En la celebración de los 500 años de la Reforma luterana
Encuentro ecuménico del papa Francisco en Suecia
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Homilía del papa Francisco durante la oración ecuménica,
Lund, 31 de octubre
«Permaneced en mí, y yo en vosotros» (Jn 15,4). Estas palabras, pronunciadas por Jesús en el contexto de la Última Cena, nos permiten asomarnos al corazón de Cristo poco antes de su entrega definitiva en la cruz. Podemos sentir sus latidos de amor por nosotros y su deseo de unidad para todos los que creen en él. Nos dice que él es la vid verdadera y nosotros los sarmientos; y que, como él está unido al Padre, así nosotros debemos estar unidos a él, si queremos dar fruto.
En este encuentro de oración, aquí en Lund, queremos manifestar nuestro deseo común de permanecer unidos a él para tener vida. Le pedimos: «Señor, ayúdanos con tu gracia a estar más unidos a ti para dar juntos un testimonio más eficaz de fe, esperanza y caridad». Es también un momento para dar gracias a Dios por el esfuerzo de tantos hermanos nuestros, de diferentes comunidades eclesiales, que no se resignaron a la división, sino que mantuvieron viva la esperanza de la reconciliación entre todos los que creen en el único Señor.
Católicos y luteranos hemos empezado a caminar juntos por el camino de la reconciliación. Ahora, en el contexto de la conmemoración común de la Reforma de 1517, tenemos una nueva oportunidad para acoger un camino común, que ha ido conformándose durante los últimos 50 años en el diálogo ecuménico entre la Federación Luterana Mundial y la Iglesia Católica. No podemos resignarnos a la división y al distanciamiento que la separación ha producido entre nosotros. Tenemos la oportunidad de reparar un momento crucial de nuestra historia, superando controversias y malentendidos que a menudo han impedido que nos comprendiéramos unos a otros.
Jesús nos dice que el Padre es el dueño de la vid (cf. v. 1), que la cuida y la poda para que dé más fruto (cf. v. 2). El Padre se preocupa constantemente de nuestra relación con Jesús, para ver si estamos verdaderamente unidos a él (cf. v. 4). Nos mira, y su mirada de amor nos anima a purificar nuestro pasado y a trabajar en el presente para hacer realidad ese futuro de unidad que tanto anhela.
También nosotros debemos mirar con amor y honestidad a nuestro pasado y reconocer el error y pedir perdón: solamente Dios es el juez. Se tiene que reconocer con la misma honestidad y amor que nuestra división se alejaba de la intuición originaria del pueblo de Dios, que anhela naturalmente estar unido, y ha sido perpetuada históricamente por hombres de poder de este mundo más que por la voluntad del pueblo fiel, que siempre y en todo lugar necesita estar guiado con seguridad y ternura por su Buen Pastor. Sin embargo, había una voluntad sincera por ambas partes de profesar y defender la verdadera fe, pero también somos conscientes que nos hemos encerrado en nosotros mismos por temor o prejuicios a la fe que los demás profesan con un acento y un lenguaje diferente. El Papa Juan Pablo II decía: «No podemos dejarnos guiar por el deseo de erigirnos en jueces de la historia, sino únicamente por el de comprender mejor los acontecimientos y llegar a ser portadores de la verdad» (Mensaje al cardenal Johannes Willebrands, Presidente del Secretariado para la Unidad de los cristianos, 31 octubre 1983). Dios es el dueño de la viña, que con amor inmenso la cuida y protege; dejémonos conmover por la mirada de Dios; lo único que desea es que permanezcamos como sarmientos vivos unidos a su Hijo Jesús. Con esta nueva mirada al pasado no pretendemos realizar una inviable corrección de lo que pasó, sino «contar esa historia de manera diferente» (Comisión Luterano-Católico Romana sobre la Unidad, Del conflicto a la comunión, 17 junio 2013, 16).
Jesús nos recuerda: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Él es quien nos sostiene y nos anima a buscar los modos para que la unidad sea una realidad cada vez más evidente. Sin duda la separación ha sido una fuente inmensa de sufrimientos e incomprensiones; pero también nos ha llevado a caer sinceramente en la cuenta de que sin él no podemos hacer nada, dándonos la posibilidad de entender mejor algunos aspectos de nuestra fe. Con gratitud reconocemos que la Reforma ha contribuido a dar mayor centralidad a la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia. A través de la escucha común de la Palabra de Dios en las Escrituras, el diálogo entre la Iglesia Católica y la Federación Luterana Mundial, del que celebramos el 50 aniversario, ha dado pasos importantes. Pidamos al Señor que su Palabra nos mantenga unidos, porque ella es fuente de alimento y vida; sin su inspiración no podemos hacer nada.
La experiencia espiritual de Martín Lutero nos interpela y nos recuerda que no podemos hacer nada sin Dios. «¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?». Esta es la pregunta que perseguía constantemente a Lutero. En efecto, la cuestión de la justa relación con Dios es la cuestión decisiva de la vida. Como se sabe, Lutero encontró a ese Dios misericordioso en la Buena Nueva de Jesucristo encarnado, muerto y resucitado. Con el concepto de «sólo por la gracia divina», se nos recuerda que Dios tiene siempre la iniciativa y que precede cualquier respuesta humana, al mismo tiempo que busca suscitar esa respuesta. La doctrina de la justificación, por tanto, expresa la esencia de la existencia humana delante de Dios.
Jesús intercede por nosotros como mediador ante el Padre, y le pide por la unidad de sus discípulos «para que el mundo crea» (Jn 17,21). Esto es lo que nos conforta, y nos mueve a unirnos a Jesús para pedirlo con insistencia: «Danos el don de la unidad para que el mundo crea en el poder de tu misericordia». Este es el testimonio que el mundo está esperando de nosotros. Los cristianos seremos testimonio creíble de la misericordia en la medida en que el perdón, la renovación y reconciliación sean una experiencia cotidiana entre nosotros. Juntos podemos anunciar y manifestar de manera concreta y con alegría la misericordia de Dios, defendiendo y sirviendo la dignidad de cada persona. Sin este servicio al mundo y en el mundo, la fe cristiana es incompleta.
Luteranos y católicos rezamos juntos en esta Catedral y somos conscientes de que sin Dios no podemos hacer nada; pedimos su auxilio para que seamos miembros vivos unidos a él, siempre necesitados de su gracia para poder llevar juntos su Palabra al mundo, que está necesitado de su ternura y su misericordia.
Sermón del Rev. Martin Junge, presidente de la Federación luterana mundial, en la celebración ecuménica
Lund, 31 de octubre
Queridas hermanas, queridos hermanos en Cristo,
Durante siglos, generación tras generación, hemos venido leyendo este texto del evangelista Juan que nos habla de Jesucristo como la vid verdadera. Sin embargo, antes que leerlo como aliciente para afirmar nuestra unidad, nos hemos enfocado en aquella referencia que habla de las ramas que por no dar frutos, son separadas de la vid. Y es así como nos hemos visto los unos a los otros: como ramas separadas de la vid verdadera, separadas de Cristo.
Pero hubo mujeres y hombres quienes en tiempos en los cuales esta conmemoración conjunta era todavía inimaginable, ya se reunían para orar por la unidad o para constituirse en comunidades ecuménicas. Hubo teólogos y teólogas que ya dialogaban para superar diferencias doctrinales y teológicas. Ya hubo entonces quienes conjuntamente se colocaron al servicio de los pobres y oprimidos. Hubo incluso quienes llegaron al martirio a causa del evangelio.
Siento inmensa gratitud por aquellos intrépidos profetas. Viviendo en comunidad y dando testimonio conjunto comenzaron a verse ya no como ramas separadas de la vid, sino unidas a Jesucristo. Es más, comenzaron a ver a Jesucristo en medio de ellos y a reconocer que aún en aquellos períodos de la historia durante los cuales dejamos de hablarnos, Jesús nos seguía hablando. Jesús jamás se olvidó de nosotros, incluso cuando a ratos incluso parecíamos haberlo olvidado a él, perdiéndonos en acciones violentas y cargadas de odio.
Y así, al ver a Jesucristo en medio nuestro, hemos comenzado a vernos de manera distinta. Reconocemos que es muchísimo más lo que nos une, que lo que nos separa. Somos ramas de una misma vid. Somos uno en el Bautismo. Por eso estamos aquí entonces, en esta conmemoración conjunta: aprestándonos a redescubrir quienes somos en Cristo.
Sin embargo, esta revelación de la unidad que tenemos en Jesucristo se choca con la realidad fragmentada de su iglesia, el cuerpo de Cristo. Aquella visión de una comunión fundada en Jesucristo, con toda su belleza y la esperanza que nos inspira, nos lleva a sentir con más dolor aún las heridas de nuestro desgarro. Se quebró lo que nunca debió quebrarse: la unidad del cuerpo de Cristo. Perdimos lo que nos es regalado.
¿Cómo seguir caminando ahora, con aquella misma osadía y esperanza de quienes nos precedieron en este peregrinaje ecuménico hacia la unidad? ¿Cómo encaminarnos hacia aquel futuro de comunión al cual Dios nos llama? ¿Podremos acaso sanar para finalmente llegar a ser lo que ya en Cristo somos: ramas de una misma vid?
Un pensador latinoamericano, Eduardo Galeano, escribió: “la historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será”.
Propongo que sea esta la clave que desde hoy apliquemos al leer el texto bíblico de la vid verdadera. Que sea anuncio esperanzador y profético del sólido vínculo entre la vid y sus pámpanos para dar frutos de sanidad y vida plena. Que sea éste el espíritu con el cual abordemos este trascendental momento en el cual nos comprometemos mutuamente, católicos y luteranos, a transitar de un pasado marcado por la división y el conflicto, para andar los caminos de comunión.
Es un camino prometedor, pero exigente, sin lugar a dudas. Transcurre en medio de tiempos de gran fragmentación y marcada tendencia al conflicto. Se imponen sectarismos, que llevan a individuos y comunidades a la alienación sin posibilidad de comunicarse. Mas el camino al cual estamos llamados deberá sostenerse en diálogos aún más profundos. Nuestras narrativas acerca de quiénes somos, y quiénes son los demás, generalmente destacan nuestras diferencias. Nuestras memorias a menudo están marcadas por el dolor y el conflicto.
Conscientes de todas aquellas fuerzas centrífugas que siempre amenazan separarnos, quisiera llamarnos a que nos confiemos a la fuerza centrípeta del Bautismo. ¡La gracia liberadora del bautismo es un don divino que nos convoca y nos une! El bautismo es anuncio profético de sanación y de unidad en medio de nuestro mundo herido, convirtiéndose así en un don de esperanza en medio de una humanidad que añora vivir en paz con justicia y en diversidad reconciliada. Qué misterio tan profundo: lo que pueblos e individuos viviendo bajo situaciones de violencia y opresión piden a gritos, es consonante con lo que Dios continúa susurrando en nuestros oídos por medio de Jesucristo, la vid verdadera a la que estamos unidos. Permaneciendo en esta vid daremos frutos de paz, justicia, reconciliación, misericordia y solidaridad que el pueblo pide y Dios produce.
Vayamos entonces, respondiendo con fidelidad al llamado de Dios, y con ello respondiendo a los gritos de auxilio, a la sed y al hambre de una humanidad herida y quebrantada.
Y si Dios mañana nos viera con piedras en nuestras manos, como las que cargábamos antaño, que ya no sea para arrojarlas contra otros. ¿Quién arrojaría la primera, ahora que sabemos quiénes somos en Cristo? Que no sea tampoco para levantar murallas de separación y de exclusión. ¿Cómo caer en ello, cuando Jesucristo nos invita a ser embajadores de la reconciliación? Más bien, quiera Dios encontrarnos utilizándolas para construir puentes para poder acercarnos, casas donde poder reunirnos, y mesas – sí, mesas donde poder compartir el pan y el vino, la presencia de Jesucristo que jamás nos dejó, y quien nos llama a permanecer en él para que el mundo crea.
Declaración conjunta
“Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Jn 15,4).
Con corazones agradecidos
Con esta Declaración Conjunta, expresamos gratitud gozosa a Dios por este momento de oración en común en la Catedral de Lund, cuando comenzamos el año en el que se conmemora el quinientos aniversario de la Reforma. Los cincuenta años de constante y fructuoso diálogo ecuménico entre Católicos y Luteranos nos ha ayudado a superar muchas diferencias, y ha hecho más profunda nuestra mutua comprensión y confianza. Al mismo tiempo, nos hemos acercado más unos a otros a través del servicio al prójimo, a menudo en circunstancias de sufrimiento y persecución. A través del diálogo y el testimonio compartido, ya no somos extraños. Más bien, hemos aprendido que lo que nos une es más de lo que nos divide.
Pasar del conflicto a la comunión
Aunque estamos agradecidos profundamente por los dones espirituales y teológicos recibidos a través de la Reforma, también reconocemos y lamentamos ante Cristo que Luteranos y Católicos hayamos dañado la unidad vivible de la Iglesia. Las diferencias teológicas estuvieron acompañadas por el prejuicio y por los conflictos, y la religión fue instrumentalizada con fines políticos. Nuestra fe común en Jesucristo y nuestro bautismo nos pide una conversión permanente, para que dejemos atrás los desacuerdos históricos y los conflictos que obstruyen el ministerio de la reconciliación. Aunque el pasado no puede ser cambiado, lo que se recuerda y cómo se recuerda, puede ser trasformado. Rezamos por la curación de nuestras heridas y de la memoria, que nublan nuestra visión recíproca. Rechazamos de manera enérgica todo odio y violencia, pasada y presente, especialmente la cometida en nombre de la religión. Hoy, escuchamos el mandamiento de Dios de dejar de lado cualquier conflicto. Reconocemos que somos liberados por gracia para caminar hacia la comunión, a la que Dios nos llama constantemente.
Nuestro compromiso para un testimonio común
A medida que avanzamos en esos episodios de la historia que nos pesan, nos comprometemos a testimoniar juntos la gracia misericordiosa de Dios, hecha visible en Cristo crucificado y resucitado. Conscientes de que el modo en que nos relacionamos unos con otros da forma a nuestro testimonio del Evangelio, nos comprometemos a seguir creciendo en la comunión fundada en el Bautismo, mientras intentamos quitar los obstáculos restantes que nos impiden alcanzar la plena unidad. Cristo desea que seamos uno, para que el mundo crea (cf. Jn 17,21).
Muchos miembros de nuestras comunidades anhelan recibir la Eucaristía en una mesa, como expresión concreta de la unidad plena. Sentimos el dolor de los que comparten su vida entera, pero no pueden compartir la presencia redentora de Dios en la mesa de la Eucaristía. Reconocemos nuestra conjunta responsabilidad pastoral para responder al hambre y sed espiritual de nuestro pueblo con el fin de ser uno en Cristo. Anhelamos que sea sanada esta herida en el Cuerpo de Cristo. Este es el propósito de nuestros esfuerzos ecuménicos, que deseamos que progresen, también con la renovación de nuestro compromiso en el diálogo teológico.
Pedimos a Dios que Católicos y Luteranos sean capaces de testimoniar juntos el Evangelio de Jesucristo, invitando a la humanidad a escuchar y recibir la buena noticia de la acción redentora de Dios. Pedimos a Dios inspiración, impulso y fortaleza para que podamos seguir juntos en el servicio, defendiendo los derechos humanos y la dignidad, especialmente la de los pobres, trabajando por la justicia y rechazando toda forma de violencia. Dios nos convoca para estar cerca de todos los que anhelan dignidad, justicia, paz y reconciliación. Hoy, en particular, elevamos nuestras voces para que termine la violencia y el radicalismo, que afecta a muchos países y comunidades, y a innumerables hermanos y hermanas en Cristo. Nosotros, Luteranos y Católicos, instamos a trabajar conjuntamente para acoger al extranjero, para socorrer las necesidades de los que son forzados a huir a causa de la guerra y la persecución, y para defender los derechos de los refugiados y de los que buscan asilo.
Hoy más que nunca, comprendemos que nuestro servicio conjunto en este mundo debe extenderse a la creación de Dios, que sufre explotación y los efectos de la codicia insaciable. Reconocemos el derecho de las generaciones futuras a gozar de lo creado por Dios con todo su potencial y belleza. Rogamos por un cambio de corazón y mente que conduzca a una actitud amorosa y responsable en el cuidado de la creación.
Uno en Cristo
En esta ocasión propicia, manifestamos nuestra gratitud a nuestros hermanos y hermanas, representantes de las diferentes Comunidades y Asociaciones Cristianas Mundiales, que están presentes y quienes se unen a nosotros en oración. Al comprometernos de nuevo a pasar del conflicto a la comunión, lo hacemos como parte del único Cuerpo de Cristo, en el que estamos incorporados por el Bautismo. Invitamos a nuestros interlocutores ecuménicos para que nos recuerden nuestros compromisos y para animarnos. Les pedimos que sigan rezando por nosotros, que caminen con nosotros, que nos sostengan viviendo los compromisos de oración que manifestamos hoy.
Exhortación a los Católicos y Luteranos del mundo entero
Exhortamos a todas las comunidades y parroquias Luteranas y Católicas a que sean valientes, creativas, alegres y que tengan esperanza en su compromiso para continuar el gran itinerario que tenemos ante nosotros. En vez de los conflictos del pasado, el don de Dios de la unidad entre nosotros guiará la cooperación y hará más profunda nuestra solidaridad. Nosotros, Católicos y Luteranos, acercándonos en la fe a Cristo, rezando juntos, escuchándonos unos a otros, y viviendo el amor de Cristo en nuestras relaciones, nos abrimos al poder de Dios Trino. Fundados en Cristo y dando testimonio de él, renovamos nuestra determinación para ser fieles heraldos del amor infinito de Dios para toda la humanidad.