¿Quién fue Jesús?
Evangelios, historia y dogma

Conferencia dada en Madrid, el 18 de octubre, 2012

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Las fuentes

La primera tarea a la hora de conocer un personaje del pasado es hacer un elenco de las fuentes históricas disponibles. En el caso de Jesús, éstas se clasifican en tres grupos:

El Nuevo Testamento

Los evangelios son, con mucho, la fuente más importante para conocer la vida de Jesús, y de ellos, los tres primeros, llamados sinópticos por las semejanzas que guardan entre sí, son los que más datos aportan. Hay también alguna información sobre la vida de Jesús en los demás escritos del NT.

Escritos cristianos no incluidos en el canon

Los "evangelios apócrifos" son un grupo de escritos de naturaleza muy variada, que contienen relatos y dichos de Jesús. En general son escritos tardíos, pero algunos de ellos que son relativamente tempranos y podrían contener recuerdos auténticos sobre Jesús. El más importante es el llamado Evangelio de Tomás, descubierto en Nag Hammadi (Egipto) en 1945.

Referencias a Jesús en autores no cristianos

Se trata de unas pocas menciones esporádicas y breves acerca de Jesús en autores de lengua griega o latina del siglo I. El más importante es el llamado Testimonium Flavianum, del historiador judío Flavio Josefo (37-101 d.C.). La versión que conservamos actualmente está “interpolado” por un autor cristiano, pero es posible recuperar el original eliminando los retoques introducidos. He puesto en cursiva lo que serían interpolaciones cristianas

En este tiempo apareció Jesús, un hombre sabio, si es que se le puede llamar hombre. Pues realizó obras maravillosas, y enseñó a la gente a recibir la verdad con agrado. Y ganó muchos seguidores tanto entre los judíos como entre los paganos. Él era el Mesías. Y cuando Pilatos, a causa de una acusación hecha por nuestras autoridades, le condenó a la cruz, aquellos que lo amaban no dejaron de hacerlo. Pues él se les apareció a los tres días, vivo de nuevo, exactamente como los divinos profetas habían dicho de éstos y otras innumerables hechos maravillosos acerca de Él. Y hasta hoy la tribu de los cristianos, que lleva su nombre, no se ha agotado.

¿Qué son los evangelios?

Dada la escasa información que aportan sobre Jesús los dos últimos grupos de fuentes, los textos clave para cualquier persona que quiera conocerle son los cuatro evangelios. ¿Pero qué son? ¿Cómo se formaron? ¿Hasta qué punto son fiables como documentos históricos?

Los cuatro evangelios fueron escritos por la segunda generación cristiana durante los últimos 30 años del siglo I. El orden de composición fue probablemente este: Marcos (ca. año 70); Mateo y Lucas (ca. año 80); Juan (ca. año 90).

Esto quiere decir que durante los primeros 40 años, los cristianos se las apañaron sin evangelios escritos. Durante esa época, personas que habían conocido a Jesús estaban aún vivas. Su testimonio hacía innecesario la existencia de libros. La crisis que supuso la muerte de esa generación, agravada por las persecuciones de los años 60 y la destrucción de Jerusalén en el año 70, impulsó a los cristianos de una nueva generación a poner por escrito los recuerdos del Mesías.

Todavía a inicios del siglo II, cuando los evangelios ya eran ampliamente aceptados, había cristianos que pensaban que la tradición viva era mucho mejor que los textos escritos. Así Papías (69-150):

Si se daba el caso de venir alguno de los que habían seguido a los ancianos, yo trataba de discernir los discursos de los ancianos: qué había dicho Andrés, qué Pedro, qué Felipe, qué Tomás o Santiago, […]. Porque no pensaba yo que los libros pudieran serme de tanto provecho como lo que viene de la palabra viva y permanente. (Eusebio, Historia Eclesiástica, III, 39,4. Énfasis mío)

Los evangelios nacen de la tradición viva de la Iglesia. Son obra de personas y comunidades comprometidas con la causa de Jesús. Los cristianos no se limitaron a mantener viva la memoria de Cristo recordando nostálgicamente sus palabras, trataron de dar continuidad a su proyecto de inaugurar sobre la tierra el Reino de Dios, a través de vidas transformadas por la acción del Espíritu Santo. Esta forma de vida cristiana requería la participación en una comunidad (la Iglesia) y se caracterizaba por una serie de prácticas: la hospitalidad, el compartir, la eucaristía, la oración, la resistencia noviolenta a la persecución, etc. Los evangelios nacen de esta Tradición. Esta misma comunidad es la que, durante la primera mitad del siglo II, reconoció la  canonicidad de los cuatro evangelios.

Los evangelios no son, por tanto, obra de historiadores “neutrales”, sino de comunidades de personas creyentes y comprometidas, ¿qué valor histórico tienen?

Los evangelistas presuponen que el lector está dispuesto a seguir a Jesús. Con ese objetivo cuentan su vida: La narración está construida para provocar la identificación del lector con los discípulos del relato. Es, pues, una historia narrada con un propósito, pero esta orientación no anula la veracidad de lo que dicen. Eso sí, los evangelistas no dejan de ser personas de una determinada cultura. El Espíritu Santo cuando actúa en nosotros no nos convierte en quienes no somos. Los evangelios son “vidas de Jesús”, biografías elaboradas según las convenciones de aquella época, no de la nuestra.

Por ejemplo, entre los historiadores del mundo antiguo era habitual inventarse discursos y ponerlos en la boca de personajes famosos. El historiador hacía decir al personaje lo que él pensaba era lo que debió decir bajo esas circunstancias. Sería inaceptable hoy que una biografía seria contuviera discursos no pronunciados por su protagonista. Se consideraría un fraude hoy, pero no entonces. Muchos de los discursos de Jesús en el Evangelio de Juan podrían tener este carácter.

¿Qué dicen los evangelios sobre Jesús?

Evangelio y Dogma

Desde el principio, la fe cristiana reconoció en Jesús al Hijo de Dios, la manifestación definitiva del Creador de todas las cosas (ver Filipenses 2, 6-11). “Quien me ha visto ha visto al Padre” (Juan 14,9), pero llevó siglos de inculturación en el mundo grecolatino llegar a formular con precisión filosófica qué quiere decir eso de ser “hijo de Dios”.

Un paso decisivo en este proceso fue el primer Concilio ecuménico, Nicea, convocado por el Emperador Constantino en el año 325, para condenar el arrianismo. Arrio había afirmado que Jesús era un ser divino, pero no al mismo nivel que Dios Padre. Jesús había sido creado por el Padre como un dios (en el sentido griego). Nicea, reformulando una versión anterior del Credo (que suele llamarse Credo Apostólico) proclamó:

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre; por quien todas las cosas fueron hechas; que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación descendió del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó en María la virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato, padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Es llamativo el salto mortal que esta fórmula da sobre la vida de Jesús: “Se encarnó en María la virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato”. De la encarnación se pasa directamente a la crucifixión, sin mencionar una sola palabra sobre lo que aconteció entre ambos eventos. La vida de Jesús, contenido de los evangelios, no encuentra apenas lugar.

Esto no quiere decir que los padres conciliares considerasen poco relevante el evangelio. El Credo en este sentido es un marco que delimita las posibilidades de lectura del Jesús canónico. El problema surge, cuando el marco suplanta a la obra a contemplar, al Jesús descrito por los evangelios.  El dogma se apoya en el evangelio, pero el evangelio dice mucho más, y esto más tiene que ver, sobre todo, con el carácter de Dios, su rostro.

Los evangelios presentan a Jesús más interesado en hablarnos de Dios que sobre sí mismo. Empeñarnos en afirmar que Jesús es el Hijo de Dios, sin dejarle a Él decirnos de qué Dios es Hijo es abocarnos a pervertir su Evangelio. El Credo sin el Evangelio es incapaz de llevarnos a la crítica de la idea de Dios. Sin los evangelios, el concepto de Dios queda a merced de las manipulaciones de los dinamismos de poder, presentes en mayor o menor medida en todas las instituciones, fuera y dentro de la Iglesia.  De este modo, el Dios sorprendente de Jesús, que se alegra de encontrar la oveja perdida; que hace crecer su Reino con la discreción de un poco de levadura que una mujer pone en la masa; un Dios Padre que perdona sin exigir explicaciones y hace brillar su sol sobre buenos y malos; un Dios Rey que invita a las bodas de su hijo a mendigos y lisiados,… Este Dios evangélico que se expresa supremamente en su Cristo crucificado se ha visto sustituido demasiadas veces por un Ser Supremo autoritario y patriarcal, juez implacable.

En este Año de la Fe, es especialmente importante que recordemos que el Credo no fue diseñado para sustituir al Evangelio. La posición subordinada, como una especie colofón tras la homilía que ocupa en la celebración de la Eucaristía, ilustra su papel de marco a la imagen principal que es el Jesús descrito por los evangelios. La fe cristiana implica mucho más que la ortodoxia de afirmar que el Hijo es “de la misma naturaleza” que el Padre. Es compartir en comunidad las nuevas relaciones humanas y un nuevo estilo de vida que hace posible el Reino inaugurado por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo.

Otras lecturas históricas de Jesús

Jesús, como personaje clave de la Historia mundial, es una figura que debe interesar a cualquier ser humano, cristiano o no. Los cristianos –por definición– creemos que Jesús fue el enviado definitivo de Dios. Que su muerte no fue el final de su pretensión de inaugurar su Reino de Dios. Damos crédito a la increíble noticia de que Jesús retornó de la muerte y está junto a Dios, implicado en seguir sosteniendo la comunidad de los creyentes y en hacer avanzar su proyecto. Creemos también que el Espíritu Santo nos guía y nos capacita especialmente en esta tarea.

El que no es cristiano –por definición– no cree lo arriba dicho. Pero para todos –creyentes o no–Jesús es un personaje histórico que hizo lo que enumeré en la lista del apartado anterior. El no-creyente no acepta que resucitó. Para él, la pretensión de Jesús de anunciar el Reino puede entenderse como una predicación de buenas intenciones que anima a luchar por una mejor humanidad (¡que no es poco!)

Algunos libros