Acoger y Compartir Joan Chittister sobre las nuevas normas litúrgicas
 

Pronto va a llegar un nuevo estilo a una iglesia de tu barrio

17-Julio-2007 Joan Chittister

Estamos preparando un amplio y ordenado dossier sobre los dos documentos (Liturgia y Eclesiología) con que Benedicto XVI ha marcado definitivamente en 2007 la dirección restauradora de su pontificado, con alegría de algunos y perplejidad de muchos. Vaya por delante este comentario sobre la restauración litúrgica hecho por toda una monja benedictina.

Antes, cuando alguien preguntaba sobre la Iglesia Católica, las respuestas solían ser claras y directas. No, no comíamos carne los viernes (Nota: en España se compraban las Bulas que permitían comer carne los viernes, pero en EEUU no: los católicos guardaban abstinencia los viernes). Sí, teníamos que ir a Misa todos los domingos. Ya no. En realidad, las respuestas son cada vez más confusas. Considera, por ejemplo, la cuestión de si la versión del recientemente revisado Misal Romano es mejor que la anterior.

Nos dicen ahora que los textos de la Misa, incluidos los cantos, no pueden referirse a Dios en femenino. Y esto ocurre en una iglesia que rutinariamente se ha dirigido a Dios como Llave de David (Apoc. 3,7), Puerta de vida, Brisa, Llama, Luz y Paloma. Dios, que es también, nos dicen, “espíritu puro”, nunca jamás puede ser considerado como ‘madre’. ¿Debemos pensar, entonces, que es peligroso para la fe el mero hecho de sugerir que la imagen de Dios incluye a la imagen de las mujeres además de la imagen de los hombres, como dice que es el Dios del Génesis? ¿Es antitético para la fe? ¿Es una herejía?

También hemos sabido que las palabras de la consagración serán modificadas pronto, corrigiendo la idea de que Jesús vino a salvar a ‘todos’ –como nos han enseñado en el pasado– para decir que Jesús vino a salvar a ‘muchos’. Las implicaciones teológicas de cambiar ‘todos’ por ‘muchos’ son alucinantes. ¿Quiénes son aquellos a los que Jesús no vino a salvar? ¿Implica esta frase, otra vez, que ’sólo los católicos van al cielo’? Y si otros también lo entienden así, lleva sutilmente implícita la vuelta hacia atrás de todo el movimiento ecuménico?

Esta semana hemos sabido que el mismo papa, en contra del consejo y de las inquietudes de los obispos del mundo, ha restaurado el rito latino tridentino. El papa explica que se hace para facilitar la reconciliación con los grupos conservadores. Pero, simultáneamente, no facilita la reconciliación con las mujeres quienes están ahora deliberadamente apartadas de la celebración Eucarística, ciertamente en el lenguaje en el que nos referimos a Dios, incluyendo los pronombres. Tampoco parece preocuparse por la reconciliación con los judíos quienes en el rito tridentino de Viernes Santo se describen como ‘ciegos’ y objetos de conversión. Es difícil no preguntarse si es la reconciliación realmente de lo que se trata. Más aún, mientras que en estos años los obispos tenían que dar permiso para la celebración de Misas tridentinas en sus diócesis, el nuevo documento sólo exige que lo pidan los laicos para que el rito se celebre.

Pero, ¿por qué tanta preocupación? Si algunas personas prefieren la Misa en latín en vez de en el idioma local, ¿por qué no? La respuesta depende de cómo entendamos que la Misa articula la esencia de la fe cristiana. La Misa en latín, por ejemplo, en la que el sacerdote celebra la Eucaristía de espaldas a la gente, en un idioma extranjero –la mayor parte en silencio o, como mucho, en voz baja– convierte a la comunidad, a los laicos, en observadores del rito en vez de hacerles participantes del mismo. El celebrante es el centro del proceso, el ser humano especial, aquel para el que Dios es una especie de dominio privado exclusivo.

La simbología de un celebrante solitario, alejado de la comunidad e independiente de ella, es muy clara: las personas ordinarias no tienen acceso a Dios. Dependen completamente de una casta especial de hombres que contactan con Dios en su nombre. Ellos “no son dignos” de recibir la hostia, o como dice ahora la liturgia, ni siquiera de que Jesús “entre en su casa”. La Eucaristía en estas circunstancias no es ciertamente una celebración de la comunidad. Es un acto sacerdotal, una devoción privada tanto del sacerdote como de los fieles, que está integrada sólo por tres ‘partes principales’ –el ofertorio, la consagración y la comunión. La Liturgia de la Palabra –la explicación de lo que significa vivir la vida del Evangelio– es en el rito tridentino un elemento secundario en el mejor de los casos.

En la Misa en latín el sentido del misterio –de misterioso– el conjuro de un idioma “celestial” en vez de “vulgar” tanto en las oraciones como en los cantos, resalta una teología de la transcendencia. Saca a la persona del caos rutinario, polvoriento, ruidoso y agobiado de la vida diaria y la eleva a otro mundo. Nos recuerda el mundo venidero –hermoso, desconcertante, jerárquico, perfumado– y hace que este quede distante. Nos lleva más allá del presente, nos permite, aunque sólo sea por un rato, ‘librarnos de las ataduras de la tierra’ para entrar en un mundo más místico que mundano. Privatiza la vida espiritual. La Misa tridentina es una liturgia ‘de Dios y yo’.

La liturgia del Vaticano II, por otra parte, sumerge a la persona en la comunidad, en las inquietudes sociales, en la realidad dura, fría y clara, del presente. Las personas y el sacerdote rezan la Misa juntos, en el idioma local, con un tema común. Se relacionan mutuamente. Cantan una iglesia nueva que no sea sexista, que sea incluyente, centrándose todos juntos en el Jesús que caminaba por los caminos polvorientos de Galilea curando a los enfermos, resucitando a los muertos, hablando con las mujeres e invitando a la comunidad cristiana a hacer lo mismo.

La liturgia del Vaticano II lucha con la vida desde el punto de vista de la distancia entre la vida que nosotros conocemos y la vida que el evangelio nos presenta. Se zambulle en el reto santificador de la vida cotidiana.

La liturgia del Vaticano II lleva dentro una teología de transformación. No busca crear en la tierra un trocito de cielo; quiere recordarnos a todos el cielo que buscamos. No intenta trascender el presente. Busca transformarlo. Con personas desligadas crea una comunidad en una sociedad que favorece el aislamiento.

En ambas tradiciones litúrgicas hay fuerza y belleza, por supuesto. No dudo de que cada una necesita un poco de la otra. Después de todo, la Eucaristía es tanto trascendente como transformadora. Pero no nos equivoquemos: en sus mensajes fundamentales, nos enfrentan a algo más que a dos estilos distintos de música, o a dos idiomas diferentes, o a dos conjuntos diferentes de normas de liturgia. Nos enfrentan a dos iglesias diferentes.
La elección entre estas dos liturgias diferentes pone a la iglesia en un nuevo cruce de caminos: uno más abierto, más ecuménico, más comunitario, más prosaico que el otro. La cuestión es cuál de los dos tiene más probabilidades de crear el mundo que Jesús nos presenta y con el que nosotros soñamos. Hay muchas más cuestiones con las que nos enfrentaremos como resultado de esta nueva curva en la carretera litúrgica que el efecto que tendrá este nuevo documento en la arquitectura parroquial, la educación en el seminario, los estilos de cantos, el idioma y los horarios de múltiples Misas. Las cuestiones teológicas que merodean bajo el incienso y quedan oscurecidas por el idioma son mucho más serias que todo eso. Cuestionan lo que realmente es bueno para la iglesia: ¿el ecumenismo o los guetos eclesiásticos?, ¿altares y barandillas que cierran el presbiterio?, ¿mística o misterio?, ¿tanta encarnación como divinidad?, ¿espiritualidad comunitaria o privada?

Desde mi punto de vista, parece obvio que los padres del Concilio Vaticano II ya conocían las implicaciones de los dos estilos Eucarísticos diferentes que siguen conociendo ahora los obispos de todo el mundo. Pero sus preocupaciones fueron ignoradas. Ya no tienen mucho que ver con ello. Ahora depende de los laicos decidir qué iglesia realmente queremos –y por qué. La que elijamos puede muy bien determinar la naturaleza misma de la iglesia durante muchos años venideros.

[La H. Joan Chittister, OSB, pertenece a las Hermanas Benedictinas de Erie, PA, USA. Ella es conferenciante y autora conocida internacionalmente. Directora ejecutiva de Benetvision (benetvision.org). Este artículo se publicó en ncronline.org para la revista National Catholic Reporter. Ha sido traducida por MR para Atrio.org con permiso de la autora]

 
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31 Julio, 2007
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