13 de febrero. Primer domingo de Cuaresma

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I. DEL LIBRO DEL GÉNESIS (2,7-9; 3,1-7)

El Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, le insufló en sus narices un hálito de vida y así el hombre llegó a ser un ser viviente. El Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y en él puso al hombre que había formado. El Señor Dios hizo germinar del suelo toda clase de árboles agradables a la vista y apetitosos para comer, el árbol de la vida, en medio del jardín, y el árbol de la ciencia del bien y del mal.

La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer: «¿Es cierto que os ha dicho Dios: No comáis de ningún árbol del jardín?». La mujer respondió a la serpiente: «Nosotros podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Sólo del fruto del árbol que está en medio del jardín nos ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis siquiera, bajo pena de muerte». Entonces la serpiente dijo a la mujer: «¡No, no moriréis! Antes bien, Dios sabe que en el momento en que comáis se abrirán vuestros ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal». La mujer vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir sabiduría. Tomó, pues, de su fruto y comió; dio también de él a su marido, que estaba junto a ella, y él también comió. Entonces se abrieron sus ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos taparrabos.

II. CARTA DE SAN PABLO A LOS ROMANOS (5,12-19)

Por tanto, así como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron... Pues ya antes de la ley se cometían delitos en el mundo, pero cuando no hay ley, el delito no se toma en cuenta; sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, aun sobre aquellos que no habían cometido un delito como el de Adán, que es figura del que había de venir.

Pero el delito de Adán no puede compararse con el don de Dios. Si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón el don de Dios, ofrecido generosamente por un solo hombre, Jesucristo, se concede más abundantemente a todos. El delito de uno solo no puede compararse con el don de Dios, pues por un solo delito vino la condenación, y por el don de Dios, a pesar de muchos delitos, vino la absolución. Si la muerte reinó como consecuencia del delito de uno solo, con más razón reinarán en la vida por medio de uno solo, Jesucristo, los que han recibido tan abundantemente la gracia y el don de la justicia. Como el delito de uno solo trajo la condenación a todos, así la justicia de uno solo trae a todos la justificación que da la vida. Porque como por la desobediencia de un solo hombre fueron constituidos pecadores todos, así también por la obediencia de uno solo serán todos constituidos justos.

III. EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (4,1-11)

Luego el Espíritu llevó a Jesús al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al final tuvo hambre. El tentador se acercó y le dijo: «Si eres hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Pero él respondió: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».

Luego el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo subió al alero del templo y le dijo: «Si eres hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: Ordenará a sus ángeles que cuiden de ti, que te lleven en las manos para que no tropiece tu pie con ninguna piedra». Jesús le dijo: «También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios».

De nuevo el diablo lo llevó a un monte muy alto, le mostró todos los reinos del mundo y su esplendor, y le dijo: «Todo esto te daré si te pones de rodillas y me adoras». Jesús le dijo: «Retírate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás». Entonces el diablo lo dejó, y los ángeles llegaron y se pusieron a servirle.

EL CULPABLE, LA VÍCTIMA Y EL SALVADOR

¿Por qué nuestro mundo no es un paraíso? ¿Por qué las guerras, el terrorismo, las hambrunas, el tsunami? ¿De dónde está ha salido tanto sufrimiento, tanta injusticia, tanta desgracia? El relato de la Caída, que hemos leído como primera lectura, es una res-puesta ?aunque no la única? que da la Biblia a estas preguntas.

Aunque es un obviedad, digámoslo una vez: no se trata de una descripción científica de los orígenes del Hombre. El lenguaje de esta narración es el del mito, no en el sentido popular de invención o falsedad (“diez mitos sobre las dietas-milagro”), sino en el que tiene esta palabra como primera acepción según la Real Academia Española: “Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. Con frecuencia interpreta el origen del mundo o grandes acontecimientos de la humanidad”. Las diversas culturas han interpretado las cuestiones más esenciales de la existencia con el recurso a los mitos.

El mito de la Caída responde a una de las preguntas más difíciles y angustiantes que nos podemos hacer: ¿De dónde el mal? En el Enuma Elish, un mito de la creación de una cultura vecina a Israel, Babilonia, los dioses –igual que en la Biblia? modelan de barro al ser humano, pero en el proceso se mezcla con el barro la sangre del dios Kingu, un dios rebelde que había iniciado una guerra y que finalmente fue asesinado por los otros dioses. La consecuencia es clara: el ser humano lleva dentro el mal, su propia naturaleza es violenta y rebelde. No hay, por tanto, mucho que podamos hacer. Sólo cabe el fatalismo. El mal está ahí, inextirpable, no hay otra que resignarse.

Pero en la narración de la creación según el Génesis, Dios utiliza solamente materiales de primera calidad: el ser humano -y el cosmos- es bueno por naturaleza. Lo creado es cien por cien bueno. A pesar de tener plena conciencia de que Dios ha creado todo cuanto existe, se atreve a afirmar que mal no está en sus planes. Lo reconocemos: es una explicación que hace aguas desde el punto de vista del rigor intelectual. Ante la pregun-ta “¿De dónde el mal?”, el narrador improvisa un extraño personaje al que echarle la culpa: la serpiente (¡¿Pero de dónde ha salido este bicho?!).

La respuesta de la Biblia sobre el origen del mal no es lógica, pero la verdad que nos transmite justifica esta falta de coherencia: El mal no está en la naturaleza human, le viene de fuera. Contra la evidencia del mal, el hombre y el mundo son buenos. Contra todos los fatalismos, la Biblia nos dice que el mal no pertenece al orden deseado por Dios. ¡Dios no quiere el sufrimiento humano! El mal es injustificable, inaceptable, fuera de toda lógica, irracional.

Dios es totalmente inocente del mal, que sobreviene como algo que no estaba en su plan. Pero la Biblia no da el paso de poner todo la carga de la culpa sobre el hombre. Adán y Eva son, como mucho, cómplices; han sido seducidos. Es verdad que tienen cierta culpa por dejarse engañar, pero son, ante todo, víctimas. El ser humano es ante todo víctima de este imprevisto que sorprende al propio Dios: el pecado.

Y las consecuencias del pecado no lo sufren solo los culpables, sino también vícti-mas inocentes. Desde San Agustín, llamamos pecado original a ese pecado del que no somos culpables, pero sí víctimas. Y no nos referimos a una realidad metafísica que es-capa a la observación. Cuando nacemos el mal ya está ahí, acechándonos: las relaciones injustas (entre ricos y pobres, hombres y mujeres), los prejuicios, la glorificación de la violencia, la desesperanza. El mal se nos va metiendo dentro a veces sin darnos cuen-ta(y por tanto sin culpa nuestra) y otras contando con nuestra complicidad.

La expresión más fragrante del pecado original en nuestro presente es el gran des-equilibrio entre el Norte y el Sur. Millones de hombres, mujeres y niños mueren cada año de enfermedades fácilmente curables y de malnutrición. Millones están abocados a la desesperación o a un largo viaje en busca de una felicidad que televisamos desde los países del Norte. Los que se ahogan en el Estrecho ante nuestras cámaras son solo una pequeña fracción de otros que se quedan por el camino.

La doctrina del pecado original nos dice que este no es el plan de Dios, que esa situa-ción no es ni inevitable ni aceptable.

La buena noticia es que Dios no quiere otra cosa que acabar con el mal. Dios está contra el pecado y lucha del lado del hombre, y en Cristo, como hombre contra el mal. No perdamos ni un minuto en sentirnos culpables. Esa no es la cuestión. Se trata de ser responsables, como Dios, que siendo totalmente inocente, tomó en sus manos el comba-te contra el mal.

En las tentaciones, el Demonio sugiere a Jesús lo mismo que susurró a Eva y Adán: llegar a ser como Dios.

En principio, no hay nada de malo en querer ser como Dios. Es más, podemos decir que esta es la vocación más profunda del ser humano, una verdad a la que ha sido espe-cialmente sensible la Ortodoxia bajo el tema de la theiosis, la divinización del hombre por acción de la gracia.

El error está en creer que sólo se puede ser como Dios a escondidas de Dios y contra Dios. ¿No es este el gran engaño? Una importante parte de la intelectualidad europea durante el siglo XX ha trabajado bajo la hipótesis de que el hombre sólo puede alcanzar a la autonomía y la madurez eliminando a Dios de su horizonte. Al comienzo de un nuevo siglo, ¿podemos ayudar a descubrir a un Dios que es el gran aliado de nuestra libertad?

Cristo viene a ser como Dios al estilo de Dios, es decir, poniéndose al servicio del hombre. En esta Cuaresma, no perdamos ni un minuto en hurgar nuestra conciencia en busca de culpabilidad. Dios no nos acusa. En Cristo, Dios se nos revela como nuestro cómplice cada vez que buscamos liberar a los demás o a nosotros mismos. Él quiere, contando con nosotros libertad, construir un mundo más habitable.