Curso AyC sobre el ConcilioVaticano II . Lección 3

Dios puede sacar de estas
piedras hijos para Abraham
.
De una mala preparación
puede salir un buen concilio

El anuncio del Vaticano II por Juan XXIII había despertado muchas esperanzas dormidas en el corazón de tantos católicos. Pero la corazonada, intuición, “inspiración de lo alto” de convocarlo debía entrar en el terreno más prosaico de la organización, una organización que no ahogara la inspiración sino que fuera su cauce acogedor.

Anunciado el Concilio el 25 de enero de 1959, durante casi cuatro meses hubo, sin duda, una preparación silenciosa, subterránea. El 17 de mayo del mismo año se inicia la preparación institucional, visible,que se irá concretando durante más de tres años hasta la apertura del Concilio en octubre de 1962.

1. Aprobado en lo menos importante

La preparación del Concilio era como un árbol frondoso, con múltiples ramificaciones. Era necesario preparar el aula conciliar para casi 3000 personas, con todos los servicios complementarios, incluido el bar sin alcohol para tener las mentes lúcidas. Había que redactar un reglamento que permitiera una celebración ordenada, sometiendo a disciplina también a los obispos. En nuestra sociedad era muy importante crear las condiciones para una buena información. Era preciso abordar con inteligencia la cuestión de los observadores cristianos no católicos, para no herir susceptibilidades, más previsibles con las Iglesias ortodoxas u orientales. Se debía pensar en viajes y alojamientos. Y, omnipresente, don dinero. Hemos de reconocer que, salvo algunos puntos, esta preparación se realizó satisfactoriamente. Se sacó buena nota.

2. Suspenso en lo principal

El núcleo duro era la preparación de los textos (se los llamará “esquemas” a pesar de su carácter de documentos plenamente redactados) a someter al debate de los Padres conciliares y, finalmente, su votación. Aun armados de benevolencia, el dictamen es de suspenso casi general. Por eso se ha podido decir que el pecado original del Concilio es su preparación.

a. Primero, fijar los temas a tratar

Antes de redactar los esquemas, era necesario precisar lo más posible los temas a tratar. Este punto no se decidió desde arriba, en solitario. Se realizó una macroconsulta a casi 3000 personas e instituciones, totalmente abierta, no por medio de un cuestionario cerrado. Si atendemos al número, la respuesta, recogida en ocho grandes volúmenes, fue un éxito. Si nos fijamos en su contenido, variadísimo, una verdadera enciclopedia de temas, el resultado es, más bien, decepcionante, mirado desde lo que luego será el Concilio, según las líneas básicas señaladas por Juan XXIII. Podemos afirmar que domina en las respuestas un tono conservador y muchas de ellas descienden a minucias provincianas, impropias de un Concilio Ecuménico. No faltan propuestas innovadoras hacia un nuevo tipo de Iglesia y sensibles a la situación del mundo del momento. No era fácil, ordenar, clasificar y sintetizar este inmenso material. De esa complicada operación, llevada a cabo por la Comisión Antepreparatoria, resultó una amplia lista de temas.

b. Ahora, a redactar los esquemas

Se crean diez comisiones con una red de subcomisiones encargadas de redactar los esquemas a enviar a los Padres conciliares. Hemos de elogiar el esfuerzo y el tiempo dedicado por ellas a esta tarea. Obviamente, en los autores de los textos existiría un grado de satisfacción ante la obra realizada. Pero el resultado fue malo y no merece la pena entrar en detalles. El menú preparado era indigesto por la cantidad, más de 70 platos, es decir, esquemas. Pero, además, los cocineros no se habían lucido: los productos no eran de calidad y no estaban bien preparados ni presentados, si exceptuamos el esquema de Liturgia y algún otro salvable. El trabajo de la Comisión Preparatoria Central, supervisora y correctora del trabajo de las diez comisiones, mejoró algo el panorama, pero el cielo seguía cubierto de negros nubarrones. ¿Salvarían Dios, los obispos, los expertos, etc. este desaguisado? Afortunadamente, sí. No nos quedemos con el mal gusto. Alguien ha dicho con humor que gracias a que el menú era tan malo, la reacción de los obispos fue más enérgica. De lo contrario, podría haber sido más tibia.

3. ¿Cómo explicar estos malos resultados?

Si Juan XXIII había señalado las líneas maestras a seguir ¿cómo explicar que los esquemas no respondieran a sus indicaciones? ¿de quién es la culpa? ¿de los miembros de las comisiones porque no estaban preparados, porque intencionadamente fueron infieles a las consignas del Papa? ¿de quienes los designaron? La información sobre la fase preparatoria es, más bien, escasa; por lo tanto, no siempre es fácil llegar a conclusiones suficientemente seguras. Con todo, no faltan elementos para señalar algunos factores influyentes.

En primer lugar, la baja calidad de las respuestas a la macroencuesta, respuestas que sirvieron de base para la selección de los temas sobre los que elaborar después los textos o esquemas. Pero no es éste el factor más importante, ni mucho menos.

El vicio fundamental está en las Comisiones que llevaron a cabo la preparación, demasiado vinculadas de hecho a ambientes curiales y romanos que no eran los más entusiastas del Concilio.  Todas las comisiones menos una estaban presididas por el Cardenal prefecto de cada una de las Congregaciones Romanas, una especie de ministerios del gobierno central de la Iglesia. La composición de las comisiones parecía ofrecer perspectivas aceptables pues la mayoría de los miembros y expertos de las mismas vivían fuera de Roma, pero por unas u otras razones, el peso de la redacción de los esquemas recayó en los residentes en Roma que no eran el personal más adecuado para preparar una obra renovadora de la Iglesia. ¿Se puede alegar como excusa el deseo de aprovechar la “maquinaria” eclesial romana en vez de crear una totalmente nueva? ¿Tiene alguna culpa en todo ello Juan XXIII? A esta última pregunta se responderá en el envío próximo, nº 4.

Es saludable olvidar sin demasiada amargura esta página oscura del Vaticano II. No es inteligente segregar mucha adrenalina por algo que no lo merece. Al final, Dios sacó de las piedras hijos para Abraham.