La Iglesia, la comunidad de los seguidores de Cristo, tiene que caracterizarse primeramente por eso, por seguir a Cristo.
Y ¿Qué significa seguir a Cristo?
Significa hacer realidad su vida entre nosotros. Porque lo que Cristo nos dejó, aunque nos haya llegado a nosotros mediante los escritos de los primeros discípulos, fue su ejemplo, su VIDA, más que su palabra.
De todos modos, por si había algún despistadillo que no se enterara, Jesús también nos dijo cómo debíamos vivir:
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán todos que sois discípulos míos. (Jn, 13, 34)
Por lo tanto, la primera y principal característica de la Iglesia es el AMOR.
Una Iglesia que ama en verdad, desde el corazón, se ve impulsada por la propia naturaleza del amor a una vocación de servicio al prójimo. Y el prójimo este tan famoso, o al menos tan nombrado (y en realidad tan poco conocido), somos todos: católicos, protestantes, ortodoxos, musulmanes, creyentes, no creyentes, gente bien, gente no tan bien, gente peor. Prostitutas, homosexuales, divorciados, disminuidos, excluidos...
Una Iglesia que ama y sirve en verdad va a ser una comunidad de personas FELICES. Ni siquiera las dificultades y el sufrimiento que nos encontramos en la vida ensombrecen esa felicidad.
¡¡Y ESTO HAY QUE CELEBRARLO!!
Sentimos la necesidad de celebrar nuestra vida y nuestra fe, nuestro cumpleaños y que Cristo ha resucitado.
Y ¿Por qué esta necesidad de celebración?
Porque los seres humanos tenemos la necesidad de expresar de algún modo nuestras vivencias. Lo que pasa es que en nuestra cultura la expresión está muy empobrecida. La vergüenza, el sentido del ridículo, la preocupación por el qué van a pensar de mí si hago esto, o lo otro, nos lleva a congelar la expresión de nuestras vivencias, y consiguientemente estas vivencias quedan también parcialmente congeladas. Esta falta de vivencia en nuestras celebraciones provoca que nos estemos perdiendo una parte de la realidad. Porque a través de las celebraciones expresamos vivencias, que a veces son tan sólo intuiciones, no formas lógicas ni racionales, que también forman parte de la realidad. Y si no celebramos, nos quedamos sin conocer estas realidades.
Bueeeeeno... Aquí es donde estamos, todo parece un poco gris, pero la Iglesia es como ese retoño verde que crece en el cemento.
Y nosotros,
Queremos una Iglesia ALEGRE.
Queremos celebrar con el resto de la Iglesia y compartir nuestra vida y nuestra
fe... Y también nuestras diferencias.
Queremos ser más participativos y creativos en nuestras celebraciones.
Pensamos que podemos mejorar la manera de celebrar nuestra fe, y salir más
llenos de estas celebraciones. Porque cuando el amor nos llena, se desborda
y se nos sale, y entonces pringamos de amor a todo el que pasa a nuestro lado.
Y aunque pueda ser que a veces no nos falte razón al decir que las celebraciones
cristianas son un rollo, y que no nos transmiten ni nos aportan lo que nosotros
buscamos, queremos o esperamos, hoy queremos mirar desde otro ángulo.
Hoy, queremos apelar a nuestra responsabilidad personal:
Si vivimos de manera mediocre, expresaremos nuestras mediocres vivencias. Y entonces, ¿Cómo serán nuestras celebraciones?
AMA, SIRVE, VIVE ¡Y CELEBRA!