Cuestiones de Moral-3
Recuerdo una conferencia, en la que el redactor jefe de una importante revista
católica de los Estados Unidos empezó diciendo algo así:
"las preocupaciones morales de la Iglesia Católica deberían
ser los grandes problemas de la humanidad, como son la degradación ecológica,
la paz, la justicia social, la familia, etc., sin embargo, está empantanada
en dos batallas: la batalla sobre el sexo y la batalla por los ministerios de
la Iglesia". Y añadió: "La batalla del sexo se acabó,
hace mucho que la gran mayoría de los católicos no hace caso de
las enseñanzas de la Iglesia en esta materia".
Pocos temas me han costado más preparar que éste sobre sexualidad.
Me parece, además, cuanto menos extraño que una persona célibe
como yo haga de maestro en un tema como éste. Pero no me parecía
honrado dar un ciclo de moral cristiana saltándome la moral sexual. Por
dos motivos: uno es que ha sido el tema más importante de la moral vivida
por los católicos durante un gran lapso de tiempo. La enseñanza
moral sobre sexualidad de la Iglesia Católica ha marcado generaciones
enteras en países como el nuestro. El otro motivo es que la ética
de la sexualidad es una de las áreas importantes de la moral, ciertamente
no la única, pero sí fundamental e imprescindible.
En el tema de la sexualidad se han cometido muchos pecados. Yo, que soy un cura
tradicional que se sienta en el confesionario con cierta regularidad, el pecado
que más frecuencia escucho (todavía) es el desprecio del cuerpo
y la culpabilización del placer. Me pregunto quién habrá
enseñado a tanta gente a identificar sexo con pecado y a llenar de miedos
y sentimientos de culpa algo tan hermoso.
Por eso, pienso que lo primero que hay que afirmar en una charla como ésta
es la bondad de la creación, que incluye como su obra maestra nuestros
cuerpos sexuados. Y lo segundo que hay que afirmar es el lugar propio de las
normas en la vida moral, algo de lo que ya hemos hablado en las conferencias
anteriores.
Las normas no son fines en sí mismas, son medios para facilitar la protección
de ciertos valores. Por ejemplo, el fin es la justicia, y el medio es la norma:
"no robarás". Pero a veces la defensa de un valor, puede justificar
la suspensión de una norma. Puede darse el caso de una persona que se
encuentre en situación de miseria extrema y con peligro de morir de inanición,
en ese caso no es inmoral robar para comer.
En el caso de la sexualidad, como en cualquier otro área de la vida cristiana,
las normas están al servicio de un fin, el amor. Lo que importa es amar
y las normas están en función de este fin
¿Qué es la sexualidad humana? ¿A dónde nos lleva?
¿En qué consiste amar en este ámbito?
Los seres humanos, como la mayoría de los animales, estamos sexuados
hasta la última de nuestras células, cada núcleo de célula
tiene cromosomas XX o XY según si pertenece al cuerpo de una mujer o
de un hombre. Además de tener órganos genitales distintos, hombre
y mujer tienen una distinta composición hormonal, y estas hormonas afectan
la formación y funcionamiento de los diversos órganos, incluido
el cerebro, desde antes de nuestro nacimiento. La diferencia y la complementariedad
de los sexos afecta a todo lo que el ser humano es, mucho más allá
de lo genital.
La energía sexual es algo más sutil y permanente que la libido,
o el deseo de tener relaciones sexuales, y tiene que ver con la vitalidad de
la persona. Una sexualidad mal encauzada -y esto no depende de la cantidad de
la actividad sexual- hace enfermar a las personas. Podemos hablar de la sexualidad
como una energía enormemente sutil, que puede ser canalizada a través
de diversas expresiones de amor y vitalidad.
Pero hablemos de lo que la gente suele entender cuando dice "sexo".
Nuestra cultura contemporánea contempla el sexo como una fuente de placer,
ligado más o menos al amor romántico. Se supone además
que este amor romántico es la solución de los problemas de las
personas, en especial la soledad.
Resulta curioso como ejemplo, comparar dos versiones de la película Titanic.
En la de 1953, la salvación se presenta en forma de resignación
religiosa ante el desastre, en la de 1997, lo que finalmente salva a la heroína
es el amor romántico, que incluye su dosis de sexo (la escena del coche).
En una cultura dominada por la razón tecnológica, donde al ser
humano se le concibe sobre todo como un cerebro que piensa y toma decisiones
(inteligencia y voluntad), y en el que lo religioso ha perdido legitimidad y
fuerza social, la sexualidad se presenta como uno de los pocos reductos del
misterio, pues tiene la capacidad de llevar al hombre más allá
de lo que su inteligencia y voluntad controlan. Paul Ricoeur lo ha expresado
magistralmente:
En último término, cuando dos personas se abrazan, no saben lo
que están haciendo, no saben lo que quieren, no saben lo que buscan,
no saben lo que encuentran. ¿Cuál es el significado de este deseo
que lleva a cada una hacia la otra? ¿Es el deseo de placer? Sí,
ciertamente. Pero ésta es una respuesta pobre, pues al mismo tiempo sentimos
que el placer no contiene su propio significado, que es representativo. Pero,
¿de qué? Tenemos la sensación viva y, al mismo tiempo,
oscura de que el sexo participa en una red de poderes cuyas armonías
cósmicas se olvidan, pero no se aniquilan; de que la vida es mucho más
que la vida -es decir, mucho más que la lucha contra la muerte o que
dejar pasar el tiempo cuando hay que pagar la deuda; que la vida es única,
universal, todo en todos, y que el gozo sexual nos hace participar en este misterio;
que el hombre no se hace una persona, ética, jurídicamente, hasta
que no se sumerge de nuevo en el río de la Vida-; ésta es la verdad
del romanticismo y también la verdad de la sexualidad.*
La sexualidad, que contiene esta promesa, esconde también una serpiente.
Cuando la búsqueda del placer suplanta al amor, el erotismo se convierte
en un deseo desasosegado de placer. Entonces, sólo la ternura vuelve
a colocar en su sitio a la sexualidad, una ternura indisolublemente ligada a
la relación interpersonal.
¿Qué dice la Biblia, en concreto el Nuevo Testamento, sobre sexualidad?
Según los testimonios que conservamos en los evangelios, la moral sexual
no fue una de las preocupaciones centrales de la misión de Jesús.
Con todo, entre las enseñanzas de Jesús transmitidas por los evangelios,
encontramos algunos dichos que hacen referencia al comportamiento sexual. Resulta
curioso que estas instrucciones, cuando son dirigidas a los varones tienen un
marcado carácter restrictivo:
"Pero yo os digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió
adulterio con ella en su corazón." (Mt 5,28). "Pero yo os digo
que todo el que repudia a su mujer, a no ser por causa de inmoralidad, la hace
cometer adulterio; y cualquiera que se casa con una mujer repudiada, comete
adulterio" (Mt 5,32)
Pero cuando se trata de mujeres que han tenido un comportamiento sexual incorrecto,
las palabras de Jesús rezuman un fuerte sentido de la acogida (Mt 21,31;
Jn 8,1-11). Este dato nos da idea de lo consciente que era Jesús del
distinto baremo que pesaba sobre hombres y mujeres en su tiempo, y de su interés
prioritario por la justicia y la misericordia
En el Nuevo Testamento encontramos una diversidad de pautas de moral sexual.
Sin embargo, algunos principios pueden considerarse como comunes.
1. Renuncia a la pureza como criterio moral. Una de las características
de la moral de Jesús y de las primeras comunidades es la renuncia a la
pureza como criterio moral. Los antropólogos llaman "pureza"
a una percepción de la bondad o maldad de un acto o de una persona basada
en una clasificación cultural más o menos arbitraria.
2. Igualdad de hombres y mujeres. La igualdad de todos los seres humanos ante
Dios es una de los principios rectores de la ética cristiana: "Porque
todos los que fuisteis bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestido.
No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer;
porque todos sois uno en Cristo Jesús" (Gálatas 3,27-28)
3. El matrimonio crea una "unión de carne" normalmente indisoluble,
excepto en caso de muerte (Mc 10,6-8). La persona no puede salvarse sin contar
con su cuerpo.
4. Renuncia a considerar como absoluto nada que no sea Dios y la plenitud humana
que es su gloria. En este sentido, la sexualidad como cualquier otra realidad:
dinero, política, religión, etc. son medios y nunca fines. Considerarlos
como fines es una idolatría.
La sexualidad encuentra su sitio como instrumento de un tipo determinado de
amor, el amor de pareja. Este amor incluye además de la dimensión
erótica otros dos ingredientes imprescindibles: la amistad y el compromiso.
Así estas tres dimensiones: lo romántico/erótico, la amistad
y el compromiso forman un trípode sobre el que se sostiene la relación
de pareja.
Lo erótico/romántico. Incluye pero no se limita al acto sexual.
La sexualidad humana es rica en ramificaciones y es capaz de teñir con
su erotismo las expresiones más diversas de cariño y ternura.
Lo que separa este cariño y esta ternura de otras formas de amor es que
crea un vínculo de pertenencia, lo que la Biblia llama "una sola
carne". Esta pertenencia requiere exclusividad y permanencia. Pocas cosas
son más dolorosas que la ruptura (o peor aún la traición)
de un vínculo así. Lo romántico/erótico se expresa
en la frase "quiero ser tuyo/a, quiero que seas mío/a"
La amistad. El enamoramiento solo no basta para una buena relación de
pareja. La amistad implica confianza, la posibilidad de ser uno mismo ante el
otro, sin tener que llevar una máscara para resultarle agradable. Puedo
abrir mi corazón ante mi amigo/a. La amistad se expresa en frases como:
"estoy a gusto contigo", "comparto contigo", "puedo
ser yo mismo ante ti". La amistad requiere ocasión y libertad, y
ciertamente tenemos amigos que no son la pareja, pero que mi pareja sea mi amigo/a
es algo a lo que difícilmente renunciaríamos hoy.
El compromiso. Amistad y romanticismo no bastan para fundamentar una relación
de pareja. Tiene que haber también compromiso con el otro y con un proyecto
común. Este proyecto común está llamada a ser una familia,
e incluye a los hijos que pudieran venir. En un mundo plural como el nuestro
la pareja debería tener claro los valores sobre los que cimienta su proyecto
común. La forma de expresar ante la sociedad y/o la Iglesia este compromiso
es la celebración del matrimonio.
Aunque no esté de moda, respondemos que sí a la pregunta. Es
verdad que la sexualidad es -como decía Ricoeur- un modo privilegiado
de "sumergirse en el río de la Vida". Pero ciertamente no es
el único modo. La naturaleza humana es lo bastante variada y rica como
para permitir otros accesos a la plenitud.
Dentro de la tradición cristiana, especialmente en el catolicismo y la
ortodoxia, se ha mantenido a través de los siglos el aprecio del celibato
como vía de acceso a la experiencia de Dios y como fuente de libertad
para el servicio a los demás. Es verdad que conocemos a célibes
amargados, o de otro modo enfermos, por una abstinencia mal integrada, pero
también hombres y mujeres que nos han dado lecciones de humanidad.
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* Ricoeur, P. (1996). Admiración, erotismo y enigma. En S. P. Longfellow
(Ed.), La sexualidad y lo sagrado. Fuentes para la reflexión teológica
(pp. 137-142). Bilbao: DDB. p.141. Paul Ricoeur (nacido en Valence, Francia,
en 1913) es uno de los grandes filósofos cristianos de nuestro tiempo