Pregón Pascual

Cállense las televisiones de los Poderosos, que se silencien los gabinetes de propaganda, que los defensores del Dios Dinero enmudezcan, porque el grito de los pobres anuncia hoy nuestra salvación.

Goce también la Madre Tierra, sanada del maltrato de los hombres: las playas negras, las ciudades arrasadas, los bosques devastados; que se inunde de tanta claridad y recobre los colores de la Creación.
Exulte también nuestra pobre Iglesia, porque hoy nace una Iglesia nueva que AMA, SIRVE, CELEBRA Y GENERA ESPERANZA.

Una Iglesia que, por amor acoge y es de todos: de las mujeres que toman responsabilidades; de los jóvenes, ancianos y niños que encuentran su sitio; de los sin voz: inmigrantes, gitanos, homosexuales que en la Iglesia toman su palabra; de los que no encuentran su lugar y han perdido las ganas de luchar, que en la Iglesia encuentren su refugio.

Esta noche santa, nace una Iglesia profética, arriesgada, que va por delante de nosotros; que no es neutral ante el sufrimiento de los débiles. Es un Iglesia donde todas las voces y manos se unen para celebrar la resurrección de Cristo.

En ella renovamos nuestra esperanza, plasmamos los sueños y nos liberamos de las cargas que no nos dejan caminar.
En esta noche santa celebramos la resurrección de Cristo con las demás Iglesias cristianas y aclamamos con todo el amor de nuestro corazón a Dios Todo-cariñoso quien, a través de su Hijo nos salva de nuestras miserias.

Esta es la noche en que millones de personas han tomado las calles para decir NO a la muerte de los inocentes; NO a que los intereses de los más ricos aplasten la vida de los pobres.

Rotas las cadenas de nuestras muertes, Cristo se alza victorioso en nuestros abismos interiores.

Y así esta noche santa:
ahuyenta los pecados,
lava las culpas,
devuelve la inocencia a los manchados
la alegría a los tristes,
el amor a los abandonados,
sana las heridas de los rotos.

En esta noche de gracia, escucha, Padre nuestro, a esta Comunidad de creyentes, gentes de distintos lugares que, desde la realidad y la pobreza de sus vidas, te celebramos.

Te pedimos, Padre, que esta luz, Cristo resucitado, arda sin apagarse en nuestros corazones para iluminar la oscuridad de las largas noches de los pueblos olvidados de África y América Latina.

Que cada uno de nosotros sea un lucero que alumbre con tu luz a los demás.

Amén.

¡¡Aleluya, aleluya!!