Curso AyC sobre el ConcilioVaticano II . Lección 8
Mayoría de edad del Concilio
Segundo período de sesiones:
1963 (29.9 a 8.12)
F. Javier Elizari, redentorista
En los momentos iniciales del segundo período, cuando había desaparecido la sombra benéfica de Juan XXIII y cuando Pablo VI, en su nueva función de Papa, era todavía un novicio en su relación con el concilio, el horizonte del Vaticano II aparecía más despejado que al final del primer período. Ambos Papas ayudaron a que el cielo conciliar estuviera más limpio, pero los dos grandes artífices de un panorama más claro fueron la Comisión Coordinadora y las Comisiones Conciliares. Ellas, en la primera mitad de 1963, llevaron a cabo un trabajo duro y eficaz que, sin duda, facilitó - no sólo ellas - un segundo período como el de llegada a la mayoría de edad o adultez conciliar, en la que se confirmó la línea renovadora mayoritaria iniciada en el primer período.
Adelanto, en breve síntesis, lo más destacado del segundo período, para luego ampliarlo. La Iglesia fue el plato fuerte, con temas importantes y con el debate más encendido de todo el concilio, sobre la colegialidad episcopal. La discusión sobre el Ecumenismo, tema de los más vitales de concilio y con una difícil historia en la Iglesia Católica, pasó con menos fricciones de las esperadas. El último día, 8 de diciembre, tuvo lugar la promulgación de los dos primeros documentos del Concilio: Constitución sobre la Liturgia y el Decreto sobre Medios de comunicación social. Y resulta obligada una mirada a los primeros pasos de Pablo VI y a la primera Intersesión.
I. Primera intersesión: “la segunda preparación” (diciembre 62-septiembre 63)
No es posible entender el segundo período sin dedicar un espacio a la primera intersesión. Bautizada, a veces, como la “segunda preparación”, ella dejó el camino bastante expedito a la mayoría conciliar. La Comisión Coordinadora y las Comisiones Conciliares, bajo la guía atenta de Juan XXIII, fueron los grandes artífices de esta segunda preparación, corrigiendo muchos defectos de la primera.
Los “recortes”, de tan mal recuerdo en otros lugares, tuvieron aquí un papel importante y beneficioso. La Comisión Coordinadora, anunciada el 6 de diciembre de 1962 y constituida once días después, redujo, en los primeros meses de 1963, el número de esquemas preparatorios de más de 70 a una lista de 17. De esta forma, la agenda conciliar se vería aliviada. Supo, asimismo, imprimir a las comisiones conciliares un ritmo acelerado de trabajo, acompañándolo desde muy cerca.
Gracias a la dedicación y competencia de casi todas las Comisiones Conciliares, buena parte de los esquemas supervivientes, no todos, sufrieron una profunda revisión, más acorde, en general, con la línea asumida mayoritariamente por el concilio, secundando las directrices de Juan XXIII.
II. El gran debate del período y del Concilio: la colegialidad episcopal
La larga presencia en el aula del nuevo esquema “Sobre la Iglesia”, 30 de septiembre a 31 de octubre de 1963, es ya, por su misma duración, un indicio claro de su importancia. Al final del período, el texto se compondría de ocho capítulos: Misterio de la Iglesia, Pueblo de Dios, Jerarquía (en especial el Episcopado), Laicos, Vocación universal a la santidad, Religiosos, Iglesia peregrinante-Iglesia celestial, Virgen María. Todos los capítulos fueron debatidos en este período menos los dos últimos. En general, los debates sobre los varios temas abordados fueron relativamente tranquilos. Con todo, tres discusiones gozaron de especial relieve: colegialidad episcopal, restauración del diaconado permanente y dónde colocar el tema mariano, como luego se explicará. De las tres, la primera ocupa un lugar destacadísimo, a enorme distancia de las otras.
Detengámonos en el debate más vivo, ¿el más importante? no sólo de estos meses sino de todo el Vaticano II, sobre la colegialidad episcopal. La discusión fue muy apasionada por dos motivos: el fondo del asunto y una cuestión de procedimiento que añadió leña al fuego y originó una crisis tremenda.
El fondo de la cuestión. De una manera muy sintética, el esquema afirmaba: el conjunto de los obispos o Colegio Episcopal que (unido al Papa) sucede al Colegio Apostólico (con Pedro como primero) tiene una misión, una responsabilidad, una autoridad sobre toda la Iglesia. Un Concilio Ecuménico es la expresión más clara del ejercicio de dicha misión universal. La minoría conciliar creía ver en esta enseñanza del esquema una negación o, al menos, una amenaza para el Primado del Papa. Tocar al Papa o la apariencia de hacerlo disparaba todas las alarmas.
Una cuestión de procedimiento elevó la temperatura a niveles de ignición. Puesto que en los debates, parecían bastante igualadas en número las intervenciones en pro y en contra de la colegialidad, la comisión encargada de corregir el texto a la luz de las sugerencias de los Padres no sabía qué hacer. ¿La colegialidad era aprobada o rechazada por la mayoría? Parecía lógica una clarificación de esta incógnita por medio de una votación, con un sí o un no a varias preguntas muy concretas.
Los Moderadores del concilio anunciaron el 15 de octubre la votación para el día siguiente. Llegó el 16 y, de forma totalmente sorpresiva, se comunicó la anulación de la votación. Y se supo que las papeletas con las preguntas habían sido quemadas, no simplemente puestas a buen recaudo. Es la llamada crisis del 16 de octubre. ¿Qué había sucedido? ¿Quién era el responsable de la anulación? Al parecer, miembros de la minoría habían cuestionado la legitimidad reglamentaria del procedimiento. En el aula conciliar, el revuelo fue enorme. Desde algunos círculos se oyeron palabras fuertes como conspiración, boicot, etc.
Poco a poco, los ánimos se serenaron y volvió a anunciarse la votación para el 30 de octubre. Los resultados revelaron un fortísimo apoyo a la colegialidad episcopal. Las respuestas a las cuatro preguntas sobre el tema oscilaron de los 2123 a los 2154 votos afirmativos mientras que los negativos se movieron entre los 34 y los 408. El final feliz de este prolongado y tenso episodio reveló que la oposición real era muy inferior a lo que la igualdad en los debates parecía indicar. La mayoría conciliar recibió un colosal refrendo y su camino se vio despejado en un punto importante, aunque todavía faltaban episodios de tensión en el otoño de 1964.
El tema de la colegialidad reapareció al ser examinado por los Padres el esquema sobre Los obispos y el gobierno de las diócesis, presente en el aula los días 5 a 15 de noviembre y dedicado a una serie de puntos prácticos. Esta resurrección tuvo lugar al debatirse el capítulo acerca de las relaciones de los obispos con la Curia Romana, sobre la cual, en especial, el Santo Oficio, se lanzaron numerosas y duras críticas. La tensa confrontación entre los cardenales Frings y Ottaviani quedó en la memoria de todos.
La restauración del diaconado permanente accesible a hombres casados fue discutida con calor porque, de aceptarse, podría significar una presión contra el celibato obligatorio de los sacerdotes del rito latino. Una votación especial, realizada el 30 de octubre, dio el siguiente resultado: 2120 a favor de la restauración, 525 en contra.
Votación sobre dónde colocar el tema mariano. Había dos opciones: ¿en un documento propio para María? ¿dentro del esquema sobre la Iglesia? Un periodista expresó muy gráficamente el contraste: ¿un chalet separado para la Virgen adonde iríamos todos a visitarla? ¿ponerle una estancia en la casa común de todos? La votación, precedida por dos exposiciones en defensa de cada una de las dos opciones, se celebró el 29 de octubre. Por sólo 40 votos ganó la tesis de la inclusión, de la casa común. Tras este debate procedimental latía una cuestión de fondo: dos tipos de Mariología, una más centrada en lo distintivo de María, sus llamados “privilegios” y otra, más fiel a su perfil bíblico.
III. 18 de noviembre: el Ecumenismo. Un día histórico
Del 18 de noviembre al 2 de diciembre estuvo en el aula conciliar el esquema sobre el Ecumenismo. El tema de las relaciones de la Iglesia Católica con las Iglesias Ortodoxas no católicas y con las Iglesias surgidas de la Reforma luterana era muy esperado en el ambiente conciliar y muy complicado. ¿Quién podía pensar cinco años antes que un Concilio Ecuménico iba a examinar semejante texto, tan alejado de posturas católicas recientes, contrarias o muy recelosas respecto al Ecumenismo?
El esquema constaba de cinco capítulos: los tres primeros trataban de los principios del ecumenismo católico, su práctica y de los cristianos separados de la Iglesia Católica. Pero casi todos los ojos estaban fijos en los capítulos cuarto (relaciones con los Judíos) y quinto (libertad religiosa). Dentro de lo complicado de todo el tema, éstos eran los dos huesos más duros de roer. Con cierta sorpresa, los tres primeros capítulos pasaron el examen con más holgura de la previsible. Cuantos esperaban con ansia los dos últimos capítulos, se quedaron con la miel en los labios, pues “por falta de tiempo” no se debatieron. El placer quedaba diferido para otro período.
IV. Un nuevo Papa en el concilio
Con la muerte de Juan XXIII, el 3 de junio de 1963, el Concilio quedaba, según el Derecho Canónico de la Iglesia, automáticamente suspendido. ¿Qué haría Pablo VI? Elegido el 21 de junio, anuncia al día siguiente, en su mensaje al mundo, la continuación del concilio como obra principal de su pontificado. El 27 de junio fija la reapertura para el 29 de septiembre. Vienen luego unas semanas de relativa calma, rota con una batería de medidas que se suceden en apenas dos semanas de septiembre: anuncio de un Comité de Prensa (día 8), reorganización del organigrama directivo del concilio, en especial con la creación de un colegio de cuatro Moderadores, (día 12), publicación de la edición revisada del Reglamento (día 13), carta a todos los obispos recordando los objetivos del Vaticano II (día 14), alocución a la Curia, indicando algunos puntos sobre su reforma (día 21).
Y para coronar estos tres primeros meses de pontificado, el discurso del 29 de septiembre, apertura del segundo período. En él el Papa asume las directrices dadas por Juan XXIII de aggiornamento y pastoralidad y señala cuatro objetivos al concilio: ahondar en la definición de Iglesia, su renovación, unidad de los cristianos, diálogo de la Iglesia con el mundo. Las primeras impresiones positivas sobre Pablo VI en estos meses iniciales de su “noviciado” conciliar como Papa ¿se verán totalmente confirmadas o algo ensombrecidas en momentos posteriores?
V. Breve balance
Tenemos los dos primeros documentos del concilio: la Constitución de Liturgia muy satisfactoria, y una decepción, el Decreto sobre los Medios de Comunicación. Se ha consolidado una mayoría de signo renovador, liberada en buena parte, no totalmente, de elementos recibidos de la preparación, no acordes con la línea señalada por Juan XXIII. Pero no se puede dormir en los laureles. La minoría conciliar sabe hacer una oposición tenaz en puntos importantes tanto en los debates como fuera de ellos. Existe preocupación por la inmensa tarea pendiente y la forma de conjugar un trabajo de calidad sin caer en una excesiva prolongación del Concilio.