Encuentro europeo de jóvenes en Roma

Oración en la Basílica de San Pedro, 29 de diciembre, 2012

Versión PDF

Saludo de hermano Alois al Santo Padre

Santo Padre,

Hoy se cumple una etapa importante de nuestra "peregrinación de confianza sobre la tierra". Hemos venido de toda Europa, y también de otros continentes, de pertenencias confesionales diversas. Lo que nos une es más fuerte que lo que nos separa: un solo bautismo y una misma Palabra de Dios nos unen. Hemos venido esta tarde para celebrar junto a usted esta unidad, real incluso cuando no esté totalmente realizada. Mirando juntos hacia Cristo, ella se hace más profunda.

Hermano Roger nos dejó como legado a nuestra comunidad su preocupación por transmitir el Evangelio particularmente a los jóvenes. Era tan consciente de que las separaciones entre los cristianos son un obstáculo para la transmisión de la fe. Abrió caminos de reconciliación que no hemos terminado de explorar. Inspirados por su testimonio, son muy numerosos los que quisieran anticipar la reconciliación por sus vidas, viviendo ya reconciliados.

Cristianos reconciliados pueden convertirse en testigos de paz y comunión, portadores de una nueva solidaridad entre los humanos.

La búsqueda de una relación personal con Dios es el fundamento de este enfoque. Este ecumenismo de la oración no anima a una tolerancia fácil. Favorece una escucha mutua exigente y un diálogo verdadero.

Al orar aquí esta tarde, no podemos olvidar que la última carta escrita por el hermano Roger, justo antes de su muerte violenta, estaba dirigida a usted, Santo Padre, para deciros que nuestra comunidad quisiera caminar en comunión con usted. No podemos olvidar tampoco cuánto, después de esta muerte trágica, vuestro apoyo ha sido precioso para animarnos a ir más allá. Por eso, quisiera repetiros el profundo afecto de nuestros corazones, por vuestra persona y vuestro ministerio.

Para terminar, quisiera aportar el testimonio de esperanza de un gran número de jóvenes africanos con los cuales nos hemos reunido hace un mes en Kigali, Ruanda. Venían de 35 países, entre otros, del Congo, de Kivu-Norte, para vivir una peregrinación de reconciliación y de paz. La gran vitalidad de estos jóvenes cristianos es una promesa para el futuro de la Iglesia.

Estos jóvenes africanos han querido que trajéramos con nosotros un signo de su esperanza, unos granos de sorgo, para que germinen en Europa. ¿Puedo permitirme, Santo padre, entregados de su parte un pequeño cesto tradicional ruandés, llamado “agaseke”, con algunas de estas semillas de esperanza traídas de África? ¿Podrían estas semillas ser sembradas y florecer en los jardines del Vaticano?


Respuesta de Benedicto XVI

Gracias querido Hermano Alois, por sus cálidas palabras llenas de afecto. Queridos jóvenes, queridos peregrinos de la Confianza, ¡bienvenidos a Roma!

Han venido muy numerosos, de toda Europa y también de otros continentes, para orar ante las tumbas de los santos Apóstoles Pedro y Pablo. En esta ciudad, en efecto, ambos han derramado su sangre por Cristo. La fe que animaba a estos dos grandes Apóstoles de Jesús es también aquella que los ha puesto en camino. Durante el año que está por iniciar, ustedes se proponen liberar las fuentes de la confianza en Dios para vivirlas en lo cotidiano. Me alegro de que, de esta manera, encuentren la intención del Año de la fe iniciado en el mes de octubre. 

Es la cuarta vez que celebran un Encuentro europeo en Roma. En esta ocasión, quiero repetir las palabras que mi predecesor Juan Pablo II había pronunciado a los jóvenes durante su tercer Encuentro en Roma: «El Papa se siente profundamente comprometido con ustedes en esta peregrinación de la confianza sobre la tierra… También yo estoy llamado a ser un peregrino de la confianza en nombre de Cristo» (30 diciembre 1987).
Hace poco más de 70 años, el Hermano Roger dio vida a la comunidad de Taizé. Ésta sigue viendo venir hacia ella a miles de jóvenes de todo el mundo, en búsqueda de dar un sentido a sus vidas, los Hermanos los acogen en su oración y les ofrecen la oportunidad de hacer experiencia de una relación personal con Dios. Para sostener a estos jóvenes en su camino hacia Cristo, el Hermano Roger tuvo la idea de iniciar una «peregrinación de la confianza sobre la tierra».

Testigo incansable del Evangelio de la paz y de la reconciliación, animado por el fuego de un ecumenismo de la santidad, el Hermano Roger alentó a todos aquellos que pasan por Taizé para que se conviertan en buscadores de comunión. Lo dije al día siguiente de su muerte: «Tenemos que escuchar desde dentro su ecumenismo vivido espiritualmente y dejarnos conducir por su testimonio hacia un ecumenismo verdaderamente interiorizado y espiritualizado». Siguiendo sus huellas, sean portadores de este mensaje de unidad. Les aseguro el compromiso irrevocable de la Iglesia católica para proseguir con la búsqueda de caminos de reconciliación para llegar a la unidad visible de los cristianos. Y esta tarde quiero saludar con un afecto del todo especial a cuantos, entre ustedes, son ortodoxos o protestantes. 

Hoy Cristo les hace la pregunta que dirigió a sus discípulos: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy?». A esta pregunta, Pedro, ante cuya tumba nosotros nos encontramos en este momento, respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,15-16). Y toda su vida fue una respuesta concreta a esta pregunta. Cristo desea recibir también de cada uno de ustedes una respuesta que venga no de la obligación ni del miedo, sino de su profunda libertad. Respondiendo a esta pregunta su vida encontrará su sentido más fuerte. El texto de la Carta de San Juan que acabamos de escuchar nos hace comprender con gran sencillez y en modo sintético cómo dar una respuesta: «que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros» (3,23). ¡Tener fe y amar a Dios y a los demás! ¿Qué cosa existe que sea más exaltante? ¿Qué cosa que sea más bella?
Durante estos días en Roma, pueden dejar crecer en sus corazones este sí a Cristo, aprovechando especialmente los largos tiempos de silencio que ocupan un lugar central en sus oraciones comunitarias, después de la escucha de la Palabra de Dios. Esta Palabra, dice la Segunda Carta de Pedro, es «como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro», que ustedes hacen bien en guardar hasta que «despunte el día y aparezca el lucero de la mañana en sus corazones» (1,19). Ustedes ya lo han entendido: si el lucero de la mañana debe surgir en sus corazones es porque no siempre está presente. En ocasiones el mal y el sufrimiento de los inocentes crean en ustedes la duda y la perturbación. Y el sí a Cristo puede hacerse difícil. ¡Pero esta duda no hace de ustedes no creyentes! Jesús no ha rechazado al hombre del Evangelio que gritó: «Creo, ¡ayúdame porque tengo poca fe!» (Mc 9,24).

Porque en este combate ustedes no pierden la confianza, Dios no los deja solos y aislados. El da a todos nosotros la alegría y el consuelo de la comunión de la Iglesia. Durante su permanencia en Roma, gracias especialmente a la generosa acogida de tantas parroquias y comunidades religiosas, ustedes están haciendo una nueva experiencia de Iglesia. Al regresar a casa, en sus diversos Países, los invito a descubrir que Dios los hace corresponsables de su Iglesia, en toda la variedad de las vocaciones. Esta comunión que es el Cuerpo de Cristo tiene necesidad de ustedes y ustedes tienen en Él su propio lugar. A partir de sus dones, de aquello que es específico de cada uno de ustedes, el Espíritu Santo plasma y hace vivir este misterio de comunión que es la Iglesia, para transmitir la buena noticia del Evangelio al mundo de hoy. 

Con el silencio, el canto ocupa un lugar importante en sus oraciones comunitarias. Los cantos de Taizé llenan en estos días las basílicas de Roma. El canto es un apoyo y una expresión incomparable de la oración. Cantando a Cristo, ustedes se abren también al misterio de su esperanza. No tengan miedo de preceder la aurora para alabar a Dios. No quedarán decepcionados. 

Queridos jóvenes amigos, Cristo no los saca del mundo. Los manda allá a donde falta la luz para que la lleven a los demás. Sí, ustedes están llamados a ser pequeñas luces para cuantos los circundan. Con su atención a una más equitativa repartición de los bienes de la tierra, con el compromiso por la justicia y por una nueva solidaridad humana, ustedes ayudarán a cuantos les rodean para comprender mejor cómo el Evangelio nos conduce al mismo tiempo hacia Dios y hacia los demás. De este modo, con la fe que tienen contribuirán para hacer surgir la confianza sobre tierra. 

Estén llenos de esperanza. ¡Dios los bendiga con sus familiares y amigos!