25 de septiembre. Domingo XXVI del T.O

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PRIMERA LECTURA

Profeta Ezequiel (18,25-28)

Me diréis: El camino del Señor no es justo. Escucha, casa de Israel: ¿Que no son justos mis caminos? ¿No son más bien vuestros caminos los que no son justos? Si el justo se aparta de su justicia para cometer la injusticia y en ella muere, muere por la injusticia que ha cometido. Y si el criminal se aparta de la injusticia que había cometido y practica el derecho y la justicia, salvará su vida. Ha abierto los ojos y se ha convertido de los delitos cometidos; por eso vivirá, no morirá.

SEGUNDA LECTURA

Carta de San Pablo a los Filipenses (2,1-11)

Si tenéis algún consuelo en Cristo, alguna muestra de amor; si estáis unidos en el mismo Espíritu; si tenéis entrañas de misericordia, llenadme de gozo teniendo todos un mismo pensar, un mismo amor, una sola alma y unos mismos sentimientos. No hagáis cosa alguna por espíritu de rivalidad o de vanagloria; sed humildes y tened a los demás por superiores a vosotros, preocupándoos no sólo de vuestras cosas, sino también de las cosas de los demás. Procurad tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, teniendo la naturaleza gloriosa de Dios, no consideró como codiciable tesoro el mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por ello Dios le exaltó sobremanera y le otorgó un nombre que está sobre cualquier otro nombre, para que al nombre de Jesús doblen su rodilla los seres del cielo, de la tierra y del abismo, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.

EVANGELIO

Según San Mateo (21,28-32)

Dijos Jesús: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos; se acercó al primero y le dijo: Hijo, vete a trabajar hoy a la viña. Y él respondió: No quiero. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al otro hijo y le dijo lo mismo, y éste respondió: Voy, señor; pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?». Le contestaron: «El primero». Jesús dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas entrarán en el reino de Dios antes que vosotros. Porque Juan vino por el camino de la justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las prostitutas han creído en él. Pero vosotros, aun viendo esto, no os habéis arrepentido ni creído en él».

¿QUÉ OS PARECE?

La pregunta es tan plenamente retórica que hasta un niño la responde con acierto. Y ahí está el peligro de sacar en público cuestiones evidentes: no solamente cualquiera tiene la respuesta pronta, sino que además, siendo una cuestión obvia, todo el mundo la dejará resbalar o pasar de largo.

Y, sin embargo, éste es uno de los evangelios que se presta a poner en práctica lo que hoy se considera un logro de los nuevos métodos de lectura de la Biblia. En la interpretación de los textos bíblicos lo más importante no es conocer cómo nació ese texto, qué intención tuvo su autor, qué mensaje tenía en su mente cuando realizó su escrito. Para la mayoría de los lectores de la Biblia, que no son ni historiadores ni arqueólogos, lo que más importa es conocer de qué forma ese texto puede cambiar nuestro modo de pensar y transformar nuestra vida, descubriendo un mensaje para la situación en que nosotros nos encontramos.
Se trata, pues, de situar nuestra vida concreta a la luz de lo que la Escritura revela como comprensión de Dios, de nosotros mismos y de nuestra relación con el mundo.

eneralmente esta aplicación personal de la Escritura produce un desenfoque del modo habitual como cada uno orienta personalmente su existencia. Cada vez que actualizamos el mensaje de la muerte y resurrección de Jesucristo estamos descolocando nuestra vida de la falsa seguridad en la que generalmente nos situamos.

Es preciso lograr que los textos comuniquen su mensaje y que el lector se deje interpelar por el mismo texto. La Biblia pierde interés cuando el lector o el oyente presumen saber de antemano lo que el texto les va a decir. De ahí sale únicamente una lectura monótona, gris o rutinaria, que priva al texto de su propia voz. No hace falta destruir la lectura tradicional proponiendo sin descanso interpretaciones chocantes, radicalmente nuevas, pero sí es preciso seguir el impulso de una tradición viva, que avanza integrando nuevas perspectivas, progresando al tiempo que acepta los cambios.

A fin de que un texto produzca su sentido hay que incorporar al lector como sujeto activo de la interpretación Para ello, naturalmente, hay que empezar por leer y, a ser posible, por recitar el texto a fin de que se convierta en palabra viva según la dinámica propia del lenguaje. Tradicionalmente se buscaba situar el texto en el contexto en que tuvo su origen. Se estudiaba lo que había detrás del texto, el mundo en que se originó. Por el contrario, una lectura desde el punto de vista del lector estudia la proyección del texto sobre nuestra vida, el mundo que puede surgir frente a o delante del texto. Cuando proyectamos el relato del Éxodo sobre la sociedad actual, estamos alumbrando un mundo en el que se logre el triunfo sobre la esclavitud y la opresión. El enfoque antiguo, preocupado por el paradigma histórico, se sustituye provechosamente por un paradigma literario en el que interesa ante todo qué mundo, qué nuevas relaciones, qué nueva historia puede brotar del análisis dinámico de un texto.

“El método histórico-crítico considera el texto como una ventana, que permite entregarse a observaciones sobre tal o cual época (no solamente sobre los hechos narrados, sino también sobre la situación de la comunidad para la cual han sido narrados). En cambio el análisis narrativo subraya que el texto funciona igualmente como un espejo, en el sentido de presentar una cierta imagen de mundo – el “mundo del relato” – que ejerce su influjo sobre los modos de ver del lector y lo lleva a adoptar ciertos valores más bien que otros” (Pont. Com.Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, 1993, ed. PPC, p.44).
Si la escuchamos así, la pregunta del evangelio sobre el comportamiento de los dos hijos recae directamente sobre nosotros: “¿Qué os parece?” La explicación tradicional veía aquí un reflejo de la respuesta negativa del pueblo judío a la propuesta de Jesús. Aunque Israel proclama sin descanso su disposición a escuchar la voz de Dios, esto es, a obedecerle, en la práctica rara vez obedeció. En cambio, el primero de los hijos, el del “no” inicial, representaría a los no judíos que, habiendo llegado en segundo lugar, “los últimos”, se convirtieron pronto en “los primeros” en obedecer.

Pero en realidad la acusación de desobediencia se refiere a un época anterior, antes de la entrada masiva de no judíos en la Iglesia. La acusación tiene que ver con la respuesta que la sociedad judía dio a la predicación de Juan Bautista, a quien las autoridades religiosas del pueblo no dieron crédito, no le “creyeron” (término que aparece tres veces en el v. 32). Sí le creyeron, en cambio, “publicanos y prostitutas”, dos categorías que tenían un valor paradigmático para designar no sólo a quienes ejercían de hecho esa actividad, sino a toda persona a quien por principio se estigmatizaba como incapaz de la debida respuesta religiosa y moral. Ahora esos dos grupos son alabados precisamente por su disponibilidad a responder a una invitación de la fe. Hasta es posible ponerle un poco más de pimienta al texto, si traducimos el verbo proágô no por “preceder” o “llevar la delantera”, ya que esto supone que quienes rehusaron dar crédito a la predicación de Juan finalmente entrarán ellos también en el Reino. La amenaza a los descreídos resulta más fuerte si entendemos ese verbo como “pasar por delante” de los supuestamente justos, dejándoles con un palmo de narices, porque ellos van a quedar fuera. Son los “escribas y fariseos hipócritas” que ciertamente no van a entrar y que pretenden cerrar el paso a quienes tienen acceso libre (Mateo 23,13).

Hasta ahí puede llegar la paradoja. La parábola pertenece a un género que describe la cómica variación de nuestros criterios: quien presuma de su santidad será rechazado, quien reconozca su culpa y trate de enderezar su vida, estará entre los elegidos. Es el mundo al revés, en el que los últimos serán los primeros y viceversa. Y esto se escribió también para nosotros y hemos de aplicarlo sin miedo a la Iglesia de hoy en la que ni sabios ni santos ni doctores ni administradores del poder de “atar y desatar” habrán de sentirse tan seguros.