5 de junio. Domingo del Tiempo Ordinario
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DEL PROFETA OSEAS (OS 6,3-6)
Esforcémonos en conocer al Señor. Es cierta como la aurora
su venida:
vendrá a nosotros como viene la lluvia, como la lluvia de primavera
que fecunda la tierra. ¿Cómo he de tratarte, Efraín?
¿Cómo he de tratarte, Judá? Vuestro amor es como
nubecilla matinal, como el rocío que se esfuma presto. Por eso
te hice pedazos; por medio de los profetas, te he matado con las palabras
de mi boca, y mi justicia brota como la luz. Porque yo quiero amor, no
sacrificios; conocimiento de Dios, y no holocaustos.
DE LA CARTA A LOS ROMANOS (ROM 4,18-25)
Abrahán, apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza,
que llegaría a ser padre de muchos pueblos, tal y como Dios había
dicho: Así será tu descendencia. Su fe no decayó,
aunque veía que su cuerpo estaba ya sin vigor al tener casi cien
años, y que el seno de Sara es-taba ya como muerto. Ante la promesa
de Dios no dudó ni desconfió, sino que se reafirmó
en la fe, dando gloria a Dios, bien convencido de que él es poderoso
para cumplir lo que ha prometido, por lo cual le fue también contado
como justicia.
Eso de "le fue contado" no se escribió solamente por
él, también por nosotros, a quienes se ha de contar; a los
que creemos en el que resucitó a Jesús, nuestro Señor,
de entre los muertos, el cual fue entregado por nuestros pecados y resucitado
para nuestra justificación.
EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO (MT 9,9-13)
Al salir de allí, Jesús vio a un hombre, llamado Mateo, sentado en la oficina de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió. Y estando en su casa a la mesa, muchos publicanos y pecadores vinieron y se pusieron a la mesa con Jesús y sus discípulos. Los fari-seos, al verlo, decían a los discípulos: «¿Por qué vuestro maestro come con los publicanos y pecadores?». Jesús los oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Id y aprended lo que significa: Misericordia quiero y no sacrificios; pues no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores».
¿Qué es lo que Dios quiere?
Dice Oseas que Dios prefiere su conocimiento a que se le ofrezcan sacrificios. Cuestión de gustos, pero a YHWH no se le puede contentar ofreciendo bueyes o carneros sobre un altar, como pensaban muchos de los contemporáneos del profeta: “quiero amor, no sacrificios; conocimiento de Dios, y no holocaustos”. Son palabras vienen de un tiempo remoto, de cuando por primera vez Israel dispuso de una organización social que merecía el nombre de estado, de cierto desahogo económico, al menos para los más privilegiados, y un desarrollo cultural capaz por primera vez de usar la escritura (las profecías de Oseas se cuentan entre los materia-les escritos más antiguos de la Biblia).
A los dioses hay que ofrecerles sacrificios, es lo que creían todos los pueblos del entorno de Israel, pero YHWH prefiere el conocimiento y la bondad. Emerge la idea de un Dios que aprecia más la amistad que las cosas que las personas pueden producir y ofrecer, surge una re-ligión que prioriza una relación de bondad con Dios y entre los humanos (hesed) por encima del cumplimiento de normas o rituales.
Han pasado 2.800 años y aún la inercia de una religión basada en el cumplimiento (o como dice un amigo mío, “cumplo-y-miento”) sigue teniendo su peso hasta entre los seguidores del profeta Jesús. Pero hoy como entonces, Dios nos mira y nos pide que le conozcamos, que iniciemos una relación de amistad con Él.
Hesed es una palabra hebrea difícil de traducir, algunos eligen hacerlo como bondad, otros como amor, otros como fidelidad. El traductor griego de la Biblia Hebrea prefirió “eleos” que quiere decir misericordia, compasión, los evangelistas prefirieron también esta palabra. Oseas vincula el conocimiento de Dios con el hesed. El conocimiento no basta. Ser inteligente o culto, e incluso saber teología, no garantiza el “conocimiento de Dios”, porque conocer a Dios no es lo mismo que saber cosas, por la sencilla razón de que se trata de conocer a una persona. No podemos amar a alguien si no sabemos nada de él, pero el amor nos lleva siempre más allá, al misterio que subyace tras los datos de una biografía.
Mateo, el publicano, se sintió conocido en este misterio. En el famoso cuadro de Caravag-gio “la vocación de Mateo” (Iglesia de San Luis de los Franceses, Roma), una luz parece transparentar el rostro del personaje con barba, que se señala a sí mismo, sorprendido. La mirada del adolescente que está a su izquierda denota el asombro de quien es testigo de algo extraordinario, pero la luz no penetra en su interior, es testigo de un acontecimiento que se da fuera de su persona. No así el rostro de Mateo, traspasado por la luz.
Es fácil observar que la religión del cumplimiento sabe
encubrir entre los pliegues del alma una secreta reserva. Con cierta reflexión
descubrimos, además, que tras esta reserva se esconde el miedo.
Miedo a que Dios pueda descubrirme, pues conocer a Dios es también
dejarse conocer. Mateo es iluminado por Cristo. No hay ya oscuridad que
pueda cobijar el disimulo, la falsedad o el miedo. Todo es luz