2 de Abril. Quinto Domingo de Cuaresma

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Primera Lectura

Del Profeta Jeremías 31,31-34

Vienen días -dice el Señor- en que yo haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres cuando los tomé de la mano y los saqué del país de Egipto, alianza que ellos violaron, por lo cual los rechacé -dice el Señor-. Ésta es la alianza que haré con la casa de Israel después de aquellos días -dice el Señor-: pondré mi ley en su interior, la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo. No tendrán ya que instruirse mutuamente, diciéndose unos a otros: «¡Conoced al Señor!», pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor -dice el Señor-, porque perdonaré su crimen y no me acordaré más de sus pecados.

Salmo Responsorial

Ten compasión de mí, oh Dios, por tu misericordia,
por tu inmensa ternura borra mi iniquidad.
Lávame más y más de mi delito
y purifícame de mi pecado.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
implanta en mis entrañas un espíritu nuevo;
no me rechaces lejos de tu rostro,
no retires de mí tu santo espíritu;

Dame la alegría de tu salvación
y que el espíritu generoso me mantenga firme.
Enseñaré tus caminos a los descarriados,
los pecadores volverán a ti.

Tú no quieres ofrendas ni holocaustos;
si te los ofreciera, no los aceptarías.
El sacrificio que Dios quiere es un espíritu contrito,
un corazón contrito y humillado, tú, oh Dios, no lo desprecias.

Segunda Lectura

De la Carta a los Hebreos 5,7-9

Cristo, en los días de su vida mortal, presentó con gran clamor y lágrimas oraciones y súplicas al que podía salvarle de la muerte, y fue escuchado en atención a su obediencia; aunque era hijo, en el sufrimiento aprendió a obedecer; así alcanzó la perfección y se convirtió para todos aquellos que le obedecen en principio de salvación eterna.

Evangelio

Según San Juan 12,20-33

Entre los que habían ido a Jerusalén para dar culto a Dios en la fiesta había algunos griegos. Éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron:

«Señor, queremos ver a Jesús».

Felipe se lo fue a decir a Andrés; Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús. Jesús les respondió:

«Ha llegado la hora en que va a ser glorificado el hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la perderá; y el que odia su vida en este mundo la conservará para la vida eterna. El que quiera ponerse a mi servicio, que me siga, y donde esté yo allí estará también mi servidor. A quien me sirva, mi Padre lo honrará. Ahora estoy profundamente angustiado. ¿Y qué voy a decir? ¿Pediré al Padre que me libre de esta hora? No, pues para esto precisamente he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre». Entonces dijo una voz del cielo: «Lo he glorificado y lo glorificaré de nuevo». La gente que estaba allí y lo oyó, dijeron que había sido un trueno. Oros decían que le había hablado un ángel. Jesús replicó: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora es cuando va a ser juzgado este mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos los atraeré hacia mí».

Decía esto indicando de qué muerte iba a morir.

AGONÍA A LA GRIEGA

El evangelio de san Juan concluye el ciclo de la vida pública de Jesús con una justificación de la pasión y muerte ante “algunos griegos” que habían acudido a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. El domingo pasado Jesús explicaba a Nicodemo, portavoz del judaísmo, puntos fundamentales del evangelio.

Hablando a un judío cabía explicar el valor salvífico de la muerte en cruz mediante la imagen de la serpiente de bronce en el desierto, la Nejustán (2 Reyes 18,4). Para los griegos se recurre al simbolismo del grano de trigo que cae en tierra y muere, dato que toda persona, en cualquier cultura, puede fácilmente comprender. En ambos casos se confirma lo que los Apóstoles iban a encontrar: predicar a Cristo crucificado era un “escándalo para los judíos y una necedad para los gentiles” (1 Corintios 1,23).

Ante un auditorio “griego” no solamente hubo que cambiar las imágenes. Se suavizaron también los duros contornos del aguafuerte inicial. El encuentro con el mundo griego lo sitúa el evangelio de Juan en medio de la entrada de Jesús en Jerusalén aclamado por la multitud que agitaba ramas de palmera. La aclamación tiene lugar en el camino de Betania a Jerusalén, bajando desde el Monte de los Olivos hacia Getsemaní.

Pero de Getsemaní, de la agonía en el Huerto, el evangelio de Juan ha conservado sólo dos detalles: la turbación de Jesús y la voz de lo alto que algunos interpretaron como “voz de un ángel”. En este evangelio Jesús no pide que pase aquella hora, sino que llegue la hora de su glorificación. No se resigna al hecho de que se cumpla la voluntad del Padre, sino que anhela que sea glorificado su nombre. Ambas peticiones entran en el Padrenuestro: “santificado sea tu Nombre” (Juan), “hágase tu voluntad” (Marcos).

El evangelio de Juan es la etapa final del propósito de suavizar los rasgos más penosos de la pasión y condena a morir en la Cruz, la mors turpissima, la ejecución más vergonzosa que practicaban los romanos. Así, la oración en Getsemaní solamente en el evangelio de Marcos se describe en toda su crudeza. Jesús habría sufrido una crisis de pavor, pánico y angustia, hasta arrastrarse por tierra (Marcos 14,33-35). Aunque también “triste y angustiado”, Jesús no se arrastró, sino que se “postró rostro en tierra” (Mateo 26,37-39). En tierra sí, pero ni postrado ni arrastrado, se puso de rodillas para rezar (Lucas 22,41). En Juan la turbación es superada por el afán de glorificación y el cáliz de dolor se menciona sólo más tarde, en otro contexto (Juan 18,11).

Hace ya dos años se exhibía en los cines el film de Mel Gibson sobre La Pasión de Jesús. El director se inspiró de manera notable en las revelaciones de Anna Katharina Emmerick (1774-1824), una vidente alemana, cuyas fantasías sobre la vida de la Virgen María, con anotaciones de su mentor y confidente Clemens Wenzeslaus Brentano y con “la garantía de la aprobación eclesiástica”, han regresado exitosamente a las librerías. Esas fantasías visionarias están en el origen de algunos de los momentos más prolongados de crueldad en las imágenes de La Pasión, según Gibson.

Ni a los griegos, que buscaban “ver a Jesús”, ni a nosotros, que estamos saturados de violencia en las imágenes del cine y de la televisión, nos hace falta más sangre en las iglesias. Lo cual no significa negar en modo alguno la crueldad de una pasión que Jesús, “a gritos y con lágrimas” (Segunda Lectura, Hebreos 5,7), suplicó no tener que sufrir. “Con lágrimas” hemos revivido los cristianos miles de veces el Víacrucis de Jesús, pero “a gritos” pedimos que no abusen quienes explotan las imágenes del dolor.

Por esa razón parece buena idea haber puesto hoy en la primera lectura el anuncio de la “nueva alianza” según el oráculo de Jeremìas 31,31-34. La expresión “nueva alianza”, que no ha tenido mucho eco en los textos del Nuevo Testamento, ocupa, sin embargo, un lugar central en las palabras de la última Cena. De esta forma se indicaba que la vieja alianza salpicada por la sangre de los animales sacrificados dejaba paso a una relación con Dios sellada como un pacto de amistad entre los discípulos de Jesús. Nada de rito tribal ni de alianza exclusivsta de una nación con “su” Dios. Dios abría su amor a todos los que entraran en el círculo de amigos seguidores de Jesús.

Era además una “alianza” universal pues toda persona comprendería ese mensaje sin complicaciones ni históricas ni legales. Sería la voz con que Dios proclama su amor e invita a todos al seguimiento del estilo de vida marcado por Jesús, “desde el pequeño al grande”, ya que ahora ante Dios todos pueden sentirse perdonados y amados.

Esta alianza es tan comprensible y tan humana que muchos intérpretes de los textos proféticos no saben qué hacer con tan fabuloso anuncio y, por muchos caminos, pretenden desvirtuarlo.

Pero tenemos a mano un ejercicio de verificación. No es preciso dar la vuelta a las interpretaciones antijudías, que aparecen ya en el Nuevo Testamento y que el papa Juan Pablo, a quien recordamos especialmente en este domingo, primer aniversario de su muerte, rebatió al comienzo de su pontificado. Hablando a la comunidad judía de Maguncia (6 Marzo 1982), el Papa afirmó que “la antigua alianza no fue nunca revocada”. Sería conforme con el texto de Romanos 11,29: “los dones y la vocación divina son irrevocables”. Pero en contra estaba la tradición de veinte siglos que se apoyaba en el texto de 2 Corintios 3,14: “la antigua alianza (¿o el velo que tapa la cara a los judíos?) fue en Cristo anulado o abolido”.

Quien sigue el “ritual” de la penitencia interior propuesto por el Salmo 50 responde a esta apertura universal de la “alianza”: del corazón renovado nace un espíritu generoso que vive ya “la alegría de la salvación”. Esta nueva alianza está al alcance de todo fiel siempre que, por la conversión interior, vuelva de corazón a Dios.