Cuestión 5. Ética y globalización

Polis y Ethos

La ética es la disciplina humanística que trata del comportamiento humano. Es la ciencia y el arte de llegar a ser hombres y mujeres libres.

El comportamiento humano se da en contexto social. Una persona crece en moralidad al mismo tiempo que aprende a convivir con otros en sociedad.

Platón y Aristóteles, padres de la filosofía occidental, escribieron tratados de ética. Estos libros reflexionan sobre cómo debe ser el comportamiento del hombre en el contexto de la ciudad griega, la polis.

La moral platónica o aristotélica se acompaña de una teoría política, la reflexión sobre la adecuada forma de gobierno, de organización del estado, era inseparable del pensamiento sobre cómo debía ser luego la relación entre los ciudadanos.

Aristóteles defendió, por ejemplo, que hubiera leyes que impidieran que los ciudadanos libres pudieran quedar reducidos a la esclavitud a causa de sus deudas. Según el filósofo, esto era imprescindible para asegurar el derecho de la mayoría de los ciudadanos no quedara a merced de los más ricos. Para mantener la moralidad de la polis eran necesarias leyes que asegurasen los derechos de los menos pudientes, pues los más ricos tenían sus propios medios para hacerse respetar.

La democracia ateniense fue uno de los períodos más brillantes de la Antigüedad. Sus realizaciones políticas, filosóficas y estéticas han pasado a ser clásicas por antonomasia en nuestra tradición cultural. Con todo, aquella democracia estaba lejos de ser una democracia de todos y todas. Estaban excluidos de la participación las mujeres, los esclavos y los extranjeros, se estima en sus mejores años, sólo un 10% de la población llegó a tener derechos políticos.

Aristóteles se ganaba la vida haciendo de tutor del hijo del rey de Macedonia. El joven príncipe llegaría a ser Alejandro Magno, el gran conquistador que asombraría al mundo. Sus victorias significaron también el fin de las ciudades-estado griegas. La democracia ateniense pasó a la historia como un pequeño oasis dentro de un período histórico caracterizado por la tiranía.

La dimensión social de la moral en el cristianismo primitivo

El cristianismo nace en el Imperio Romano. Tras un período de inestabilidad política y de guerra civil, la República Romana se convierte en un Imperio con Octavio Augusto. Los romanos lo llaman pax romana, es su punto de vista. Desde el punto de vista de los conquistados era una estructura política y económica que se imponía por la potencia de sus legiones y se mantenía por su eficiencia de extraer impuestos a los pueblos sometidos.

Los primeros cristianos se posicionan de maneras diversas hacia los poderes políticos del Imperio Romano. Tenemos el posibilismo de San Pablo, que abogó por no crear conflictos con el orden establecido, y recomendó rezar por las autoridades imperiales, y tenemos la postura del autor del libro del Apocalipsis, que se identifica el Imperio con la Bestia. Entre los primeros cristianos había como -casi en todas partes- "apocalípticos e integrados".

Pero en ningún caso la moral de los primeros cristianos fue una moral individualista limitada a la salvación de la propia alma. La comunidad cristiana era el referente social de la ética cristiana primitiva, al igual que la polis lo fue para la ética aristotélica. La comunidad era un espacio de participación de creación colectiva bajo el influjo del Espíritu de Dios. La pregunta moral de la ética del Nuevo Testamento no es tanto ¿Qué debo hacer? sino más bien ¿qué debemos -como comunidad e iglesia- hacer?

La meta de la vida moral de los primeros cristianos era hacer de la comunidad una mini-sociedad alternativa donde se pudiera vivir ya, sin dejarlo para más tarde, el tipo de relaciones que Dios quiere para la humanidad. Esta utopía cristiano-primitiva está, en parte, expresada en la fórmula bautismal: "Porque todos los que fuisteis bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestido. No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús" (Gal 3,27-28)
A través del Nuevo Testamento, podemos observar que los primeros cristianos apenas hicieron esfuerzos para transformar el mundo exterior a la comunidad cristiana. Este limitarse al interior de las comunidades, que no sería aceptable hoy, pero era la única postura posible en un contexto político en la que no había ningún cauce de participación.

El Vaticano II, gozos y esperanzas

Cuando los cristianos han estado en situaciones donde han podido influir en la toma de decisiones políticas, se ha llegado a comprender que también la política y el derecho son áreas de interés para la moral cristiana. Es verdad que en algunos momentos la Iglesia hizo abuso de su poder social y político, pero también es responsable de aportaciones positivas.

En concreto, y por citar un ejemplo, en la historia española, la así llamada Escuela de Salamanca es considerada como la pionera en el establecimiento del Derecho Internacional. Este grupo de teólogos españoles reflexionó desde la teología moral y el derecho sobre la humanización de las relaciones entre los pueblos, en un momento en el que empezaba a despuntar la sociedad global.
A pesar de esta preocupación, la moral vivida por gran parte del pueblo católico llegó a tener a comienzos del siglo veinte un cariz marcadamente individualista. La preocupación moral se redujo para muchas personas en el esfuerzo por "salvar la propia alma" quedando la construcción de un mundo más justo relegado a un segundo lugar.

El concilio Vaticano II sitúa la vida moral del cristiano en "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren". Las palabras que hemos citado son las primeras de la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, llamada "Gaudium et Spes", uno de los pilares del Vaticano II.

Situarnos en las esperanzas y preocupaciones de los hombres de nuestro tiempo presupone conocer la situación en la que se encuentra nuestro mundo. Nuestro mundo está viviendo importantes y rápidos cambios que se encuadran bajo el epígrafe de la globalización

Globalización, sí, pero ¿cómo?

En Europa, las naciones-estado han sido en lo últimos siglos las unidades políticas soberanas en las cuales se desarrollaba la vida social. Pero en las últimas décadas del siglo XX y en el presente, las naciones europeas están haciendo importantes transferencias de soberanía a una realidad política supranacional, la Unión Europea. Cada vez más, decisiones que conciernen a nuestra vida cotidiana se toman en Bruselas, sede de la Comisión Europea, y en el Parlamento de Estrasburgo.

Paralelo a este proceso de integración consensuado por representantes democráticamente elegidos, se está produciendo otro no formalmente planificado, pero de mayor incidencia: la globalización económica. La eliminación de las barreras arancelarias y la mundialización efectiva del mercado de capitales favorecen el protagonismo de agentes económicos de carácter transnacional. Nuestras pequeñas economías locales o domésticas dependen cada vez más de la economía mundial

Esta mundialización está basada en el rápido desarrollo tecnológico, que hace que sea posible interaccionar de forma barata y rápida con cualquier parte del mundo.

Todos estos cambios están haciendo que cada vez más nuestra polis sea lo que ha venido a llamarse la "aldea global". La globalización es un proceso imparable, cuestionar esto es vivir fuera de la realidad, pero también es verdad la afirmación "otra globalización es posible"

Como creyentes, y como personas éticas, no es posible desentenderse de la dimensión social y política de nuestra moralidad. Una moral meramente privada no es una plenamente humana, y ciertamente no es cristiana.

Pero ¿dónde encontrar cauces para la participación en las decisiones que afectan a nuestra vida cuando las dimensiones de nuestra sociedad global son tan apabullantes para el individuo de a pie? Muchos son los que se han vuelto escépticos a toda acción política o social llevados de este desánimo.

Un ejemplo claro lo tenemos en esta guerra que parece estar gestándose a espaldas de la mayoría de los ciudadanos. Ciertamente los ciudadanos de Iraq no tienen ningún modo de influir en sus gobernantes. Se jugarían la vida si lo hacen. Pero los gobiernos supuestamente democráticos de Europa y Norteamérica tampoco parece que hagan mucho caso.

Con todo, me parece muy significativo que el 15 de febrero, millones de hombres y mujeres en todo el mundo hayan salido a la calle para manifestar su desacuerdo. Fue un gesto de alcance global y de una enorme carga moral.

A una amiga mía que suele participar en los encuentros de la plataforma mal llamada "anti-globalización" suele decir "un bosque está creciendo sin hacer ningún ruido". Los movimientos cívicos y sociales, las ONGs, están comenzando a tejer una red internacional de solidaridad, una especie de sociedad civil a escala planetaria. Esta red es necesaria si queremos contener los abusos de los grandes poderes económicos que actúan sin cortapisas a escala global.

Son numerosas también las voces que hoy reivindican la creación de instituciones políticas de ámbito mundial que regulen los asuntos que se han convertido en mundiales, asuntos que van desde la economía a la seguridad pasando por los transportes, el derecho penal o la salud.

El Concilio Vaticano II nos lo ha recordado "La Iglesia se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia". Ahora la historia de la humanidad entra en una nueva era. En este nuevo período de la historia será ineludible que los pueblos de la tierra encuentren cauces para el respeto y la convivencia, articular medios para preservar la paz y hacer respetar los derechos de los más desposeídos. Los problemas son -inevitablemente- mundiales, también han de serlo las soluciones.

No se puede ser cristiano, no es posible seguir siendo una persona ética, sin tener bien a la vista el horizonte de la sociedad en la que vivimos. Nuestra sociedad es ahora la aldea global, sentir sus angustias y esperanzas y buscar junto a seres humanos de diversa procedencia ideológica y religiosa soluciones para este mundo que nace es una de las tareas éticas que los cristianos no podemos eludir sin dejar de ser fieles al Señor de nuestra historia.