Domingo 11 del Tiempo Ordinario)

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Éxodo (Éx 19,2-6)

Partieron de Rafidín y llegaron al desierto de Sinaí, donde acamparon. Israel acampó frente a la montaña. Moisés subió hacia Dios, y el Señor le llamó desde la montaña diciendo: «Di a la casa de Jacob y a todos los israelitas: Habéis visto cómo he tratado a los egipcios y cómo os he llevado sobre alas de águila y os he traído hasta mí. Si escucháis atentamente mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi especial propiedad entre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra; vosotros seréis un reino de sacerdotes, un pueblo santo. Esto es lo que tienes que decir a los israelitas».

Carta a los Romanos (Rom5,6-11)

Pues Cristo, cuando aún éramos nosotros débiles, en el tiempo ya establecido, murió por los malvados. Difícilmente habrá quien esté dispuesto a morir por un hombre justo, aunque por un hombre de bien tal vez alguien lo esté; pero Dios mostró su amor para con nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Con mucha más razón, justificados ahora por su sangre, seremos librados por él del castigo. Porque si, siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por medio de la muerte de su Hijo, mucho más, una vez reconciliados, seremos salvados por su vida. Más aún: nos alegramos en Dios por nuestro Señor Jesucristo, por medio del cual hemos conseguido la reconciliación.

Evangelio según San Mateo (Mt 9,36-38; 10,1-8)

Y al ver a la gente, se compadecía de ella, porque estaban cansados y decaídos como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos. Pedid al dueño de la mies que mande obreros a su mies».

Reunió a sus doce apóstoles, y les dio poder de echar los espíritus inmundos y de curar todas las enfermedades y dolencias. Los nombres de los doce apóstoles son: primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago, el de Alfeo, y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el que le traicionó. Jesús envió a estos doce con estas instrucciones: «No vayáis por tierra de paganos, ni entréis en ciudad de
samaritanos. Id a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id predicando que el reino de Dios está cerca. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, echad a los demonios: gratis lo habéis recibido, dadlo gratis.

¡ QUÉ BIEN, LA MIES ES ABUNDANTE !

Lo de las ovejas y el pastor lo dejamos para otro día.

Hoy me pregunto quién es esa “mies abundante” necesitada de alguien que se cuide de ella. Es una imagen rica porque son muchas las espigas y más los granos que forman un valle pleno de mies. Mies que alude a un cereal maduro. El Evangelio nos ve como parte de esa inmensa mies.

La mirada de Jesús percibe esta sobreabundancia al contemplar al pueblo. Pero su mirada se fija, descubre, el cansancio y los abandonos, la falta de atención y el sentimiento de pérdida.

No está Jesús en un contexto laicista. La sociedad judía se siente y expresa como religiosa. Pero Jesús echa en falta algo. ¡También entonces!

Tú eres, como lo soy yo, motivo de esa mirada. Somos uno de esos granos o una de esas espigas que forman la mies abundante.

Eres/soy ese cereal de cuya semilla se hace el pan, o parte de ese conjunto de sembrados que en este tiempo llena de tonos oro los valles y los campos. Formamos parte de ese conjunto.

Por eso también eres ese retazo mustio de tierra al que se le niega el agua. Eres un africano sin papeles ni amigos. Eres la tristeza de un homosexual al que solo se le habla con palabras de condenación. Eres un animal perdido en la noche del lujo y la insolidaridad. Eres una víctima de los cobardes que amenazan siempre. Eres esa mujer que vive en una choza de mijo en un país llamado Níger y que no tiene para dar de comer a sus hijos y los está viendo enfermar, y morir. Eres alguien que acogiendo un abrazo que parecía amor fue infectado de Sida. Eres… Soy…

Somos seres humanos con duras experiencias de abandono, fustigados por la fatiga. Ahí está esa mies: demasiadas personas perdidas incapaces de asumir su pérdida.
Hacia ellas dirige Jesús su mirada. Se fija en los que están extenuados, abandonados. Y además de sentir compasión pide a sus amigos que recen.

¿Por qué nos pide Jesús esta oración? ¿Tendrá la oración el poder de hacernos más conscientes sobre lo que es esencial, lo que está en nuestras manos hacer?

Además de rezar empieza a decir nombres, a llamar… Petra, Mateo, Simona, Juan, Jacoba, Antonio, Felipa, Francisco, Tomasa, Alfonso, Teresa, … y el traidor. Donde aparece lo humano siempre hay una zona oscura. En todo lo que hacemos hay una parcela de error. Amar no es acertar.

Llama para enviar. Importa la misión. Aparecen doce nombres para que sepamos que también se nos llama a nosotros, es lo universal. "Los doce" es sinónimo de un "pueblo de Dios".

Por tanto, no voy solo… formo parte de una Asamblea, de la Iglesia. Ella pone ante mis ojos todas esas carencias de atención. Porque son pocos los obreros preocupados por la salud común.

Es poca la delicadeza. La cuestión sigue… aunque rumanos, ecuatorianos, marroquíes, como aves migratorias, nos resuelvan el problema de la Seguridad Social. El vacío, el sentimiento de pérdida o de abandono, la fatiga mutilante … pide otra realidad.

Hay que esperar demasiado tiempo para que nos curen. ¡Uy, las listas de espera! Por no querer esperar los hay que optan por caminar fuera del carril. Se han cansado de papeles y palabras duras. La mirada de Jesús los ve “descarriados”. Pero es en ellos en los que fija su mirada de amistad.

Por eso, Jesús nos dice: te prefiero apóstol mejor que discípulo. Quisiera contar contigo para hacer presente, entre estos seres humanos de los que formas parte tú, que el Reino de los Cielos ha comenzado y es curación de todo esto que afecta a la mies.

Te necesito con sentido de la gratuidad. Como tantos voluntarios de tu tiempo. Para que des gratis esta gracia que te entrego como un don. Así, haz eficaz la voluntad de salvación del padre Dios.

Esto implica riesgo, por algo es el comienzo de una nueva relación. Pero esta será nuestra alianza, el inicio de nuestra nueva relación. Te negarás a quedarte en lo negativo, verás la “mies abundante” y, gozando de esa abundancia, tendrás con ella actitudes de alegría sanante y esperanza generosa. Serás una presencia de mi gratuidad que salva.

Te recuerdo aquella experiencia de Moisés.

Y la mía propia.

Tendrás que subir a la montaña, solo.

Renovarás allí esta alianza nueva entre tú y yo.

Antes o después podrás entretenerte en cuestiones como ¿dónde estará el Sinaí?, ¿cuál será su lugar preciso en el sur de la península de Arabia? Pero lo esencial es otra cosa: ayudar a que sea posible la esperanza, portándola como el águila lleva a sus polluelos sobre sus alas.

Sin más enredos. Yo doy la vida también por quien piensas que no se lo merece. El Reino que te pido que ofrezcas en mi nombre es esa desalienación.

Vive compartiendo esta nueva convicción por la alianza que tienes conmigo, especialmente cuando te sientas pecador.
Tú lo sabes bien, los “cristianos” son muchos, como la mies; pero el Reino necesita más implicados.

UNA ORACIÓN

“Señor Jesucristo,
Tú nos acompañas siempre.
Haz que yo sea permeable a ti,
que tu misericordia se transparente en mis ojos,
que tu ternura se perciba en mis manos,
que tu palabra creadora de vida
pueda escucharse en mis palabras.
Actúa tú en mi y a través de mi,
Para que tu salvación llegue hoy y siempre
a toda la familia humana. Amén.