22 de Mayo. Fiesta de la Santísima Trinidad

Formato PDF

Del Éxodo (34,4-6.8-9)

Moisés se hizo con dos tablas como las primeras, se levantó de madrugada y subió a la montaña del Sinaí, como se lo había mandado el Señor, llevando consigo las dos tablas de piedra. El Señor bajó en la nube y se paró junto a él, y Moisés proclamó el nombre de El Señor. El Señor pasó delante de él y proclamó: «El Señor, el Señor, Dios clemente y misericordioso, tardo para la ira y lleno de lealtad y fidelidad,
Moisés se echó al instante en tierra y, adorando, dijo: «Si de verdad he hallado gracia a tus ojos, Señor, que el Señor marche en medio de nosotros; porque éste es un pueblo de cabeza dura; pero tú perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado y tómanos por tu heredad».

De la Segunda Carta de S. Pablo a los Corintios (2Cor 13,11-13)

Nada más, hermanos. Vivid alegres; buscad la perfección, animaos unos a otros, vivid en armonía y en paz, y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos unos a otros con el abrazo de la paz. Os saludan todos los hermanos. La gracia de Jesucristo, el Señor, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros.

Del Evangelio según San Juan (Jn 3,16-18)

Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el hijo único de Dios.

DIOS ES UN EXCESO DE AMOR

Desde los grupos que coordinan la política nacional y algunas organizaciones civiles, escuchamos estos días palabras inquietantes. Demasiada CONDENACIÓN, sea dicha o hecha con guante blanco o abiertamente. Sea la que preconiza que se está abriendo la puerta a la venganza entre españoles, o la que juega con la corona de espinas en la tierra de Jesús. Demasiado condenar, incluso en una plaza pública alemana. Demasiadas ganas de decir como los niños “tú más”, sin darse cuenta o conscientes de que esos gritos soliviantan los fantasmas del miedo. Y cuando aparece el miedo el mal tiene el terreno preparado.

En contraste con la situación nacional, el evangelio de este domingo de la Santísima Trinidad nos habla a los cristianos de SALVACIÓN.

Jesús, que es Gracia en nosotros, viene para salvar. Y quiere engendrar palabras y gestos de salvación. El no nos juzga desde fuera sino que se hace solidario con nosotros, nos acompaña hasta el fondo de nosotros mismos y nos ayuda a encontrar un destino hecho de juego limpio.

Deseando que en nosotros sea posible la salvación, comparte su vida dándonos al Espíritu que nos ayuda a llegar a las dimensiones inabarcables de nuestra propia profundidad.

Este Espíritu que trae santidad nos hace críticos ante todos los signos de muerte, nos recuerda que es Dios quien “salva de la muerte que trae consigo la muerte”. Tan es así que el Espíritu que resucitó a Jesús nos lleva a afirmar que hay una “resurrección de entre los muertos”. Hasta ahí llegan sus ganas de salvar y no de condenar.

La fiesta que hoy celebramos nos recuerda que el Dios de Jesucristo nos ama pese a nuestras negaciones e infidelidades, y nos lo demuestra entregándose a nosotros en la persona de su Hijo Jesucristo y uniéndonos con Él a través del Espíritu que nos habita con total gratuidad.

Pero se nos pide tener fe en esta posibilidad de salvación, en está fuerza del juego limpio.

En la primera lectura vemos cómo Moisés, que conocía a su pueblo, hace todo lo posible por la restauración de la Alianza. Intercede por su pueblo. Y Dios responde a esa oración, pasa ante Moisés dándose a conocer. Y se muestra desde sus actitudes: es el Señor “compasivo y clemente, paciente, misericordioso y fiel…” Señala cómo actúa. Es su respuesta a un pueblo infiel e idólatra. Pero capaz de reflexionar sobre su historia, capaz de captar el modo de actuar de Dios.

Es un pueblo que no renuncia ni a la frescura que aporta la inteligencia ni a la seriedad que otorga la profundidad.

Pese a la negativa actitud del pueblo, Moisés no dejó de interceder al Señor. Y así experimenta que no salvan los ídolos sino el Señor. Por eso Moisés tomará la única actitud adecuada ante Dios, la adoración. Ese consentimiento que hace accesible “la profundidad divina”.

La fe en Jesús que es un amor hecho de fidelidad y compasión nos dispone a comprender la SALVACION que ya está entre nosotros. No es un determinismo, ni actúa como un automatismo. He sido creado libre para quedarme en “la muerte que trae consigo la muerte” o, por el contrario, como la paloma de Noé buscar un lugar donde posarme, descansar y aportar a otros ese signo de vida y esperanza. Esto no niega la realidad, pero la transforma.

Desde muy pronto los cristianos tuvieron esa vivencia trinitaria, no como elucubración teológica sino como experiencia del misterio fontanal cristiano. En contextos rotos y de condenación ellos afirmaron, como nos recuerda la segunda lectura, que era posible vivir de otro modo.

No se nos pide que renunciemos a nuestra capacidad de comprensión del misterio, todo lo contrario: se nos pide profundidad de salvación ante el Dios que viene a nosotros como Gracia en el Padre, como amor en la entrega incondicional del Hijo y como vínculo creador de comunión viva en el Espíritu que nos santifica.
Pidamos a Jesús que nos enseñe a creer en Dios. En el Dios que salva ayudándonos a descubrir nuestras idolatrías.

El evangelio nos recuerda que la salvación se realiza en el presente. Ante nosotros está la posibilidad de captar en el hoy de nuestras tormentas, esa salvación.