Curso AyC sobre el ConcilioVaticano II . Lección 10

10. Final de una travesía y…
comienzo de otra

Cuarto período del Vaticano II: 14.9 a 8.12.1965

F. Javier Elizari, redentorista

En los casi diez meses entre el final del tercer período y el comienzo del cuarto y último, los once esquemas pendientes pasaron por el taller de las respectivas comisiones. Además de este trabajo entre bastidores, pero fundamental para el éxito del concilio, conviene destacar de estos meses el viaje de Pablo VI a Bombay para participar en el Congreso Eucarístico, 2 a 5 de diciembre de 1964. Cuando todavía los viajes de los Papas eran poco frecuentes, éste a la India tuvo un impacto mediático extraordinario y la figura de Pablo VI que había quedado algo maltrecha a raíz de la “Semana negra” (16-21 de noviembre 1964), se recuperó notablemente. Sus encuentros centrados, ante todo, en la gente pobre, no en los poderosos, sus palabras de admiración y elogio hacia las religiones no cristianas contribuyeron a realzar su imagen.

1. Doble sorpresa

El 14 de septiembre de 1965, en el discurso inaugural del cuarto período, el Papa sorprendió con dos anuncios: creación del Sínodo de los obispos y visita a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York el 4 de octubre. Esta visita, en pleno debate conciliar sobre el esquema de la Iglesia en el mundo actual, sería un magnífico refrendo de lo que el esquema significaba. El anuncio de crear el Sínodo, totalmente inesperado, fue acogido con gran satisfacción. Este gesto pontificio era una forma de concretar la doctrina de la colegialidad episcopal, de asociar a los obispos en la dirección de toda la Iglesia. La primera impresión tan positiva quedó oscurecida por el análisis más detenido del documento pontificio que definía el perfil de esta institución. La decisión del Papa parecía, más bien, alicorta pues las atribuciones asignadas al Sínodo eran escasas.

2. Tres rasgos externos diferenciadores

El cuarto período tiene algunos rasgos externos que lo distinguen de los anteriores. El más perceptible para cualquier observador es la promulgación de la mayoría de los documentos conciliares, once en total, cuando en las tres etapas anteriores sólo se habían promulgado cinco. Evidentemente, el abundante fruto de última hora sólo fue posible gracias al trabajo llevado a cabo en los períodos anteriores y en los largos meses de las intersesiones.

Otra característica, menos visible, es el cambio de ocupación en las sesiones conciliares. Disminuye el tiempo dedicado a debatir esquemas, la mayor parte de los cuales habían superado este paso del itinerario conciliar. En cambio, aumenta el número de votaciones, 256, el 47% de todaslas celebradas durante el concilio.

Decidido que el cuarto período sería el final y, ante la premura de ultimar los textos para las votaciones definitivas, las comisiones conciliares necesitan tiempo para realizar las nuevas redacciones. Ante esta necesidad, se concede a los obispos dos pausas vacacionales, sin reuniones conciliares: 17 a 24 de octubre y 30 de octubre a 8 de noviembre. Además de esta finalidad práctica, las vacaciones sirvieron de descanso a muchos Padres bastante hartos de concilio y con ganas de terminar.

3. Once de dieciséis.

De los 16 documentos conciliares, 11 se promulgan en este período, en tres sesiones, los días 28 de octubre, 18 de noviembre y 7 de diciembre. Los documentos promulgados son dos constituciones: Constitución dogmática sobre la Divina Revelación y Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual. En segundo lugar, seis decretos: Función pastoral de los obispos, Formación sacerdotal, Adecuada renovación de la vida religiosa, Apostolado de los laicos, Ministerio y vida de los sacerdotes, Actividad misionera de la Iglesia. Finalmente, tres declaraciones: Educación cristiana, Relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, Libertad religiosa. Las razones de clasificar un documento en el grupo de los decretos o declaraciones no son del todo claras; parecen bastante convencionales.

La importancia y significado de este conjunto de documentos no son iguales. La Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual y la declaración sobre la libertad religiosa recibieron un seguimiento mucho más atento por parte de la sociedad civil por la temática abordada en ellas. En la declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas se contienen elementos más innovadores que en muchos otros. Las posiciones tomadas en esta materia han tenido también su repercusión en el decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia que ha sufrido cambios importantes en relación con las misiones de antes. La declaración sobre la educación cristiana comparte la condición de “cenicienta” del concilio con el decreto sobre los medios de comunicación social, por el deficiente interés puesto en ellos. Son numerosos los documentos dedicados a asuntos más internos de la Iglesia: obispos, dos a los sacerdotes (formación, vida y ministerio), religiosos, laicos. Ellos no pertenecen al club de los documentos conciliares más distinguidos, ni siquiera el último, muy importante por el tema y muy esperado.      

4. Los documentos no son toda la historia conciliar

Los “documentos son el “legado más autorizado y accesible del concilio” pero no reflejan toda la riqueza de la vida conciliar. Son textos serenos cuya lectura, cómodamente sentado en el sillón, no deja percibir fácilmente la existencia de mayorías y minorías, de debates acalorados sobre doctrinas o sobre procedimientos, de reacciones amargas, de “nobles intrigas” por los pasillos, de actuaciones rozando lo extrareglamentario, de misivas del Papa a las comisiones, de insistentes y casi pesadas “presiones” de obispos hacia el Papa, siempre con la buena intención de defender la verdad, no llevados de otros intereses. Toda esta rica historia no reflejada en los documentos, se da en los cuatro períodos conciliares y de ella destaco algunos momentos referidos al cuarto.

Libertad religiosa. Hay momentos en que la suerte de este esquema que pasa por el aula los días 15 a 21 de septiembre de 1965, parece pender de un hilo. La confianza en su supervivencia por parte de miembros del Secretariado de la Unidad, su autor, llega a debilitarse peligrosamente. La oposición esgrime un arsenal de argumentos con la idea de enmendarlo sustancialmente e, incluso, con la esperanza de eliminarlo de la agenda conciliar. Su objeción principal, machaconamente repetida: la discordancia entre afirmaciones del texto y afirmaciones de papas de los siglos XIX y XX puede arrastrar a muchos a rechazarlo.  ¿Despejar las dudas por medio de una votación aclaratoria? Parecería lo más lógico, pero la incertidumbre sobre el resultado hace dudar sobre la conveniencia de tal votación. Un resultado favorable despejaría el terreno pero, si fuera de signo contrario, significaría su entierro, en parte, por falta de tiempo para redactar un texto nuevo. Partidarios y enemigos de la votación acuden al Papa para arrastrarlo a su terreno. Al parecer - no se dijo con claridad -, la opinión de Pablo VI, muy interesado en el tema, inclina la balanza a favor de la votación que se celebra el 21 con el siguiente resultado: 1997 a favor, 224 en contra. El panorama se había despejado y, seguramente, Pablo VI sintió un gran alivio de cara a su visita a la ONU donde mencionaría la libertad religiosa.

Iglesia y mundo. Este documento, deseado por muchísimos, también por Pablo VI, presentaba numerosos problemas. El tiempo era escaso para lograr una redacción satisfactoria de un texto larguísimo, el más largo de todos, en el que se abordaba una multitud de temas, muchos de ellos complejos y algunos, de altísima sensibilidad, por ejemplo, en lenguaje de la prensa, la “píldora” y la “bomba”. Además, la posición crítica del episcopado alemán creaba un clima desagradable entre la mayoría. A pesar de todo ello, el recorrido del esquema por el aula conciliar en este período, fue más tranquilo de lo esperado, incluso en el tema de la posesión del armamento nuclear como factor de disuasión, asunto muy seguido en Estados Unidos y algunos otros países.

Con todo, al esquema le quedaba todavía un sobresalto de última hora por el problema de la moralidad de la anticoncepción. Este episodio de tensión no se vivió directamente en el aula conciliar sino en el seno de la comisión correspondiente. La crisis saltó el 24 de noviembre, - el concilio se iba a clausurar el 8 de diciembre - cuando el cardenal Cicognani envió una carta al cardenal Ottaviani, presidente de la comisión redactora del texto, exigiendo unos cambios en la línea de la minoría, por voluntad del Papa. El shock en la comisión fue tremendo. Se multiplicaron los contactos con Pablo VI que dieron como resultado una nueva carta del cardenal Cicognani el día 26, en la que las órdenes pontificias eran transformadas en consejos. La comisión, sintiéndose aliviada y libre, actuó con una cierta habilidad malabarista, actuación que el Papa aceptó. El último episodio tenso del concilio se había superado.

Revelación. Este documento tan fundamental, rechazado en el primer período, noviembre de 1962, había estado dos años en el taller, para su total reelaboración. Reaparecido en el concilio en 1964 y objeto de un elevadísimo número de enmiendas, el texto fue mejorado y pasó por el aula en 1965 sin grandes problemas, aunque las divisiones seguían tan vivas como siempre, en especial en cuanto a la relación entre Sagrada Escritura y Tradición. Por una y otra parte no se defendían intereses sino lo que cada uno consideraba la verdad. Al parecer, Pablo VI no estaba tranquilo con algunas formulaciones del texto pero no envió enmiendas y las explicaciones que recibió, serenaron su ánimo. La zozobra había pasado.

Relación de la Iglesia con las religiones no cristianas. En esta materia, el ambiente había sido muy tenso por una cuestión precisa: la relación con los judíos, en especial, el modo de reflejar la acusación de deicidio por la muerte de Jesús. Había circulado la presunta amenaza del patriarca melquita, Máximos IV, de abandonar el concilio si el texto no acogía algunas de sus pretensiones. Y se decía que, caso de cumplirse la amenaza, Pablo VI no promulgaría el texto. Afortunadamente, gracias, sobre todo, a la actuación del Secretariado de la Unidad, se logró un texto que, probablemente, no satisfizo completamente a nadie, pero que desactivó las resistencias surgidas de varios frentes.

5. Final y comienzo, al mismo tiempo

El 8 de diciembre se clausuró el concilio. Todavía los días 2, 4 y 6 se celebraron votaciones de los dos textos más retrasados: ministerio y vida de los presbíteros y la Iglesia en el mundo actual. El 4, una oración ecuménica con el Papa. El 6 fue el momento de los regalos: anillo de oro del Papa a cada obispo y medalla de plata del alcalde de Roma. Palabras de agradecimiento de los Moderadores. El 7, sesión pública con las últimas votaciones de los cuatro documentos pendientes y su inmediata promulgación por el Papa. Ese mismo día, gesto simbólico de levantamiento de las excomuniones pronunciadas en 1054, de Roma hacia Constantinopla y de ésta a aquella, al consumarse la separación de la Iglesia de Oriente y de Occidente. Y el 8, la solemne clausura. Además de las palabras del Papa, lectura de siete mensajes del Concilio a siete grupos de personas.

La travesía conciliar había llegado a puerto. El cansancio conciliar estaba bastante generalizado. Las ganas de terminar eran compartidas por casi todos. Pero, la alegría iba por barrios. La mayoría experimentaba un sentimiento de satisfacción por creer que, en conjunto, se había realizado un buen trabajo. El proyecto elaborado por el concilio colocaba a la Iglesia en mejor situación para responder a su misión en este momento histórico. Probablemente, la minoría conciliar no pensaba lo mismo.

El concilio había cerrado sus puertas, pero se iniciaba una nueva aventura fascinante, un nuevo crucero. El concilio está ahora en las manos de todo el pueblo de Dios, aunque con responsabilidades distintas, según el puesto de cada uno y, también, según los temas. Introducir ese rico proyecto en la vida de las comunidades cristianas es cuestión de todos y de tiempo. Se puede aceptar lo dicho por un obispo: “el Vaticano II es un concilio del siglo XX para el siglo XXI”, pero me permitiría añadir una observación. Este concilio no es igual que el de Trento. Entonces, el tiempo caminaba más lentamente. Ahora, la historia procede a pasos más acelerados. Sin pausa y, a ser posible, con algo de prisa.