MENSAJES DE NAVIDAD

Mensaje de Navidad de Benedicto XVI

«Nos ha amanecido un día sagrado:

venid, naciones, adorad al Señor, porque

hoy una gran luz ha bajado a la tierra»

(Misa del día de Navidad, Aclamación al Evangelio).

Queridos hermanos y hermanas: «Nos ha amanecido un día sagrado». Un día de gran esperanza: hoy el Salvador de la humanidad ha nacido. El nacimiento de un niño trae normalmente una luz de esperanza a quienes lo aguardan ansiosos. Cuando Jesús nació en la gruta de Belén, una «gran luz» apareció sobre la tierra; una gran esperanza entró en el corazón de cuantos lo esperaban: «lux magna», canta la liturgia de este día de Navidad. Ciertamente no fue «grande» según el mundo, porque, en un primer momento, sólo la vieron María, José y algunos pastores, luego los Magos, el anciano Simeón, la profetisa Ana: aquellos que Dios había escogido. Sin embargo, en lo recóndito y en el silencio de aquella noche santa se encendió para cada hombre una luz espléndida e imperecedera; ha venido al mundo la gran esperanza portadora de felicidad: «el Verbo se hizo carne y nosotros hemos visto su gloria» (Jn 1,14)

«Dios es luz -afirma san Juan- y en él no hay tinieblas» (1 Jn 1,5). En el Libro del Génesis leemos que cuando tuvo origen el universo, «la tierra era un caos informe; sobre la faz del Abismo, la tiniebla». «Y dijo Dios: "que exista la luz". Y la luz existió» (Gn 1,2-3). La Palabra creadora de Dios -Dabar en hebreo, Verbum en latín, Logos en griego- es Luz, fuente de la vida. Por medio del Logos se hizo todo y sin Él no se hizo nada de lo que se ha hecho (cf. Jn 1,3). Por eso todas las criaturas son fundamentalmente buenas y llevan en sí la huella de Dios, una chispa de su luz. Sin embargo, cuando Jesús nació de la Virgen María, la Luz misma vino al mundo: «Dios de Dios, Luz de Luz», profesamos en el Credo. En Jesús, Dios asumió lo que no era, permaneciendo en lo que era: «la omnipotencia entró en un cuerpo infantil y no se sustrajo al gobierno del universo» (cf. S. Agustín, Serm 184, 1 sobre la Navidad). Aquel que es el creador del hombre se hizo hombre para traer al mundo la paz. Por eso, en la noche de Navidad, el coro de los Ángeles canta: «Gloria a Dios en el cielo / y en la tierra paz a los hombres que Dios ama» (Lc 2,14).

«Hoy una gran luz ha bajado a la tierra». La Luz de Cristo es portadora de paz. En la Misa de la noche, la liturgia eucarística comenzó justamente con este canto: «Hoy, desde el cielo, ha descendido la paz sobre nosotros» (Antífona de entrada). Más aún, sólo la «gran» luz que aparece en Cristo puede dar a los hombres la «verdadera» paz. He aquí por qué cada generación está llamada a acogerla, a acoger al Dios que en Belén se ha hecho uno de nosotros.

La Navidad es esto: acontecimiento histórico y misterio de amor, que desde hace más de dos mil años interpela a los hombres y mujeres de todo tiempo y lugar. Es el día santo en el que brilla la «gran luz» de Cristo portadora de paz. Ciertamente, para reconocerla, para acogerla, se necesita fe, se necesita humildad. La humildad de María, que ha creído en la palabra del Señor, y que fue la primera que, inclinada ante el pesebre, adoró el Fruto de su vientre; la humildad de José, hombre justo, que tuvo la valentía de la fe y prefirió obedecer a Dios antes que proteger su propia reputación; la humildad de los pastores, de los pobres y anónimos pastores, que acogieron el anuncio del mensajero celestial y se apresuraron a ir a la gruta, donde encontraron al niño recién nacido y, llenos de asombro, lo adoraron alabando a Dios (cf. Lc 2,15-20). Los pequeños, los pobres en espíritu: éstos son los protagonistas de la Navidad, tanto ayer como hoy; los protagonistas de siempre de la historia de Dios, los constructores incansables de su Reino de justicia, de amor y de paz.

En el silencio de la noche de Belén Jesús nació y fue acogido por manos solícitas. Y ahora, en esta nuestra Navidad en la que sigue resonando el alegre anuncio de su nacimiento redentor, ¿quién está listo para abrirle las puertas del corazón? Hombres y mujeres de hoy, Cristo viene a traernos la luz también a nosotros, también a nosotros viene a darnos la paz. Pero ¿quién vela en la noche de la duda y la incertidumbre con el corazón despierto y orante? ¿Quién espera la aurora del nuevo día teniendo encendida la llama de la fe? ¿Quién tiene tiempo para escuchar su palabra y dejarse envolver por su amor fascinante? Sí, su mensaje de paz es para todos; viene para ofrecerse a sí mismo a todos como esperanza segura de salvación.

Que la luz de Cristo, que viene a iluminar a todo ser humano, brille por fin y sea consuelo para cuantos viven en las tinieblas de la miseria, de la injusticia, de la guerra; para aquellos que ven negadas aún sus legítimas aspiraciones a una subsistencia más segura, a la salud, a la educación, a un trabajo estable, a una participación más plena en las responsabilidades civiles y políticas, libres de toda opresión y al resguardo de situaciones que ofenden la dignidad humana. Las víctimas de sangrientos conflictos armados, del terrorismo y de todo tipo de violencia, que causan sufrimientos inauditos a poblaciones enteras, son especialmente las categorías más vulnerables, los niños, las mujeres y los ancianos. A su vez, las tensiones étnicas, religiosas y políticas, la inestabilidad, la rivalidad, las contraposiciones, las injusticias y las discriminaciones que laceran el tejido interno de muchos países, exasperan las relaciones internacionales. Y en el mundo crece cada vez más el número de emigrantes, refugiados y deportados, también por causa de frecuentes calamidades naturales, como consecuencia a veces de preocupantes desequilibrios ambientales.

En este día de paz, pensemos sobre todo en donde resuena el fragor de las armas: en las martirizadas tierras del Dafur, de Somalia y del norte de la República Democrática del Congo, en las fronteras de Eritrea y Etiopía, en todo el Medio Oriente, en particular en Irak, Líbano y Tierra Santa, en Afganistán, en Pakistán y en Sri Lanka, en las regiones de los Balcanes, y en tantas otras situaciones de crisis, desgraciadamente olvidadas con frecuencia. Que el Niño Jesús traiga consuelo a quien vive en la prueba e infunda a los responsables de los gobiernos sabiduría y fuerza para buscar y encontrar soluciones humanas, justas y estables. A la sed de sentido y de valores que hoy se percibe en el mundo; a la búsqueda de bienestar y paz que marca la vida de toda la humanidad; a las expectativas de los pobres, responde Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, con su Natividad. Que las personas y las naciones no teman reconocerlo y acogerlo: con Él, «una espléndida luz» alumbra el horizonte de la humanidad; con Él comienza «un día sagrado» que no conoce ocaso. Que esta Navidad sea realmente para todos un día de alegría, de esperanza y de paz.

 

«Venid, naciones, adorad al Señor». Con María, José y los pastores, con los magos y la muchedumbre innumerable de humildes adoradores del Niño recién nacido, que han acogido el misterio de la Navidad a lo largo de los siglos, dejemos también nosotros, hermanos y hermanas de todos los continentes, que la luz de este día se difunda por todas partes, que entre en nuestros corazones, alumbre y dé calor a nuestros hogares, lleve serenidad y esperanza a nuestras ciudades, y conceda al mundo la paz. Éste es mi deseo para quienes me escucháis. Un deseo que se hace oración humilde y confiada al Niño Jesús, para que su luz disipe las tinieblas de vuestra vida y os llene del amor y de la paz. El Señor, que ha hecho resplandecer en Cristo su rostro de misericordia, os colme con su felicidad y os haga mensajeros de su bondad. ¡Feliz Navidad!

[Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede - © Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana]

 

 

Mensaje de Navidad del custodio de Tierra Santa

 El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;

habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló (Is. 9,1)

Queridos hermanos y hermanas,
el mundo mira a Belén, con un anhelo de esperanza y una necesidad de paz que sacuden profundamente el alma. Nosotros, que tenemos la dicha de vivir en Tierra Santa, volvemos a celebrar la Navidad como cada año, con el corazón tocado por una gracia que nos sorprende una vez más. Parece que esta fiesta quiera remover nuestra vejez interior, para hacer renacer en nuestro interior la límpida audacia de la infancia, cuando creíamos que todo bien era alcanzable. La urgencia de la paz nos templa el corazón, a pesar de la amargura de las crónicas, y nos hace mendigos de esperanza. Mirar a la Gruta de Belén nos incita a esperar un mundo mejor. La necesidad de amar, que hunde sus raíces en lo profundo del alma, nos hace sobresaltarnos con la fe renovada ante la pobreza de Belén.

El desánimo y la desilusión que oprimen nuestros corazones como una pesada carga, parecen disolverse. No podemos rechazar la esperanza, ante el misterio de un Dios que nace Niño, en una gruta de pastores.

En Navidad, incluso la persona más cruelmente herida por la vida, descubre que Dios continúa viviendo en medio de nosotros. La guerra y la violencia no lograrán ser la última palabra que concluya la historia. El odio y la desesperación no borran la necesidad de amor que continúa tenazmente viva en el espíritu de la persona. La luz de Dios continúa brillando en el silencio de Belén, e ilumina los senderos de los hombres.

Experiencias de desilusión y de errores sociales pueden nublar los horizontes del alma, pero si levantamos nuestra mirada hacia la estrella de Belén, la vida vuelve a iluminarse. Comprendamos, con la simple y realista sabiduría de la fe, que Dios sigue amándonos. Su Hijo, Jesús, viene para ser habitante de esta tierra, para que se realice el milagro de la alegría y de la fraternidad, también entre nosotros. Con admiración dirijamos nuestros ojos a José y a la Virgen Santa, para que nos inunde su gozosa serenidad.

Esta Navidad queremos rezar para que, como ellos, también nosotros seamos capaces de acoger a Jesús, y de creer que el Amor de Dios puede cambiar nuestra vida. Somos pobres, pero tenemos el coraje de creer. La luz verdadera, la que ilumina a toda persona ha venido al mundo (Juan 1,9), para que nosotros, embargados por una esperanza que no decae, podamos ser sus testigos.

A todos, mis afectuosos deseos de una Navidad Santa.

fray Pierbattista Pizzaballa ofm
Custodio de Tierra Santa

 

Navidad de reencuentro, paz y esperanza para Venezuela

Mensaje de la presidencia de la Conferencia Episcopal de Venezuela

 

* * *

A los presbíteros y diáconos, a las personas consagradas; a nuestros hermanos católicos y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad de Venezuela

1. Concluido el proceso comicial y en la cercanía de las fiestas navideñas, los Obispos de la Presidencia de la Conferencia Episcopal Venezolana queremos enviarles a todos los cristianos y a las personas de buena voluntad un saludo fraterno y un mensaje de esperanza.

2. Damos gracias a Dios por la ejemplar jornada electoral vivida el pasado dos de diciembre. Damos gracias particularmente por el comportamiento pacífico y alegre de la ciudadanía, por la espera paciente y activa ante el retardo en la publicación de los resultados y  por el respeto de esos mismos resultados por parte de las autoridades comiciales y nacionales.

3. Todos los habitantes de este grande y maravilloso país, los que votaron por una opción o por otra, así como los que se abstuvieron, debemos tomar conciencia de que el referendo del dos de diciembre marca el inicio de una nueva etapa de nuestra democracia. Tenemos el gran reto de superar la polarización y el enfrentamiento y ponernos a trabajar unidos en  hacer realidad en Venezuela "el Estado democrático y social de Derecho y Justicia que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la democracia, la responsabilidad social y en general, la  preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político" (Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, art. 2)

4. Este nuevo contexto político y las ya cercanas fiestas navideñas nos invitan a realizar gestos concretos de acercamiento, de diálogo y de reconciliación. En este sentido, hacemos nuestro el reciente llamado de la Comisión Episcopal de Justicia y Paz, también expresado en  años anteriores por todos los Obispos del país, para que se le devuelva la libertad a los civiles y militares presos por razones políticas, mediante la concesión de medidas gracia o indultos. Reiteramos nuestra convicción de que el único camino para construir una Venezuela unida es a través del diálogo abierto y constructivo, del perdón y del reencuentro, y manifestamos nuestra permanente disposición para contribuir a hacerlo realidad entre  los venezolanos.

5. Tenemos que unirnos también para erradicar una perversa y dañina anticultura del hostigamiento, del insulto y de la humillación del adversario que está tratando de imponerse en nuestra sociedad. Rechazamos las agresiones verbales, físicas y morales como las cometidas contra el Arzobispo de Caracas, el Cardenal Jorge Urosa Savino, el pasado siete del presente mes porque atentan contra los derechos fundamentales de la persona consagrados en nuestra constitución. Le agradecemos de todo corazón al  Santo Padre Benedicto XVI su mensaje de cercanía y solidaridad con nuestro Cardenal en esa triste circunstancia.

6. A todos nuestros hermanos y hermanas les invitamos a seguir cultivando en estas Navidades la oración personal y comunitaria. Hagamos en la  Noche Buena el gesto hermoso de congregarnos como familia en torno al pesebre casero, darnos un abrazo de hermanos y rezar la oración por Venezuela particularmente aquella parte que dice: "Como hijos de Dios, danos la capacidad de construir la convivencia fraterna, amando a todos sin excluir a nadie, solidarizándonos con los pobres y trabajando por la reconciliación y paz. Concédenos la sabiduría del diálogo y del encuentro para que juntos construyamos la civilización del amor".

7. Deseamos a todos los venezolanos una Navidad muy feliz, y un año 2008 de reencuentro, de trabajo por la justicia y de renovado empeño por la paz. Por estas intenciones oramos a nuestra madre amorosa, la Santísima Virgen María de Coromoto


Caracas 18 de diciembre de 2007
 
Presidencia de la  CEV
  
+ Ubaldo R. Santana Sequera
Arzobispo de Maracaibo
Presidente de la CEV
 
+ Roberto Lückert León
Arzobispo de Coro
1er. Vicepresidente de la CEV

+ Jorge Urosa Savino
Cardenal Arzobispo de Caracas
2do. Vicepresidente de la CEV
 
+ Ramón Viloria Pinzón
Obispo de Puerto Cabello
Secretario General de la CEV

 

Michel Sabbah, Patriarca de Jerusalén

¡Feliz y santa fiesta de Navidad!

1.       «La gracia y el amor de Dios han aparecido a los hombres» (Tito 3,4). Celebramos Navidad con alegría. En la alegría fundada sobre nuestra esperanza de ver días mejores, con la ayuda de Dios, por nuestra contribución en todos los campos de la vida pública y por nuestro compartir todos los sacrificios que ella exige. Es por esto que, con ocasión de la Navidad, renovamos nuestra fe en Aquel en quien hemos creído, el Verbo de Dios hecho hombre, Jesús nacido en Belén, Príncipe de la paz y Salvador de la humanidad. El se ha hecho hombre para conducirnos a Dios nuestro Creador, a fin que sepamos que no estamos solos, que no estamos abandonados a nosotros mismos de frente a los múltiples desafíos de esta Tierra Santa. Dios está con nosotros: es por esto que nuestra esperanza permanece viva en nosotros, en medio de todas las dificultades cotidianas, bajo la ocupación y en la inseguridad y las privaciones que de ello provienen. Dios está con nosotros, para recordarnos que el mandamiento del amor que nos fue dado por Jesús, nacido en Belén, continúa siendo válido hoy, en nuestros difíciles días: nuestro amor de unos para con otros y por todos. Un amor que consiste en ver el Rostro de Dios en toda persona humana, de toda religión y de toda nacionalidad; un amor que es al mismo tiempo la capacidad de perdonar y la valentía de reclamar todos nuestros derechos, sobre todo aquellos que son dados por Dios a la persona y a toda la comunidad, tales como son el don de la vida, de la dignidad, de la libertad y de la tierra. Un amor que consiste en llevar las preocupaciones de todos, y por tanto de trabajar con todos por la construcción de la paz. Un amor que es don y un compartir con todos aquellos que sufren privaciones y pobreza, a fin que la vida, que es un don de Dios para todos nosotros de igual modo, sea una vida plenamente vivida, la «vida abundante» que Jesús ha venido a darnos.

2.       Celebramos Navidad este año aún mientras nos encontramos en la constante búsqueda de una paz que parece imposible. No obstante, nosotros creemos que la paz es posible. Palestinos e israelíes son capaces de vivir juntos en paz, cada uno en su territorio, cada uno gozando de su seguridad, de su dignidad y de sus derechos. Pero para llegar a la paz, hace falta también creer que israelíes y palestinos son iguales en todo, con los mismos derechos y los mismos deberes y que, finalmente, hace falta tomar las sendas de Dios que no son las sendas de la violencia sea del Estado o del extremismo.

Toda la región, a causa del conflicto en Tierra Santa, está convulsionada. En el Líbano, en Irak, como aquí, parece que las fuerzas del mal están desencadenadas y decididas a continuar su marcha por las sendas de la muerte, de la exclusión y de la dominación. A pesar de todo eso, creemos que Dios no nos ha abandonado a todas estas fuerzas del mal: todo esto es una llamada a cada hombre y mujer de buena voluntad a retornar hacia las sendas de Dios a fin de establecer el reino del bien entre los hombres, el sentido y el respeto de toda persona humana. Creemos que Dios es bueno. El es nuestro Creador y nuestro Salvador y ha puesto su bondad en el corazón de cada persona humana. Todos son pues capaces de obrar por el bien y la paz en la tierra.    

Un nuevo esfuerzo de paz ha sido comenzado en estas últimas semanas. Para que el mismo tenga éxito, hace falta que haya una voluntad decidida de hacer la paz. Hasta ahora, no ha habido paz, sencillamente por falta de voluntad de hacerla: «Ellos dicen paz, paz, en tanto que no hay paz» (Jer 6,14). El fuerte, que tiene todo en la mano, aquel que impone la ocupación a la otra parte, tiene la obligación de ver lo que es justo para todos y de tener valentía de cumplirlo. «¡Oh Dios, da al rey tu juicio!» concede tu justicia a nuestros gobernantes para que gobiernen tu pueblo con rectitud (Cf. Sal 71).

3.       En estos días, algunos han hablado de la creación de estados religiosos en esta tierra. En la tierra, santa para las tres religiones y para los dos pueblos, Estados religiosos no pueden establecerse, porque un Estado religioso excluiría o pondría en condiciones de inferioridad a los creyentes de las otras religiones. Todo Estado que excluya al otro o discriminase contra él no es conveniente para la tierra hecha por Dios santa para toda la humanidad.
Los jefes religiosos e políticos deben empezar por comprender la vocación universal de esta tierra, en la que Dios nos ha reunido en el curso de la historia. Tienen que saber que la santidad de esta tierra consiste no en la exclusión de una u otra de las religiones, sino en la capacidad de cada religión, con todas las diferencias, de acoger, de respetar y de amar a todos aquellos que habitan esta tierra.

La santidad y la vocación universal de esta tierra exigen también el deber de acoger a los peregrinos del mundo, aquellos que vienen por una breve visita y aquellos que vienen para residir, bien sea para la oración, para el estudio o para ejercer el ministerio religioso requerido a cada fiel de toda religión. Desde hace años, no dejamos de sufrir un problema jamás resuelto, el de las visas de entrada en el país para los sacerdotes, los religiosos y las religiosas que tienen, por su fe, en esta tierra, obligaciones y derechos. Todo Estado en este país no es un Estado como los otros, porque él tiene deberes particulares que provienen de la santidad de esta tierra y de su vocación universal. Un Estado en esta tierra debe comprender que la tierra le es confiada para respetar dichos deberes y promover su vocación universal, teniendo pues la capacidad de acogida correspondiente.

4.       Le pido a Dios, que la gracia de Navidad, del Dios presente con nosotros, pueda iluminar a todos los gobernadores de esta tierra. Para todos nuestros fieles, en todas las partes de nuestra diócesis, que la Navidad sea una gracia que renueve su fe y les ayude a vivir mejor, y particularmente a vivir mejor todas sus obligaciones en sus sociedades.    

Feliz y santa fiesta de Navidad para todos.

+ Michel Sabbah, Patriarca    
Jerusalén, 19.12.2007

 

NAVIDAD O VANIDAD

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas

VER

Navidad. Hemos de preguntarnos si será una celebración del misterio del Verbo Encarnado, que trae paz al corazón y a la familia, que es presencia de Dios en nosotros, que genera justicia para los desamparados, que alienta tiempos nuevos en la política y en la economía, o se reducirá a fiestas, bailes, regalos, adornos, vacaciones, excesos en comidas y bebidas, ruido ensordecedor; en una palabra, si todo será vanidad...

Para millones de pobres, estos días serán como cualquier otro, sin esperanza, sin consuelo, sin seguridad de futuro y de presente. Se limitarán a ver y escuchar la publicidad de la radio y la televisión, si tienen. Se les despertarán deseos que nunca podrán satisfacer, con una sensación de fracaso por no lograr lo inaccesible. Ante su impotencia, algunos se refugiarán en el alcohol, se les acrecentarán resentimientos sociales, se expondrán a la tentación de entrar al mundo del narcotráfico, como único recurso para salir de su miseria.

JUZGAR
El Papa Benedicto XVI acaba se sintetizar el sentido cristiano de la Navidad: "El misterio de Belén nos revela al Dios-con-nosotros, al Dios cercano a nosotros, no sencillamente en sentido espacial y temporal; Él está cerca de nosotros porque ha «desposado», por así decirlo, nuestra humanidad; ha tomado sobre sí nuestra condición, eligiendo ser en todo como nosotros, menos en el pecado, para hacer que nos convirtamos como Él. La alegría cristiana brota por lo tanto de esta certeza: Dios está próximo, está conmigo, está con nosotros, en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad, como amigo y esposo fiel. Y esta alegría permanece también en la prueba, en el sufrimiento mismo, y permanece no superficialmente, sino en lo profundo de la persona que se entrega a Dios y confía en Él" (Angelus del 16 de diciembre 2007).

Esta "buena noticia" despierta alegría, consuelo y esperanza. Así lo vi palpablemente en los rostros de varios indígenas, muy pobres, con quienes celebré la Eucaristía el domingo pasado. La certeza de que Dios está contigo, conmigo, con ustedes, nos produce seguridad, fortaleza, ánimo, incluso en medio de las enfermedades, los problemas, las limitaciones económicas. Los pobres gozan con la certeza de que Dios los ama, de que no los desprecia, de que son sus preferidos. Esto les da una fuerza interior tan profunda, que no se dejan seducir por amarguras, por incitaciones a la violencia, por resentimientos sociales. No es un consuelo barato, no es una enajenación, sino una fe tan dinámica y creativa, que los lleva a luchar por salir de su miseria, sin esperar que todo se los resuelva el gobierno.

Decía también el Papa: "Algunos se preguntan: ¿pero todavía hoy es posible esta alegría? ¡La respuesta la dan, con sus vidas, hombres y mujeres de toda edad y condición social, felices de consagrar su existencia a los demás!... Sí, la alegría entra en el corazón de quien se pone al servicio de los pequeños y de los pobres. En quien ama así, Dios hace morada, y el alma está en la alegría. Si en cambio se hace de la felicidad un ídolo, se yerra de camino y es verdaderamente difícil encontrar la alegría de la que habla Jesús. Es ésta, lamentablemente, la propuesta de las culturas que sitúan la felicidad individual en el lugar de Dios, mentalidades que tienen su efecto emblemático en la búsqueda del placer a toda costa, en la difusión del consumo de drogas como huída, como refugio en paraísos artificiales, que se revelan después completamente ilusorios" (Ib).

ACTUAR
Concluía el Papa: "También en Navidad se puede equivocar el camino, cambiar la verdadera fiesta con la que no abre el corazón a la alegría de Cristo". Es lo que les pasa a quienes reducen esta fiesta a pura vanidad. Inician el nuevo año con un vacío interior, con un cansancio en el alma, que nada puede remediar.

Haga usted la prueba de acercarse a Jesús y de hacer algo por los demás, empezando por su familia. Comparta su tiempo y sus bienes con los pobres. Verá que su Navidad no es vanidad, sino amor, justicia, verdad, paz, fiesta espiritual. Sólo el amor a Dios y al prójimo nos hacen profundamente felices.

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas