4 de diciembre. Segundo domingo de Adviento

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PRIMERA LECTURA

Lectura del libro de Isaías 40, 1-5. 9-11.

«Consolad, consolad a mi pueblo, -dice vuestro Dios-; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.»

Una voz grita: «En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos ?ha hablado la boca del Señor?.»

Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede.

Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 84.

Antífona: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra.

La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.

El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la segunda carta del apóstol San Pedro 3, 8-14.

Queridos hermanos:
No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan.

El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados, y la tierra con todas sus obras se consumirá. Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha de ser vuestra vida!

Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables.

EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1, 1-8.

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.

Está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino. Una voz grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”.» Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán.

Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.»

¡A BELÉN! ¡A BELÉN!
QUE HAY ALGO INCOMPLETO EN NOSOTROS

Este Adviento leo el libro de Jostein Gaarder, EL MISTERIO DE NAVIDAD. Lo ha publicado Siruela. La trama es una peregrinación a través del tiempo y el espacio. Un reencuentro con todos los personajes de la Navidad y el espíritu de infancia. Y como una cantinela o sonsonete aparece repetidas veces la frase ¡A Belén! ¡A Belén! Es el objetivo: llegar a Belén. Pero también es el aliento que impide renunciar a caminar. Es la brújula orientadora hecha voz. La ayuda de los otros. ¡Dichoso el que escucha en su interior o en su entorno el sentido del camino! ¡A Belén! ¡A Belén! Porque se ha perdido una niña, porque en la gruta llora un niño. Porque hay quienes no renuncian a soñar. Porque se acepta con humildad que hay algo en nosotros que no está terminado.

El grito de Isaías en la primera lectura me ha producido un efecto similar. “¡Consolad, consolad a mi pueblo!... ¡Hablad al corazón!” Pero ¿cómo se habla al corazón? ¿Qué de nosotros permanece en el exilio? ¿Tan frágiles somos que necesitamos ser consolados?
¿Qué es lo que debo gritar?... ¡QUE BASTA DE AMENAZAS! ¡QUE DIOS AMA A SU PUEBLO! ¡QUE EL MESIAS, EL HIJO DE DIOS, EL CRISTO VIENE COMO CONSOLACIÓN!

Quizás nuestros tiempos vivan grandes desconciertos o provocaciones y frustraciones como la comunidad del discípulo de Pedro … porque las cosas no son como a algunos nos gustaría. Pero, en medio de esa confusión, lo que llega desde Él es una buena noti-cia…

- “… no quiere que nadie perezca”. Quiere…

- “… un cielo nuevo y una tierra nueva en la que habite la justicia”

Esa consolación abre un camino ante nosotros pese a los desánimos y al desamor. Dios siempre abre caminos para que trabajemos por la justicia y la paz. Es así como hacemos más cercano su día.

En ese camino habrá libertad de expresión, la integridad de las personas evitará la corrupción, la economía no dependerá de la venta de armas, el diálogo no será una estrategia, no te boicotearán por no rotular según los códigos nacionalistas, no se asesinará por unas zapatillas… Las hambrunas no serán negociables. Habrá personas libres, quienes no estando de acuerdo en todo se atreverán a oponerse con rotundidad “a quienes piden que una cadena de emisoras deje de emitir, y que unos compañeros dejen de opinar”. Habrá quienes no renuncien a soñar con el bien común y el reconocimiento de la pluralidad…

Esperamos… porque en Adviento tomamos conciencia de que hay algo en nosotros que no está terminado. Porque sabemos que el fin no será la destrucción, sino una realidad nueva. No esperamos el fin del mundo sino el encuentro con el creador del mundo, el que hace nuevas todas las cosas:

• "He aquí que yo hago nuevas todas las cosas" (Ap. 21).

• Porque en la plenitud final del banquete de la vida, habrá

• un "vino nuevo" (Mc 15. 25)

• Y un "nombre nuevo" para los vencedores (Ap 2. 17; 3. 12)

• Y un "canto nuevo" (Ap 5. 9; 14, 3) para la fiesta

• Y una "nueva Jerusalén" (Ap 21. 2)

Sí, habrá "una nueva tierra y un nuevo cielo". No renunciamos a la fe en ese hondo deseo justo por lo que vemos a diario.

Una amiga me ha enviado para estos días de Adviento esta plegaria. La rezo para acordarme que Adviento es el cada día incompleto:

Dios de los imposibles posibles,
te damos gracias
porque nos anuncias un año más realidades que parecen sueños:
habitar el lobo con el cordero,
convivir todos los pueblos en paz,
brotar un renuevo del tronco casi seco, un mundo en el que habite la justicia…

Dios de los imposibles posibles,
despierta nuestro corazón
para que se abra a esta palabra de esperanza y futuro
que llega de muy lejos y de tan cerca:
de tu corazón, al lado del mío, Dios de la vida.

Dios de los imposibles posibles,
te damos gracias porque nos pones por tarea
hacer nuevo el corazón
para así hacer nueva la creación.

En tu Hijo Jesús, que viene, que llega,
ya está todo lo nuevo inaugurado y cumplido.
Te damos gracias porque podemos escuchar
ésta tu llamada de Adviento: lo imposible es posible...