9 de octubre. Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario

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PRIMERA LECTURA

Lectura del profeta Isaías 25, 6-10a.

Aquel día, el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos.

Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a to-das las naciones. Aniquilará la muerte para siempre.

El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. –Lo ha dicho el Señor–. Aquél día se dirá: «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte.»

SALMO RESPONSORIAL. SALMO 22.

Antífona: El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.

El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.

Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Filipenses 4, 12-14. 19-20.

Hermanos:

Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En to-do caso, hicisteis bien en compartir mi tribulación.

En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su espléndida riqueza en Cristo Jesús.

A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 22, 1-14.

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: “Tengo preparado el banquete, he mata-do terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda.”

Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos.

El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y pren-dieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.”

Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?”

El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: “Atadlo de pies y ma-nos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.” Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.

TENGO UN SUEÑO

Los ecos del sueño de Isaías, no han dejado de escucharse a los largo de la historia
En 1963, Martin Luther King” decía ante la multitud congregada en Washington.

Tengo un sueño,
que un día en las rojas colinas de Georgia,
los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos
podrán sentarse juntos en una mesa de fraternidad

El discurso, plagado de referencias bíblicas, fue, quizás, la mejor homilía del siglo XX. (texto y sonido original) La intervención del Dr. King continuaba así

Tengo un sueño
de que incluso en el estado de Mississippi,
un estado bochornoso por el calor de la injusticia,
bochornoso del calor de la opresión,
será transformado en un oasis de libertad y justicia...

Y pasa ante nuestras retinas la imagen de aquel inmigrante colgado de la valla metálica, que separa la prosperidad de la miseria

Un grupo de Acoger y Compartir estuvo este verano al otro lado de aquella valla, al otro lado del desierto, distribuyendo alimentos a miles de personas desfallecidas por la ham-bruna. No hubo que hacer un gran despliegue de medios. La comida se podía comprar allí mismo, en Níger, si uno llevaba dinero. Personas pasando hambre, enfermando y muriendo por falta de unos pocos euros

No se puede hacer demagogia. Lo que está sucediendo en Ceuta y Melilla es más com-plejo que la altura de una valla o cualquier otra simple medida que se pueda ?y se deba? tomar. Parece ser que Marruecos sigue deportando a los subsaharianos a algún lugar remoto en el desierto, donde la muerte de muchos de ellos no sería un accidente.

E Isaías nos cuenta hoy de nuevo, 2600 años después de la primera vez, el sueño de Dios

Aquel día, el Señor de los ejércitos preparará
para todos los pueblos, en este monte,
un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera;
manjares enjundiosos, vinos generosos.

También Jesús nos cuenta una historia de fiestas y banquetes, las bodas del príncipe, el hijo del rey. Eso sí, un rey bien peculiar.

¿Se imaginan un rey, pongamos el de España, don Juan Carlos, que se pone a repartir invitaciones para la boda de su hijo entre los que acampan en “el bosque”, esa franja de tierra sin instalaciones ni ley, donde los subsaharianos pasan meses e incluso años, espe-rando su ocasión para saltar la valla?

¿Dios está así de loco?

¿Qué podemos hacer nosotros –gente cuerda, al fin y al cabo? con esta locura de Dios? ¿A qué dosis de realidad podemos estar expuestos cada día? ¿Cómo alimentar una fe que sea capaz de saltar muros?

Sólo sabemos que Dios nos cita en la esquina de las calles Utopía y Realidad, allí donde la locura de un amor tiene que aprender a convivir con los ritmos grises de la co-tidianidad. Es un lugar doloroso. No es fácil permanecer

Y, sin embargo, si nos dejamos invitar por este rey, que manda a sus criados a los cruces de los caminos a invitar a todos los que encuentren, una luz de su locura puede comenzar a iluminar nuestra vida.

La eucaristía es un anticipo de este banquete. Jesús nos sienta a su mesa. Ante él no hay diferencias de nacionalidad, de clase social o de género. Todos somos acogidos – “buenos y malos” – dice explícitamente el evangelio.

Vistamos el alma de fiesta, dejémonos alimentar por una fe que nos alienta a saltar muros.