12 de febrero. Domingo sexto del T.O.

Formato PDF. Listo para imprimir

12 de febrero. Sexto domingo del T.O.

PRIMERA LECTURA.

Lectura del libro del Levítico 13, 1-2. 44-46.

El Señor dijo a Moisés y a Aarón: «Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante Aarón, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza.
El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: “¡Impuro, impuro!” Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.»

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 31.

Antífona: Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.

Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.

Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.

Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero.

SEGUNDA LECTURA.

Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios 10, 31—11,1.

Hermanos:
Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios.
No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se salven.
Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.

EVANGELIO.

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1, 40-45

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.»
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.»
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aún así acudían a él de todas partes.


“SE QUEDABA FUERA, EN DESCAMPADO”

Los dos primeros capítulos del evangelio de Marcos siguen un ritmo rápido. En el depreciado lenguaje periodístico de hoy se hablaría de “ritmo frenético”. Todo sucede “inmediatamente”, venga o no venga a cuento ese adverbio. También el leproso será curado “inmediatamente”. Aunque puede ser una muletilla sin particular intención, es también probable que refleje la intención del escritor de ofrecer en unos cuantos trazos rápidos la novedad de la actuación de Jesús y de su evangelio.

El capítulo primero concluye con la curación de un “leproso”, un milagro de sanación que ha sido recogido también por los otros dos evangelios sinópticos. Lucas, por su parte, ya él solo, amplificará la curación de la enfermedad denominada “lepra” con el relato de la sanación de los diez leprosos (Lucas 17,11-18).

Y no hay más sanación de leprosos en el evangelio. De hecho lo que el Antiguo Testamento denomina “lepra”, tsara’at, es un término que no designa propiamente la que denominamos enfermedad de Hansen, sino más bien diversas enfermedades o anomalías de la piel, como la psoriasis, vitíligo, leucaderma o manchas blanquecinas que aparecen ocasionalmente. Prueba es que el término tsara’at sirve para indicar también los musgos o líquenes producidos por la humedad de las casas, así como los hongos que pueden formarse en los tejidos. Se cree que la lepra propiamente dicha no apareció en el Oriente Próximo hasta el siglo IV a.C., a comienzos del período helenístico. De modo que la legislación sobre el trato reservado a los leprosos mal pudo comunicarla el Señor a Moisés y Aarón, tal como dice la primera lectura.

Y este detalle tiene también su importancia, porque al final del texto del Levítico que hoy se lee en la primera lectura se afirmará que es “Palabra de Dios”. A muchas personas les dará igual, porque no estarán al corriente y todo lo que se dice en la iglesia “va a misa”. Pero a quien preste algo de atención a lo que se lee en la misa, le parecerá con razón que tomamos con poca seriedad “La Palabra”.

Y, sin embargo, la curación del “leproso” tiene su importancia, porque entra de lleno en la proposición del programa de Jesús. En la tradición del antiguo Israel existía un protocolo de tratamiento del leproso, que se recoge en los capítulos 13 y 14 del Levítico. La curación de esas dolencias de la piel no se confíaba a rituales mágicos como en algunas de las culturas vecinas. La intervención del sacerdote se reducía al diagnóstico de la dolencia y a la adopción de medidas cautelares para evitar el contagio. Si se producía la curación, el enfermo tendría que presentar una ofrenda de acción de gracias para un ritual en el que se combinan la madera de cedro, la más noble, y una tela de color rojo, un tejido vulgar, para marcar los dos extremos. Y dos pájaros, uno de los cuales era sacrificado para bañar en su sangre al otro pájaro y a los objetos del ritual. El enfermo ya curado era asperjado con aquella mixtura. Y el pájaro vivo se soltaba en campo abierto para que llevara consigo el maleficio lejos del área infectada.

El judaísmo postbíblico prefirió interpretar esta enfermedad de la piel en sentido moral: lepra es el pecado que mancha y corroe a la persona y el ambiente social, sobre todo el pecado de calumnia. Y esto es lo que sugiere el recurso al Salmo 31, uno de los siete “salmos penitenciales”, en la liturgia de hoy.

Por mucho que los especialistas se esfuercen en asegurarnos que las leyes de pureza se refieren al campo de lo ritual, en la práctica ya desde el mismo Levítico se sobrepone lo moral a lo ritual. No es un Salmo apropiado para hoy.

Precisamente porque la intención del evangelista es presentar a Jesús barriendo los protocolos del ritualismo judío y desbaratando las barreras de lo anómalamente puro e impuro. Jesús “toca” al leproso, un gesto en el que coinciden también los otros dos evangelios sinópticos. La unción de Jesús en Betania en vísperas de la pasión tuvo lugar en la casa de “Simón el leproso” (Mateo 26,6). Es posible que a Simón le quedara el apodo después de haber sufrido alguna dolencia relacionada con la lepra. O que se lo hubieran colgado con mala intención, sin enfermedad real. Pero la fama le acompañaría siempre y pocos se atreverían a relacionarse con él. En la repuesta a los enviados por Juan para confirmar que Jesús era realmente el Mesías se alude a la sanación de leprosos (Mateo 11,5; Lucas 7,22). Parece que fue un rasgo típico de su actuación como Mesías.
El final del evangelio de hoy, aunque algo embarullado, nos aclara el porqué de este relato: quienes tenían que vivir lejos de su casa y de su pueblo son reintegrados a la vida normal. Jesús será el que tendrá que quedar en adelante “fuera del campamento”. Quienes tenían que vivir “harapientos y despeinados”, privados de toda autoestima en el cuidado de su persona, recobrarán su dignidad, mientras que Jesús vivirá “desfigurado, sin aspecto humano” (Isaías 52,14).

San Francisco de Asís se atrevió a abrazar al leproso, para indicar hasta qué punto buscaba una reforma de la Iglesia pero desde el interior. El Beato Pedro Donders (1809-1887) se hizo redentorista para poder continuar su apostolado entre los leprosos del Surinam, en la Guayana holandesa, cuando la administración eclesiástica confió aquellas misiones a la Congregación. Lo “suyo” eran los leprosos. La entrada en la Congregación religiosa fue sólo condición para continuar su misión.

El gesto rompedor de Jesús invita a la Iglesia a seguir su ejemplo, como hizo san Pablo, según nos recuerda la segunda lectura. La Iglesia ha de acoger con más compasión, con más corazón y menos ritualismo judicial, a quienes se sienten proscritos, dejados de lado, a quienes no encuentran sitio ni calor en la comunidad que ha de ser casa abierta para todos. Y esto “ya”, “inmediatamente”, no haciéndoles esperar años y años.