Un total de 144 profesores universitarios de Teología católica de Alemania, Austria y Suiza han suscrito un manifiesto en el que exigen profundas reformas de la Iglesia Católica.

Memorándum ante la crisis de la
Iglesia católica en Alemania

Ha pasado más de un año desde que se hicieran públicos los casos de sacerdotes y religiosos que abusaron sexualmente de niños y jóvenes en el Colegio Canisius [en Berlín, Alemania]. Este año ha precipitado a la Iglesia católica en Alemania en una crisis sin precedentes.

El cuadro que hoy se ve es ambivalente: se ha empezado por hacer justicia a las víctimas, acabar con la injusticia y seguirle la pista a las causas de los abusos, del encubrimiento y de la doble moral en las propias filas.

Después del primer espanto, ha madurado el convencimiento entre muchos cristianos y cristianas responsables, con y sin ministerio, de que se vuelve necesario llevar a cabo reformas profundas.

La llamada a un diálogo abierto sobre las estructuras de poder y de comunicación, sobre la forma del ministerio eclesial y la participación de los fieles en la responsabilidad sobre la moral y la sexualidad, ha despertado expectativas, pero también temores.

¿No será que, por alejarse de la crisis y pretender minimizarla, se está desperdiciando una oportunidad, quizás la última, de liberarse de la parálisis y la resignación?

No a todos les acomoda el diálogo abierto sin tabúes, menos ahora que se aproxima una visita del Papa. Pero la alternativa de guardar un silencio de muerte, porque las últimas esperanzas se hubieran destruido, no es admisible.

La profunda crisis de nuestra Iglesia exige hablar también de aquellos problemas que a primera vista no tienen que ver directamente con el escándalo del abuso y de su encubrimiento por décadas.

Como profesores y profesoras de teología no podemos seguir callando. Nos sentimos responsables de hacer una aportación a un nuevo comienzo que lo sea de verdad. 2011 tiene que ser el año en que se eche a andar una avanzada de la iglesia.

Nunca antes tantos cristianos y cristianas habían abandonado la iglesia como el año pasado; ellos y ellas le niegan obediencia a las jerarquías eclesiásticas o privatizan su vida de fe, para protegerla de la institución. La iglesia tiene que entender estos signos y ella misma tiene que salir de las estructuras petrificadas, para recuperar nueva fuerza vital y credibilidad.

La renovación de estructuras eclesiales no será el resultado de levantar ansiosamente barreras frente a la sociedad, sino solamente del valor de la autocrítica y de la aceptación de impulsos críticos, también de los que vienen de afuera.

Es parte de las lecciones aprendidas el año pasado: la crisis de los abusos no habría podido elaborarse sin la compañía crítica de la opinión pública. La gente volverá a tener confianza en la iglesia solo si ésta se comunica abiertamente. La iglesia puede volverse creíble solo si la imagen que proyecta hacia afuera coincide con la imagen que ella tiene de sí misma.

Nos dirigimos a quienes no han renunciado aún a esperar un nuevo comienzo de la iglesia y a luchar por ello. Volvemos a tomar las señales de avanzada y de diálogo que algunos obispos han dado en los últimos meses en sus charlas, prédicas y entrevistas.

La Iglesia no tiene una finalidad en sí misma. Tiene la misión de anunciar al Dios liberador y amoroso de Jesucristo a todas las personas. Puede hacerlo, sólo si ella misma es espacio y testigo creíble de la noticia liberadora del evangelio.

Su hablar y actuar, sus reglas y estructuras, su manera de tratar a las personas dentro y fuera de la Iglesia tienen que cumplir con la exigencia de reconocer y promover la libertad de los seres humanos como creaturas de Dios.

Respeto incondicional a cualquier persona humana, respeto a la libertad de la conciencia, compromiso con el derecho y la justicia, solidaridad con los pobres y perseguidos: éstos son los criterios teológicos fundamentales que resultan del compromiso de la iglesia con el evangelio. En ellos se vuelve concreto el amor a Dios y al prójimo.

Orientarse según la noticia liberadora bíblica implica tener una relación diferenciada con la sociedad moderna: en algunos aspectos, la sociedad se ha adelantado a la Iglesia, cuando se trata del respeto a la libertad y responsabilidad del individuo; de esto la iglesia puede aprender como ya lo ha resaltado el Concilio Vaticano II.

En otros aspectos una crítica de esta sociedad desde el espíritu del evangelio será necesario e indispensable, por ejemplo cuando las personas son calificadas solamente según su rendimiento o cuando se pierde la solidaridad o se pisotea la dignidad humana.

De todas maneras, el anuncio de la libertad del Evangelio es el criterio de una iglesia creíble, criterio para su acción y  su configuración social. Los desafíos concretos que tiene que enfrentar la iglesia no son nuevos. Sin embargo, es difícil percibir que se estén propiciando reformas orientadas hacia el futuro. Hay que llevar a cabo un diálogo abierto en los siguientes campos de acción:

1.   Estructuras de participación

En todas las áreas de la vida eclesial, la participación de las y los fieles es la piedra de toque de la credibilidad del anuncio liberador del Evangelio. Según el antiguo principio de derecho: “Lo que concierne a todas y todos, debe ser decidido por todos y todas”, se necesitan más estructuras sinodales en todos los niveles de la Iglesia.

Los fieles, hombres y mujeres, deben participar en el nombramiento de los ministros ordenados de importancia (obispo, párroco). Lo que puede decidirse localmente, deber ser decidido ahí. Las decisiones tienen que ser transparentes.

2. Comunidad

Las comunidades cristianas deben ser espacios donde las personas compartan entre sí bienes espirituales y materiales. Pero actualmente la vida de las comunidades se deshace.

Bajo la presión de la escasez de sacerdotes, se construyen unidades administrativas cada vez más grandes, “parroquias XXL”, en las cuales ya no se puede experimentar cercanía y pertenencia.

Se abandonan identidades históricas y redes sociales sólidas. Se explota a los sacerdotes a destajo y muchos de ellos quedan “quemados”.

Los fieles se distancian si no se les confía corresponsabilidad en las estructuras democráticas de la dirección de su comunidad. El ministerio eclesial tiene que servir a la vida de las comunidades, no al revés. La Iglesia necesita también a sacerdotes casados y mujeres en el ministerio ordenado.

3. Cultura jurídica

El respeto y reconocimiento de la dignidad y libertad de cada persona se muestra especialmente cuando se resuelven los conflictos de una manera justa y respetuosa. El derecho canónico solamente merece este nombre si los fieles, mujeres y hombres, pueden de veras reclamar sus derechos.

Urge mejorar la protección de los derechos y una cultura del derecho en nuestra iglesia: un primer paso para avanzar es la creación de un sistema eclesiástico de justicia administrativa.

4. Libertad de conciencia

El respeto a la conciencia personal significa, tener confianza en la capacidad de decisión y responsabilidad de las personas. Promover esta capacidad es también tarea de la iglesia, sin que esta promoción se vuelva tutelaje.

Tomar esto en serio es algo que concierne sobre todo al área de las decisiones en la vida personal y los estilos individuales de vida.

La valoración eclesial del matrimonio y del celibato está fuera de cuestión. Pero esto no implica, excluir a personas que viven amor, fidelidad y cuidado mutuo en una relación de pareja con personas del mismo sexo o a aquellos divorciados y casados otra vez que lo viven de una manera responsable. 

5. Reconciliación

La solidaridad con los “pecadores” supone tomar en serio el pecado en las propias filas. Un rigorismo moralista ególatra no le corresponde a la Iglesia.

La Iglesia no puede predicar la reconciliación con Dios sin crear en su propio actuar las condiciones de la reconciliación ante quienes ella misma se ha hecho culpable: por violencia, por privación de justicia, por la perversión del mensaje libertador de la Biblia en una moral rigorista sin misericordia.

6. Celebración

La liturgia vive de la participación activa de todos y todas. En la liturgia tienen que hallar su lugar las experiencias y las formas expresivas del presente. La liturgia no puede congelarse en tradicionalismo.

La pluralidad cultural enriquece la vida litúrgica y se contradice con tendencias hacia una unificación centralista. Solamente cuando la celebración de la fe abarca situaciones concretas de la vida, el mensaje eclesial puede llegar a las personas.

Este diálogo eclesial iniciado puede llevar a la liberación y a un nuevo avance, si todos y todas quienes participan en él están dispuestos a enfrentar las preguntas urgentes.

Se trata de buscar soluciones mediante un intercambio libre y justo de argumentos que logren sacar a la Iglesia de la preocupación por sí misma que la paraliza.

¡Después de la tormenta del año pasado no podemos quedarnos tranquilos! Eso sería mortal. Nunca el miedo ha sido un buen consejero en tiempos de crisis.

Cristianas y cristianos son llamados por el Evangelio a mirar hacia el futuro con ánimo y a caminar sobre el agua como Pedro, respondiendo a la palabra de Jesús: “¿Por qué tienes tanto miedo? ¿Tan pequeña es tu fe?”