Curso AyC sobre el ConcilioVaticano II . Lección 1
2012 – 1962:
¿Qué sentido tiene recordar el Concilio?
Hoy, 11 de octubre de 2012, se cumplen 50 años de aquel 11 de octubre de 1962, en que el Papa Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II. ¿Tiene sentido evocarlo, viviendo en una sociedad de cambios tan rápidos, que parece dejar pocos huecos para la memoria del pasado? ¿Al tratar de rememorarlo, somos unos nostálgicos incorregibles? Sin embargo, muchos católicos volvemos nuestros ojos al Concilio con ilusión. ¿Sucedió entonces algo tan importante como para revivirlo?
Pues, sí….
Sí, sucedió algo muy importante para la Iglesia Católica. Juan XXIII veía al Concilio como un nuevo Pentecostés, como una bocanada de aire fresco para la Iglesia. Se le ha presentado como el mayor acontecimiento de la Iglesia Católica en todo el siglo XX. Sociólogos católicos y no católicos han destacado su trascendencia. Nuestra Iglesia, lo sepamos o no, es hija, en buen grado, del Vaticano II. Si, a pesar de retrocesos e involuciones, pudiéramos proyectar simultáneamente sobre una misma pantalla dos cuadros: la imagen de la Iglesia Católica de 1962 y la de 2012, advertiríamos muchos rasgos bien distintos.
Y todo, gracias a un viejo de 77 años
Todo comenzó con una intuición, con una corazonada de un viejo, Juan XXIII, interpretadas por él mismo más tarde como una “inspiración de lo alto”. No habían pasado tres meses desde su elección pontificia cuando el 25 de enero de 1959 anunció un Concilio Ecuménico para la Iglesia Católica. Los 17 cardenales presentes se restregaban los ojos sin dar crédito a lo que oían. Para ellos y para todos los católicos fue un sorpresón. El anuncio generó preocupación en algunos, suscitó simpatías y esperanzas en no pocos. Los cristianos no católicos se mostraron expectantes y escépticos. Los medios de comunicación lo destacaron y algunos diplomáticos residentes en Roma enviaron informes a sus gobiernos. Al cardenal Montini (su sucesor en el Pontificado tres años y medio después) se le atribuye la frase: “Este viejo mocetón no sabe en qué avispero mete las manos, al convocar el concilio”.
¿Nos animamos a conocer lo que sucedió?
A distancia de 50 años, revivir aquel sueño no sólo es útil sino que puede ser entusiasmante y hasta entretenido. El Vaticano II nos ha legado 16 documentos, algunos de ellos de gran significado para el futuro, otros bastante normalitos. Es bueno estudiarlos y conocerlos. Pero corremos el peligro de identificar el conocimiento del Vaticano II con la lectura y el estudio de unos textos pacíficos que leemos cómodamente sentados, tranquilamente, sin sobresaltos. Detrás de ellos hay una historia mucho más agitada y viva, de encuentros, desencuentros, discusiones, compromisos, acuerdos, eucaristías, bromas, charlas en el bar conciliar sin bebidas alcohólicas, etc. Momentos de tensión entre el Papa y un buen número de obispos, entre unos obispos y otros, entre expertos de distintas tendencias. Hubo minorías y mayorías. El Vaticano II fue una expresión de lucidez, de coraje y de libertad episcopal pocas veces o nunca vista. Hoy tenemos alguna nostalgia de semejante escenario. Trataremos de acercarnos a esta historia viva y, en muchos aspectos, fascinante.
Sinfonía iniciada
No se trata de enfrascarnos en un mero recuerdo histórico, de conocer una pieza de museo. El Vaticano II es una magnífica sinfonía iniciada de la que no somos simples espectadores y oyentes. Somos músicos, llamados a continuarla, añadiéndole nuevos motivos, nuevos movimientos o, al menos, algunos compases. El Vaticano II nos ha dejado una herencia estupenda y, al mismo tiempo, una tarea inmensa, con el fin de construir una Iglesia más fiel seguidora de Jesús y mejor servidora de la humanidad. Los católicos de hoy estamos llamados a prolongar las líneas maestras que el Vaticano II nos ha dejado. Siguen siendo muy actuales. Merece la pena.