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PONTIFICIO CONSEJO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO
MENSAJE EN LA CONCLUSIÓN DEL RAMADÁN
Cristianos y musulmanes:
llamados a promover una cultura de la paz
Queridos amigos musulmanes:
1. Me es particularmente grato presentaros las felicitaciones amistosas
y cálidas del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso
en vuestra gozosa fiesta de "Id al-Fitr, con la que se concluye el
camino recorrido durante el mes de ayuno y oración del Ramadán.
Es éste un tiempo fuerte para la vida de la comunidad musulmana,
que da a cada uno de los creyentes una fuerza nueva para su existencia
personal, familiar y social. Es importante, efectivamente, que cada uno
testimonie el mensaje religioso con una vida más íntegra
y más conforme al plan del Creador, preocupándose del servicio
a los hermanos, y en un clima de solidaridad y fraternidad siempre creciente
para con los miembros de otras religiones y para con todos los hombres
de buena voluntad dispuestos todos a trabajar conjuntamente para la consecución
del bien común.
2. En el difícil momento histórico que atravesamos, los
miembros de las diversas religiones tienen sobre todo el deber de actuar,
como servidores del Todopoderoso, en favor de la paz, que se alcance mediante
el respecto a las propias convicciones personales y comunitarias, así
como también con la libertad de la práctica religiosa. La
libertad de religión, que no puede quedar reducida a la simple
libertad de culto, es ciertamente uno de los aspectos esenciales de la
libertad de conciencia, derecho fundamental de toda persona y piedra angular
de los derechos humanos. Solamente así se podrá edificar
una cultura de la paz y de la solidaridad entre los hombres, implicándose
todos en la construcción de una sociedad cada vez más fraterna,
haciendo todo lo posible para rechazar todo tipo de violencia, denunciando
y repudiando cualquier recurso a la misma, que nunca podrá tener
una motivación religiosa, puesto que ella hiere en el hombre la
imagen de Dios. Sabemos perfectamente que la violencia, particularmente
el terrorismo, que golpea ciegamente causando numerosas víctimas,
sobre todo entre los más inocentes, es incapaz de resolver los
conflictos, y que no hace más que suscitar el engranaje mortífero
del odio destructor, en detrimento del hombre y de las sociedades.
3. Como personas religiosas, tenemos que ser antes de todo educadores
de la paz, de los derechos humanos, de una libertad respetuosa para cada
uno, así como también de una vida social cada vez más
fuerte, porque el hombre debe preocuparse de sus hermanos y hermanas sin
discriminación ninguna. Nadie puede ser excluido de la comunidad
nacional en razón de su raza, de su religión, ni por ningún
otro motivo personal. Todos juntos, miembros de tradiciones religiosas
diferentes, estamos llamados a difundir una enseñanza que respete
la dignidad de cada persona humana, a difundir un mensaje de amor entre
las personas y los pueblos. Tenemos que formar en este espíritu
especialmente a las jóvenes generaciones, que tendrán la
responsabilidad del mundo de mañana. Es deber de las familias ante
todo, luego de las personas con responsabilidades en el mundo educativo,
de las Autoridades civiles y religiosas estar muy atentos para prodigar
una enseñanza justa y dar a cada uno una educación apropiada
en los diversos aspectos señalados, particularmente proporcionando
una educación cívica que invite a cada joven a respetar
a los que le rodean y a considerarlos como hermanos y hermanas, con los
que están llamados a convivir cotidianamente, y no en la indiferencia
sino con una atención verdaderamente fraternal. Es más urgente
que nunca educar a las jóvenes generaciones en los valores humanos,
morales y cívicos fundamentales, imprescindibles tanto para la
vida personal, como para la vida común. Toda falta de urbanidad
debe ser ocasión para recordar a los jóvenes lo que se espera
de ellos en la vida social. Es el bien común de cada sociedad y
del mundo en su conjunto lo que está hoy en juego.
4. Es en este espíritu hay que continuar e intensificar el diálogo
entre Cristianos y Musulmanes, en su dimensión educadora y cultural,
para que se movilicen todas las fuerzas al servicio del hombre y de la
humanidad, para que las jóvenes generaciones no se constituyan
en bloques culturales o religiosos, unos contra otros, sino como auténticos
hermanos y hermanas. El diálogo es un instrumento que nos puede
ayudar para salir de esta espiral sin termino de los múltiples
conflictos y tensiones que atraviesan nuestras sociedades, para que todos
los pueblos puedan vivir en la serenidad y en la paz, en el respeto mutuo
y en el buen entendimiento entre todos.
Al fin de alcanzar esto, hago votos para que a través de encuentros
e intercambios, Cristianos y Musulmanes trabajen conjuntamente en la estima
recíproca para promover la paz y procurar un mejor porvenir para
todos los hombres; serán un ejemplo a seguir y a imitar para la
juventud de hoy. Así los jóvenes tendrán nueva confianza
en la vida social, se comprometerán más y se insertarán
en la tarea de su transformación. La educación y el ejemplo
serán de este modo para ellos fuente de esperanza para el futuro.
5. Este es el ardiente deseo que quiero poner en común con vosotros:
que Cristianos y Musulmanes incrementen más y más sus relaciones
amistosas y constructivas para compartir sus específicas riquezas
y cuiden particularmente a la cualidad de su testimonio de creyentes.
Os reitero, queridos Amigos Musulmanes, mi más calurosa felicitación
por vuestra fiesta y pido al Dios de la paz y de la misericordia que os
conceda a todos salud, serenidad y prosperidad.
Cardenal Jean-Louis Tauran
Presidente
Arzobispo Pier Luigi Celata
Secretario
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