Homilía de su Santidad Bartholomeo I,
arzobispo de Constantinopla y Patriarca ecuménico

durante la oración en la catedral de la Almudena,
en Madrid el 15 de octubre de 2023

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…Con un himno de alabanza lleno de amor nos elevamos al Señor para darle gracias por haber guiado nuestros pasos hacia este espléndido país, que visitamos por primera vez, y agradecemos ante todo a Vuestra Eminencia las cálidas palabras de bienvenida que ha querido dirigirnos.

Le felicitamos, amado Hermano en Cristo, por su reciente nombramiento al frente de esta importante Diócesis de la Capital y también por su aún más reciente nominación como Cardenal de la hermana Iglesia Católica Romana.

Como sabéis, hemos venido desde la Ciudad de Constantino, desde la sede de nuestro Santo, Apostólico y Patriarcal Trono Ecuménico, el Fanar, el Primer Trono de la Iglesia Ortodoxa, por invitación de nuestro Hermano, Metropolita de España y Portugal Besarión, para celebrar el jubiloso cincuentenario de la inauguración de la primera Iglesia Ortodoxa Griega en la Capital de España, en el año 1973, la Catedral dedicada a los Santos Andrés y Demetrio, y por el vigésimo aniversario de la creación de nuestra Metrópolis de España y Portugal.

De hecho, según los Santos Cánones de la Iglesia, es deber del Patriarcado Ecuménico atender las necesidades espirituales de todos los fieles ortodoxos, independientemente de su lugar de procedencia y de que vivan fuera de los territorios canónicos de las Iglesias ortodoxas locales, y por eso nuestro Patriarcado Ecuménico, donde no hay Iglesias ortodoxas autocéfalas, tiene sus propias diócesis esparcidas por todo el mundo.

Visitando este noble país, no podíamos dejar de visitar también a nuestra Hermana Iglesia Católica en España y le agradecemos una vez más este importante momento de oración. La oración, en efecto, es la mayor “arma” de los cristianos, un arma que no hace víctimas, sino que abre puertas al Señor que, por su gran amor al ser humano, quiso encarnarse, hacerse uno de nosotros, sufrir por nosotros, tomar sobre sí el pecado del mundo y resucitar para llevarnos a cada uno de nosotros a su Reino. Y sí, por una parte, nuestra oración se eleva para dar gracias por poder estar juntos, al mismo tiempo, en estos días difíciles, quiere ser una oración de súplica coral por el don de la paz a este mundo nuestro herido por demasiados conflictos, desde la atormentada Ucrania, hasta Armenia, pasando por Oriente Medio y tantos otros conflictos, a menudo olvidados. La paz que Cristo nos ofrece no es la paz que da el mundo: de hecho, vemos que, a pesar de las buenas intenciones de paz en tantas partes del mundo, ésta, con demasiada frecuencia, es abandonada y la solución de los malentendidos pasa a menudo por conflictos inimaginables. Desgraciadamente lo estamos viendo en estos días. La paz sólo puede alcanzarse mediante una verdadera “metanoia”, una conversión de los corazones que pasa obligatoriamente por la justicia. No puede haber paz sin respeto y reconocimiento mutuos, no puede haber paz sin una cooperación fructífera entre todos los pueblos del mundo. “La justicia es una renovada economía mundial, atenta a las necesidades de los más pobres. En cada lugar, hay que salvaguardar las tradiciones culturales, religiosas y artísticas de todos los pueblos de la tierra. Debemos redescubrir la capacidad de una solidaridad que no es mera asistencia, sino sentir la necesidad, el dolor y la alegría del otro, como propios. Justicia es ser coherentes con lo que profesamos y creemos, pero capaces de dialogar con el otro, capaces de ver las riquezas del otro, capaces de no avasallar al otro, capaces de no sentirnos superiores o inferiores a nuestro prójimo. Justicia es garantizar que todos sigan viviendo en la tierra de sus antepasados, en paz y amor, que puedan volver a su hogar para el crecimiento de la sociedad humana”, como ya afirmamos en el último Encuentro por la Paz, celebrado en Asís en 2016. No podemos, a ninguna religión le está permitido utilizar el nombre de Dios para justificar la injusticia. Debemos desterrar todo fanatismo, que en nombre de Dios impone una visión única y no respeta la peculiaridad de cada ser humano.

Recemos juntos también porque el Señor bendijo a nuestros Padres, que en los últimos tiempos tuvieron el valor y la sabiduría de interpretar el axioma de Cristo: “Ut unum sit” (“Que todos sean uno”, Jn17,21) y caminaron unos hacia otros. Cómo no recordar el anhelo de unidad que movió al Papa Juan XXIII, gran conocedor de nuestro Oriente ortodoxo, a convocar el Concilio Vaticano II, que condujo a la Iglesia Católica hacia el movimiento ecuménico, y a nuestro Beato Predecesor el Patriarca Atenágoras, soñador de un Gran Concilio Pan-cristiano, que fue el Patriarca del encuentro en Jerusalén con el Papa Pablo VI, figuras que verdaderamente “se atrevieron” contra todo y contra todos. Si hoy estamos aquí, se lo debemos a que fueron visionarios de un nuevo encuentro entre cristianos, cristianos que se vuelven a abrazar después de tantos siglos oscuros, de polémicas y distanciamientos, pero que hoy saben trabajar juntos y recorrer el camino de la unidad.

Recemos todavía juntos, porque nuestras Iglesias han tenido la valentía de afrontar todos los problemas que nos unen o nos dividen, abordando el diálogo teológico oficial con la firme voluntad de estudiar juntas y de proseguir hacia una comprensión común de nuestra historia del Primer Milenio y hacia el análisis de la historia de división del Segundo Milenio, para intentar llegar a una plena reconciliación y comprensión recíproca. Sabemos que el camino hacia el Cáliz común sigue estando marcado por contratiempos, retrocesos, a veces incluso por la frialdad o el cansancio, pero se trata de un camino sin retorno, si queremos ser anunciadores creíbles de la Verdad del Evangelio. Nuestra esperanza está fundada en Cristo y es, por tanto, una “esperanza que no defrauda”.

Recemos aún juntos para que, a la espera de una plena y renovada comunión, trabajemos juntos para ofrecer al mundo de hoy un testimonio común ante los numerosos problemas que acosan a la vida humana. Trabajemos juntos por la dignidad del ser humano en todas las etapas de su vida. Estamos fuertemente comprometidos, especialmente con nuestro querido Hermano de Roma, el Papa Francisco, con la preservación del medio ambiente y de todo lo que la creación de Dios contiene en sí. Desde los años 80 del siglo pasado, nuestro Patriarcado Ecuménico ha elaborado una teología ascética y litúrgica para el medio ambiente. Nuestra casa común nos fue dada por Dios para que fuéramos buenos administradores en ella y no explotadores y destructores de todo lo que contiene. Si no comprendemos el pecado espiritual hacia el medio ambiente no tendremos, como creyentes, la posibilidad de una verdadera “metanoia”, una conversión intrínseca en nosotros mismos, que nos lleve a una verdadera relación con Dios, con el Hombre, con todo ser vivo e inerte de la Creación de Dios. No se trata de un panteísmo universal, sino de una relación correcta del Hombre, Custodio y Administrador de la Creación, con la Creación misma y con su Creador. Por eso, el Santo y Gran Concilio de la Iglesia Ortodoxa, celebrado en Creta en 2016, afirmó una vez más que “es un deber imperativo de la Iglesia contribuir, con los medios espirituales de que dispone, a proteger la Creación de Dios de las consecuencias de la codicia humana” (Cap. F-10. La misión de la Iglesia Ortodoxa en el mundo contemporáneo)

Recemos juntos también, para que comprendamos que el diálogo es absolutamente necesario para nuestro mutuo conocimiento, porque el diálogo no quita nada a la identidad de cada uno, sino que la enriquece con la experiencia del otro. Así, nuestras Iglesias pueden dialogar también con las otras Grandes Familias religiosas del mundo y colaborar juntas por el bien de la humanidad. No debemos temer nada, porque con nosotros está Cristo.

Recemos de nuevo juntos, porque tenemos grandes intercesores en el cielo, los “mensajeros del cielo”, los santos, y ante todo la Santísima y Siempre Virgen María, que es especialmente venerada en esta Catedral. La Theotokos, la Madre de Dios, es para todos nosotros, cristianos, un ejemplo de plena confianza y adhesión al plan de Dios. Con su “si” al Arcángel, en la Anunciación, dio testimonio de la posibilidad para todo ser humano de caminar hacia el Señor. Puerta del Paraíso, gracias a Ella, Dios se hizo hombre, uno como nosotros, Dios y Hombre, para atraer al hombre hacia Dios y hacernos uno con Él. Esta tierra es además, tierra de grandes Santos, venerados por la Iglesia universal, que supieron acoger el mensaje de salvación y llevarlo a su pueblo. Sed siempre capaces de acoger su ejemplo y convertíos vosotros mismos en Santos en Cristo.

Eminencia, queridos hermanos y hermanas en Cristo, Todas nuestras Iglesias se preparan para vivir dentro de poco un gran aniversario, el 1700 aniversario del Primer Concilio Ecuménico, celebrado en Nicea en el año 325. El reconocimiento -contra todos los errores que habían entrado entonces en la Iglesia- de que Jesucristo es el Hijo de Dios y Dios es la base de nuestra fe y une a todas las Iglesias cristianas. Testimoniamos con fuerza esta verdad en un mundo cristiano adormecido y distraído ante el poder de la Santísima Trinidad.

Con estos breves pensamientos, en oración nos adentramos en vuestra tierra para disfrutar de vuestra conocida hospitalidad y os damos las gracias. Por nuestra parte, deseamos estar de nuevo con vosotros y os invitamos a nuestra sede en el Fanar, en Constantinopla, el Centro Mártir de la Ortodoxia, el Patriarcado Ecuménico. Así nuestros lazos permanecerán siempre fuertes, unidos en la oración y en el amor vivificante que nos viene de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a Él sea la gloria y el honor por los siglos de los siglos.