Por Joan Chittister, OSB. www.eriebenedictines.org
Conferencia pronunciada en el Primera Congreso Mundial sobre la Ordenación de las Mujeres, Dublín, 2001
Tres historias pueden ilustrar estas reflexiones, que son sobre discipulado
en una época de transición: La primera es sobre una dulce ancianita
que tenía un único -aunque algo peligroso-hábito: el de
cambiar hacia el carril derecho desde el carril izquierdo de la autopista. Dicen
que el tipo del cadillac que estrelló contra el borde de la carretera,
salió de su coche, se apoyó en la ventana del de la viejecita
y le dijo: "Señora, dígame sólo una cosa: ¿por
qué no le ha dado al intermitente?" Y la anciana levantando la mirada
le dijo: "Porque, joven, yo siempre giro aquí"
La segunda historia es del poeta Zen Basho, que escribió: "No busco
seguir los pasos de los antiguos; busco lo que ellos buscaban"
Y la tercera es una antigua historia monástica: Érase una vez,
así va la historia, un pastor de almas que viajó con gran dificultad
a un lejano monasterio porque había una anciana monja allí que
tenía la reputación de hacer penetrantes preguntas espirituales.
"Santa mujer," dijo el pastor. "Hazme una pregunta que renueve
mi alma." "Ah, sí, bien" le dijo la monja, "tu pregunta
es: '¿qué es lo que necesitan?'. El pastor luchó con la
cuestión durante días pero luego, deprimido, abandonó y
volvió a la anciana monja con disgusto. "Santa mujer" dijo
el pastor, "Vine aquí porque estaba cansado y deprimido y seco.
No vine aquí para hablar de mi ministerio. Vine a hablar sobre mi vida
espiritual. Por favor, dame otra pregunta." "Ah, bien, claro. Ahora
lo veo," dijo la monja, "en ese caso la pregunta para ti no es '¿qué
es lo que necesitan?' La pregunta correcta para ti es '¿Qué es
lo que realmente necesitan?'"
Esta cuestión me obsesiona. ¿Qué es lo que la gente realmente
necesita en un período en el que los sacramentos se están perdiendo
en una iglesia sacramental pero que todas las aproximaciones a la cuestión-incluso
la admisión misma de que hay una cuestión admisible sobre la naturaleza
y el significado del sacerdocio está siendo bloqueado, obstruido, negado
y suprimido?
"¿Qué es lo que realmente necesitan?" llega a ser un
estribillo obsesivo en mí por más razones que la meramente filosófica.
En la cima de una montaña mejicana, después de recorrer muchas
millas a través de una carretera llena de baches y húmeda, con
ríos de barro, visité una aldea india que era atendida por un
sacerdote solamente una vez al año. Pero eso fue hace tiempo. Ahora la
montaña es exactamente igual de alta, pero el sacerdote es quince años
más viejo.
Hace cinco años, hablé en una parroquia de los Estados Unidos
con 6.000 familias -uno de esos nuevos fenómenos del Oeste llamados 'mega-churches'
que era atendida por tres sacerdotes. Aquí no había escasez de
sacerdotes, --te hacían saber los curas--, porque el obispo había
redefinido la tasa óptima de sacerdotes por habitante de uno cada 250
familias a un sacerdote por cada 2.000 familias.
En diócesis tras diócesis las parroquias se están fusionando,
cerrando, siendo transformados en estaciones de servicio sacramentales, atendidos
por sacerdotes retirados o por diáconos casados varones, todo lo cual
está diseñado para conservar una iglesia varón, independientemente
de si se está ofreciendo un servicio pastoral o no. El número
de sacerdotes está menguando: el número de católicos está
creciendo; el número de ministros laicos recibiendo diplomas en todos
los sistemas académicos está creciendo a pesar del hecho de que
sus servicios son restringidos, rechazados o hechos redundantes en parroquia
tras parroquia.
Y aquí en Pennsylvania hay una niña de cinco años que,
cuando sus padres respondieron a su pregunta sobre la ausencia de mujeres sacerdotes
en su parroquia con la llana explicación de que "No tenemos niñas-sacerdotes
en nuestra iglesia, querida" la niña pensó un minuto y luego
respondió muy simple pero agudamente "¡¿Entonces, por
qué vamos allí?!"
Claramente, la iglesia está cambiando incluso cuando afirma su inmutabilidad.
Pero la resistencia estática está bien lejos del dinamismo de
la primitiva iglesia en la que Prisca, y Lidia, y Tecla, y Febe y cientos de
mujeres como ellas, abrieron sus casas convertidas en iglesias domésticas,
caminaron como discípulos de Pablo, "le obligaron," --dice
la Escritura--, a servir una determinada región, instruyeron a la gente
en la fe y sirvieron de ministras a las nacientes comunidades cristianas sin
disculpas, sin argumentos, sin truculentos escondites teológicos sobre
si estaban ejerciendo el ministerio "in persona Christi" o "in
nomine Christi"
Ciertaramente, tanto la pregunta como la respuesta están claras: ¿Qué
es lo que realmente necesitan? Necesitan lo que necesitaban cuando el templo
llegó a ser más importante que la Toráh. Necesitan lo que
necesitaban cuando la fe era más una visión que una institución.
Necesitan lo que siempre han necesitado: necesitan comunidad, no clericalismo
patriarcal; necesitan lo sagrado, no lo sexista; necesitan lo humano, no lo
homofóbico. La gente necesita más profetas de la igualdad, no
pretendientes a un sacerdocio de privilegio masculino. Necesitan discipulado,
no decretos canónicos.
Así que, ¿qué es lo que tiene que hacerse en un tiempo
como este en el que lo que se busca y lo posible son dos cosas distintas? ¿A
qué dedicaremos nuestra energía cuando se nos dice que no se quiere
energía en absoluto?
Las cuestiones pueden sonar nuevas pero la respuesta es vieja, antigua, veraz.
La respuesta es discipulado. El hecho es que no podremos nunca tener un "sacerdocio
renovado" a menos que tengamos un discipulado renovado en nosotros y entorno
a nosotros- así como entorno a nosotros y en nosotros. La tentación
es perder las energías en una búsqueda aparentemente infructuosa
por un cargo. Pero la llamada es volver a renovar nuestro compromiso por las
esenciales, antiguas y auténticas demandas del discipulado. Para renovar
el sacerdocio, debemos renovar el discipulado. Si buscamos la ordenación
que Jesús da, debemos perseguir tres cosas:
1. Debemos entender la naturaleza del discipulado
2. Debemos reconocer los signos de verdadero discipulado y
3. debemos estar deseando entregarnos a lo que el discipulado exige ahora.
¿Qué es el discipulado? El discipulado cristiano es por naturaleza
una cosa muy peligrosa. Pone a cada persona que acepta en riesgo. Ha puesto
a cada seguidor de cualquier época en seria alerta de rechazo, desde
Martin de Tours hasta John Henry Newman, desde Mary Ward hasta Dorothy Day.
El discipulado pone a cada nueva comunidad cristiana en tensión con los
tiempos en los que crece. En la iglesia primitiva ser una comunidad cristiana
significaba desafiar el imperialismo romano, ensanchar el judaísmo, contrastar
los valores paganos con los cristianos. Exigía una presencia muy concreta;
requería gran valor, fortaleza sin fin y un posicionamiento público
claro. Un discipulado real significaba el rechazo de cosas reales: significaba
el rechazo de la adoración del emperador, la negación a tomar
parte en sacrificios animales, la inclusión de los gentiles, la eliminación
de normas dietéticas, el desmentido de la circuncisión, la aceptación
de las mujeres y la suplantación de la ley por el amor, del nacionalismo
por universalismo, el paso de un pueblo elegido a un pueblo global- ¡VOSOTROS!
Cuando el seguimiento de Cristo no era una excursión intelectual, era
real, inmediata y cósmica. No era fácil entonces y no será
fácil ahora.
El problema con el discipulado cristiano es que en lugar de implicar simplemente
algo así como un ejercicio académico o ascético - la implicación
de la mayoría de los otros tipos de 'discipulado' - el discipulado cristiano
requiere un modo de vida que, finalmente, conduce a la persona de las mesas
de banquete de los grupos de prestigio y de los balcones de presidencia, y de
las procesiones de caballería eclesiástica a los más sospechosos
márgenes de la iglesia y la sociedad.
Seguir a Jesús es un tortuoso camino que conduce siempre y en todo lugar
a sitios donde una "buena" persona no debería ir, a momentos
de integridad que preferiríamos no tener que afrontar. El discípulo
carga con una visión del mundo que clama su cumplimiento ahora. El discipulado
cristiano es el compromiso a vivir una vida evangélica, una vida marginal
en este lugar, en este tiempo a cualquier coste. Seguir a Cristo es ponerse
a modelar un mundo en el que los modelos en los que hemos sido formados se convierten,
demasiado frecuentemente, en aquello que últimamente debemos abjurar.
Bandera y patria, beneficio y poder, chovinismo y sexismo, clericalismo y autoritarismo
hechos en el nombre de Cristo no son virtudes cristianas sea cual sea el sistema
que busque en ellos legitimidad.
El discipulado cristiano es vivir en este mundo en el modo en que Jesús
el Cristo vivió en el suyo -tocando a los leprosos, sacando burros de
las zanjas en sábado, cuestionando lo incuestionable y - ¡rodeándose
de mujeres! Discipulado implica un compromiso a dejar nidos y casas, posiciones
y seguridades, señoríos y legalidades para ser ahora -en nuestro
propio mundo-lo que Cristo fue para el suyo. El verdadero discípulo escucha
al pobre, y ofrece su ministerio a cualquiera, a todos en este mundo, a aquellos
que habiendo sido utilizados por el establishment han sido luego abandonados,
y hacen su camino solos, invisibles en un mundo patriarcal, indeseables en un
mundo patriarcal pero poderosamente, poderosamente utilizados por un mundo patriarcal
que abusa su poder, para guarnecer sus beneficios inmorales. El discipulado
está preparado para volar frente al rostro de un mundo marcado solo por
el mantenimiento de sus propios fines a cualquier precio. Si estás aquí
para el discipulado ¡no te engañes! El precio es alto y la historia
lo ha demostrado fielmente. Teresa de Ávila, Juan de la Cruz y Juana
de Arco fueron perseguidos por oponerse a la jerarquía-y luego canonizados
por ella. El discipulado costó a Mary Ward su salud, su reputación
e incluso un funeral católico. El discipulado costó a Martin Luther
King su vida. No hay duda, la naturaleza del discipulado es pasión y
riesgo.
Pero entender la naturaleza del discipulado no es suficiente. Debemos estar
marcados por su marca. ¿Y cuál es la marca del discipulado? El
verdadero discipulado dice la verdad en tiempos duros. Para el discípulo,
el problema es claro: la iglesia no debe solo predicar el evangelio, debe no
obstruirlo. Debe ser lo que dice. Debe mostrar lo que enseña. Debe ser
juzgado por sus propios valores. La iglesia que se confabula en silencio con
el desposeimiento de los pobres o con la esclavización económica
del extranjero en nombre del patriotismo o la ciudadanía llega a ser
un instrumento más del estado. La iglesia que bendice gobiernos opresores
en nombre de la obediencia a una autoridad que niega la autoridad de la conciencia
se convierte ella misma en opresora. La iglesia que se calla ante la masiva
militarización realizada en nombre de la defensa nacional abandona el
compromiso con el Dios del amor por la preservación de la religión
civil. La iglesia que predica la igualdad de las mujeres pero no hace nada para
demostrarlo dentro de sus propias estructuras, que proclama una teología
de igualdad pero insiste en una eclesiología de la superioridad está
fuera de onda con lo mejor de sí misma y peligrosamente cerca de repetir
los errores teológicos que subyacen bajo los siglos de esclavitud sancionados
por la iglesia
La pauperización de las mujeres en nombre de la santidad y del esencialismo
de la maternidad vuela ante el rostro del Jesús que derribó las
mesas del templo, se enfrentó a Pilatos en el palacio, regañó
a Pedro para que depusiera la espada y, a pesar de la enseñanza de ese
día, curó a la mujer con un problema de sangre y no permitió
a sus propios apóstoles silenciar a la mujer samaritana a través
de la cual, dice la Escritura, "miles creyeron ese día". En
fin, la vida de Jesús nos muestra que la invisibilidad de las mujeres
en la Iglesia amenaza la misma naturaleza de la Iglesia.
Obviamente, el discipulado no está basado en el sexismo. No está
basado en normas culturales. No está basado en la piedad privada. El
discipulado lanza lo santo contra lo mundano. Lanza el corazón de Cristo
contra la falta de corazón de un mundo eminentemente orientado hacia
el varón, definido por el varón, y controlado por el varón.
Y ese no es el modelo de verdadero discipulado que nos da la Escritura. Ser
un discípulo en el modelo de Judith y Esther, de Débora y Ruth,
de María y María Magdalena significa encontrarnos siendo creadores
de un mundo donde los débiles confunden a los fuertes. El verdadero discípulo
comienza como el profeta Ruth a modelar un mundo donde los ricos y los pobres
comparten el jardín de acuerdo con su necesidades. El verdadero discípulo
se dispone como Débora a forjar un mundo donde los últimos son
los primeros y los primeros los últimos - comenzando por ellos mismos.
El verdadero discípulo insiste, como el comandante Judith hizo, en un
mundo donde las mujeres hacen lo que hasta entonces había sido aceptable
solo para los hombres simplemente porque los hombres lo decían! Al discípulo
que sigue la estela de Esther, salvadora de su pueblo como Moisés lo
fue del suyo, el reino de Dios -la bienvenida del marginado, la reverencia por
el otro, el respeto por la creación -hace de una tierra extranjera un
hogar. "Ven, sígueme" llega a ser el himno de la proclamaci´`on
pública desde la cual nadie - nadie-es excluido y por el cual ningún
riesgo es demasiado grande. El verdadero discipulado, lo sabemos desde la vida
de Cristo a quien seguimos, no es ser miembros de un club social clerical llamada
iglesia. Esa no es una ordenación a la que puedan atenerse los verdaderamente
ordenados.
El discipulado no es un ejercicio intelectual o consentimiento aun cuerpo de
doctrina. El verdadero discipulado es una actitud mental, una cualidad del alma,
un modo de vida que no es política pero que tiene serias implicaciones
políticas, y que puede no ser oficialmente eclesiástica pero que,
al final, cambiará una iglesia que es más eclesiástica
que comunitaria. El discipulado real cambia las cosas porque simplemente no
puede ignorar las cosas como son. Y rechaza todo lo que niega la voluntad de
Dios para la humanidad... no importa cuánto sensible, cuánto racional,
cuánto común, cuánto obvio, cuánto históricamente
patriarcal, cuánto frecuentemente llamado "voluntad de Dios"
por aquellos que buscan determinar lo que eso es o intentan imponerlo en otros
lo que ellos dicen que es. El discípulo toma una posición pública
contra los valores de un mundo que da ventajas solo a aquellos que ya tenían
ventajas. El verdadero discípulo se posiciona contra las instituciones
que se llaman a ellas mismas "liberadoras" pero que mantienen en la
servidumbre a la mitad de las personas del mundo. Se enfrenta con sistemas que
están más dispuestos a mantener a personas impropias fuera de
ellas queen acoger a todas las personas dentro de ellas. El verdadero discipulado
toma partido siempre, siempre, siempre a favor del pobre, de las minorías,
de los marginados, de los envilecidos, los rechazados, el otro, a pesar del
poder de los ricos y poderosos -no porque el pobre y el que no tiene poder son
más virtuosos que el rico y el poderoso sino porque el Dios del amor
quiere para ellos, también, lo que el rico y el poderoso les niegan.
El discipulado abre una senda atrevida a través de los tipos corporativos
como Herodes; a través de los tipos institucionales como los fariseos,
a través de los tipos del sistema, como los cambistas del templo, y a
través de tipos chovinistas como los apóstoles que quieren despedir
a las mujeres. El discipulado se levanta desnudo en medio del mercado del mundo
y , en el nombre de Jesús, grita bien alto todos los gritos del mundo
hasta que alguno, en algún lugar oye y responde a los más pobres
entre los pobres, los más humildes entre los humildes, los más
marginados entre los rechazados. Cualquier otra cosa -toda la pompa, todo el
oro y la seda púrpura, todos los rituales del mundo -los evangelios dan
testimonio, es ciertamente mediocre y ciertamente un falso discipulado.
Y ahí yace el problema: es una cosa, entonces, para un individuo reunir
el valor que hace falta para levantarse solo en el ojo del huracán llamado
"Mundo real". Es otra cosa enteramente distinta ver que la iglesia
misma es nada menos que el reflejo del Cristo vivo. ¿Por qué?
Porque la iglesia de Jesucristo puede no estar llamado a ordenar el sacerdocio
como lo conocemos ahora, pero la iglesia de Cristo es siempre, sin duda, ciertamente
llamada al verdadero discipulado. Para la iglesia- para ti y para mí,
entonces, así como la institución -no atenerse a lo que el discipulado
exige ahora es para la iglesia abandonar el discipulado que ella exige al mundo
que siga. Ver a una iglesia de Cristo negar al pobre y al marginado su derecho,
instituir los mismos sistemas en ella que desprecia en la sociedad, es no ver
iglesia en absoluto.. Es en el mejor de los casos religión reducido a
una mera institución social diseñado para confortar a los confortados
pero no a desafiar las cadenas que atan a la mayoría de la humanidad
-y todas las mujeres-a la cruz. En este tipo de iglesia, el evangelio ha sido
durante largo tiempo reducido a catecismo. En este tipo de iglesia, la profecía
muere y la justicia lloriquea y la verdad se hace demasiado oscura para el corazón
que busca pueda verla.
Hoy, como nunca antes en la historia, quizás, el mundo y por lo tanto,
la iglesia en él, está siendo estirado hasta el punto de ruptura
por situaciones vitales que, aunque no sea por otra razón que su inmensidad
están sacudiendo el globo desde sus cimientos. Nuevas cuestiones vitales
están emergiendo con impacto asombroso y persistencia implacable. Y la
más grande de ellas es la cuestión de la mujer.
Las mujeres son la mayoría de los pobres, la mayoría de los refugiados,
la mayoría de los que carecen de educación, la mayoría
de los golpeados, la mayoría de los rechazados del mundo. ¡Incluso
en la iglesia, mujeres bien formadas, dedicadas y comprometidas son ignoradas
incluso en los pronombres de la Misa!
Dónde está la presencia de Jesús a la mujer golpeada, a
la mujer mendiga, a la mujer abandonada, a la mujer sola, a la mujer cuyas preguntas,
gritos y experiencia vital no tiene lugar ni en los sistemas del mundo ni tampoco
en la iglesia?
Excepto, por supuesto, para ser definida como una segunda clase de naturaleza
humana, no tan competente, no tan valiosa, no tan humana, no tan agraciada por
Dios como lo son los hombres.
La verdadera cuestión debe ser la tercera. ¿Qué exige aquí
la teología del discipulado? ¿Qué implica aquí la
teología de un pueblo sacerdotal? ¿Son las mujeres simplemente
la mitad de discípulos de Cristo? ¿La mitd de comisionadas, la
mitad de apreciadas, la mitad de valoradas? A la luz de estas situaciones, hay,
consecuentemente, cuestiones en la comunidad cristiana hoy que no pueden ser
masajeadas por notas a pie de página ni oscurecidas por la jerga, ni
hecho degustable por el retiro a la "fe". Por el contrario, ante estas
cuestiones, las notas a pie de página sobran. El lenguaje mismo de la
iglesia sirve solo para subrayar más la cuesti´´ón
y la fe misma demanda la cuestión. El discipulado de las mujeres es una
cuestión que no va a desaparecer, no importa cuánto se rece por
ello o se legisle en la oscuridad eclesiástica. Es más, el discipulado
de la iglesia con respecto a las mujeres es la cuestión que probará,
a largo plazo, la misma iglesia. En la cuestión de la mujer la iglesia
esta enfrentándose a uno de sus más serios retos al discipulado
desde la emergencia de la cuestión de la esclavitud cuando argüíamos,
entonces también, que la esclavitud era la voluntad de Dios para algunas
personas- no nosotros.
La mayor cuestión a la que se están enfrentándose los cristianos
hoy, es qué significa el discipulado en una iglesia que no quiere a las
mujeres en ningún otro lugar que en los bancos. Si el discipulado se
reduce a masculinidad, ¿qué implica eso para el resto de la salvación
cristiana? Si solamente los hombres pueden realmente vivir el discipulado completamente,
¿qué pasa con la aspiración de la mujer al discipulado
que el bautismo implica, demanda, demuestra en la vida de Jesús? ¿Qué
significa para las mismas mujeres que se enfrentan con el rechazo, la devaluación
y un debate teológico basado en los restos de una mala biología
teologizada? ¿Qué hacemos cuando una iglesia proclama la igualdad
de las mujeres pero se construye sobre estructuras que aseguran su desigualdad?
¿Qué significa, así mismo, el rechazo de las mujeres a
los niveles más altos de la iglesia para los hombres que afirman ser
ilustrados pero que continúan apoyando el mismo sistema que se mofa de
la mitad de la raza humana? ¿Qué significa parala iglesia que
afirma ser seguidora del Jesús que curó en Sábado y resucitó
a mujeres de entre los muertos y se enfrentó con los maestros de la fe
-mandatum o no mandatum, documentos "definitivos" o "no definitivos"
Y finalmente, qué significa para una sociedad terriblemente necesitada
de una cosmovisión en el amanecer de una era global?
Las respuestas están desesperanzadoramente claras a todas luces. El discipulado
cristiano no está simplemente en peligro de quedarse atrofiado. El discipulado
se ha convertido, de hecho, en el enemigo. Quien no admitimos a discipulado
pleno, oficial y legítimo-algo que la iglesia misma enseña que
se requiere a todos -ha llegado a ser al menos tan problemático para
la integridad de la iglesia como la exclusión de las mujeres de esas
deliberaciones de la iglesia que modelan su teología y forman a su pueblo.
Las mujeres empiezan a preguntarse si el discipulado tiene algo que ver con
ellas en absoluto. Algunas consideran que la fidelidad al evangelio significa
hacer lo que siempre se ha hecho. Otras encuentran la fidelidad solo en ser
lo que siempre se ha sido. La distinción es crucial para entender la
tradición. La distinción es también esencial para entender
el discipulado en la iglesia moderna. Cuando "la tradición"
se convierte en sinónimo de "el sistema" y mantener el sistema
llega a ser más importante que mantener el espíritu de la tradición,
el discipulado se marchita y llega a ser en el mejor de los casos "obediencia"
o "fidelidad" al pasado pero no un compromiso profundo con la presencia
viva del Cristo vivo confrontando las lepras de la época.
La sociedad antigua llamaba a los ciegos pecadores, a una niña inútil,
a una mujer menstruante impura, todas ellos marginales al sistema, condenados
a los márgenes de la vida, excluidos del centro de la sinagoga, expulsados
del corazón del templo. Pero Jesús acerca a sí a cada uno
de ellos, a pesar de las leyes, sin importar la cultura, a pesar de la desaprobación
de los notables espirituales del área y los llena con él mismo
y los envía como él mismo a los caminos y sendas del mundo entero.
Ser discípulos de Jesús significa que nosotros debemos hacer los
mismo. Hay algunas cosas, parece, que no toleran racionalizaciones a favor de
delicadezas institucionales. El discipulado infiere, implica, requiere nada
menos que la confirmación, el ordenamiento del amor de Jesús para
todos, en todo lugar, no importe quién se arrogue el derecho de trazar
límites entorno a la voluntad de Dios para aquellos que llamamos in-amables.
Definir "fe" como deseo de aceptar lo inaceptable es fe despojado
de Jesús
El discipulado y la fe forman una pieza. Decir que creemos que Dios ama a los
pobres, juzga a su favor, quiere su liberación pero no hacemos nada nosotros
mismos para liberar al pobre, escuchar sus quejas, levantar sus cargas, actuar
en su favor es de hecho fe vacía. Decir que Dios es amor y no amar nosotros
mismos como Dios ama puede ser iglesia pero no cristiana. Predicar una teología
de la igualdad, decir que todas las personas son iguales a los ojos de Dios
pero al mismo tiempo mantener una teología de la desigualdad, una espiritualidad
de la dominación que excluye a la mitad de la raza humana en base a su
género de la plenitud de la fe, que dice que las mujeres no tiene lugar
en el gobierno de la iglesia y en el desarrollo de la doctrina - y todo esto
en el nombre de Dios es vivir una mentira. Pero si el discipulado es seguir
a Jesús, más allá de todas las fronteras, a cualquier coste,
para llevar el reino de Dios, para el establecimiento de relaciones justas,
entonces fundamentar la llamada de una mujer a seguir a Cristo en su incapacidad
para parecerse a Jesús obstruye aquello mismo para lo que la iglesia
ha sido fundada. Obstruye la capacidad de una mujer a seguir a Cristo en plenitud,
a dar su vida por los demás, a bendecir y predicar y sacrificar y construir
comunidad "en su nombre" - como los documentos sobre sacerdocio dicen
que un pueblo sacerdotal debe y lo hace por causa de la religión rechazando
el evangelio.
Es una cuestión filosófica de inmensas proporciones. Es la cuestión
que, como la esclavitud, pone la iglesia a prueba. Para que la iglesia se haga
presente a la cuestión de la mujer, para servirla pastoralmente, para
ser discípulo en ella, la iglesia misma debe convertirse a la cuestión,
de hecho, la iglesia debe ser convertida por la cuestión. Los hombres
que no toman la cuestión de la mujer seriamente pueden ser sacerdotes
pero no es imposible que sean discípulos. Es imposible que sean "otros
Cristos". no el Cristo nacido de mujer. No el Cristo que envió el
Espíritu Snto a María la mujer igual que a Pedro el varón.
No el Cristo que anunció su mesianidad tan claramente a la mujer samaritana
como a la roca que tembló. Si este es el Jesús que nosotros como
cristianos, como iglesia, hemos de seguir, entonces el discipulado dela iglesia
está ahora poderosamente en cuestión.
En efecto, Basho escribe: "No busco seguir los pasos de los antiguos. Busco
lo que ellos buscaban." El discipulado depende de nuestro llevar la voluntad
de Dios para la humanidad a las cuestiones de esta época como Jesús
lo hizo para la suya. En la medida en que la tradición se usa para significar
el seguimiento de los pasos de Jesús en lugar de buscar mantener el espíritu
de Cristo en el presente, entonces es improbable que preservemos algo más
que la cáscara de la iglesia.
La conciencia del universalismo de la humanidad a través de diferencias
ha llegado a ser la trama que mantiene el mundo unido en una era global. Lo
que una vez fue una jerarquía de la humanidad está siendo visto
como lo que es: opresión de la humanidad. La colonización de las
mujeres está empezando a verse ahora tan inaceptable como la opresión
colonial de África, las cruzadas contra los turcos, la esclavización
de los negros y el diezmamiento de los pueblos indígenas en el nombre
de Dios.
Es verdad que los debates teológicos están encrespándose
por todas partes; pero es también verdad que por todas partes el Espíritu
Santo está abriendo brechas- como el Espíritu Santo lo hizo en
Roma en los años '60. En Asia, las mujeres budistas están exigiendo
la ordenación y el derecho a hacer las mándalas sagradas. En India,
las mujeres están empezando a realizar las danzas sagradas y a encender
los fuegos sagrados. En el Judaísmo, las mujeres estudian la Torah y
ahora llevan los rollos y leen las escrituras y dirigen congregaciones. Solo
en las culturas más atrasadas, más legalistas, más primitivas
las mujeres son hechas invisibles, inútiles, menos que plenamente humanas,
menos que plenamente espirituales. La humanización de la raza humana
está sobre nosotros. La sola cuestión para la iglesia es si la
humanización de la raza humana conducirá a la cristianización
de la iglesia cristiana. De otro modo, el discipulado morirá y la integridad
de la iglesia con ella.
Debemos tomarnos el discipulado seriamente o dejaremos la iglesia del futuro
con funcionarios en lugar de con discípulos. NO podemos renovar el sacerdocio
sin renovar el discipulado -nuestro propio discipulado y el de los demás.
El hecho es que el Cristianismo vive en los cristianos, no en libros, no en
documentos llamados 'definitivos' para ocultar el hecho de que son en el mejor
de los casos productos de su tiempo, no en lugares comunes sino en "vocaciones
especiales", no en viejos errores, dignificados como "tradición".
El nuevo hecho de vida es que el discipulado a las mujeres y el discipulado
de las mujeres es clave para el discipulado del resto de la iglesia.
Las cuestiones están claras. La respuesta es oscura e incierta pero crucial
para el futuro, de la iglesia que afirma ser eterna. Thomas Carlyle escribió
"nuestro principal asunto no es ver lo que está borroso en la distancia,
sino lo que está claramente a mano". Un grupo como este, vosotros,
en un tiempo como este -un pueblo sacerdotal en un período sin sacerdotes-debe
mantener una visión de totalidad, una visión final, la última
visión, la inevitable visión - claramente en la cabeza. Sí.
Pero debemos también mantener las tareas del presente claramente en mente
y la tarea del presente no es simplemente preparación para la ordenación
sacerdotal en una iglesia que intenta obstruirla, que tiene dudas -- y miedos
- del poder de la verdad para persuadir y así niega incluso el derecho
a discutir esta supurante cuestión de si las mujeres pueden participar
en el sacramento de órdenes. Claramente, la preparación para la
ordenación al sacerdocio sería prematuro, en el mejor de los casos,
si no directamente dañino al Espíritu en un clima como este. No,
la tarea del presente en un tiempo como este es utilizar todas las organizaciones
a las que pertenecemos para desarrollar una teología de la iglesia hasta
un punto de masa crítica. La tarea ahora es practicar un discipulado
peligroso. Necesitamos un grupo libre de mandatums que organice seminarios,
suscite debates públicos al estilo de las grandes disputaciones medievales
que arguyeron a favor y en contra de la plena humanidad de los pueblos indígenas,
crear talleres, patrocinar publicaciones, escribir libros, publicar sitios-web
educativos, tener más y más reuniones como éste donde las
mujeres pueden hablar libremente sin importarles lo que le vaya a posar a las
que participen en ellas... Debemos reunir grupos entorno a temas de la infalibilidad
de la infalibilidad y del papel del 'sensus fidelium' en el desarrollo de la
doctrina, y la cuestión de la clara exclusión de las mujeres en
la restauración del diaconado permanente - un modo oficial de discipulado
para mujeres que cuenta con teología, historia, ritual, liturgia y tradición
firme, plena y claramente de su lado.
Es tiempo de sacar a la luz del día las discusiones que se murmuran detrás
de cada puerta de iglesia, en cada corazón que busca. Si el Vaticano
II dice que el sacerdocio requiere predicación, sacrificio y edificación
de la comunidad, entonces proclamar el advenimiento de una nueva iglesia, sacrificándonos
nosotros mismos para traerlo, y formando una comunidad nueva con la noción
de un nuevo tipo de sacerdocio y mujeres diáconos permanentes puede ser
el más grande servicio sacerdotal de todos ahora mismo.
Así, como la anciana de la historia, debemos continuar girando, girando,
girando en la dirección del discipulado -como siempre han hecho las mujeres
- pero de un modo diferente ahora. Como dice Basho, no buscamos seguir los pasos
de los antiguos. Buscamos lo que ellos buscaban. No buscamos hacer lo que ellos
realmente necesitan. Necesitamos hacer algo más que eso. Buscamos hacer
los que ellos realmente realmente necesitan. ¿Por qué? Porque
como Juan XXIII dice en 'Pacem in Terris', "Siempre que que las personas
descubren que tienen derechos, tienen la responsabilidad de reclamarlos"
Y porque Proverbios enseña claramente "si la gente guía,
los guías finalmente seguirán". Por lo tanto, ¿qué
debemos hacer como pueblo sacerdotal? Debemos asumir la responsabilidad. Debemos
recuperar la iglesia. ¡Debemos guiar a los guías a la plenitud
de la vida cristiana!
Declaración de la hermana Christine Vladimiroff, priora
de las hermanas benedictinas de Erie
Durante los últimos tres meses he estado en deliberaciones con oficiales
del Vaticano sobre la participación de la hermana Joan Chittister en
el Congreso Mundial sobre la Ordenación de la Mujer, 29-31 de Junio,
Dublín, Irlanda. El Vaticano creyó que su participación
está oposición a su decreto (Ordinatio Sacerdotalis) que la ordenación
nunca será conferida a las mujeres en la Iglesia Católica Romana
y que debe, por lo tanto, no ser debatida. El Vaticano me ordenó prohibir
a la hermana Joan atender al congreso donde ella es una de las principales conferenciantes
Pasé muchas horas discutiendo el asunto con la hermana Joan y viajé
a Roma para dialogar sobre ello con los oficiales del Vaticano. Busqué
el consejo de obispos, líderes religiosos, canonistas, y otras prioras,
y más importante de mi comunidad religiosa, las hermanas benedictinas
de Erie. Pasé muchas horas en oración personal y comunitaria sobre
este asunto
Después de mucha deliberación y oración, concluí
que declinaría la petición del Vaticano. He tomado mi decisión
basándome en la tradición de obediencia benedictina y monástica.
Hay una diferencia fundamental entre la forma de entender la obediencia en la
tradición monástica y la que está siendo usado por le Vaticano
para ejercer el poder y el control y provocar una falsa sensación de
unidad inspirada por el miedo. La autoridad benedictina y la obediencia se consiguen
a través del diálogo entre un miembro de la comunidad y su priora
en un espíritu de corresponsabilidad. El papel de la priora en una comunidad
benedictina es ser una guía en la búsqueda de Dios. Aunque vivida
en comunidad, es cada miembro individual quien hace la búsqueda.
La hermana Joan Chittister, que ha vivido la vida monástica con fe y
fidelidad durante cincuenta años, debe tomar su propia decisión
basada en su sentido de Iglesia, su profesión monástica y su propia
integridad personal. Yo no puedo ser usada por el Vaticano para emitir una orden
de silencio.
No veo su participación en este congreso como una "fuente de escándalo
para los fieles" como alega el Vaticano. Pienso que los fieles se escandalizan
cuando intentos honestos de discutir cuestiones de importancia para la iglesia
son prohibidos.
Presenté mi decisión a la comunidad y leí la carta que
iba a enviar al Vaticano. 127 miembros de los 128 miembros con derecho a voto
de las hermanas de benedictinas de Erie apoyaron libremente esta decisión
firmando con su nombre esa carta. La hermana Joan participó en el congreso
de Dublín con la bendición de las hermanas benedictinas de Erie
Mi decisión no debe indicar en ningún modo una falta de comunión
con la Iglesia. Estoy tratando de permanecer fiel al papel que la tradición
monástica ha tenido en la iglesia por más de 1500 años.
Nuestra tradición se remonta a los primeros Padres y Madres del desierto
del siglo IV que vivieron en los márgenes de la sociedad para ser una
presencia orante y cuestionante tanto para la iglesia como para el mundo. Las
comunidades monásticas de hombres y mujeres nunca han pretendido ser
parte del estatus jerárquico o clerical de la Iglesia, sino que se mantienen
separados de esta estructura y ofrecen una voz distinta. Solo si hacemos esto
podemos vivir el don que somos para la Iglesia. Solo de este modo podemos ser
fieles al don que las mujeres tienen dentro de la Iglesia.