“Iglesia, ¿quién eres? ¿qué dices de ti misma?” estas preguntas del Cardenal Suenens desataron una reflexión que cambió para siempre el rumbo del Concilio Vaticano II y de la misma Iglesia Católica
Hoy son muchos los que dicen “Cristo sí, Iglesia no” y se preguntan: ¿por qué cargar con una institución tan vetusta?, ¿no sería posible una espiritualidad no lastrada por este peso muerto?. Son muchos hoy los que con o sin palabras demuestran su desafección por una Iglesia, dirigida a veces por hombres (sí hombres sólo), que parecen especializarse en meter la pata.
Pero estamos aquí, y si estamos aquí es por Jesús. Pero, ¿tiene algo que ver la Iglesia con el proyecto de Jesús?, ¿la cúpula renacentista del Vaticano con el pesebre de Belén? No nos conformamos con respuestas desde la superficie. Buceamos en la Biblia para hallar una respuesta.
Jesús hizo de su vida un anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios, una nueva relación con Dios y entre los seres humanos. Él decía “transforma tu mente y tu corazón y da tu confianza a la Buena Noticia” (Mc 1,15). Nada más iniciar su predicación, Jesús reunió en su entorno discípulos y discípulas (Mc 1,16-20; Mt 4, 18-22; Lc 5,1-11; Jn 1,35-51).
Fueron llamados por Jesús. Los evangelios dejan claro que los discípulos no toman la iniciativa. No eligen a sus compañeros. Y allí los tenemos llamándose unos a otros “hermanos” y “amigos”.
El mensaje de Jesús no era pura teoría, ni tenía por objeto el solo cambio interior de las personas. Su anuncio tiene que ver con un “cielo nuevo y tierra nueva donde habiten la justicia” (2Pedro 3,13)
El mensaje de Jesús desde el principio tomó cuerpo en un grupo de hombres y mujeres los cuales vivían ya, sin dejarlo para más tarde, esta nueva relación con Dios entre los seres humanos. Vivieron la reconciliación en medio de fuertes tensiones.
Es esencial al evangelio esta concreción. Este “tomar cuerpo”. La comunidad de los seguidores de Jesús da cuerpo a su mensaje, y así la Buena Noticia del Reino se convierte en algo concreto, tan concreto y frágil, problemático y hermoso como nuestros cuerpos de carne.
Una y otra vez, especialmente en las cartas de San Pablo, vuelve la imagen del cuerpo para explicar qué es la Iglesia. (1Cor 12,12-31; Col 2,19; Ef 1,19-23). El símbolo central de la Eucaristía, el Cuerpo de Cristo, hace referencia también a esta metáfora
Después de la resurrección, cuaja en los discípulos y discípulas de Jesús la convicción de que ahora, con su maestro ausente en la carne pero presente en el espíritu, han de continuar siendo este cuerpo que da concreción a la Buena Noticia de Jesús.
Y encuentran nuevas fuerzas en el Espíritu. No solo cuentan con su buena voluntad, con su esfuerzo. No es su proclamación una cuestión solo de ideas. Así, Pablo escribe: “pues nuestro evangelio no vino a vosotros solamente en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo y con plena convicción” (1Tes 1,5)
“Espíritu” es para ellos mucho más que una idea teológica. Es una experiencia, alguien cuyo influjo viven. Es este “Espíritu” la fuente de su comunión, pero también el origen de una creatividad que les dará pluralidad.
En sus cartas, Pablo utiliza una palabra que ha hecho fortuna: evkklhsi,a (ekklêsía), un término con personalidad propia, tanta, que los cristianos de habla latina lo adaptaron sin traducir. Así se dice en latín ecclesia, trascripción exacta del término griego. En las lenguas romances modernas ha evolucionado de diversas maneras: iglesia, église, chiesa, esglesia, etc.
Hoy día la palabra “iglesia” es un término cargado de connotaciones religiosas. Pero no lo era la palabra “ekklesia” utilizada por Pablo. “Ekklesia” era un término laico. Quiere decir en griego “asamblea”, es decir una reunión de ciudadanos para un fin político o social
En las primeras cartas paulinas, la palabra “iglesia” designa a los pequeños grupos de cristianos que se reunían periódicamente en cada ciudad. En esa época, los cristianos no poseían templos ni otros lugares de culto. Se reunían por las casas. Cada una de esas asambleas son llamadas “iglesias” o “grupos de reunión”.
En
las cartas paulinas más tardías, especialmente en la Carta a los Colosenses y
la Carta a los Efesios, la palabra “iglesia” adquiere un matiz distinto. Ya no
designa a cada una de estas pequeñas congregaciones sino que se convierte en el
nombre de la Iglesia universal.
La creatividad que otorga el Espíritu es fuente de iniciativas que amplían horizontes, dando lugar a nuevos modelos de ser Iglesia. A través del Nuevo Testamento, podemos conocer algunas
La primera en fundarse, la iglesia de Jerusalén, al igual que el movimiento de Jesús, estaba compuesta casi íntegramente por judíos, como muchas otras iglesias de esta primera época. Están orgullosos de su herencia religiosa y cultural y entienden que ser cristiano consiste en ser un buen judío que cree en el Mesías. Los de Jerusalén siguen viviendo su culto en el templo judío (He 2,46; 3,1-3), y cumpliendo con las normas religiosas del judaísmo (tales como la comida kosher). Ponen diversas condiciones para aceptar a miembros provenientes de otras religiones.
Esta corriente produjo obras tan importantes como el evangelio según San Mateo o la Carta de Santiago
Un rasgo característico de estas comunidades es que se toman muy en serio la realización de la justicia, especialmente de la justicia económica entre ricos y pobres, en continuidad con la tradición profética de Israel.
Porque si en vuestra sinagoga entra un hombre con anillo de oro y vestido de ropa lujosa, y también entra un pobre con ropa sucia, y dais atención especial al que lleva la ropa lujosa, y decís: Tú siéntate aquí, en un buen lugar; y al pobre decís: Tú estate allí de pie, o siéntate junto a mi estrado; ¿no habéis hecho distinciones entre vosotros mismos, y habéis venido a ser jueces con malos pensamientos? Hermanos míos amados, escuchad: ¿No escogió Dios a los pobres de este mundo para ser ricos en fe y herederos del reino que Él prometió a los que le aman? (Santiago 2,2-5. Cfr. Hechos 2,44-45)
Su rasgo más negativo es su tendencia a poner condiciones de admisión a los cristianos provenientes de otras culturas. Los miembros más conservadores de estas iglesias exigían que aceptaran los las costumbres y rituales propios del judaísmo a los cristianos que se incorporaban provenientes de otras culturas.
Las comunidades fundadas por San Pablo muestran una gran diversidad entre ellas. No es lo mismo la iglesia de una ciudad cosmopolita como Corinto, con su sofisticación y complicadas controversias, que los cristianos de Filipos, la comunidad dócil “ojito derecho” del apóstol.
Sin embargo, tienen también mucho en común. Son comunidades cuya composición étnica es predominantemente no-judía. Aunque leen y aprecian el Antiguo Testamento y al Mesías anunciado en éste, su diverso origen religioso les dota de una peculiar creatividad. Son comunidades muy vivas, y sus reuniones, muy participativas:
“Cuando os reunís, cada cual aporte salmo, enseñanza, revelación, lenguas o interpretación. Que todo se haga para edificación”. (1Cor 14,26)
En la comunidad se ponen en común los diversos dones de sus miembros:
Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él. Y en la iglesia, Dios ha designado: primeramente, apóstoles; en segundo lugar, profetas; en tercer lugar, maestros; luego, milagros; después, dones de sanidad, ayudas, administraciones, diversas clases de lenguas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿Acaso son todos profetas? ¿todos obran milagros? ¿Acaso tienen todos dones de sanación? ¿Acaso hablan todos en lenguas? ¿Acaso interpretan todos? Mas desead ardientemente los mejores dones. Y aún yo os muestro un camino más excelente. (1Cor 12,27-31)
El exceso de entusiasmo llevaron a situaciones de desorden, personalidades fuertes chocaron y crearon divisiones. Ante estos conflictos, Pablo no apela a los responsables de la comunidad para recomponer el orden, sino que llama la atención de la comunidad misma para que, en una especie de autogestión, rehaga la concordia entre todos.
Sabemos de ellas gracias a cinco documentos del Nuevo Testamento agrupados bajo el epígrafe “escritos joánicos”: el evangelio según San Juan, las tres Cartas de Juan, y el Apocalipsis. Su composición étnica es probablemente de mayoría judía.
Lo que más llama la atención de estas comunidades es su fuerte vida interior, el cuidado que ponen en las relaciones entre los miembros de la comunidad y la primacía del amor. Pero también es manifiesto su fuerte desprecio por la cultura dominante, y da la impresión de que no son tan misioneras como las comunidades paulinas, sino que miran más hacia el interior.
Mención aparte merece esta iglesia situada en Siria, la primera en la que los discípulos de Cristo fueron llamados “cristianos” (Hechos 11,29). Es la primera comunidad en la que hubo un importante grupo de creyentes no-judíos. Sirvió de base de operaciones del apóstol Pablo en sus viajes de misión.
Antioquía es la iglesia misionera por excelencia, la comunidad que sacó las consecuencias del universalismo del mensaje de Jesús.
Las iglesias de Roma tienen un origen temprano. Posiblemente, fueron fundadas a comienzos de los años 40 del s.I. Tuvieron una composición, al principio, predominantemente judía, pero poco a poco se incorporaron grupos de otros pueblos.
Su situación privilegiada en la capital del Imperio y el hecho de que en ella murieran mártires los apóstoles Pedro y Pablo confirieron a estas comunidades desde bastante pronto (s.II) una preeminencia sobre las demás iglesias.
El proyecto de comunión que es la Iglesia, trata de vivir el sueño de Jesús. Está llamada a ser una realidad social que a través de hechos y no solo de palabras sea un signo en el mundo de lo que el Espíritu trata de realizar: “un cielo nuevo y una nueva tierra en los que habite la justicia”. La comunión entre los miembros de la Iglesia se alimenta de la comunión de cada creyente con Dios, pero también la sostiene.
No es ante todo una estructura social, aunque necesite de ella. Está llamada, ante todo, a hacer realidad una comunión que rompa las barreras que dividen a los seres humanos en dominadores y dominados, en señores y esclavos.
Para ser cristiano no es necesario adquirir un alto nivel de conocimientos teológicos o sobresalir en la práctica de una espiritualidad al alcance solo de una élite, sino de estar unido a Cristo cabeza “de la cual todo el cuerpo, nutrido y unido por las coyunturas y ligamentos, crece con un crecimiento que es de Dios”. (Col 2,19) Esta comunión lleva a derribar los muros que separan a la humanidad a través de líneas de género, etnia o clase social. Pablo escribe, citando una frase ritual que se decía al finalizar la celebración del bautismo:
Pues todos sois hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús. Porque todos los que fuisteis bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestido. No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús. (Gálatas 3,26-28)
El Espíritu Santo es la fuente de una igualdad en la diferencia, una comunión en la pluralidad. Todo bautizado tiene el Espíritu. Todo bautizado es corresponsable.
Es verdad que la Iglesia no es una democracia. Exige una participación, un compromiso, un sentido crítico, un amor, que va mucho más allá de lo que significa las participación en las democracias de nuestro mundo. Una comunión que rompe barreras y que subvierte las estrategias del dominio de los hombres sobre las mujeres, de los libres sobre los esclavos, y el odio entre los grupos étnicos
· La Iglesia es tan concreta e ineludible como nuestros propios cuerpos. ¿Cómo vivir creativamente la tensión entre lo que quisiéramos que ella fuese y lo que es?
· ¿Cómo hacer de la iglesia una tierra de reconciliación? ¿cómo aprender a no ahondar más las heridas, sin por ello someternos a estrategias de poder que manipulan con la excusa de servir a la comunión?
· ¿Cómo crear espacios en los que vivir la utopía: un compartir que rompe las barreras del género, de las clases sociales y los grupos étnicos?
· ¿Cuál es tu experiencia del Espíritu? ¿qué es lo que te hace libre y creativo? ¿qué es aquello que da profundidad a tu vida?
· En este Adviento, ¿cómo esperar, dejando que el Espíritu reconfigure lo que fueron tus viejas expectativas en nuevas esperanzas cargadas de futuro?