Retiro de Cuaresma, El Espino, 8 de marzo, 2003

La vida es evolución

 ¿Hasta dónde habría que remontarse para llegar a lo que llamamos origen? Cuando hablamos de los orígenes de la fe solemos referirnos a Jesús y a sus primeros discípulos. Pero estos se consideraban ya parte de un pueblo milenario, el pueblo de Israel, la culminación de una larga historia iniciada por Abrahán.

Pero ¿por qué detenernos en Abrahán o en el nacimiento del pueblo de Israel? Dios se ha revelado desde siempre y de diversos modos a los distintos pueblos de la tierra. Incluso, más allá, ¿no estaba Dios guiando el universo desde sus orígenes hasta el origen de la vida y su evolución?

El paleontólogo y sacerdote jesuita Pierre Teilhard de Chardin narra así un descubrimiento interior que le aconteció mientras meditaba:

... Así, pues, acaso por vez primera en mi vida (¡yo, que se supone medito todos los días!), tomé una lámpara y aban­donando la zona, en apariencia clara, de mis ocupaciones y de mis relaciones cotidianas, bajé a lo más íntimo de mí mis­mo, al abismo profundo de donde percibo, confusamente, que emana mi poder de acción.

Ahora bien, a medida que me alejaba de las evidencias convencionales que iluminan superficialmente la vida social, me di cuenta de que me es­capaba de mí mismo. A cada peldaño que descendía, se des­cubría en mí otro personaje, al que no podía denominar exactamente, y que ya no me obedecía. Y cuando hube de detener mi exploración, porque me faltaba suelo bajo los pies, me hallé sobre un abismo sin fondo, del que surgía, vi­niendo yo no sé de dónde, el chorro que me atrevo a llamar mi vida.

¿Qué ciencia podrá nunca revelar al Hombre el origen, la naturaleza, el régimen de la potencia consciente de voluntad y de amor de que está hecha su vida? Sin duda, no es ni nues­tro esfuerzo, ni el esfuerzo de nadie en torno a nosotros, el que ha desencadenado esta corriente. Tampoco es nuestra solicitud, ni la de ningún amigo, la que puede prevenir en ella un bajón o regular su ebullición.

Podemos, poco a po­co, trazar a lo largo de generaciones los antecedentes par­ciales del torrente que nos alza. Podemos, además, median­te determinadas disciplinas o ciertos excitantes, físicos o morales, regular o agrandar el orificio por el que se escapa en nosotros. Pero ni por esta geografía ni por estos artificios podremos llegar a captar las fuentes de la Vida, ya sea con el pensamiento, ya sea con la práctica.

Me recibo mucho más que me hago a mí mismo. El Hombre, dice la Escritura, no puede añadir una sola pulgada a su talla. Y todavía menos aumentar en una sola unidad el ritmo fundamental que regula la maduración de su espíritu y de su corazón. En que en última instancia, la vida profunda, la vida fundamental, la naciente se nos escapan en absoluto.

Fue entonces cuando, emocionado con mi propio des­cubrimiento, quise salir a la luz del día, olvidar el enigma inquietante en el entorno confortador de las cosas familiares, volver a empezar a vivir en superficie, sin sondear im­prudentemente los abismos. Pero he aquí que, bajo el ­espectáculo de las agitaciones humanas, vi reaparecer ante mis ojos avisados al Desconocido de quien quería huir. (El medio divino, Alianza Editorial, Madrid 2000, pp. 48-49)

Pierre Teilhard de Chardin


 

n. 1 de Mayo, 1881, en Sarcenat, Francia.
m. 10 de Abril, 1955, Nueva York, Estados Unidos

Filósofo francés y paleontólogo. El hilo conductor de su vida fue unir ciencia y cristianismo. Varias de sus teorías le valieron reprobaciones de las autoridades del Vaticano y de su propia orden religiosa. En 1962, el Santo Oficio emitió un monitum, es decir un aviso, contra la aceptación acrítica de sus ideas. Su rectitud espiritual, sin embargo, nunca ha sido cuestionada.

Hijo de un granjero hacendado aficionado a la geología, Teilhard se dedicó desde joven al estudio de esta materia en el Colegio Jesuita de Mongré, donde entró interno a los 10 años. A los 18, ingresó en el noviciado jesuita de Aix-en-Provence. De los los 24 a los 27 ejerció de joven profesor en el colegio jesuita de El Cairo.

Fue ordenado sacerdote en 1911. En vez de ejercer de capellán, prefirió trabajar como camillero durante la Primera Guerra Mundial. Fue condecorado por su valor en el frente de batalla con la metalla de la Legión de Honor.

En 1923, después de ser profesor del Instituto Católico de París, realizó la primera de sus misiones paleontológicas y geológicas en China, donde participó en el descubrimiento en 1929 del cráneo del hombre de Pekín. El hombre de Pekín, llamado entonces Sinanthropus pekinensis, se identificó más tarde como un ejemplar del Homo erectus, que vivió hace unos 130.000 años.

Otros viajes llevaron al jesuita antropólogo al desierto de Gobi, Sinkiang, Kashmir, Java, y Birmania (Myanmar) durante los años treinta. Teilhard contribuyó decisivamente al conocimiento de los depósitos sedimentarios de Asia y a las correlaciones estratigráficas para fechar los fósiles. Pasó los años 1939-45 en Pekín en una situación próxima a la cautividad debido a la Segunda Guerra Mundial.

La mayoría de los escritos de Teilhard son de carácter científico, especialmente en el campo de la paleontología de los mamíferos. Sus libros filosóficos fueron producto de una larga  meditación. Teilhard escribió dos importantes obras en este área, Le Milieu divin (El medio divino) y Le Phénomène humain (El fenómeno humano), en los años 1920 y 30, pero su publicación fue prohibida por sus superiores jesuitas.

Teilhard volvió a Francia en 1946. Frustrado en su deseo de enseñar en el Collège de France y publicar filosofía (todas sus grandes obras fueron publicadas póstumamente), emigró a los Estados Unidos, pasando los últimos años de su vida en el Wenner-Gren Foundation, Nueva York, desde donde realizó dos expediciones paleontológicas y arqueológicas a Sudáfrica.

Los intentos de Teilhard de combinar el pensamiento cristiano con la ciencia moderna y la filosofía tradicional suscitaron un amplio interés así como una acalorada controversia cuando sus escritos fueron publicados en los años 1950. Teilhard apuntó hacia una metafísica de la evolución, sosteniendo que era un proceso de convergencia hacia una unidad final que él llamó el Punto Omega.

Trató de mostrar que lo que tiene de valor permanente en el pensamiento filosófico tradicional puede mantenerse e incluso integrarse con una cosmovisión científica moderna si se acepta que las tendencias de las cosas materiales están dirigidas, totalmente o en parte, más allá de las cosas mismas hacia la producción de seres superiores, más complejos, y más perfectamente unificados.

Teilhard contempló las tendencias básicas de la materia –gravitación, inercia, electromagnetismo, etc.– como ordenadas a la producción de tipos de agregado progresivamente más complejos. Este proceso condujo a entidades cada vez más complejas de átomos, moléculas, células y organismos, hasta que finalmente el cuerpo humano evolucionó, con un sistema nervioso lo suficientemente sofisticado como para permitir la reflexión racional, la auto-conciencia, y la responsabilidad moral.

Cuando algunos evolucionistas consideraban que el hombre no era sino una prolongación de la fauna del Plioceno –un animal con más éxito que la rata o el elefante– Teilhard argumentó que la aparición del hombre trajo una nueva dimensión al mundo. Definió esta novedad como el inicio de la reflexión: el animal conoce, pero el hombre conoce que conoce; tiene "conocimiento al cuadrado."

Otro gran avance en el esquema de la evolución según Teilhard es la socialización de la humanidad, que no es el triunfo del instinto de manada, sino una convergencia cultural de la humanidad hacia una única sociedad. La evolución ha llevado al ser humano al límite de la perfección que se puede alcanzar físicamente: el próximo paso será social. Teilhard entendió que esta evolución estaba en marcha. A través de la tecnología, la urbanización y las modernas comunicaciones, se establecen más y más vínculos entre  la política, la economía, y los hábitos mentales de los diversos pueblos en una progresión aparentemente geométrica.

Teológicamente, Teilhard vio el proceso de la evolución orgánica como una secuencia de síntesis progresivas cuyo último punto de convergencia es Dios. Cuando la humanidad y el mundo material hayan alcanzado su estado final de evolución y exhausto todo el potencial de desarrollo, una nueva convergencia entre ellos y el orden sobrenatural será iniciada por la Parusía, o Segunda Venida de  Cristo. Teilhard afirmó que la obra de Cristo es primariamente conducir este mundo material a esta redención cósmica, y que la victoria sobre el mal es solo un propósito secundario. El mal es representado por Teilhard meramente como los dolores de crecimiento dentro del proceso cósmico: el desorden implicado por el orden en proceso de realización

(artículo traducido de la Encyclopaedia Britannica)


El Vaticano II afirmó que la Iglesia es peregrina, Pueblo de Dios en marcha. Esta idea de peregrinación es subrayada especialmente en este tiempo de cuaresma. No se trata de recuperar la inocencia perdida, de purificarnos de los pecados que nos apartan de un supuesto estado originario de pureza. Estamos en marcha hacia la madurez, hacia cotas más altas de síntesis entre complejidad y sencillez, entre sofisticación e ingenuidad, entre dominio de la realidad y capacidad de asombro.

En esta marcha la Iglesia se siente solidaria con los problemas, pero también las posibilidades de futuro de la humanidad:

Los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia (Gaudium et Spes 1)

Dios nos ha creado como seres en evolución. Jesús ha alcanzado antes que el resto de nosotros el Punto Omega. Cristo resucitado es la siguiente etapa de la evolución de los homínidos, la culminación del universo. Esta evolución no es lineal, tiene sus cimas y sus valles, pero no está abandonada al azar, Dios está ahí sosteniéndola a cada instante.

Ser Iglesia es vivir esta evolución como una peregrinación hacia Dios. Somos Pueblo de Dios en marcha en medio de una humanidad que converge conscientemente o no hacia el Punto Omega. Confiados en Cristo Resucitado nos adelantamos a la aurora.

PREGUNTAS

En su meditación, Teilhard dice: “A cada peldaño que descendía, se des­cubría en mí otro personaje”, ¿qué personajes aparecen en ti cuando miras a tu interior?

¿Qué experiencia tienes de esa zona en ti en la que ya no tocas fondo?, ¿conoces tu propio abismo?

¿De qué potencias, de qué energías está hecha tu vida? ¿Cómo tomar conciencia de las fuentes de la vida que hay en ti?

Comenta la frase: “Me recibo mucho más que me hago a mí mismo”.

¿Qué podrías decir si te preguntaras sobre la maduración de su espíritu, de tu corazón?

 Subraya el texto de la Carta de Pedro. En esta interpretación teológica de la historia ¿qué puntos te llaman más la atención?

Obras de Teilhard publicadas en castellano

Para meditar...

Primera Carta de Pedro 1, 3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, 4 para obtener una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos para vosotros, 5 que sois protegidos por el poder de Dios mediante la fe, para la salvación que está preparada para ser revelada en el último tiempo.

6 En lo cual os estremecéis de gozo, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, seáis afligidos con diversas pruebas, 7 para que la prueba de vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo;

8 a quien sin haberle visto, le amáis, y a quien ahora no veis, pero creéis en Él, y os regocijáis grandemente con gozo inefable y lleno de gloria, 9 obteniendo, como resultado de vuestra fe, la salvación de vuestras almas.

10 Acerca de esta salvación, los profetas que profetizaron de la gracia que vendría a vosotros, diligentemente inquirieron e indagaron, 11 procurando saber qué persona o tiempo indicaba el Espíritu de Cristo dentro de ellos, al predecir los sufrimientos de Cristo y las glorias que seguirían.

12 A ellos les fue revelado que no se servían a sí mismos, sino a vosotros, en estas cosas que ahora os han sido anunciadas mediante los que os predicaron el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas a las cuales los ángeles anhelan contemplar.

13 Por tanto, ceñid vuestro entendimiento para la acción; sed sobrios en espíritu, poned vuestra esperanza completamente en la gracia que se os traerá en la revelación de Jesucristo. 14 Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais en vuestra ignorancia, 15 sino que así como aquel que os llamó es santo, así también sed vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; 16 porque escrito está: SED SANTOS, PORQUE YO SOY SANTO.

17 Y si invocáis como Padre a aquel que imparcialmente juzga según la obra de cada uno, conducíos con reverencia durante el tiempo de vuestra peregrinación; 18sabiendo que no fuisteis redimidos de vuestra vana manera de vivir heredada de vuestros padres con cosas perecederas como oro o plata, 19 sino con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha, la sangre de Cristo.

20 Porque Él estaba preparado desde antes de la fundación del mundo, pero se ha manifestado en estos últimos tiempos por amor a vosotros 21 que por medio de Él sois creyentes en Dios, que le resucitó de entre los muertos y le dio gloria, de manera que vuestra fe y esperanza sean en Dios. 22 Puesto que en obediencia a la verdad habéis purificado vuestras almas para un amor sincero de hermanos, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro. [...]

2 1 Por tanto, desechando toda malicia y todo engaño, e hipocresías, envidias y toda difamación, 2 desead como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcáis para salvación, 3 si es que habéis probado la benignidad del Señor.

4 Y viniendo a Él como a una piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa delante de Dios, 5 también vosotros, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.