¿Qué es lo que Dios quiere? Ética y fe cristiana

Un profesor de filosofía de la Universidad de Salamanca solía decir a propósito de la ética “Si no me lo preguntan lo sé, pero si me lo preguntan no lo sé”

Como otras grandes realidades humanas, la ética escapa a una definición precisa, pues ella estaba ya allí antes de que filósofos y teólogos llegaran con su arsenal de terminología técnica

En todas las culturas, hombres y mujeres de todos los tiempos se han tropezado con la existencia de la prohibición y la obligación, de la nobleza y la villanía, de la felicidad y la existencia malograda.

La moral nace como una consecuencia de la libertad: podemos elegir, pero no toda elección se percibe como una elección moral.

Por ejemplo: es sábado por la tarde y hemos de elegir entre salir, por ejemplo, a ver una película, o quedarnos en casa viendo la tele. Es una elección, pero ninguna de las opciones se nos presenta cargado con el peso de la moralidad.

Es el mismo sábado por la tarde, oímos a través de la pared de nuestra vivienda los gritos de una mujer maltratada en el apartamento contiguo. Podemos elegir intervenir o no, lo que se juega ahí sí es percibido como una decisión ética

La moral tiene que ver con decisiones en los que nos jugamos el sentido de la vida. Decisiones que van moldeando quiénes decimos ser.

Y esto, la cuestión moral, confronta a todo ser humano, creyente o no. No es verdad aquello de “si Dios no existe todo está permitido”. Hombres y mujeres no creyentes de gran estatura moral lo han demostrado

¿Qué no es la moral?

Resulta útil antes de continuar hablando sobre qué es la moral, delimitar qué no es.

La moralidad no es lo mismo que ordenamiento jurídico

Las normas éticas son de distinto orden que las leyes civiles. Las primeras afectan a la conciencia personal, mientras las últimas tienen su razón de ser en la sanción social acompañada de la fuerza coercitiva del estado.

Las leyes civiles, al estar en función de la convivencia social, no abarcan todo el campo de la moralidad. Por ejemplo, el adulterio es considerado inmoral por la mayoría de las personas de nuestra sociedad, pero no es ilegal actualmente en España. Y está bien que no lo sea. El estado entiende que no es un asunto que le competa y se abstiene de legislar sobre este punto

Las leyes de un estado de derecho son, en principio, justas, esta justicia les da una imperatividad moral. Pero puede suceder que haya situaciones de conflicto entre la moralidad y la legalidad civil. Para estos casos, la Constitución Española de 1978 contempla la figura de la objeción de conciencia.

De lo legal respondemos ante el estado, de lo moral ante nuestra conciencia.

La moralidad no es el conjunto de normas morales

Mucha gente confunde lo moral y lo normativo, como si la vida moral consistiera en el cumplimiento de las normas morales y religiosas.

Las normas éticas son instrumentos para una vida moral. Medios, no fines. Una norma moral, por ejemplo: “no robar”, puede ayudarnos a tomar la decisión correcta en ciertas situaciones. Las normas, en general, son útiles, pero no son ni mucho menos lo más importante de la vida moral

Las normas son como recetas, pero el buen cocinero es algo más que alguien que conoce y aplica recetas. El buen cocinero sabe lo que es bueno, lo que va a saber bien, y usa –o decide no usar–  las recetas. 

Quien conoce el bien moral es capaz de relativizar la norma moral, de colocarla en su sitio. Sabe que en algunos casos la norma ha de suspenderse en bien de la persona, pues como dijo Jesús: “el sábado ha sido creado para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27)

Jesucristo fue especialmente crítico con los que habían hecho de las normas el todo de su relación con Dios y con los demás, olvidando de este modo al ser humano concreto, necesitado de misericordia (Cfr. Mc 3,1-5).

Una forma de ser profundamente inmoral es reducir la moralidad al cumplimiento de las normas, olvidando las enseñanzas de Jesús.

Ser ético no es lo mismo que tener la conciencia tranquila

Lo inmoral no siempre provoca sentimiento de culpa. Y lo que nos produce remordimientos no es siempre inmoral: La moralidad no coincide con la percepción psicológica de la culpa.

Para explicar el sentimiento de culpa, podemos compararlo con el dolor físico. El dolor físico nos avisa de que algo anda mal en nuestro organismo, el sentimiento de culpa de que algo anda mal en nuestro obrar moral. Aunque a ninguno nos guste, el dolor es imprescindible para mantener la integridad corporal. Del mismo modo, el sentimiento de culpa cumple una función en el mantenimiento de la vida moral. Sin embargo, –al igual que el dolor físico– no siempre cumple bien este cometido.

La capacidad de sentir la culpa es, en gran medida, producto de nuestra educación. Dependiendo de ésta, somos más o menos sensibles a ciertos males morales que a otros. Una educación deficiente (y todas lo son en alguna medida) puede provocar que tengamos sentimientos de culpa que no corresponden a ningún mal moral o que no sintamos apenas culpa ante ciertos males morales. Continuando con el símil del dolor físico, el sentimiento de culpa, al igual que el dolor, puede convertirse en sí mismo en un problema, perdiendo su función de ser un síntoma –un aviso– del verdadero problema.

Las personas maduramos moralmente cuando somos capaces de superar los chantajes de ciertos sentimientos de culpa en aras de una sincera búsqueda de la justicia y el bien. Cuando la conciencia triunfa sobre la parálisis provocada por el sentimiento de culpa, la persona agranda su estatura moral.

Moralidad no es conformidad

La moralidad no es lo mismo que la conformidad con lo establecido o con las opiniones de la autoridad. La insumisión no es siempre inmoral, puede ser lo más ético en ciertas circunstancias.

Por ejemplo, hay personas que han sido educadas para sentirse culpables cuando discrepan con una figura de autoridad, o cuando rompen con su imagen de lo que debe ser una “buena madre” o un “hombre como Dios manda” o del buen(a) chico(a) que no ha roto un plato en su vida.

Hay quien vive satisfaciendo las expectativas de los demás u obedeciendo a figuras paternas reales o imaginadas. Esto les mantiene en un subdesarrollo moral

Las edades de la moralidad

El psicólogo norteamericano Lawrence Kohlberg ha establecido tres niveles en el desarrollo del juicio moral desde la infancia a la edad adulta

Nivel 1. Preconvencional. En este estadio, el niño aún no ha asumido la moralidad como algo propio, sino como algo que los adultos dicen que deben hacer. Evitar castigos y conseguir premios es la razón de ser del comportamiento

Nivel 2. Convencional. En este nivel se han internalizado los valores y roles de la sociedad con sus normas y expectativas. Los jóvenes a este nivel creen importante ajustar su propia imagen a la representación social de una “buena persona” y pueden emitir juicios según las normas propias de la buena conducta. (otra cosa es que se comporten según esas normas)

Nivel 3. Postconvencional. En este nivel se hace posible una crítica razonada de las normas sociales basándose en los principios y los derechos. No se trata ya tan solo de sostener la sociedad, sino de potenciar lo que hace que esa sociedad sea buena

¿Qué es la moral?

¿Qué es la moral, entonces? Como decía el viejo profesor, si no me lo preguntas, lo sé.

Como seres humanos, nos construimos y nos destruimos desde el uso de nuestra libertad. La moral es la ciencia y el arte que nos ayuda a usar de esa libertad para construirnos, y a evitar aquello que nos lleva a la destrucción.

Pero qué hay detrás de esas metáforas “construirse”, “destruir”. ¿Se trata solo de potenciar o destruir la vida física? Ciertamente quien mata a una persona comete una culpa grave, pero lo que está en juego en la moralidad no es sólo, ni sobre todo, la vida biológica, sino otro tipo de “vida” de la que aquella es metáfora. Estar verdaderamente “vivo” es algo más que estar bien alimentado.

Otra vez las metáforas, ¿pero en qué consiste estar plenamente vivo, ser una persona íntegra?

Las narraciones, sean literarias o cinematográficas, me parecen aquí más útiles que la filosofía para hacernos entender en qué consiste esta vida plenamente humana. Pues toda buena narración aporta un punto de vista moral.

¿Qué es lo que hace que un personaje, de una película, o de una novela, nos resulte vital, noble o heroica? ¿Qué es lo que hace que ese personaje sea alguien que nos interpela como ejemplo de humanidad?

No se trata de aceptar acríticamente el punto de vista moral del director de cine o del autor de la novela. En algunos casos estaremos en desacuerdo, pero en cualquier caso el diálogo sobre ese punto de vista es siempre enriquecedor.

En la vida real, tenemos experiencia de tropezarnos con personas íntegras y otras desmoralizadas, gente mezquina y personas nobles. Todos hemos conocido hombres y mujeres de estatura moral y otros a los que quisiéramos no llegar a parecernos. Algunos hemos tenido de la suerte de tener cerca personas que nos han enseñado con su vida en qué consiste la integridad.

¿Qué es lo que lleva a uno y otro resultado? Optar. La moral es la ciencia que nos ayuda a  tomar esas decisiones, en las que nos jugamos lo que llegamos a ser en lo más profundo de nuestra humanidad.

Ética y fe cristiana

¿Y Dios? Dios sostiene la vida, la Vida plena. Dice San Ireneo: “La gloria de Dios es el hombre vivo”. Dios no tiene otro interés.

Dios no es un maníaco borracho de poder que se complace en la sumisión incondicional, en la obediencia ciega. Para eso, hubiera creado autómatas.

Dios nos creó libres para la libertad. Dios sostiene nuestra libertad, nos tiene sobre la palma de su mano. Pero la libertad no es veleidad sin rumbo, una apetencia pasajera, elegir aquello que viene en gana. Es una energía tan honda como la vida misma.

            En la tradición religiosa judeo-cristiana, nunca se percibe a Dios como indiferente ante las decisiones humanas. Jesús, tras poner como ejemplo al buen samaritano, dice al maestro de la ley que le había preguntado: “Haz esto y vivirás” (Lc 10,28). En la tradición bíblica, Dios enseña a su pueblo el camino de la vida. En su nombre, Jesús se presenta como maestro.

Ya desde antiguo, la Biblia Hebrea narra la larga historia de la relación de Dios con su pueblo. Es una historia de liberación, que conoce una experiencia fundante en el Éxodo: el paso de la esclavitud en Egipto a la libertad de la Tierra Prometida.

Más adelante, los profetas denuncian las injusticias que oprimen a los más pobres, y alientan la esperanza en tiempos difíciles, como los del exilio en Babilonia. Los poetas cantan a Dios en los salmos, o al amor humano en el Cantar de los Cantares. Los sabios escriben sobre las grandes cuestiones de la  vida, a veces desde el desgarro que produce el sufrimiento, como en el caso de Job.

Todo eso, y no sólo el decálogo, o las leyes del libro de Levítico, son la moral de Israel. La Biblia levanta testimonio sobre lo que el Pueblo de Dios dice acerca del valor de la vida, y sobre aquello que hace que la vida merezca ser vivida.

La moral de Jesús y de los primeros cristianos fue rompedora y contracultural. Jesús lleva su crítica al establishment religioso y a la cultura dominante hasta el punto de un claro enfrentamiento. No fue un accidente que acabara en la cruz. Jesús no fue neutral. Él se puso siempre del lado de la parte más débil, de los oprimidos.

El cristianismo, y la experiencia de fe que representa, tiene una larga tradición con sus luces y sus sombras. Al cobijo de esta tradición, lo que hoy llamamos cultura occidental alcanzó su identidad y su madurez.

Hoy , a pesar del cansancio de las iglesias, hay aún fuego en las brasas del evangelio. Las palabras de Jesús a la samaritana siguen resonando: “el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna” (Jn 4,14).

Tener una vida ética no consiste en pasar por el mundo de puntillas tratando de no romper nada, de no equivocarse jamás. Para tener vida, hay que asumir riesgos. Jesús nos invita a peregrinar por esta vida buscando el Reino de Dios, una realidad que el evangelio expresa mediante parábolas, nunca con una clara definición.

Las enseñanzas de Jesús nos ayudan a equiparnos para una plenitud de vida, una integridad moral. Y sobre todo, su espíritu nos acompaña al caminar por las sendas nunca antes pisadas de este siglo nuevo que estrenamos.

Ejercicio práctico

Vete al cine con tus amigos, tu pareja, o tu familia a ver una buena película, y comentáis –desde el punto de vista ético– lo que habéis visto juntos:

 

Algunas películas, sacadas de la cartelera de Madrid

ü      Quiero ser como Beckham. Comedia. Indio-británica. Vocación, llegar a ser uno mismo, conformidad-disconformidad con la propia familia y tradición. Libertad.

ü      Insomnio. Policíaca. Norteamericana. Moralidad y legalidad. Decisiones que arrastran a otras. Descenso a los infiernos y redención.

ü      Los lunes al sol. Drama. Española. Diferentes formas de personalizar la adversidad. Decisiones políticas y dramas personales. Esperanza-desesperación.

ü      El hijo de la novia. Comedia. Argentina. Dificultad de asumir responsabilidades. Amor y soledad. Fracasos y segundas oportunidades. Las edades de la vida.