq (el 10), Somalia (13), Bahrein e Irán (14) y Kuwait (el 18) se vieron alcanzadas también.
Las causas
La situación era completamente nueva, algo sin precedentes que solo habíamos visto en las revoluciones de los países del Este a finales de los 80. Era una oleada demandante de democracia y con una base laica en estados eminentemente autoritarios que han evolucionado muy poco en los últimos 50 años.
Los gobiernos herederos de los nacionalismos árabes que nacieron en las décadas de los 50, 60 y 70 se habían transformado en regímenes corruptos, monopartidistas y militarizados. Con la mayor parte de la población viviendo en la pobreza y sin una estructura democrática adecuada el integrismo islámico contaba con un caldo de cultivo ideal. La dimensión social era bastante semejante en todos aquellos países: injusticia social, riqueza acumulada en la clase dirigente, falta de libertades, encarcelamientos indiscriminados, asesinatos y desapariciones de líderes sociales y opositores. Todos acumulan un histórico de sucesión de golpes de estado (Argelia, Níger, Mauritania…) o, por el contrario, de líderes inamovibles durante décadas (Mubarak, Gadafi, Ben Ali o las dinastías de Al Assad y Mohamed VI).
El momento, desde luego, era único. No sólo por el resultado si no por los elementos dinamizadores que se daban en estos meses. Desde los días de la independencia la población no disponía de tantos apoyos para que la mecha prendiese. Por un lado la presencia de las potencias exteriores entre la población aportaba inputs en determinados estratos sociales. Desde el principio la mayoría de los manifestantes eran jóvenes, con estudios básicos, (muchos incluso con superiores o universitarios) y con acceso a internet. Este último elemento fue clave porque, además de facilitar la organización de las protestas, alimentó los ideales y proporcionó nuevas ideas. Podían leer de forma distinta y con otra perspectiva histórica la dinámica de los acontecimientos. Poco a poco afloró la idea de que las potencias exteriores habían sido más que permisivas con los líderes locales a cambio de una supeditación de los intereses nacionales. Grandes fortunas en paraísos fiscales contrastan con la miseria de sus conciudadanos y la desaparición de los recursos naturales.
La previa
En los meses anteriores la comunidad internacional se deslizaba entre una gran crisis económica. Y si entre los países más prósperos generó situaciones preocupantes, para Africa, en una pobreza acuciante, representaba disparar los precios de alimentos y otros productos básicos, desembocando en hambre entre la población más pobre. También supimos que la comunidad internacional seguía preocupada, eso sí, por la presencia de un grupo autodenominado Al Qaeda del norte del África Islámica, (AQMI) anteriormente conocido por Grupo Salafista para la Predicación y el Combate. Desde su aparición en 2007 en Casablanca reivindicando la pertenencia de tres activistas autoinmolados, el asesinato de un policía y el doble atentado de Argel en abril de ese año, regaron de acciones criminales Argelia y Mauritania en los meses siguientes. Junto a esto, los secuestros: el británico Ed Dyer en Níger, del francés Michel Germaneau, también en Níger o de los españoles de Acció Solidària en Mauritania (Noviembre de 2009). Pero igual de preocupante era la penetración que tenía entre la población. Cuando en enero de 2010 visité los proyectos de Níger, en Tchirozerine el prefecto me enseñó los pasaportes requisados de algunos activistas que habían sido acogidos en la mezquitas y madrasas de la zona. Níger ya había estado en el foco del terrorismo islamista hace ocho años, cuando se divulgó un falso acuerdo entre Níger e Irak para comerciar uranio. Esto justificó la guerra posterior tras afirmar el Pentágono en 2002 ante el Senado norteamericano que disponía de pruebas de ese comercio, aunque la cantidad reportada era el doble de la producción anual y la CIA dudaba de la veracidad de la información.
Así los hechos en dos países, previos a lo que se desencadenó en Túnez, pasaron casi inadvertidos. En Octubre de 2010, los campamentos saharauis estaban en ebullición. Desde principios de mes El Aaiun estaba sumido en continuos enfrentamientos y protestas contra la policía y los colonos marroquíes. El Frente Polisario denunció la muerte de 38 personas. A finales de noviembre la situación se calmó. Parecía un incidente más en un conflicto enquistado, pero esta vez el gobierno marroquí había negociado con el Frente y, como consecuencia de las muertes, había destituido al Gobernador.
El otro hecho, el primer paso se dio en Niger, pero quedó camuflado por su propio historial. A finales de enero de 2010 nos advertían que en cualquier momento ocurriría algo. La tension política era constante y la inseguridad, especialmente en el norte del país, se había anclado desde 2006. Finalmente, el 18 de febrero de 2010, pocos días después de salir de Niamey, se produjo un golpe de estado militar, y al mando quedó el Consejo Supremo para la Restauración de la Democracia, liderado por el militar Adamou Harouna, que suspendió la Constitución y sus instituciones. Como otras veces había ocurrido en el pasado, con el Presidente y los ministros reunidos en el Consejo, un grupo de soldados mayoritariamente de fuera de la capital, retuvieron al gobierno.
Pero este golpe tenía otras causas. La República de Níger se regía por la Constitución Nacional aprobada en enero de 1993, pero la vigencia de la misma fue suspendida el 27 de enero de 1996 tras el golpe militar del coronel Ibrahim Baré Mainassara. Según ese marco, era una república presidencialista, con un presidente elegido cada cinco años por sufragio libre y universal.
El mandato de su Presidente, Mamadou Tandja, debía finalizar en diciembre de 2009. No obstante, en agosto, decidió disolver el Parlamento y promover una reforma constitucional que principalmente buscaba poder prorrogar el mandato cinco años, para lo cual convocó un referéndum. La iniciativa, condenada dentro y fuera del país incluso con sanciones internacionales, eliminaba los obstáculos de su autoridad, abolía los límites de los mandatos e incluso posibilitaba tres años adicionales sin celebrar elecciones. Cuando el Tribunal Constitucional declaró esa consulta ilegal, Tandja lo abolió y sustituyó a sus miembros por hombres designados por él. El nivel de enfrentamiento político y la limitación de las libertades políticas provocó que en 2009 Niger fuera expulsado de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental.
También por el golpe, la Unión Africana expulsó a Níger, lo que no alejó a los inversores franceses y ni los chinos, cuyas instalaciones en instalaciones para la extracción minera suponen más de seis mil millones de dólares.
Desde el golpe hasta abril de 2011 el país ha sido gobernado por una Junta Militar encabezada por el oficial Salou Djibo. Entonces entregó del poder al vencedor de las elecciones del año 2011, el actual presidente Mahamadou Issoufu. El periodo regido por estos militares, jóvenes en su mayoría, fue escrupulosamente "democrático". Muchas mujeres en el ejecutivo y el compromiso irrenunciable de no presentarse en los comicios que se celebrarían libremente después. Entre tanto, algunas decisiones directas y hábiles proporcionaron mayor seguridad, especialmente en el norte, donde empezaron a desaparecer los convoyes militares a los que nos obligaban a incorporarnos si queríamos llegar a Agadez, o apenas salir del tercio sur de Níger. Cuando la población comenzó a sufrir hambre, como sucede periódicamente, regularon el precio de los alimentos básicos, especialmente del mijo, para evitar la especulación y dada la mayor demanda que provocan las ONG. Al menos equilibraron las situaciones más graves y recondujeron la crisis del secuestro de ingenieros franceses en las instalaciones de Areva, cerca de Arlit.