6 de noviembre.
Domingo XXXII del T. O.

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Comentario a la Cantata 140 de J.S. Bach, basada en la lectura evangélica de hoy

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de la Sabiduría 6, 12-16

La sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven fácilmente los que la aman, y la encuentran los que la buscan; ella misma se da a conocer a los que la desean. Quien madruga por ella no se cansa: la encuentra sentada a la puerta. Meditar en ella es prudencia consumada, el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones; ella misma va de un lado a otro buscando a los que la merecen; los aborda benigna por los caminos y les sale al paso en cada pensamiento.

SALMO 62

Antífona: Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario viendo tu fuerza y tu gloria! Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos invocándote. Me saciaré como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me cuerdo de ti y velando medito en ti, porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 4, 13-17.

Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él. Esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Señor, no aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.

EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 25, 1-13.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:

«Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas.Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A media noche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!”

Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas.
Y las necias dijeron a las sensatas: “Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”

Pero las sensatas contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”

Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él respondió: “Os lo aseguro: no os conozco”.
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»

LAS QUE ESTABAN PREPARADAS ENTRARON CON ÉL AL BANQUETE

La parábola refleja la forma de festejar una boda en el ambiente del Antiguo Israel. Entre la casa de las dos familias se organizaban cortejos de ida y venida para disponer la fiesta. Como el banquete se celebraba por lo común en la casa del novio, la futura esposa, acompañada de sus damas de honor, aguardaba en la casa paterna la llegada del grupo festivo que habría de acompañarla a casa del esposo. En aquel ambiente, entonces y hoy, el tiempo no cuenta. Tanto los preparativos como las discusiones de última hora en torno a la dote podían prolongar la espera. Algo parecido a lo que tenemos que soportar hoy cuando se celebra una boda en la iglesia: sabemos la hora fijada, pero no sabemos cuándo llegará la novia. O porque algún invitado se retrasa o porque peluqueros y fotógrafos se eternizan en su tarea.

Pero ni siquiera aceptando las costumbres de entonces, podemos dar razón de algunos detalles chocantes: ¿a qué viene exhortar a estar vigilantes si todas las chicas se quedaron dormidas? ¿por qué no se pudo compartir el aceite que las más previsoras habían comprado? ¿por qué el esposo afirma no conocer a las invitadas que se retrasaron a su llegada? ¿qué significa el aceite? ¿y esa puerta que se cierra a cal y canto?

Ésta última frase es tan dura e implacable que más de uno ha pensado que la parábola, recogida en toda su extensión únicamente en el evangelio de san Mateo, no puede atribuirse al mismo Jesús. Lo suyo no era aumentar la angustia de la gente sino infundir confianza en la providencia que se ocupa de vestir a los lirios del campo y vela por los gorriones que surcan los aires.

Pero la predicación de Jesús no se perdía en fantasías imposibles lejos del contacto con la realidad. La parábola forma parte del llamado “discurso escatológico”, a continuación del anuncio del final del mundo y de la destrucción de Jerusalén. Aunque algo a la fuerza, la exhortación a velar porque no sabemos ni el día ni la hora, encaja en ese contexto. Y se hace en tono amable, con la fiesta de bodas como fondo, evocando el ambiente de una de las esperas menos pesadas que pueden ocurrirnos en la vida normal.

Ante Dios, ante la incertidumbre sobre el fin, sobre la suerte del mundo en general y sobre nuestro propio fin, hay que vivir en actitud de espera vigilante. El aceite que arde en las lámparas y el que las personas previsoras guardan en su botellita de reserva es probablemente la misma esperanza. Por eso mismo no es intercambiable. Por idéntica razón, es algo que ni se vende ni se compra. De ahí la ironía de aconsejar a “las necias” que vayan a comprarlo.

En el simbolismo bíblico la fiesta de bodas representa la culminación del deseo, no de un deseo particular, sino de lo que puede dar sentido pleno a nuestra vida. Es un deseo que hay mantener vivo aunque los tiempos se alarguen, aunque en algún momento nos venza el sueño. “Esperar contra toda esperanza” es propio del alma cristiana.

Y esta esperanza no se refiere solamente a las realidades últimas, sino también a los afanes concretos que nos esperan cada mañana “a la puerta”, si madrugamos a tiempo, como se dice de la Sabiduría en la primera lectura. Persona “sabia” es persona que espera y cultiva la esperanza. A ese cultivo puede referirse el dato de las damas de honor “sensatas” que tenían su reserva de aceite. En tiempos favorables es fácil esperar, pero cuando la espera se alarga hay que estar prevenidos contra la desesperanza. “El que espera, desespera”, dice la voz popular.

El filósofo alemán Ernst Bloch (1885-1977) se atrevió a redactar una especie de “enciclopedia de las esperanzas de la vida cotidiana”, en la que cabe todo: un escaparate iluminado; la ilusión de un viaje; la fascinación de una obra de arte; la danza; incluso, el cine como fábrica de sueños y el teatro como acción social. Hasta en la denostada sociedad de consumo hay signos de esperanza como en un mundo de pequeños deseos, cumplidos o no.

Alguna vez me han preguntado cómo se consigue en tiempos difíciles mantener viva la esperanza, no perder la ilusión. Pero no es fácil compartir la reserva de aceite. Porque en el cultivo de la esperanza intervienen factores que constituyen nuestra misma personalidad. Hay un cierto componente natural, quizá psicosomático, y luego está la experiencia positiva de cada día y, sobre todo, el propósito de seguir esperando hasta cuando todo se da por perdido. Y aquí es donde interviene la práctica de la oración de alabanza al comenzar y concluir cada día.

San Pablo creía que se podían marcar las etapas para salir al encuentro de Cristo cuando viniera a buscar a los suyos: voz de un arcángel, son de la trompeta divina, llegada de Cristo para resucitar a los ya difuntos y finalmente, un tornado o un torbellino en el que hasta los vivos serían “arrebatados al encuentro del Señor en el aire”.

La segunda carta a los Tesalonicenses, que con razón se duda sea auténtica de Pablo, tuvo que corregir el programa para una venida inminente: “no os alarméis por alguna carta presentada como nuestra” (2 Tesalonicenses 2,2). La cosa va para largo, porque “el misterio de la impiedad está actuando” en el mundo.

Un librero del barrio judío ortodoxo de Jerusalén, Mea Shearim, me contó de un viejo familiar suyo que todas las noches ponía a la cabecera de su cama un bastón y una alforja lista para ponerse en marcha al encuentro del Mesías, que podía llegar de improviso a la hora menos pensada durante la noche. Seguro que Jesús diría: “un buen ejemplo que nos da un hombre sensato; es lo mismo que yo quise enseñar con la parábola de las chicas invitadas a la boda”.