Encuentro ecuménico en Roma entre Benedicto XVI y Rowan Williams
El sábado, 10 de marzo, el Papa Benedicto XVI y el Arzobispo de Canterbury Rowan Williams oraron juntos por la unidad de católicos y anglicanos en la Iglesia de San Gregorio al Celio en Roma. El rezo de vísperas -cantadas en latín- formaba parte de las celebraciones por el milenario de la fundación de los Camadulenses.
A la oración asistieron algunos cardenales y otras personalidades de las iglesias católica y anglicana. El prior de la Comunidad de Taizé, hermano Alois, atendió a la celebración con un grupo de sus hermanos, entre los invitados se encontraba también Andrea Riccardi, fundador de comunidad de San Egidio y ministro de cooperación internacional del Gobierno italiano. Nuestro amigo Alberto, de Acoger y Compartir, se hizo presente también como un signo del deseo de nuestra pequeña asociación de participar en la búsqueda ecuménica.
La Iglesia de San Gregorio al Celio se levanta sobre una antigua casa de campo que pertenecía a la familia del Papa San Gregorio Magno (540-604). El pontífice la convirtió en monasterio y más tarde mandó a un grupo cuarenta de sus monjes, encabezados por su prior, San Agustín de Canterbury, a la misión de evangelizar la lejana Inglaterra. Desde el siglo XVI, el monasterio es ocupado por los Camaldulenses.
Rowan Williams recordó cómo San Gregorio había insistido en que la “humildad es la clave del ministerio”. Esta humildad nos hace libres para “ver las verdaderas necesidades de los demás”. Dirigiéndose al Papa, dijo:
Su Santidad, “cierta aunque imperfecta” fue cómo nuestros predecesores de beata memoria, Papa Juan Pablo II y el Arzobispo Robert, aquí en Roma en 1989, caracterizaron la comunión que comparten nuestras dos Iglesias. “Cierta”, porque la visión eclesial compartida con la que ambas comunidades están comprometidas es la restauración de la comunión sacramental plena, de una vida eucarística que sea plenamente visible, para que de este modo sea un testimonio plenamente creíble, para que un mundo confuso y atormentado pueda entrar en la luz acogedora y transformadora de Cristo. “Aunque imperfecta”, por la limitación de nuestra visión y por un déficit de profundidad en nuestra esperanza y paciencia. Por ello, nuestro reconocimiento del único Cuerpo de Cristo en la vida comunitaria del otro es inestable e incompleto; sin este último reconocimiento no somos del todo libres para compartir la fuerza transformadora del Evangelio en la Iglesia y el mundo.
Después intervino Benedicto XVI, que en su homilía comentó los textos bíblicos que se habían proclamado (1Cor 15,9-10; Col 3,12-17) y los relacionó con la historia de los Camaldulenses. Finalmente dijo:
El Monasterio de San Gregorio al Celio es el contexto romano en el que celebramos el milenio de la Camáldula junto con Su Gracia el Arzobispo de Canterbury, que junto con nosotros, reconoce en este Monasterio el lugar nativo del ligamen entre el Cristianismo en las Tierras británicas y la Iglesia de Roma. La celebración de hoy tiene, por lo tanto, un profundo carácter ecuménico. Este Monasterio camaldulense romano ha desarrollado con Canterbury y la Comunión Anglicana, sobre todo después del Concilio Vaticano II, lazos ya tradicionales. Por tercera vez hoy el Obispo de Roma se encuentra con el Arzobispo de Canterbury en la casa de San Gregorio Magno. Es justo que sea así, porque precisamente desde este Monasterio el Papa Gregorio escogió a Agustín y sus cuarenta monjes para enviarlos a llevar el Evangelio a los Anglos, hace poco más de mil cuatrocientos años…
Al día siguiente, el Arzobispo de Canterbury pronunció una conferencia sobre ecumenismo y vida monástica, junto al prior de la Camáldula de Big Sur (California). Entre otras cosas dijo:
Las comunidades monásticas, como las demás familias cristianas, pueden volverse defensivas y ansiosas, y rodear la esencia de su vida con “subculturas” más o menos elaboradas, o reproducir relaciones de poder impropios de este modo de vida. Pero la historia del monaquismo es también una historia de redescubrimiento y reconstrucción, de continuo cuestionamiento, para eliminar todo lo que se superponga a la simplicidad de la llamada de la Palabra. Desde Romualdo, Bruno y Bernardo, hasta Teresa y Roger Schutz, constatamos este mismo ímpetu. Y este continuo retorno a la pobreza, este rechazo de todo lo que sugiera que dependemos de algo que no sea la Palabra, representa un profundo reto a la Iglesia entera.