Acoger y Compartir | Merton y Nouwen |
Thomas Merton y Henri Nouwen : Viviendo con Dios hoy en los EEUU John Eudes Bamberger,* “¡No hay forma de explicar a
la gente que mientras van por la vida, están brillando como el sol... Cuando
estoy solo, ellos no son `ellos´ sino yo mismo. No existen los extraños !”
Este pasaje extraído del Conjeturas de un
espectador culpable1 del padre
Thomas Merton nos sitúa en un punto de partida apropiado para una conferencia
que trata sobre la vida interior tal y como la presentan Merton y el padre
Henri Nouwen. Al ser éstos los dos escritores más leídos en los EEUU de hoy
sobre vida espiritual, estas consideraciones sobre sus enseñanzas relativas a
la experiencia interior y la oración quizá logren aclararnos algo más el tema
de la espiritualidad de la sociedad moderna, del que todos podríamos sacar
algún provecho. He escogido este texto porque hace referencia a una experiencia
que tuvo enormes consecuencias en la vida interior del propio Merton, así como
en sus escritos posteriores. Esta explosión de iluminación interior contribuyó
apreciablemente a resolver las tensiones que progresivamente iban teniendo
lugar en la vida de Merton, como hombre solitario con un fuerte sentido de la
responsabilidad por su sociedad y por la gente de su tiempo. ¿Cómo reconciliar
la atracción por el silencio y la soledad con la conciencia de las muchas
necesidades sociales y espirituales del mundo ? Una segunda
razón de la elección de este pasaje es que el padre Henri Nouwen quedó
profundamente impresionado con la experiencia de Merton. Lo menciona en el Genesse Diary 2
donde señala que le ayudó a reconocer y apreciar un nuevo desarrollo en su
propia búsqueda de compaginar su vida interior con su muy activo ministerio
pastoral. Todavía hay una
tercera razón en mi mente para seleccionar este pasaje y es la idea de
Merton de que Dios hizo al hombre para la vida en el espíritu. En los años
siguientes a su conversión y en su posterior entrada en el monasterio, Merton
tendía a escribir en términos relativamente absolutos sobre los obstáculos
puestos por la sociedad para la vida contemplativa por la forma en que la gente
vivía en el mundo. Seguramente que esta habría sido su propia experiencia. Se
había sensibilizado profundamente con los atractivos, tentaciones y
distracciones que le habían extraviado. Privado de madre desde su niñez y de
padre en su adolescencia, la experiencia de Merton de su vida familiar había
supuesto más una fuente de frustración y de dolor que un apoyo amoroso. Pero,
como él rápidamente se dio cuenta en esta iluminación, si vemos que un
ciudadano normal inmerso en el bullicio de la ciudad refleja de alguna manera
la gloria trascendente de Dios, entonces también su vida está llena de
significado; ellos también están capacitados para la oración contemplativa y
para una vida de unión íntima con Dios. El P. Thomas
Merton fue un hombre complejo en cuanto que, aún habiendo optado por una vida
dentro del claustro y separada del mundo, se convirtió en un escritor muy
consciente de relacionarse con un público amplio y creciente. Puede muy bien
describírsele como un amante gregario de la soledad. Si esta frase os ha
parecido contradictoria, entonces es señal de que me habéis entendido. Ambas
atracciones eran muy fuertes para él. El tenía un don especial para contactar
con gente de todo tipo, con quienes congeniaba admirablemente. Además solía
sentir deseos apremiantes de contactar con
la gente y sufría cuando, después de un largo período de tiempo, estos
encuentros eran escasos. A su vez, sus deseos de soledad y silencio no eran menos
imperativos. Algunos han dudado de si tuvo un verdadero concepto de lo que es
la vida solitaria. A mi juicio, tal opinión se olvida de un elemento importante
de su personalidad y de todo lo que significó su vida después de entrar en el
monasterio a los veintiséis años. El
supo aprovechar enormemente sus experiencias de soledad en comunidad que es
característico de la vida cisterciense. Experimentaba una paz profunda durante
las horas de oración solitaria en las que era consciente de haber sido favorecido
con gracias espirituales especiales. Nunca dejó de disfrutar de estas horas de
recogimiento e, incluso durante sus viajes por el Lejano Oriente al final de su
vida, solía arreglárselas para sacar horas de su agenda para la oración. Una de las
causas mayores de su repetido descontento después de hacer sus votos perpetuos,
especialmente durante su período de ermitaño, fue precisamente que por un lado
era plenamente consciente del valor de la soledad para su salud y crecimiento
espirituales, pero por otro sentía profundamente la necesidad de comunicarse
con los demás. De hecho, a medida que crecía su experiencia de Dios, sentía una
mayor responsabilidad por el bien y la salvación de los otros y de toda la
sociedad. El tuvo, a este respecto, la misma reacción hacia la vida
contemplativa que Sta. Gertrudis la Grande, la monja contemplativa del siglo
XIII : Solía decir que las gracias que ella (indigna e
ingrata) había recibido del Señor en su excesiva generosidad, debido a su
propia vileza, quedaban escondidas bajo el estiércol mientras se las guardara
para ella, pero cuando las revelaba a los demás, estos tesoros se convertían en
gemas engarzadas en oro...Ella se creía tan completamente indigna de todos sus
gracias divinas que no podía creerse que eran solo para ella, sino que eran
para la salvación de los demás.3 Aunque
la labor de escritor fue algo instintivo para Merton, representaba más que un
deseo de cumplir su impulso psicológico de comunicarse con otras personas; fue
una verdadera misión y vocación que crecieron de su experiencia de Dios. Su
facilidad para relacionarse con todo tipo de gente y su temperamento tan
marcadamente gregario jugaron de hecho un papel importante en la realización de
este aspecto de su vocación. El era un prolífico y consumado escritor de
cartas. Los cinco volúmenes de cartas publicados, así como su correspondencia
con James Laughlin, son sólo algunas de las que se conservan. Muchas de éstas
son notables tanto por su calidad literaria como por su contenido. Su gusto por
las personas, su capacidad para la amistad, su cercanía a los demás, confieren
a estos documentos un fervor y un tono
tan personales que los hacen consistentemente humanos así como informativos. De
todos formas, la escritura demostró no satisfacer adecuadamente su atracción
hacia los demás ; necesitaba compartir en persona con quienes simpatizaba,
fuera por su carácter, por sus dones intelectuales o espirituales o por sus
habilidades adquiridas. Se veía atraído enormemente, incluso de forma
apremiante, por aquellas personas con las que podía intercambiar ideas y
experiencias en un ambiente de respeto amistoso. La
tensión producida por estas dos atracciones configura el contexto en el que
Merton tuvo la experiencia, en medio de un centro comercial de Louisville, mencionada al principio de esta conferencia.
Describe el acontecimiento con un lenguaje muy gráfico : En Louisville, en la esquina entre la cuarta Avenida
y la Walnut, en medio de un centro comercial, de repente me vi sobrecogido al
comprender que amaba a todas aquellas personas, que yo era suyo y ellos míos,
que no podíamos ser extraños el uno con el otro, aunque fuéramos completamente
desconocidos. Era como despertarse de un sueño de separación, de un mundo
especial de auto-aislamiento falso, el mundo de la renuncia y de la supuesta
santidad (Conjeturas, pág. 146). Continúa
luego describiendo el fenómeno en el que se da cuenta de una verdad que hace
referencia a que si la gente lo viera como él lo hizo, podrían cambiar sus
vidas, pero sabiendo que ésta es incomunicable. El atribuía esta conciencia de
su realidad, escondida a los demás y para él aparente, al hecho de haber vivido
durante años en soledad : “La función de la soledad es, en efecto, hacerle
a uno darse cuenta de estas cosas con una claridad tal que le sería imposible a
alguien completamente inmerso en los cuidados e ilusiones de los otros, y en
todos los automatismos de una existencia completamente colectiva. Mi soledad,
sin embargo, no me pertenece pues ahora veo cuánto les pertenece a ellos -y la
responsabilidad que tengo con mi soledad no solo con lo que a mí concierne,
sino también a ellos- (Conjeturas 146-147). Evidentemente
que no es casual que Merton llegue a la
conclusión de que amaba a las personas por verlas brillar con un resplandor divino,
aparente para él pero oculto para los demás. El amor nos permite ver el valor y
la dignidad del prójimo, no reconocibles para quienes no poseen este amor puro.
Phoebe Carey, poeta del siglo XIX, habla de este efecto del amor en un breve
poema: Creo que el verdadero amor nunca es ciego, Sino que lleva una luz añadida, Una visión interior rápida de encontrar Las bellezas ocultas a la visión común.4 Esta
visión reveló a Mertón que no hay, en principio, oposición intrínseca entre la
soledad y el afecto hacia los demás. Tal y como lo demostrarían su historia y
escritos posteriores; al contrario, este conocimiento, aunque consiguió relajar
las tensiones que le habían estado zarandeando durante sus últimos años en el
monasterio, no resolvió estos conflictos. Ni podría esperarse que lo hiciera,
pues los problemas planteados por estas dos tendencias contrapuestas son tales
que su solución se va vislumbrando a medida que transcurre la vida. Cuando
Merton comenzó su vida de ermitaño y de soledad más intensa, el tema de cómo
equilibrar la expresión de ambas polaridades se hizo más apremiante. No siempre
supo encontrar la medida adecuada, tal y como lo anotó en sus Diarios. Aumentaron sus contactos
personales y sus salidas con amigos, e incluso llegó a tener una aventura
–incompatible ciertamente con su vocación- con una estudiante de enfermería.
Más tarde, cuando consiguió ver las cosas desde otra perspectiva, él mismo
repudió estas reacciones desordenadas y se propuso restablecer un equilibrio
sano que respetara las exigencias legítimas de las dos polaridades de su
vocación. El
padre Henri tuvo una experiencia de tipo similar que supuso una forma nueva de
integrar la vida interior con su ministerio pastoral. Aunque evidentemente no
fue tan abrumadora y cercana a la mística como lo fue la repentina revelación
de Merton, su experiencia le permitió desenvolverse dentro de una vida más
íntegra en la que la oración y el servicio pastoral se complementaban
mutuamente. Su problema, en cierto sentido, fue el contrario al de Merton. Si
Merton buscaba relacionar su forma de vida contemplativa con las necesidades de
la sociedad y de la gente del mundo, Nouwen necesitaba descubrir cómo alguien
tan intensamente dedicado a aconsejar, a orar, a enseñar y a servir a la gente,
podía a su vez cultivar una vida de oración interior más profunda. Su
encuentro, algo más relajado, tuvo lugar durante una conversación con una
vendedora de flores en un viaje a Rochester (Nueva York), después de una
estancia de un par de meses en la Abadía de la Genesse. Esta nueva conciencia
supuso para él un importante avance por aquellos días ya que, en el silencio y
la soledad de la abadía, pudo darse cuenta repentinamente de las causas de sus
angustias vitales. Al comentar su encuentro con la vendedora mientras le compraba algunas flores, él cita
unas palabras de Merton, lo que indica que relacionaba su nueva visión con la
descrita por el trapense. Me sentí abierto, libre y
relajado, y realmente disfruté de la breve conversación que tuvimos... Cada vez
estoy más convencido de que la soledad realmente te hace más sensible a lo
bueno de la gente, e incluso te permite ponerla en primer térmimo. No, “no hay
forma de decir a la gente que van por la vida brillando como el sol” pero la
gloria de Dios en ti puede hacer descubrir la gloria de Dios en los demás
cuando eres más consciente de este don compartido (Diario, págs. 107-108). Este pasaje del
diario de Henri permite darnos una idea de la forma en que Thomas Merton actuó
como guía espiritual e inspirador del sacerdote holandés. Los dos pudieron
encontrarse personalmente en una breve ocasión, habiendo fallecido Merton antes
de que Nouwen comenzara a publicar sus obras sobre vida espiritual que tan
amplia audiencia habrían de tener, por lo que la influencia tuvo lugar en una
única dirección. Esta evolución en la conciencia de Nouwen está en realidad
relacionada con el hecho de que se había centrado, unas semanas antes, en el
tema del amor, además de haber pasado algún tiempo en soledad. Me gustaría pensar un poco más a cerca del amor. En
este monasterio realmente se respira un verdadero ambiente de amor. Puede
afirmarse plenamente que `los monjes se aman el uno al otro´. Puedo incluso
afirmar que me muestran un amor auténtico. Creo que ésta es una experiencia muy
importante porque ellos no solo me hacen sentir el amor sino que me ayudan a
entender mejor el amor (Diario, pág.
83). La
conexión entre el amor y la habilidad de ver la dignidad oculta de la gente,
según lo describen Merton y Nouwen, supone una importante lección para todos
nosotros. Henry Thoreau observó en su Diario que el amor puede hacer capaz a
la persona de ver al prójimo como poseedor de la gloria de Dios, aunque para
otros no tengan nada que los distinga del resto de la gente. Él se pregunta :
“¿Quién de los dos ve la verdad ?” Si
he elegido para esta charla centrarme en estos textos, no es sólo porque esta
nueva manera de ver a las personas fue importante para Merton y Nouwen, y
porque demuestran de forma particular cómo el monje influyó en Nouwen
precisamente en esta nueva forma de relacionarse con la gente. También porque
estas dos experiencias tocan temas que hoy siguen siendo importantes para todos
nosotros. Cada uno de nosotros, como verdaderos cristianos, tenemos el mismo
reto de desarrollar una vida interior de oración que resulte en una unión
profunda de mente y de corazón con el Señor y, al mismo tiempo, tenemos el deber de cultivar relaciones
amorosas con los demás que conlleven un acercamiento de servicio eficaz. Para
ir progresando en nuestra vida espiritual, debemos centrarnos en uno de estos
polos a expensas del otro. Para la mayoría no es posible ni la oración pura ni
la contemplación sin una medida de silencio y soledad así como de ascetismo y
disciplina. Merton lo dice taxativamente, viéndolo como esencial : La soledad hay que preservarla, no como un lujo sino
como una necesidad: no tanto para la `perfección´ sino simplemente para
`sobrevivir´ en la vida que Dios te ha dado (Conjeturas, pág. 91-92). El
arte de cultivar la soledad y la oración contemplativa, funcionando en un
contexto cristiano, conlleva que las relacionemos con el bien del prójimo y de
Dios. El descubrimiento de que la contemplación es precisamente una forma de
amar al prójimo nos permite asegurarnos de que vamos por el camino correcto si
queremos dedicar nuestro ser a conseguir una vida interior con vida. Merton
sabía perfectamente que el propósito de la soledad y el silencio es el de
intensificar la participación en el proceso de transformación de lo dones del
Espíritu en nuestro ser, convirtiéndonos en auténticos hijos de Dios en Cristo.
Para un monje es fundamental tratar de olvidarse de ocupaciones ociosas y de
relaciones que interfieren en su compromiso sincero de trabajar de forma
creativa por identificarse como hijo de Dios. Este proceso de transformación
conlleva un intercambio dialéctico entre el ser trascendente y el Espíritu de
Dios que se comunica con nosotros en el centro más profundo de nuestro ser.
Merton estaba plenamente convencido de que la vida monástica, con su soledad,
silencio, meditación, estudio y lectura litúrgica, trabajo manual y vida
comunitaria, existía por el bien de esta reforma de la persona interior. Cuando
adquirió más experiencia, pudo entonces entender que éste era el propósito
último en la vida de cada ser humano. Los monjes tienen una forma particular de
trabajar por este propósito, una forma que ofrece múltiples y continuas ayudas
para lograrlo, pero no tienen el monopolio de ninguno de los elementos
esenciales en esta tarea radicalmente humana. Cada verdadera vocación tiene sus
propios medios para conseguir este objetivo. Puede perfectamente medirse el
estado de salud de una sociedad o estilo de vida según contribuyan a lograr
este propósito. Por
consiguiente, esta es la norma implícita por la que el hermano Louis juzgaba a
las personas, culturas y sociedades. Él se aplicaba esta norma en su propio
desarrollo y condición una y otra vez, incluso cuando no emplea explícitamente
el vocabulario técnico asociado con esta transformación. Por ejemplo, el
describe de la siguiente manera su experiencia de un día soleado en Gethsemaní: También este día resplandeciente es un eslabón más
en la cadena que comenzó entonces (cuando entró por primera vez en el
monasterio), y de hecho comenzó mucho antes. Pero es lentamente, a través de
estas posibilidades y conocimientos como dirijo mi vida hacia otras dimensiones
en las que estos asuntos cobran cada vez menos importancia, aumentando mi
libertad con la sucesión de acontecimientos y experiencias. Me parece que se
hacen cada vez menos “mis” experiencias, estando cada vez más vinculadas a lo
que constituye la experiencia absoluta del hombre, e incluso a algo que va más
allá de toda experiencia. Soy cada vez menos consciente de mi mismo como este
individuo que es monje y escritor... Es mi deber el ver y hablar para muchos,
incluso cuando parece que hablo solo para mí (Conjeturas, pág. 223-229). Esta
descripción del sentido evolutivo de la identidad personal y trascendente, de
un abrirse a los demás que trasciende los límites de su propio ser, apuntan
hacia este nivel de personalidad más profundo que está emergiendo y alterando
la percepción y la conciencia. Su sensibilidad hacia esta transacción más
profunda entre su ser, el mundo y Dios puede percibirse en todos sus escritos,
constituyendo uno de sus mayores atractivos para personas de culturas tan
dispares. El ser trascendente se comunica con todos aquellos que de alguna
forma están en contacto con este centro de su propio ser. Merton estaba convencido
de que la comunicación a este nivel constituyó una de las mejores
contribuciones de su tiempo. Este fue el fundamento de su mensaje a los monjes
y al mundo en general. Este
humanismo cristiano trascendente representa la culminación de las aspiraciones
de todo lo mejor que hay en el espíritu de nuestra raza. Al estar en él inmerso
y crecer para vibrar con sus ritmos y melodías, fue extraordinariamente capaz
de relacionarse con personas de diferentes tradiciones, religiones y culturas.
El sabía que esta gracia especial que le unía al destello divino del
espíritu (scintilla animae, como
lo denominan los místicos), el ser
verdadero, como también se llama, daba vida a su estilo como autor,
confiriendo a muchos de sus escritos el poder de despertar el mismo anhelo
espiritual en los corazones de sus lectores. Él llamó la atención de esta
característica sutil de su obra en un ensayo, en forma de prefacio, publicado
al poco tiempo de su muerte, en 1966, dirigido a los lectores de la traducción
japonesa de Pensamientos en soledad.
Este es quizás uno de sus escritos más perdurables. Es, de hecho, uno de los
que más satisfacciones le proporcionó ya que trata de la realización del ser
verdadero, uno de sus temas más queridos: Hay un silencio más profundo: el silencio en el que
el oyente es un No Oyente. Estas páginas no pretenden transmitir información
especial alguna, ni responder a cuestiones filosóficas profundas a cerca de la
vida... Y menos el tratar de pensar por el propio lector. Por el contrario, le
invitan a escucharse a sí mismo. No le hablan simplemente, le recuerdan que es
un Oyente... El verdadero solitario no se busca, sino que se pierde... No
escucha a la esencia del ser, sino que se identifica con lo que todo ser oye y
sabe de sí mismo... ¿ Cuál es esta esencia, esta unidad ? Es el amor.5 Cuando
Merton habla del No Oyente, hace referencia a la actividad propia de este
centro trascendental, el punto virginal del alma (la pointe vièrge). Es precisamente aquí donde actúa el tipo de
liberación de que es digna nuestra humanidad: la libertad de elegir el bien
absoluto y el amor para adherirse a él. Merton lo menciona en otro breve ensayo
de presentación, escrito para los lectores japoneses, veinte años después de la
publicación de la historia de su vida: La única verdadera libertad
está en el servicio a lo que está más allá de todo límite, más allá de toda
definición, más allá de toda apreciación humana: aquello que lo es Todo y que
por tanto no es limitado ni es algo concreto: el Todo es lo que no es algo,
pues si fuera algo concreto separado del resto de las cosas, no sería Todo...
En términos cristianos, esto es vivir “en Cristo” y “por el Espíritu de Cristo”
ya que el Espíritu es como el viento, que sopla según a El le plazca, y El es
el Espíritu de la Verdad, y “La Verdad te hará libre” (Querido L., págs. 68-69). Una
de las características del contemplativo es la unidad y consistencia de la
visión profunda que subyace a la verdad y al pensamiento. Merton no se
inquietaba por la inconsistencia de su análisis literario, ni de sus modos y
gustos. Él era dado a la hipérbole en sus expresiones; tan pronto manifestaba
entusiasmo por algún hecho o persona en particular, para al poco tiempo hacer
duras críticas a la misma persona o causa. Sus diarios revelan muchos ejemplos
de esta aparente inconsistencia. El pensaba que si expresaba lo que realmente
sentía en ese momento sobre un tema concreto, al final alguien capaz de
discernirla, descubriría la verdad. El afirmó en Conjeturas que la consistencia es exclusiva de mentes y espíritus
inferiores; los hombres de talento y de ingenio no sienten preocupación alguna
por sus incosistencias (cf. Conjeturas, pág.
189-190). Pero cuando se trataba de la cuestión del significado y propósito de
su vida, y de los verdaderos valores dignos de toda persona, entonces defendía
su visión trascendente de forma consistente. Esto fue algo destacado, incluso
dominante, desde que entró en el monasterio hasta su muerte. Las
inconsistencias, e incluso contradicciones, que se le presentaron en muchas
ocasiones tenían que ver con la forma de conseguir este fin último de unión con
el Dios vivo y trascendente. Su conciencia de este propósito, tanto explícita
como implícita, nunca esta lejos de su pensamiento, haciendo mella en todos sus
juicios y evaluaciones de personas y hechos. Que ésta constituyera su idea
dominante hasta el final queda reflejado en numerosos pasajes de varios de sus
trabajos. Escritas en el último año de su vida, las siguientes observaciones
demuestran con claridad cuál es su concepto de cómo debería vivir un
monje : El monje es un hombre que,
de una forma u otra, asciende hasta los límites de la experiencia humana y
lucha por ir más allá para alcanzar lo que trasciende el nivel ordinario de
existencia. Consciente de que el hombre se sostiene de alguna forma por un
profundo misterio de silencio, de incomprensión (de la voluntad de Dios y del
amor de Dios), el monje siente que ha sido llamado personalmente a vivir en
comunicación más íntima con ese misterio. También cree que si no responde a
estas llamadas, no puede ser feliz porque no puede ser completamente honesto
consigo mismo.6 Henri
Nouwen mantuvo tan solo un breve encuentro con Merton –como hemos dicho- y, por
tanto, no tuvo la oportunidad de verse directamente influenciado por su
personalidad. Pero aquel encuentro le produjo un impacto profundo, al igual que
los libros de Merton. A medida que leía sus escritos, Henri fue asimilando
progresivamente el pensamiento y espíritu de Merton. Sentía una profunda
afinidad por el concepto de vida espiritual del trapense y por la manera en que
ponía en práctica sus ideas sobre los problemas tanto sociales como del
ministerio pastoral, preocupaciones ambas a la orden del día en la vida de
Nouwen. Cuando me hablaba de Merton, era evidente que también sentía una gran
admiración por él como persona y como pensador. Por eso no me sorprendió que
unos cuatro años después de fallecer Merton, publicara un libro titulado Pray to Live, al que en edición
posterior tituló : Thomas
Merton : Contemplative Critic. En la Introducción, él deja claro que
creía debía mucho al hombre que constituía el tema de su libro. Es evidente
que, por su contenido, había leído con profundidad a Merton: Su persona y su obra tuvo tal impacto en mí, que su
muerte repentina me conmovió como si fuera la muerte de uno de mis mejores
amigos. Me parece, por tanto, natural que escriba para otros sobre el hombre
que más me ha inspirado en los últimos años.7
Para
apreciar mejor la admiración de Nouwen hacia el escritor trapense, lo mejor que
podemos hacer es leer atentamente algunos de estos textos que él eligió para
comentar o como recomendación para la meditación a sus lectores. Los amplios
comentarios que él hace sobre esos trabajos, dedicados a temas políticos y sociales
de la época como el tema racial o la guerra de Vietnam, rebelan su compromiso
personal con estas causas. Además resulta provechoso ver cómo a lo largo del
libro, a menudo centra su atención en pasajes que tratan sobre la oración y la
vida contemplativa del padre Merton y de sus intereses y progresos
espirituales. El da especial importancia a la influencia del Zen en su forma de
presentar la vida interior. Hay
un pasaje especialmente importante que trata sobre el concepto de Merton sobre
la relación intrínseca de la vida monástica, que incluye un alejamiento de la
sociedad civil, y una preocupación por el bien de los demás. El propio Merton,
después de muchos años en el monasterio, llegó a una experiencia más profunda y
concreta del misterio de la solidaridad humana. Lo que él afirma aquí hace
referencia a la oración contemplativa en general y a la vida oculta de todos
los creyentes que invierten lo mejor de sí mismos en su relación con Dios: Mi monasterio no es un hogar. No es el lugar de la tierra donde estoy enraizado y establecido. No es el entorno en el que me hago más consciente de mí mismo como individuo, sino el lugar donde desaparezco del mundo como objeto de interés para estar presente en todas partes por medio del distanciamiento y la compasión (Querido L., pág. 23; Pensamientos en la soledad, pág 68). Merton
ilustra con esta breve afirmación su extraordinario talento para dar expresión
a valores y puntos de vista tradicionales, con un lenguaje que es a la vez
concreto, claro y personal. La verdad teológica que se esconde tras esta
afirmación es de tal profundidad que resulta fundamental para la vida
monástica. Mediante la oración, el contemplativo se une a Dios en unión de amor
que afecta a todos los que son hijos de Dios. El traduce esta idea algo
abstracta por medio de una imagen que nos es concreta y familiar, la de un
hogar. El monasterio, en su significado más profundo, no es tanto un hogar sino
un lugar de soledad y retiro con el fin de cultivar una vida que trasciende las
cosas efímeras de este mundo. Pero, tal y como lo afirmó repetidamente, no solo
los monjes sino todas las personas como tales han sido creadas para una vida
trascendente, accesible únicamente por la fe y conscientemente apropiada en la
oración contemplativa. Él lo afirma explícitamente que éste es el tema
principal de sus escritos: Pienso que el mensaje
fundamental de estas páginas es que la vida contemplativa es aplicable en todo
lugar donde hay vida. Allí donde hay hombre y sociedad ; donde hay
esperanzas, ideales, aspiraciones de un futuro mejor ; donde hay amor (y
donde hay mezcla de dolor y felicidad), es ahí donde la vida contemplativa
tiene un lugar, porque la vida, la felicidad, el dolor, los ideales, las
aspiraciones, el trabajo, el arte y otras cosas tienen importancia...Y cada
importancia en particular debe converger de alguna manera en una importancia
central y universal que procede de una realidad escondida (Querido L., pág. 43; originalmente publicado
en el prefacio de la edición sudamericana de las Obras Completas). Este
comentario sobre el mensaje fundamental de todos sus escritos, según él lo
entendió, nos lleva al tema de la originalidad de las enseñanzas de Merton. ¿De
qué se valió para convertirse en una figura de tanta importancia para su
tiempo? Su contribución más significativa para la espiritualidad monástica y
para la oración contemplativa en general no fue la creación de un nuevo sistema
de pensamiento sino la comunicación de la experiencia espiritual, con un
lenguaje que revitalizaba las ideas y prácticas tradicionales. El estaba
convencido de que la renovación espiritual significaba una restauración de las
palabras. Michael Higgins lo expresa muy bien cuando afirma que Merton intentó
ayudar a remediar “la disociación del lenguaje de su fuente trascendente... Los
sentidos estaba encerrados; hay que liberarlos. Merton se dio cuenta de la
progresiva perdida de valor del lenguaje, llegando a la conclusión de que el
papel del poeta no es más que la restitución de la palabra: la restauración de
su valor sagrado para liberarla de retóricas elegantes, de usos despectivos y
de manipulaciones ideológicas, para convertirse en instrumento silencioso de la
verdad”.8 Aunque
en sus enseñanzas y escritos era muy organizado, y normalmente presentaba su
material de forma bien construida, sus clases y sus libros más pragmáticos
tienen poco de académico. Merton había sido profesor, pero sus obras más
teóricas y didácticas, tales como Ascenso
a la verdad, etc., son las de menos éxito, tal y como él bien lo corroboró.
Los escritos de mayor influencia son fruto de su sentido artístico. Su talento
poético, junto con su don contemplativo, nos llevan a un estilo literario más
intuitivo y elevado, buscando transmitir su mensaje más por la intuición que
por la presentación ordenada y sistemática. El se encuentra en su propio
elemento, haciéndose su voz más distintiva cuando habla como poeta, e incluso
como profeta. Se guiaba más por una luz superior que por la razón. Higgins
describe bien lo que esto supone : “La lógica del monje, como la del
poeta, no es arbitraria y menos inmediatamente comprensible, pues es la lógica
de la visión provocativa y aún fiel a
su propia ley interna. La lógica de la visión es llamativa e inalterablemente
individual (ecléctica, amorfa, esotérica, temeraria), evasiva y llena de
convicción” (Higgins, pág. 133). Antes
de entrar en el monasterio, Merton ya había pensado mucho sobre este tema
fundamental del estilo. En The Secular
Journal, hace una distinción entre la lógica de las matemáticas y la lógica
del lenguaje. Así dice: La lógica de las matemáticas
logra la necesidad a expensas de la verdad viva, es menos real que la otra,
aunque más cierta. Logra la certidumbre al pasar de lo concreto a lo
abstracto... La lógica del poeta (que es la lógica del lenguaje o de la propia
experiencia) desarrolla la forma de crecer de un organismo vivo: se extiende
hacia lo que ama y es heliotrópica, como una planta. El árbol crece de forma
libre, orgánica. Nunca es ideal, solo libre ; nunca típico, siempre individual.9 Esta
característica señaladamente poética y literaria de sus escritos se aprecia de
forma aún más acusada al comparar, por ejemplo, el comienzo de La montaña de los siete círculos de
Merton con la postura más didáctica que adopta Nouwen en la introducción de su
libro The Wounded Healer.10 En éste, su autor resume de antemano
las cuatro partes de la obra con una breve descripción de cada una, para
orientar al lector y definir con bastante claridad la forma del estilo.
Prosigue con este plan de forma consistente, desarrollando el proyecto que ha
esquematizado inicialmente, con detalle y análisis ordenados. Aunque habla por
experiencia y está profundamente comprometido con este tema, sería difícil
presentar algo de forma tan ordenada y razonada. El resultado es un tratado
claro, lógico y persuasivo del tema, presentado con entusiasmo y convicción
tales que, junto con sus argumentos y razonamientos, consigue persuadir al
lector. Henri Nouwen es un buen profesor, lleno de entusiasmo, que habla al
corazón pero también al intelecto. La imaginación y el sentido estético, quizás
inevitablemente, jueguen un papel menor en este estilo didáctico. Merton,
muy al contrario, lleva consigo al lector en seguida al tema de la historia de
su vida al describir el lugar y las circunstancias de su nacimiento con
detalles de gran imaginación, permitiendo al lector de alguna manera compartir
el mundo interesante, pero básicamente infeliz, en el que él aparece más bien
abruptamente. La belleza del paisaje, el talento de sus padres, artistas
expatriados que habitan en el, de alguna manera exótico, Midi francés con los
Pirineos al fondo, la devastación cruel y sin sentido de la Guerra Mundial que
amenaza por el norte; todo este panorama pone a funcionar nuestra imaginación.
Estos detalles que nos introducen en un mundo lleno de conflictos entre la vida
y la muerte, la belleza y la fealdad (“Hombres
que mueren como perros en las cunetas”), la gracia y el pecado, que todos
sentimos, constituye, de hecho, nuestra situación así como la de los
protagonistas. Su arte sutil se hace también evidente en la forma en que
describe su temprana vida familiar, al trazar un retrato cuidadoso de sus
padres. Con gran economía de palabras, nos los presenta con gran habilidad como
figuras vivientes, con sus aspiraciones por una vida superior, pero destinados
a experimentar los límites del arte como respuesta al significado de la vida.
Su alusión al mundo como prisión y la incapacidad del hombre para transformar
sus dones en libertad nos llevan al tema más importante de esta historia, las
obras de la gracia en su propia vida: “Mi padre y mi madre eran cautivos de aquel mundo,
conscientes de que no le pertenecían, pero incapaces de salirse de él. Estaban
en el mundo pero no eran de él (no porque fueran santos, sino de otra manera:
porque eran artistas. La integridad del artista eleva al hombre a un nivel por
encima del mundo, sin liberarle del mismo”.11 Merton
presentaba sus enseñanzas y experiencias bajo la forma de imágenes que servían
para expresar más de lo que explícitamente describían, como lo vemos en este
ejemplo. En el espacio de unos cuantos párrafos, Merton es capaz de crear un
retrato auténtico del padre y de la madre. Evoca el mundo en el que vivió su
familia por medio de rasgos oportunamente elegidos, de manera que nos anticipa
el tipo de luchas espirituales y frustraciones que iban a caracterizar su vida
y la de su hijo. Su retrato nos implica a nivel personal. Todos los que
aspiramos a una libertad interior sabemos lo que es sentirse encerrado en este
mundo, con falta de los recursos espirituales necesarios para trascender sus
límites y contradicciones, amando su belleza pero conscientes de que los
peligros y la muerte nunca están lejos. Así, Merton nos presenta temas
teológicos tales como el pecado, la gracia, la libertad, la felicidad, el
sufrimiento y la muerte con tal aparente facilidad y naturalidad que el arte
permanece discreto, inadvertido incluso para el lector casual, ocupado con la
narrativa. Nada pesado o pedante se nos impone a nuestra atención. Él iba a
emplear esta postura poética e intuitiva a lo largo de esta autobiografía, y a
menudo en sus escritos más elaborados. La forma de compartir su fe y su
experiencia representa la fusión de un arte elevado y una visión intuitiva que
se vivifica con sus dones
contemplativos. El estilo así como la historia responden a su popularidad con
aquellos que están buscando un significado más elevado de la vida. Pues el
autor habla sutilmente al corazón y a la imaginación, incluso mientras el hilo
argumental y las explicaciones razonadas de los diferentes estados de progreso
espiritual se dirigen a la mente y hacen un llamamiento a la inteligencia del
lector. Merton
desarrolló un estilo literario que daba un lustre fresco a las realidades que
parecían haberse apagado y desprovisto de significado para el mundo moderno. Su
capacidad de acceder a los niveles más profundos del espíritu parece posible
gracias a sus descripciones expresivas y conmovedoras de las prácticas y
realidades religiosas. Él era bastante consciente de esta calidad de sus
mejores escritos cuando con gran fineza lo describe en el prefacio de la
edición japonesa de La montaña de los
siete círculos: “Por tanto, querido lector, no me gustaría hablarte ni como autor, ni como narrador, ni como filósofo, ni tan solo como amigo ; quiero hablarte, de alguna forma, como tu propio ser. ¿Quién puede decir lo que esto significa ? Yo mismo no lo sé. Pero si escuchas, podrán decirse cosas que tal vez no estén escritas en este libro. Y esto se deberá, no a mí, sino a Uno que vive y nos habla dentro de ambos” (Querido L., pág. 71). Recuerdo
al padre Merton hablándonos a los estudiantes del monasterio de que todos
deberíamos llegar a ser teólogos, es decir, capaces de hablar de Dios y de los
caminos de Dios para con la humanidad, él mismo no hacía pretensiones de estar
académicamente preparado en teología, aunque era muy instruido en esta materia.
Sus mejores trabajos no son presentaciones sistemáticas de las verdades
divinas, sino más bien comunicaciones de una variedad de experiencias
espirituales que ayudan al lector a descubrir su propio potencial para un
conocimiento amoroso de Dios. Él era teólogo en términos patrísticos, es decir,
que uno podía hablar de Dios porque Le había experimentado. Evagrio lo había
descrito muy sucintamente : “El teólogo es aquella persona que
verdaderamente reza; quien verdaderamente reza es un teólogo”. La verdadera
oración hace aquí referencia a la oración pura, contemplativa, que es lo que
Merton buscaba en su vida monástica, y se esforzó por difundirla a través de
sus escritos. Consideraba que esta oración era la clave de la vida monástica, y
la consideraba la mayor aportación de los monjes al mundo moderno en el que
ésta estaba amenazada. Poco antes de morir, vuelve a subrayar esta idea de
forma explícita al final de una conferencia en Calculta : El ministerio peculiar del monje del mundo moderno
es el de mantener viva la experiencia contemplativa, y de dejar el camino
abierto al hombre de la tecnología moderna para que recupere la integridad de
sus profundidades más interiores.12
En
mi opinión, lo que distingue la obra de Merton de otros escritores espirituales
y teólogos es su larga experiencia de oración contemplativa, además de su
singular habilidad de expresar de forma eficaz las verdades fundamentales sobre
Dios y el hombre, estableciendo a su vez con sus lectores un clima de intimidad
espiritual : “Quiero hablarte, de alguna forma, como tu propio ser. ¿Quién
puede decir lo que esto significa ?” Muchos de sus lectores, a medida que
leen a Merton, experimentan pensamientos que nacen de sus corazones y que los
confrontan con los caminos misteriosos del Dios vivo. Experimentan los temas
que él trata como si a ellos les afectara, como si fueran importantes para su vida
espiritual. Sugiero que este poder de comunicación espiritual, al servir como
canal del Espíritu Santo, es una de las aportaciones claves de Merton a la
espiritualidad. El
padre Henri Nouwen quiso transmitir un mensaje que era, en buena medida,
similar al de Merton. Dejó bastante claro que sintió una gran admiración por
Merton y que sintió una fuerte atracción por su espiritualidad. Pero, a medida
que se iba ocupando de su ministerio pastoral, descubría que sus propias
necesidades y gracias requerían una postura diferente a la hora de vivir el
Evangelio. El silencio y la soledad le atraían hasta cierto punto, pero
demostraron ayudarle solo cuando iban acompañados de bastante ministerio
pastoral. Nouwen, durante su estancia en la Abadía de Genesse, considero
seriamente la posibilidad de entrar en el monasterio. Sin embargo, cuando se le
indicó que estaba más preparado para un ministerio más involucrado con la
enseñanza, la predicación y la dirección espiritual, y que necesitaba el estímulo de continuos contactos con
diferentes personas, pronto se dio cuenta de la verdad encerrada en este
consejo. De todas formas, continuó cultivando una forma de oración de tipo
monástico caracterizada por el silencio y la soledad, tal y como le podemos
apreciar en su obra, basada en un seminario que dio en Yale, titulado The Way of the Heart. El subtítulo es
bastante revelador a este respecto: Espiritualidad
del Desierto y Ministerio Contemporaneo. También lo son los títulos de los
tres capítulos principales : “Soledad”,
“Silencio”, “Oración”. A continuación nos presenta el resumen de aquel
trabajo publicado en 1981 : “Soledad, silencio e incesante oración constituyen
los conceptos fundamentales de la espiritualidad del desierto. Los considero de
gran valor para nosotros que somos ministros, a medida que nos acercarnos al
tercer milenio”.13 Tal
y como afirma Sue Mosteller, Nouwen trabajó por transformar el aislamiento en
una soledad que era comunicación con Dios.14
Aunque sintió la necesidad de llevar una vida interior de oración seria,
también dedicó bastante parte de sus energías a desarrollar con plenitud su
vocación de sacerdote que vive entre la gente a la que sirve. El tiempo
considerable que consagraba a la oración y al estudio, además de la escritura,
hacen pensar que pasó gran parte de su tiempo en soledad y reflexión, a medida
que su labor pastoral iba aumentando en audiencia. El trataba de insistir en
este punto al formar a sus sacerdotes. “Pienso que lo que se le pide al líder
cristiano del futuro es que sea un crítico contemplativo... Lo que tengo en
mente es una forma muy activa y comprometida de contemplación de orden
evocador” (WHM 43). Al principio de
este mismo trabajo él hace mención de otro requisito del servicio activo al
Evangelio, como es la necesidad que tiene hoy el sacerdote de comprender en
profundidad sus propias heridas y fracasos interiores. Así, aunque en un
contexto y con fines diferentes, Nouwen, como Merton, trabajaban y hablaban de
la experiencia interior de forma bastante deliberada. “Tanto si se pretende
involucrarse en un mundo dislocado, como relacionarse con una generación
convulsa, o hablar a un moribundo, su servicio no será percibido como auténtico
a menos que proceda de un corazón herido por el sufrimiento a cerca del cual se
habla. De forma que es difícil escribir sobre el sacerdocio sin una comprensión
seria de las formas por las que el sacerdote pueda hacer que sus heridas sirvan
como fuente de sanación”. Aunque no lo mencione aquí, el confrontar los
conflictos y flaquezas de uno cuando se está al servicio de los demás, y el
hablar y el actuar desde la experiencia, constituyen a su vez formas de
sanación para el sacerdote. Dan como resultado una apreciación más amplia y más
sensible de la influencia de las emociones en la oración y en la relación con
Dios. Este autoconocimiento no sólo es fruto de un análisis esmerado de los
afectos y pasiones, sino también de una experiencia considerable de la oración
que implica a las zonas más ocultas del corazón. Intimamente ligado a su
dedicación a la oración contemplativa estaba también su interés por las
relaciones personales y el tema de la intimidad. El concibe la intimidad no en
términos de relaciones humanas directas sino centrada en Dios a través de la
experiencia de lo divino. El resume sus ideas con estas palabras: Llegamos a ver la intimidad
como una gracia de Dios, permitiéndonos trascender tanto las distancias
temerosas como las proximidades temerosas, y experimentar un amor que existe
antes y que está más allá de toda aceptación o rebeldía humana. La intimidad
divina, ni es posesiva ni exclusivista sino que nos abre los ojos a los demás
como hermanos, dejando libres nuestras manos para trabajar por la solidaridad
con la humanidad, especialmente con los que sufren... Ojalá estas reflexiones
consigan demostrar que la oración y la acción son ambas expresiones de la
relación íntima con Dios y, por medio de Dios, con toda la humanidad.15 Aunque
Nouwen apreciaba los valores del silencio y la soledad que Merton, junto con
toda la tradición monástica, él cultivaba y poco a poco su espiritualidad seguía cada vez más las
huellas de místicos y pensadores de la altura de San Ignacio y Karl Rahner. No
es que se diga que Nouwen estuviera
directamente influenciado por sus enseñanzas, ya que su posición era bastante
diferente a la de éstos, pero sí compartía su gusto por la oración personal y
profunda como parte de su ministerio activo. La contemplación en acción era el
concepto que tenía San Ignacio de la oración que corresponde al hombre comprometido
con el ministerio. Rahner fue, desde mi punto de vista, el escritor que mejor
supo demostrar cómo la presencia de la experiencia mística se hace patente en
los acontecimientos normales que tienen lugar en aquellas persona completamente
dedicadas por la fe a servir a Dios en el mundo. Cabe
destacar otro progreso en la vida espiritual y docente de Nouwen después de
abandonar la enseñanza y unirse a la comunidad de l´Arche, donde trabajó como
capellán y cuidó de los minusválidos con quienes vivía. En 1988 publicó una
charla que pronunció en Harvard y que trataba de una conmovedora experiencia
que tuvo de Dios a través de Adam, un residente seriamente afectado por su
minusvalía, y de quien él se ocupaba. Es el tipo de meditación amplia en la que
se nos revela el grado de integración conseguida del servicio activo y la
oración interior. Da la impresión de que en este texto, Nouwen encontró una paz
del alma más firmemente arraigada que en cualquiera de sus anteriores
ministerios. Esta es la descripción que nos da de su experiencia, a los pocos
meses de servicio : “Adam nos dice (por su condición, no en
palabras) : `La paz es antes que nada el arte de ser´. Sé que tiene razón
porque después de cuatro meses de estar con Adam, estoy descubriendo en mí
mismo el comienzo de una morada interior que no conocía antes. Incluso siento
el deseo poco común de hacer mucho menos y ser mucho más, preferiblemente con
Adam”.16 Este compromiso
activo con los más débiles y desfavorecidos demostraron ser una fuente de
sanación continua para Nouwen, que era capaz de compaginar su trabajo con
personas seriamente limitadas, con quienes convivía, con su labor de escritor y
predicador. Pues continuó siendo profesor y escritor, así como ministro
pastoral, hasta el final. En sus últimos años también se introdujo más en la
oración. Su vida en comunidad y su fidelidad a la oración le ayudaron a cambiar
la soledad en comunión. Aprendió con creciente convicción la verdad de sus
palabras sobre la mente demasiado activa y este aislamiento que era su
causa : “Huyamos de nuestro aislamiento para darnos cuenta que Alguien que habita en el centro de nuestro ser quiere escuchar con amor todo lo que ocupa y preocupa a nuestras mentes” (ONT, pág. 164). Henri
Nouwen murió de camino a San Petersburgo, Rusia, para hacer un video sobre el
cuadro El regreso del hijo pródigo de
Rembrandt, en el Museo Hermitage. Seguramente que uno de sus libros más
conmovedores fue su meditación sobre
esa magnifica y evocadora pintura.17 Sus
trabajos finales y su último viaje contribuyeron oportunamente a difundir el
conocimiento del amor misericordioso de Dios Padre, según lo revelaba Jesús
cuando predicaba sobre el Reino de los Cielos y cuando hacía el bien a todos.
Su vida y su obra, como la de Thomas Merton, permanecen como testigos de la
verdad de las palabras de Jesús :
buscad y encontraréis. Juan
Eudes Bamberger, ocso, Abad
de Genesee Abbey, USA. Traducción
de
Ignacio Ucín, San Sebastián. * John Eudes Bamberger, ocso, Abad de la Abadía de Genesse, Piffard, NY, fue discípulo y compañero de Thomas Merton, y amigo y director espiritual de Henri Nouwen. Este artículo se presentó como conferencia sobre Merton y Nouwen el 29 de enero de 2000 en la iglesia del Corpus Christi de Manhattan, y ha sido publicado en The Merton Seasonal: A Quarterly Review, revista publicada por The International Thomas Merton Society & The Thomas Merton Center of Bellarmine College, Thoemas Merton Center, Bellarmine College, 2001 Newburg Road, Louisville, KY 40205. Damos las gracias al autor de estas líneas por su delicada atención para CISTERCIUM. 1 Ver Thomas Merton, Conjeturas de un espectador culpable, Ed. Pomaire, Barcelona 1967, págs. 141-142 ; las referencias subsiguientes aparecerán en este texto como “Conjeturas” entre paréntesis. 2 Ver Henri Nouwen, Genesse Diary : Report from a Trappist
Monastery (Garden City, NY : Doubleday, 1976); las referencias
subsiguientes aparecerán en este texto como “Diario”
entre paréntesis. Traducción española: Diario
desde el monasterio. Espiritualidad y vida moderna, Ed. Lumen, Barcelona
1996. 3 Ver Gertrudis de Helfta, The Herald of Divine Love, Margaret
Winkworth, ed. y trad. (New York: Paulist, 1993) pág. 16. 4 Ver Jonh Bartlett, ed., Familiar Quotations, 13ª ed. (Boston :Little, Brown, 1955) pág. 630. 5 Ver Thomas Merton, Querido Lector (Reflexiones sobre mi obra), Centro Internacional de Estudios Místicos (CIEM), Ávila 1997, traducción y edición de Fernando Beltrán Llavador. Las referencias subsiguientes se citarán como “Querido L.” entre paréntesis. 6 Ver Thomas Merton, Contemplation in a World of Action (Garden City, NY : Doubleday, 1971) págs. 100-101. 7 Henri Nouwen, Pray lo Live : Thomas Merton Contemplative Critic (Notre Dame, IN : Fides, 1972). 8 Ver Michael Higgins, Heretic Blood : The Spiritual Journey of Thomas Merton (Toronto : Stoddart, 1998) pág. 133 ; las referencias subsiguientes aparecerán como “Higgins” entre paréntesis. 9 Ver Thomas Merton, The Secular Journal (New York : Farrar, Straus y Cudahy, 1959) pág. 24. 10 Henri Nouwen, The Wounde Healer : Ministry in Contemporary Society (Garden City, NY : Doubleday, 1972) ; las referencias subsiguientes aparecerán como “WHM” entre paréntesis. 11 Ver Thomas Merton, La montaña de los siete círculos, Ed. Porrúa, México 2000, pág. 3. 12 Ver Thomas Merton, Diario de Asia, Ed. Trotta, Madrid 2000,pág. 317. Las referencias subsiguientes apareceran como “DA” entre paréntesis. 13 Ver Henri Nouwen, The Way of the Heart : Desert Spirituality and Contemporary Ministry (New York : Seabury, 1981) pág. 91. 14 Ver prólogo de The Only Necessary Thing ; Writings in Prayer de Henri Nouwen, Wendy Greer, ed. (New York : Crossroad, 1999) pág. 12. Las referencias subsiguientes aparecerán como “ONT” entre paréntesis. 15 Ver Henri Nouwen, Lifesigns : Intimacy, Fecundity and Ecstasy in Christian Perspective (Garden City, NY : Doubleday, 1986) pág. 52. 16 Ver Henri Nouwen, Seed of Hope : A Henri Nouwen Reader, Robert Durback, ed. (New York : Bantam, 1989) pág. 197. 17 Ver Henri Nouwen, La vuelta del hijo pródigo, PPC, Madrid 1997. |
Copyleft. Acoger y Compartir. 16 Enero, 2006 |