Repatriados haitianos

Repatriados olvidados están llevando una vida dura en la frontera dominico-haitiana.

Artículo del diario haitiano Le Nouvelliste, traducido por Hélène Barnoncel

Una crisis humanitaria se perfila en la frontera entre Haití y la República Dominicana. Los repatriados siguen engrosando los campos en varios puntos de la frontera, en unas condiciones precarias, en ausencia de las estructuras de acogida anunciadas por el gobierno.

Los campamentos de repatriados se multiplican a lo largo de la frontera entre Haití y la República Dominicana. Las autoridades locales han contabilizado no menos de cuatro emplazamientos en la provincia Sudeste. Los millares de haitianos que han vuelto de manera voluntaria, o forzados, de la república vecina viven su día a día en condiciones infrahumanas, incapaces de satisfacer sus necesidades básicas, con la tentación de volver a pasarse al otro lado, como lo ha podido comprobar un equipo de Le Nouvelliste en Anse à Pitre. Una situación que hace temer una crisis humanitaria en esta zona en la que los recursos ya eran escasos.

La localidad de Parc Cadot, situada en la ciudad frontera Anse-à-Pitre, aloja uno de los campamentos principales de emigrantes. Visto desde lejos el campamento de Parc Cadot parece tiendas de todos los colores colocadas en pleno desierto. Desde cerca, el panorama es desolador. Un centenar de casitas construidas con cartones, trozos de tela y trozos de madera. Inhabitable bajo la lluvia, de día el calor y el polvo convierten este lugar abandonado por las autoridades públicas en un foco de contagios.

Pierre Paul Edouane, 27 años, cuatro hijos, es el líder del campamento. Una parte del espacio ocupado por los repatriados ha sido dado por generosidad por su padre que vivía en la zona. “No menos de 106 familias viven actualmente en este campamento. Son la mayoría personas que han huido de República Dominicana como consecuencia de la amenaza de represalias” nos cuenta la persona que dirige una iglesia ubicada en el campamento. “hace unos días, un anciano, que no pudo soportar el calor y el polvo, murió, niños hambrientos se desmayan”, cuenta el hombre el rostro ensombrecido sentado en su casita de paja.

Por los corredores, los niños desnudos se alborotan en el polvo, bailan a la música que emiten las radios dominicanas. No hay trabajo, hombres y mujeres están cruzados de brazos a la espera de la ayuda del Estado o de las organizaciones no gubernamentales. Se acuerdan de la visita del primer ministro Evans Paul éste último mes de junio, cuando se les sirvió un plato caliente. Desde entonces nadie ha vuelto, se lamenta Pierre Paul.

Un sacerdote católico llamado Luc Aléhandre intenta ayudar a los repatriados. Este religioso va y viene entre los campamentos y el centro de Anse-à-Pitre. Víveres, agua, medicinas, lucha para poder suplir a las necesidades de la población. El nombre del sacerdote que presta servicio en la iglesia de Notre-Dame de Lourdes está a menudo en la boca de los repatriados. Salvo alguna acción del Estado y de las ONGs, él es quien se ocupa de ellos. Impotente, uno de los funcionarios temporales del municipio de Anse-à-Pitre se queja de la falta de medios. Sin embargo Illy Monplaisir asegura haber conseguido que algunas familias vuelvan a su lugar de origen.

Parc Cadot está situado en una zona árida en la que no crece casi nada. El único producto de la zona es el carbón de madera. De hecho, el paisaje ya no es el que eran antes de la llegada de los primeros repatriados, a mediados de junio. Parc Cadot, un bosque de cactus fue devastado en unas semanas. La única fuente de vida de la zona es ahora el río Perdenales. La población hace todo con el agua de este río que separa los territorios de Haití y de la República Dominicana. Al otro lado, los guardias dominicanos vigilan para evitar que los repatriados corten los árboles o intenten alcanzar de nuevo la tierra vecina.

La situación en Parc Cadot no es diferente de la de los demás emplazamientos. En los campamentos de Tête-à-l’Eau, de Fond-Jeanette y de Savane-Galata, el balance es el mismo. Ya son millares las personas que han huido de la República Dominicana para establecerse a lo largo de la frontera, en la miseria. 136 familias, 627 personas viven en el campamento de de Tête-à-l’Eau. Estas personas, la mayoría expulsadas de la ciudad dominicana Perdenales, han abandonado sus bienes para escapar de las amenazas de masacres lanzadas por los vecinos y los radicales por la radio.

Sin embargo, el mes de junio pasado el presidente Martelly había declarado “Acogemos a nuestros hermanos y hermanas en la dignidad” cuando llegaron centenares de haitianos que habían vuelto voluntariamente de la república vecina. Una visita al lugar demuestra todo lo contrario. Dada esta situación, la policía migratoria dominicana seguirá devolviendo emigrantes a los diferentes puntos de la frontera. El gobierno de Haití tiene mucho que hacer para evitar la catástrofe humanitaria que había predicho ante las diferentes instancias internacionales.