"Vanidad, envidias y calumnias: vicios capitales también en la Iglesia"

por ZITA DAZZI


MILANO - Una durísima regañina a los hombres de Iglesia, pecadores como todos los demás hombres. Y una severa llamada a los curas: "No os conforméis a la mentalidad de este siglo. Es urgente renovar nuestra mente". Enfermo y sufriente por el Parkinson, el cardenal Carlo Maria Martini no creía conseguir predicar los ejercicios espirituales. Y en cambio, nada más volver de Jerusalén, se ha dirigido a Gallero, cerca de Ariccia, a la casa de los jesuitas, donde van los sacerdotes a meditar. Y con ellos, interrumpiendo las homilías para los controles clínicos, ha sido muy claro, comentando los textos de San Pablo a los Corintios, donde se habla del pecado: "Todos estos pecados, sin excluir ninguno, han sido cometidos en la historia del mundo, y no sólo. Han sido cometidos también en la historia de la Iglesia. Por parte de laicos y de sacerdotes, monjas, cardenales, obispos e incluso papas. Todos".
Una verdadera  lección sobre los "vicios capitales" de la Iglesia de hoy, sin ningún temor a decir cosas desagradables. Es más, con la certeza de ofrecer  "una pista de reflexión". Martini ha querido hablar de los "pecados que nos tocan a nosotros como clérigos”: en primer lugar los pecados "externos", como las fornicaciones, los homicidios y robos, precisando "éstos nos tocan menos que a otros, pero nos tocan también". Luego ha pasado a examinar "la codicia, las maldades, los adulterios". Ha afirmado: "Cuántos anhelos secretos escondemos dentro de nosotros!  Queremos ver, saber, intuir, penetrar. Esto contamina el corazón. Y luego está el engaño, que para mí es también fingir una religiosidad que no se vive. Hacer las cosas como si se fuese perfectamente observantes, pero sin interioridad".

El arzobispo emérito de Milán ha hablado de la envidia, "el vicio clerical por excelencia”: la envidia nos hace decir "¿Por qué otro ha tenido lo que me tocaba a mi? Hay personas enfermas por la envidia que dicen "¿Qué habré hecho para que tal persona sea nombrado obispo y yo no?".  O enfermas por la calumnia: ¡Bienaventuradas las diócesis donde no existen cartas anónimas! Cuando yo era arzobispo mandé destruirlas todas en cuanto llegaban. Pero hay enteras diócesis destruidas por cartas anónimas, tal vez escritas en Roma... ".

Carlo Maria Martini, obispo durante 22 años en Milán, siente el deber de hablar explícitamente a los jóvenes sacerdotes, esperando una renovación: "Tengo que hacerlo porque este será mi último retiro. Esto es parte de las opciones que debe hacer una persona anciana en el final de su vida, hay cosas que tengo que decirle a la Iglesia". Su lección continúa día a día durante la semana de retiro espiritual. "San Pablo habla de "presumir de hacer grupo", de aquellos que creen hacer muchos seguidores, de tener prosélitos porque así se cruenta más. Este es un defecto muy grave, presente también en la Iglesia de hoy. Como el vicio de la vanagloria, del presumir. Nos gusta más el aplauso que el silbido, la acogida que la resistencia. ¡Y podría añadir que la vanidad en la Iglesia es enorme! Se  muestra en las vestimentas. Hace tiempo los cardenales tenían seis metros de cola de seda. Pero continuamente la Iglesia se despoja y se reviste con ornamentos inútiles. Tiene tendencia a la vanagloria".

No dice nombres, Martini, si no es del papa Benedetto XVI, citado tres o cuatro veces, afectuosamente: "Debemos agradecer a Dio por tenerlo, aunque tengamos motivos para criticar". Martini parece querer poner en guardia a Ratzinger cuando, retomando las palabras del papa, avista a los sacerdotes del "terrible jactarse del carrerismo": "También en la Curia romana cada uno quiere ser más que el otro. Sus palabras dejan traslucir una cierta censura inconsciente. Ciertas cosas no se dicen porque se sabe que obstaculizan la carrera. Este es un gravísimo mal en la Iglesia, sobre todo en la que sigue un orden jerárquico porque nos impide decir la verdad. Si intentas decir lo que gusta a los superiores, se actúa según o que se cree sea su deseo, haciendo de este modo  un gran daño al mismo Papa".

Un cuadro triste, que el gran biblista detalla cómo puede hacerlo sólo alguien que conoce desde dentro los mecanismos de poder de la Iglesia: "Por desgracia hay sacerdotes que se ponen como objetivo el llegar a obispos y lo consiguen. Hay obispos que no hablan porque saben que no les promoverán a sedes mayores. Algunos no hablan por no obstaculizar su candidatura al cardenalato. Hemos de pedir a Dios el don de la libertad. Somos llamados a ser trasparentes, a decir la verdad. Necesitamos gracia. Pero quien lo consigue, es libre."

(5 junio 2008)