Curso AyC sobre el ConcilioVaticano II . Lección 7
El Vaticano II camina
con los propios pies
y en la buena dirección.
Primer período del Concilio: otoño 1962
F. Javier Elizari, redentorista
Éste y otros tres guiones se van a dedicar a ofrecer, en síntesis, la viva historia del Vaticano II en sus cuatro períodos (otoños de 1962-1965), historia que no se puede percibir con la mera lectura de sus documentos
¿Qué pasará en el concilio Vaticano II, inaugurado el 11 de octubre de 1962? Nadie tiene experiencia de un Concilio Ecuménico. El último se celebró hace casi un siglo. Sin embargo, se hacen pronósticos, se ha disparado el entusiasmo en muchas partes de la Iglesia, unos manifiestan preocupaciones, otros acuden esperanzados, ilusionados, algunos se muestran escépticos. El padre de la criatura, Juan XXIII, lo sueña como un nuevo Pentecostés, lo desea y presiente como una bocanada de aire fresco para la Iglesia.
No se parte de cero. Durante más de dos años, diez comisiones, integradas por varios cientos de personas sabias, han redactado más de 70 documentos, una especie de borradores o proyectos a someter al debate del concilio.
¿Qué harán los más de 2000 obispos? ¿Serán un coro de personas dispuestas a decir amén a los textos recibidos de las comisiones preparatorias, con el resultado de un concilio breve? Al comenzar el concilio, la respuesta es una incógnita. Quizás, el rasgo principal del primer período es la creación progresiva de una mayoría consciente de poseer una voz propia, que aprende a caminar con los propios pies y en la buena dirección. “Nos dimos cuenta – decía un obispo norteamericano – de ser un concilio y no una clase de alumnos de primaria, dirigidos a golpe de tambor”. Fue una enorme suerte para la Iglesia y a ello contribuyó decisivamente la figura de Juan XXIII. Sin embargo, la mayoría tendrá que convivir y dialogar con una minoría muy tenaz en la defensa de sus posiciones.
I. Juan XXIII da un marco, no un programa
Juan XXIII no trazó para el Concilio un plan concreto, un programa definido. En la alocución inaugural el 11 de octubre de 1962, se limitó a señalar unas líneas fundamentales nuevas, no parecidas a las de otros concilios. En un ejercicio de lucidez la mayoría conciliar las aceptó.
- El Papa llamó la atención sobre la necesidad de distinguir el mensaje cristiano y la forma de expresarlo,acorde con el carácter pastoral del Magisterio, teniendo presente la situación del hombre actual. No es lo mismo el contenido que su revestimiento.
- Defendió una actitud positiva ante nuestra sociedad. El Papa no quiere ir en compañía de “profetas de desgracias” que no ven sino maldad en nuestro mundo. No comparte una cultura del miedo, de la sospecha. Como decía un periódico alemán: “El Papa octogenario no ha perdido el optimismo”.
- Ante los defectos reales e innegables de nuestro mundo, el Papa prefiere la medicina de la misericordia en vez de las armas de la severidad.
- Frente a los errores, es preferible mostrar la fuerza de la verdad a la acumulación de condenas.
Muchos no comprendieron en el momento la carga de este mensaje pontificio, pero sí fue calando pronto en el ánimo de la mayoría de los obispos.
Veamos algunos momentos importantes del primer período conciliar.
II. 13 de octubre: una señal de despegue
Para el 13 de octubre, a dos días de la apertura del Vaticano II, los órganos directivos del Concilio habían fijado la elección de 160 miembros de las Comisiones Conciliares. El haber decidido una elección tan temprana, sin apenas tiempo para conocerse y consultarse ¿escondía el secreto deseo de que los miembros de las comisiones preparatorias fueran reelegidos para las comisiones conciliares y, de esta forma, asegurar la continuidad entre la fase preparatoria y el concilio? No existen bases seguras para afirmarlo, aunque indicios no faltan. Cada obispo debía señalar 16 nombres para cada una de las diez comisiones. Entre cerca de 2500 obispos, nombres y más nombres. ¿Cómo conocerlos y elegirlos?
Ante la presión de los obispos, aceptada por los cardenales componentes de la presidencia, la elección se aplazó unos días. Fue una victoria del sentido común. ¿Era, también, un signo de que el concilio no quería reducirse a mera comparsa, a un conjunto de hombres dispuestos a decir amén a lo propuesto desde fuera? La composición de las comisiones no era una cuestión baladí. En sus manos estaba la elaboración de textos, la aceptación o rechazo de las sugerencias que se darían en los debates.
III. 20 de noviembre: un terremoto conciliar
El 20-N es, probablemente, el signo más claro con el que la mayoría conciliar expresa su voluntad de tomar el concilio en las propias manos, distanciándose de elementos desacertados recibidos de la preparación. Entre el 14 y 19 de noviembre de 1962, en el aula conciliar tiene lugar el debate sobre un texto clave, el titulado “sobre las fuentes de la revelación”. Junto a algunos elogios al texto, se produce una avalancha de críticas. La temperatura conciliar, ya muy alta por el tono de los debates, sube a niveles altísimos ante una propuesta de la Presidencia: votar si enterrar el esquema y elaborar uno nuevo o continuar el debate detallado sobre sus diferentes partes. En la mente de la minoría era inimaginable un rechazo de esquema tan emblemático. La votación, celebrada el 20 de noviembre de 1962, da estos resultados: 1368 favorables a dejar el texto en la estacada, 822 defensores de continuar el debate. Faltaban 105 votos para que, según el reglamento, se alcanzara los dos tercios necesarios para que el esquema pasara a mejor vida.
¿Qué hacer, entonces? Dejar vivo el texto, por fidelidad al reglamento, parecía un esperpento. La patata caliente quedaba en manos de Juan XXIII. Con gran sentido común, después de haber rezado mucho y pensado en ello toda la noche, según confidencia a su Secretario de Estado, el Papa comunicó su decisión el día siguiente. El texto se debía reelaborar por una Comisión mixta, integrada por miembros de la Comisión Teológica y del Secretariado para la Unidad. A primera vista, únicamente se trataba de una cuestión reglamentaria, pero, en realidad, se trataba de una carga de profundidad ¿no nos estábamos jugando el futuro del Concilio? La interpretación del hecho por un observador no católico fue bien elocuente: “la presa se ha roto”.
IV. El corazón del Concilio no está para un nuevo shock
Quedaban pocos días para la clausura del primer período el 8 de diciembre de 1962. ¿Cómo actuar? ¿Someter a la Asamblea un texto breve, con tiempo para examinarlo y tomar una decisión sobre él? Parecía la decisión más lógica. Pero prevaleció la idea de abordar en los días restantes, 1 a 7 de diciembre, un plato fortísimo, el esquema “Sobre la Iglesia”. ¿Terminaría el breve examen con una votación parecida a lo sucedido el 20 de noviembre? ¿Se repetiría el shock vivido con “las fuentes de la revelación”? El corazón del concilio, a juicio incluso de líderes muy renovadores, no estaba preparado para semejantes sobresaltos. No se debían tensar las cuerdas hasta tal extremo.
En ese momento, el Espíritu logró el milagro de unir la inteligencia, la habilidad y la sensibilidad de la mayoría. El debate terminó sin una votación que hiciera de juez sobre la vida o la muerte del “acusado”. Así se evitó un nuevo shock de consecuencias no previsibles. Con todo, en el ambiente se palpaba la sensación de que, en los meses próximos, el esquema debatido recibiría una sepultura sin ruido, sin grandes sobresaltos, al ser discretamente sustituido por otro más aceptado por la mayoría y la minoría.
V. Alegrías para casi todos: la Liturgia
Las alegrías y las penas contadas hasta ahora se han repartido por barrios, léase mayoría y minoría. Con todo, hay, también, alegrías para casi todos. El esquema de Liturgia, el mejor, sin duda, de los textos importantes escritos por las comisiones preparatorias, fue, con gran acierto, el elegido por Juan XXIII como el primero a ser debatido en el concilio. La aceptación del texto como conjunto, fue general. Era un signo evidente de que la mayoría no se oponía, por sistema, a los esquemas redactados en la fase preparatoria, sino sólo en la medida en que no respondían a las líneas generales señaladas por Juan XXIII y mayoritariamente aceptadas.
La larguísima discusión se prolongó desde el 22 de octubre al 13 de noviembre de 1962. No surgieron desacuerdos de relieve en muchos puntos importantes: naturaleza de la Liturgia, participación activa del pueblo cristiano como objetivo pastoral esencial, necesidad de adaptación de la liturgia a los pueblos y culturas, etc. Con todo, hubo debates vivos y posiciones encontradas. A veces se centraron en cuestiones vitales como la lengua de la liturgia (latín/lengua del pueblo), reforma centralizada en Roma o descentralizada. En ocasiones, las discusiones encendidas versaron sobre cuestiones secundarias: comunión bajo las dos especies, concelebración, etc.
La sucesión de intervenciones, en pro y en contra de los temas tratados, dejaba, con frecuencia, un panorama confuso sobre el grado de apoyo o de rechazo por parte de los obispos a una determinada cuestión. Era necesario llegar a las votaciones, reflejo más exacto del pulso numérico de la Asamblea. Dos votaciones, en particular, sirvieron para auscultar el sentir mayoritario de la Asamblea. El 14 de noviembre, los 48 votos en contra quedaron aplastados por la avalancha del sí: 2162. Y el 7 de diciembre, todos menos once votaron a favor del capítulo más importante, el primero. Se confirmaba la buena senda emprendida por el Concilio.
VI. Un esquema sin suerte y otro sin acierto
El esquema sin suerte es el de los “Medios de Comunicación” y el esquema sin acierto el dedicado a las “Iglesias Orientales”. Ambos sufrieron una desventura común al pasar por el aula conciliar los días 23 a 30 de noviembre, emparedados entre dos pesos pesados: “las fuentes de la revelación” y “la Iglesia”. Después del shock tan tremendo vivido con el rechazo del primero, fueron despachados en seis sesiones y minutos de otra.
El debate sobre los Medios es una cenicienta conciliar, con escasa atención en el aula. Quizás pueda entenderse la falta de interés por la necesidad de relajamiento tras unas jornadas tan tensas. Con todo, resulta paradójico el casi absoluto desinterés por parte de los medios de comunicación hacia él. La alarma sobre el texto que empezó a sonar a finales del segundo período conciliar, resultaría un intento tardío e inútil para darle la vuelta.
El esquema sobre las Iglesias orientales que trataba de las relaciones con las Iglesias Ortodoxas no Católicas fue un texto desafortunado desde el principio y con un triste final. Comenzó por tener un “padre” inadecuado, es decir, la Comisión para las Iglesias Orientales, con escasísima sensibilidad ecuménica. Además, su contenido no era especialmente brillante. Por otro lado, su supervivencia era muy problemática, cuando el ecumenismo era tratado en tres esquemas. Y para colmo de la mala suerte, las Iglesias Orientales Católicas estaban muy divididas frente al esquema. En la votación realizada el 1 de diciembre, el texto recibió un sí masivo favorable pero ambiguo pues en dicha votación se contemplaba la posibilidad de su fusión con otros esquemas, abriendo la puerta a su entierro respetuoso, como así sucedió.
VII. ¿Cómo valorar el primer período?
Una mirada desde la minoría verá, más bien, un cuadro con tintes bastante negros y en medio de serias preocupaciones. Juzgado desde la mayoría, los juicios no son uniformes. Por supuesto, el Concilio no logró aprobar definitivamente ningún documento y este final “estéril” puede haber desagradado a unos y a otros. El desarrollo de los debates fue lento, pesado, en buena parte porque el reglamento no supo conjugar libertad de expresión y mano firme que evitara repeticiones cansinas. Quizás lo más positivo fue el aprendizaje por parte de la mayoría de que el Concilio era una oportunidad en sus propias manos, un camino a recorrer con “las propias piernas”. Aparte esta autoconciencia de su propio rol en la dirección de la Iglesia, la mayoría del Concilio fue bastante lúcida acerca de la figura y el rumbo de la Iglesia en ese momento. ¿Se confirmaría esta línea en períodos siguientes? Había motivos para la esperanza, para la ilusión, pero el horizonte no era tan luminoso como para descartar chaparrones y tormentas.