Acoger y Compartir Sacerdote asesinado en Mosul
 

Un sacerdote y tres subdiáconos asesinados en Iraq

Tomado y traducido de AsiaNews, 4 de junio, 2007

“Sin el Domingo, sin la Eucaristía, los cristianos de Iraq no pueden sobrevivir". Así predicaba el P. Ragheed a su comunidad, acostumbrada a una violencia cotidiana. La misma violencia que ayer por la tarde le segó la vida cuando regresaba a su casa tras celebrar la misa. Este joven sacerdote había elegido, consciente y libremente, permanecer al lado de sus feligreses de la parroquia del Espíritu Santo en Mosul, la segunda ciudad más peligrosa en Iraq después de Bagdad. En la barbarie de los ataques suicidas y las bombas, tenía claro una cosa, y le daba fuerzas para resistir: “Cristo se enfrentó al mal con infinito amor, Él nos mantiene unidos y a través de la Eucaristía nos da su vida, que los terroristas están tratando de arrebatarnos".

Los cristianos seguían acudiendo a su iglesia a pesar de los peligros “los jóvenes, –escribía Ragheed– organizaron la vigilancia después de los recientes ataques contra la parroquia y los secuestros y las amenazas a religiosas y sacerdotes. Los sacerdotes celebran la misa en medio de las ruinas. Las madres se preocupan al ver a sus hijos acudir a la catequesis con entusiasmo. Los ancianos confían sus familias huidas a la protección de Dios". Añadía: “Es nuestro deber no entregarnos a la desesperación: Dios escuchará nuestras oraciones por la paz en Iraq”:

Después de un ataque a su parroquia, el Domingo de Ramos, dijo: “Nos sentimos unidos a Cristo que entró en Jerusalén con pleno conocimiento de que la consecuencia de su amor por nosotros era la cruz. Cuando las balas rompieron las ventanas de nuestra iglesia, lo ofrecimos como un signo del amor a Cristo... Cada día esperamos un ataque masivo, pero no dejaremos de celebrar la misa; lo haremos en el sótano, donde estamos más seguros. Me anima en esta decisión la fortaleza de mis feligreses. Esto es la guerra, guerra de verdad, pero esperamos llevar nuestra cruz hasta el final, con la ayuda de la Divina Gracia".

Cuando los bombardeos se multiplicaron y los secuestros de sacerdotes en Baghdad y Mosul se hicieron más frecuentes, los Sunnis empezaron a exigir impuestos a los cristianos. Agua y electricidad escaseaban, el teléfono y las comunicaciones se hacían más difíciles. Ragheed empezó a sentirse cansado, su entusiasmo se debilitó, así lo confesaba en su último e-mail, el 28 de mayo: “Estamos al límite del colapso”- Cuenta que una bomba había estallado en la iglesia del Espíritu Santo el día anterior, Fiesta de Pentecostés.

Se preguntaba: “En un Iraq sectario y confesional, ¿habrá un lugar para los cristianos? No tenemos apoyo, ni un grupo que luche por nuestra causa; estamos abandonados en medio del desastre. Iraq ha sido dividido y nunca volverá a ser lo mismo. ¿Cuál es el futuro de la Iglesia? Hoy apenas podemos vislumbrarlo”.

Su fe, sin embargo, se mantenía firme a pesar de las dudas: “Puedo estar equivocado en muchas cosas, pero tengo certeza en una: que el Espíritu Santo iluminará a personas que trabajen por el bien de la humanidad, en este mundo tan lleno de mal”.

Carta a Ragheed de un amigo musulmán

En nombre de Dios, clemente y misericordioso, Ragheed, hermano mío

Te pido perdón, hermano, por no haber estado a tu lado cuando los criminales abrieron fuego contra ti y tus hermanos, pero las balas que han traspasado tu cuerpo puro e inocente, me han traspasado también el corazón y el alma.

Fuiste una de las primeras personas que conocí a mi llegada a Roma, en los pasillos del «Angelicum» [la Universidad Pontificia de Santo Tomás, ndr.], donde nos conocimos y donde bebíamos juntos nuestro «capuchino» en la cafetería de la universidad. Tú me habías impresionado por tu inocencia, tu alegría, tu sonrisa tierna y pura que no te abandonaba nunca. Yo no puedo dejar de imaginarte sonriente, feliz, lleno de alegría de vivir. Ragheed para mí es la inocencia hecha persona, una inocencia sabia, que lleva en su corazón las preocupaciones de su pueblo infeliz. Recuerdo el día en el comedor de la universidad, cuando Irak estaba bajo embargo y tú me dijiste que el precio de un solo «capuchino» habría podido colmar las necesidades de una familia iraquí durante todo un día, como si te sintieras de algún modo culpable de estar lejos de tu pueblo asediado y de no compartir sus sufrimientos...

Luego volviste a Irak, no sólo para compartir con la gente su destino de sufrimientos, sino también para unir tu sangre a la de miles de iraquíes que mueren cada día. No podré nunca olvidar el día de tu ordenación en la Universidad Urbaniana... Con lágrimas en los ojos, me dijiste: «Hoy he muerto para mí»… una frase muy dura.

Inmediatamente no la comprendí bien, o quizá no la tomé en serio como habría debido... Pero hoy, a través de tu martirio, he comprendido esta frase… Tú has muerto en tu alma y en tu cuerpo para resucitar en tu bienamado y en tu maestro y para que Cristo resucite en ti, a pesar de los sufrimientos y las tristezas, a pesar del caos y la locura.

¿En nombre de qué dios de la muerte te han matado? ¿En nombre de qué paganismo te han crucificado?… ¿Sabían verdaderamente lo que hacían?

Oh Dios, nosotros no te pedimos venganza o represalia, sino victoria… victoria de lo justo sobre lo falso, de la vida sobre la muerte, de la inocencia sobre la perfidia, de la sangre sobre la espada… Tu sangre no habrá sido derramada en vano, querido Ragheed, porque ha santificado la tierra de tu país… y tu sonrisa tierna seguirá iluminando desde el cielo las tinieblas de nuestras noches y anunciándonos un mañana mejor.

Te pido perdón, hermano, pero cuando los vivos se encuentran, creen que tienen todo el tiempo para conversar, visitarse y decirse los propios sentimientos y los propios pensamientos… Tú me habías invitado a Irak… Yo soñaba siempre con ello... visitar tu casa, a tus padres, tu despacho… No habría nunca pensado que sería tu tumba la que un día visitaría o que habrían sido los versículos de mi Corán los que recitaría para el reposo de tu alma...

Un día, te acompañé a comprar objetos de recuerdo y regalos para tu familia en vísperas de tu primera visita a Irak tras una larga ausencia. Tú me habías hablado de tu trabajo futuro: «Querría reinar sobre la gente sobre la base de la caridad antes que de la justicia», me habías dicho. Entonces me era difícil imaginarte como «juez» canónico… Pero hoy tu sangre y tu martirio han dicho su palabra, veredicto de fidelidad y de paciencia, de esperanza contra todo sufrimiento y de supervivencia, a pesar de la muerte, a pesar de la nada.

Hermano, tu sangre no ha sido derramada en vano... y el altar de tu iglesia no era una mascarada… Tú has asumido tu papel con profunda seriedad, hasta el final, con una sonrisa que nada podrá apagar… nunca.

Tu hermano que te quiere:

Adnan Mokrani
Roma, 4 junio 2007

Profesor de Islam en el Instituto de Estudios de las Religiones y de las Civilizaciones, Universidad Pontificia Gregoriana, Roma

Gratitud de un obispo al amigo musulmán del sacerdote asesinado en Irak

Querido hermano mío, Adnan,
que la paz esté contigo:

Gracias por tu humanidad, por tu fe, por tu fidelidad y tu delicadeza. Tu carta al hermano Ragheed, asesinado en Irak, es un mensaje de paz que resuena en el mundo absurdo de la guerra loca e insensata.

Gracias por tu sensibilidad ante todos y ante todo. Te he conocido, amigo, hermano y hombre creyente musulmán, excepcional por tu humanidad y por tu fe.

Gracias por tu solidaridad. Espero poder encontrar siempre personas como tú, que pueden dar gusto y valor a la vida, sin tener en cuenta la religión que una abraza, y espero que con estas personas sea posible hacer algo por nuestro mundo árabe y por nuestros hermanos que sufren por tantos motivos, entre otros, los religiosos.

Esperando poder encontrarte pronto, te doy las gracias y te abrazo con afecto fraterno en el único Dios que inspira a todos el amor por la vida y por la paz.

Padre Kamal Fahim
Ahora monseñor Botros Fahim
Obispo auxiliar de El Cairo para los Coptos católicos


 
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9 Junio, 2007
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