Curso AyC sobre el ConcilioVaticano II . Lección 13
Iglesia, Pueblo de Dios,
sacramento de salvación
(Lumen Gentium I)
F. Javier Elizari, redentorista
Hacia el final de la primera etapa de Vaticano II, en el corazón de muchos padres se percibía una cierta decepción por no haber aprobado ningún documento, y, más todavía, desorientación sobre el rumbo de la aventura conciliar. Entre los más de 70 borradores de textos preparados para su estudio no se veía una línea que los unificara y pusiera cierto orden; el conjunto parecía caótico.
De repente, el 4 de diciembre de 1962, cambió radicalmente el panorama. La propuesta del cardenal Suenens de que el proyecto conciliar girara en torno a la Iglesia fue apoyada entusiásticamente. El Vaticano II sería un concilio eclesiológico, es decir, la Iglesia sería el tema central, con dos caras: la Iglesia hacia dentro y la Iglesia hacia fuera. El 29 de septiembre de 1963, Pablo VI recogió el guante y confió a la asamblea responder a la pregunta: “Iglesia ¿qué dices de ti misma?” En consecuencia, todos los documentos del Vaticano II nos revelan variados rasgos del rostro eclesial. Con todo, el núcleo de la respuesta se encuentra en la Constitución dogmática sobre la Iglesia. Ella es considerada el documento principal, la piedra angular. El segundo más largo de todos los textos, su lectura no resulta, en conjunto, demasiado fácil para la mayoría de los católicos.
1. Esqueleto de la Constitución y plan de mis notas
Como primera aproximación a la Constitución, los títulos de sus ocho capítulos nos ofrecen su entramado. Cada bloque de dos capítulos forma, en cierto modo, una pequeña unidad. 1. El misterio de la Iglesia. 2. El Pueblo de Dios. 3. La constitución jerárquica de la Iglesia y, en particular, del episcopado. 4. Los laicos. 5. La vocación universal a la santidad. 6. Los religiosos. 7. Carácter escatológico de la Iglesia peregrina y su unión con la Iglesia del cielo. 8. La Virgen María, madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia.
Presento la Constitución en tres entregas, los nn. 13, 14 y 15. Los dos aspectos más generales y básicos, el misterio de la Iglesia y el Pueblo de Dios se encuentran en los dos primeros capítulos, desentrañados en este n. 13. El tema del episcopado - capítulo tercero -, asunto muy importante desde el punto de vista teórico y práctico dio lugar al debate más prolongado y encendido de todo el concilio. Le añado un pequeño apéndice sobre la restauración del diaconado permanente, asunto también muy debatido pues un no reducido número de obispos temía a través de esta medida un ataque a la ley del celibato de los sacerdotes del rito latino. Ambos puntos se recogen en el n. 14. Finalmente, la entrega n. 15 se dedica al enfoque dado por el concilio al tema mariano, cuestión objeto también de un tenso debate conciliar.
De los seglares (capítulo cuarto), y de los religiosos (capítulo sexto), me ocuparé al presentar los respectivos decretos: Apostolado de los laicos y renovación de la vida religiosa. En cuanto a la vocación universal a la santidad (capítulo quinto), a pesar de su importancia, me ha parecido suficiente subrayarla como propia de todo el Pueblo de Dios. Finalmente, no he visto gran interés en presentar el capítulo séptimo.
2. La Iglesia, centro del concilio, pero no centro del Cristianismo
Creo que el concilio ha sido inteligente en la manera de comenzar su respuesta a la pregunta: “Iglesia, ¿qué dices de ti misma?” Para percibir mejor la originalidad del Vaticano II basta una breve mirada a por dónde comenzaba la teología sobre la Iglesia en aquel momento. Aunque en algunas partes soplaban aires teológicos nuevos, la mayoría de la enseñanza de entonces iniciaba su discurso sobre la Iglesia con lo institucional, los obispos y el papa. Y, prolongando esta línea se presentaba a la Iglesia como sociedad perfecta, dotada, igual que la sociedad civil, de los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial. Esta concepción quedaba bien reflejada en unas palabras de San Roberto Belarmino: “La Iglesia es una asamblea de hombres tan visible y palpable como la asamblea del pueblo romano o el reino de Francia o la república de Venecia”.
El Vaticano II abandona este estilo e inicia su presentación de la Iglesia, poniendo en primer plano, su dimensión espiritual, entroncándola con el plan salvador de Dios, con el misterio trinitario y describiéndola con una serie de imágenes bíblicas. Asentado bien este aspecto, dedica un breve espacio a su dimensión visible, institucional, con un apunte añadido sobre la Iglesia y la pobreza. Estos son los tres puntos que considero más destacables en el primer capítulo.
La Iglesia, servidora del plan salvador de Dios. El origen de la Iglesia está nada menos que en el misterio trinitario. Dios Padre concibe un proyecto salvador para la humanidad y envía a su Hijo al mundo para hacerlo realidad. Una vez terminada la vida de Cristo, envía al Espíritu. Toda la razón de ser de la Iglesia, beneficiaria de este plan de salvación es el ponerse a su servicio. Este planteamiento que no suscitó especial entusiasmo entre los conciliares contiene exigencias importantes. La Iglesia, todos sus miembros, en su ser y en su actuar, han de reflejar y transparentar a Cristo y, en Él, a Dios. Si miramos a la vida de la Iglesia, su liturgia, su doctrina, sus celebraciones, su moral, su derecho, la figura de María, del papa, de los obispos, etc. ¿es fácil siempre ver a Cristo o necesitaríamos una lupa para descubrirlo? Es una pregunta muy saludable. La Iglesia está en el centro de la reflexión del Vaticano II pero no es el centro del Cristianismo
Realidad visible y espiritual. Sólo después de haber expresado con fuerza la dimensión espiritual de la Iglesia, se detiene el concilio en el nº 8 en su dimensión visible, institucional. La comunidad de fe, esperanza y amor es, también y al mismo tiempo, un organismo visible. ¿Cómo relacionar ambas dimensiones? No se trata de dos realidades separadas. Para hacerlo entender, la Constitución se sirve de una analogía entre la Iglesia y el Verbo Encarnado. Así como la naturaleza humana está al servicio del Verbo, de manera análoga, el organismo social de la Iglesia está al servicio del Espíritu. No existe - no debe existir - oposición entre la Iglesia de la caridad y del derecho, la Iglesia del Espíritu y de la autoridad.
La Iglesia pobre y de los pobres. Fuera del aula conciliar se había formado un grupo informal “La Iglesia de los pobres”, integrado por un pequeño número de Padres. El 6 de diciembre de 1962 el cardenal Lercaro tuvo una destacada intervención en la que se hacía eco de este movimiento. Muy aplaudida por los Padres conciliares, sin embargo, su acogida en los documentos conciliares fue modesta. En la Constitución (n. 8) aparece la pobreza asociada a la Iglesia en dos sentidos. Primero, su camino, lejos de todo triunfalismo, ha de ser como el de Cristo, que, a pesar de su condición divina, se hizo uno de tantos, siendo rico se hizo pobre. Segundo, el camino de la Iglesia es el de una cercanía efectiva a los pobres.
3. Pueblo de Dios
Al presentar a la Iglesia como Pueblo de Dios, examinemos dos puntos. Primero: ¿Qué se nos quiere decir con la elección de este término para describirla? Segundo: ¿tiene algún significado el lugar que ocupa el Pueblo de Dios en la Constitución?
Lugar del Pueblo de Dios. El capítulo sobre el Pueblo de Dios precede al dedicado a la jerarquía: obispos, sacerdotes, diáconos. Es un gran acierto y una novedad. Alguien ha hablado de una verdadera revolución copernicana. Porque, antes, en la teología dominante e, incluso, en el segundo borrador conciliar, el orden era totalmente distinto. Primer puesto para la jerarquía, los pastores; después “el rebaño”. Semejante orden era un disparate colosal desde la nueva teología de la Iglesia que se abría camino. Conscientes de ello, al proponerse dar prioridad al Pueblo de Dios, los obispos lo aceptaron sin especial resistencia. En la Iglesia, lo primero, lo más fundamental no es ser papa u obispo sino ser creyente, seguidor de Jesús.
¿Qué se quiere decir con la Iglesia como Pueblo de Dios? Bajo esta expresión el concilio nos ofrece un contenido rico. A muchos les resultaba extraño oír que también el papa, los obispos y los sacerdotes son miembros del Pueblo de Dios. Hasta entonces creían que el pueblo era el “rebaño”, no los pastores. Recuerdo que lo más impactante para los cristianos de entonces fue oír hablar de la igualdad fundamental de todos los miembros del Pueblo de Dios, de su igual dignidad de hijos de Dios en virtud del bautismo. ¿No sería bueno que de cuando en cuando, papas, obispos, sacerdotes proclamaran su fundamental igualdad con todo cristiano, como decía san Agustín: “con vosotros, soy cristiano”? ¿No sería saludable para ellos mismos? Pero no bastan las declaraciones bonitas; hacen falta signos más elocuentes. Todos los bautizados somos hermanos en Cristo y todos hemos recibido la misma llamada a la santidad, que no es un privilegio de algunos. Todos participamos en el sacerdocio común y el conjunto del Pueblo de Dios posee una especie de nuevo sentido, “el sentido de la fe”.
Una vea asentada la igual dignidad de todos los miembros del Pueblo de Dios, el concilio alude a la variedad, la diferencia de dones, de carismas, de funciones, entre ellas, la función de autoridad, no de poder, cuyo sentido profundo es el contribuir, servir a la edificación de todo el Pueblo de Dios. Jesús que no vino a ser servido sino a servir decía: el que quiera ser el primero sea el servidor de todos.
El Pueblo de Dios es un pueblo universal, católico, al que todos están llamados. Sintiéndose gozosa la Iglesia católica de estar en el Pueblo de Dios, el concilio habla con sentido de apertura de sus vínculos con los cristianos no católicos, con religiones no cristianas y abre sus brazos a los no creyentes, en el reconocimiento y respeto a todos los pueblos y culturas. Aquí la Constitución nos adelanta líneas fundamentales desarrolladas en otros documentos.
Lumen gentium I. ---- Guión
I. INTRODUCCIÓN
1. La Constitución sobre la Iglesia, documento principal. El Vaticano II es un concilio eclesiológico, es decir, el centro de su reflexión es la Iglesia. Esta reflexión está diseminada por todos los documentos, pero concentrada en esta Constitución; es el documento principal y el germen de lo esencial de los demás. 2. Texto difícil de leer y de entender. Es un texto muy largo, bastante farragoso, por lo tanto, de no fácil lectura. No es fácil comprender su rico contenido y su novedad respecto al pasado. 3. Un programa bonito pero hay que cumplirlo
II. ESQUELETO DE LA CONSTITUCIÓN
Ocho capítulos. Dentro de esta unidad general, cada dos capítulos forman una pequeña unidad.
III. SELECCIÓN DE TEMAS A TRATAR
1. Temas tratados inmediatamente. Primero. Dos cuestiones básicas de carácter general: el misterio de la Iglesia – el Pueblo de Dios (caps. 1 y 2). Segundo. El Episcopado, asunto importante en la teoría y en la práctica, objeto del más largo y encendido debate. Y en apéndice, el debate sobre la restauración del diaconado permanente (cap. 3). Tercero. La figura de María, el segundo tema en cuanto al calor del debate conciliar (cap. 8). 2. Temas tratados después. Seglares (cap. 4) y religiosos (cap. 6), cuando presentemos los decretos conciliares sobre el apostolado de los laicos y sobre la renovación de la vida religiosa. 3. Temas no tratados. Capítulo 5 sobre vocación universal a la santidad (recogido lo esencial al hablar del Puelo de Dios. Capítulo 7, la Iglesia celeste, cuyo contenido no presenta especial novedad.
IV. EL MISTERIO DE LA IGLESIA
Capítulo importante, pero cuyo contenido, novedoso frente a la teología dominante entonces, no suscita demasiado entusiasmo como tampoco lo suscitó entonces. La presentación de la Iglesia entonces se iniciaba con la jerarquía, papa y obispos, con lo institucional, con esta estructura visible. Ahora el concilio comienza con la Iglesia como comunidad espiritual, de fe. La Iglesia tiene su origen en Dios, en el plan salvador de Dios para la humanidad y ha sido creada para servir ese plan divino. En su centro está Dios, Cristo, no ella misma. Es también un organismo visible, pero todo ello también al servicio de ese plan de Dios. Y en dicho servicio, la Iglesia ha de seguir el camino de Cristo, que siendo Dios se hizo uno de tantos, uno más.
V. PUEBLO DE DIOS
Las dos ideas más novedosas e impactantes de toda la Constitución fueron la prioridad del Pueblo de Dios sobre la Jerarquía y la igual dignidad fundamental de todos los miembros del Pueblo. Sólo después de asentado este principio unitario básico, hay que hablar de la variedad de dones y ministerios, puestos todos ellos al servicio del plan de Dios. Dentro de este Pueblo de Dios ¿cuál es la posición de la Iglesia católica y de las otras Iglesias y comunidades cristianas? ¿Cuál es la relación Pueblo de Dios y otras religiones? ¿Y con los no creyentes?